Corporalidad y espíritu
Autor: Andrés Jiménez
En el ser humano, en su naturaleza constitutiva, es preciso destacar, junto con la dimensión propiamente racional, la corporalidad, dimensión por la cual la persona se expresa y se instala en el mundo material, en un espacio y un tiempo determinados, y se tipifica según una doble modalización recíproca, de varón o de mujer.
En el cuerpo encontramos por una parte una dimensión exterior, presente en su índole física y biológica, y por otra una dimensión interior, en cuanto manifiesta y modula la intimidad personal. El cuerpo es también una realidad íntima. Somos, ciertamente, un organismo biológico. La corporalidad nos sitúa en un aquí y un ahora, supone una concreción física y biológica, material y vital. Pero al considerar numerosos gestos, acciones y dimensiones de nuestro cuerpo, percibimos la existencia de un ámbito interior del que es expresión. Quizás los ejemplos más claros pueden ser el rostro y la mirada, las manos y el lenguaje articulado. Pero pueden añadirse la risa y el llanto, el trabajo, el arte, la sexualidad y tantos otros.
Escribe Leopoldo Prieto: “El hombre es un ser en cuyo cuerpo, y no sólo en su inteligencia y voluntad, se hace patente la presencia de la racionalidad (o del espíritu). La apertura es propia de las entidades espirituales. Ahora bien, la apertura del ser humano a la realidad no es una propiedad exclusiva de su razón. Todo el ser humano, también su cuerpo, participa de algún modo de esta característica.”
Cabe decir con toda propiedad: Mi cuerpo soy yo -como han destacado, entre otros, Gabriel Marcel y M. Merleau-Ponty-, aunque no soy solo un cuerpo. El cuerpo humano es parte esencial de la densa unidad de la naturaleza humana. La naturaleza humana incluye una dimensión biológica, pero, más allá de su funcionalidad biológica y sus condiciones físicas, el cuerpo humano está configurado para cumplir funciones no orgánicas, como veremos.
El alma racional no es la negación del cuerpo humano sino su actualización. Y tampoco el espíritu es negación de la materia, sino su elevación; una forma de superación o de trascendencia -ir más allá de sí- que no supone aniquilación, sino una forma de realización más elevada.
