La persona, según R. Spaemann

La persona, según R. Spaemann

Según desarrolla Spaemann (Personas, 1996) en la idea de “corazón” se encuentra el núcleo de la idea de persona: no como una realidad enfrentada a la naturaleza, sino como el ser mismo de la naturaleza racional que, precisamente por ser, y por ser de esa manera, puede trascender el determinismo de los demás procesos naturales.

Si la persona no está "sumida" en su naturaleza, tampoco está inextricablemente complicada en la trama de las causas, sino que es libre.

La palabra "persona" se refiere a los individuos no en lo que tienen de casos de una especie, sino ante todo en tanto que individuos irrepetibles.

A la libertad humana (entendida en este sentido radical) se le brindan únicamente dos posibilidades: o secundar el impulso que le inspi­ra el descubrimiento del Otro como otro, relativizando los propios intereses en aras del respeto, la justicia y finalmente el amor; o reincidir en su egocentrismo natural, que hace del propio interés instancia última de decisión. Se trata de dos opciones inconmensurables. No hay un motivo que nos lleve a preferir una an­tes que la otra, pues ese motivo habría de hacer mella en una naturaleza, con lo que nos hallaríamos ante una decisión particular, no ante una decisión que afec­ta a la estructura fundamental del querer. De acuerdo con una larga tradición que va desde San Agustín a Scheler, Spaemann hablará para el caso de un acto del corazón, no de la voluntad racional; y no por casualidad: el concepto evangélico de corazón es el primer ancestro de lo que hoy entendemos por persona.

Es justamente la posibilidad de tomar postura ante la propia naturaleza y, llegado el caso, reorientar el propio querer fundamental, lo que funda la posibi­lidad del perdón, acto peculiarísimo en el que brilla con luz propia lo específico de la condición personal. Quien perdona "consiente" al otro llevar a término un movimiento espiritual para el que no basta el simple arrepentimiento, por since­ro que sea: le habilita para enmendarse, es decir, para distanciarse de su propia naturaleza.

En el hombre, la dimensión personal se despliega siempre en el marco de la común naturaleza humana, definida a su vez por funciones biológicas precisas. En la fiesta, por ejemplo, se humanizan o personalizan funciones elementales como el comer y el beber. Ser persona no es negar la propia condición natural, sino reorientarla, transformarla o sublimarla.

Esta "naturalidad" de la esfera personal concuerda con el hecho de que los seres humanos no sean simples casos o ejemplificaciones de una idea abstracta, indiferentes hacia el destino de los demás casos de la misma especie (como ocurre por ejemplo con los automóvi­les de un mismo modelo), sino que están vinculados al resto de la humanidad por un nexo genealógico, reproductivo: existen unos gracias a otros. Todo ello -la naturalidad de lo personal y la continuidad genealógica de la especie natural- sugiere vivamente que no es la posesión de ciertas características empíricamente contrastables lo que determina la pertenencia a la comunidad interpersonal, sino la inserción en aquel nexo genealógico.