Citas

Llanto y carne

“Mis lágrimas brotan de ese yo íntimo, profundo. Mas ese yo, mi yo, que, anegado de dolor excesivo, sólo se ve como cuerpo doliente, sufre. Y sólo se puede sufrir “corpóreamente” si se es carne. No le duele al “cuerpo” sino a mí, a la carne, a mi carne. Por ello el dolor corpóreo que podría sentir si no fuera un ser personal sino un simple animal, sería un dolor dolido, porque todo dolor requiere un tener noticia de él. Sin embargo, mi dolor es un dolor sufrido. No me duele sólo el cuerpo, me duele la carne, mi carne, me duele. Y el dolor de la carne se llama sufrimiento. Mi carne sufre o, más bien, yo sufro en mi carne. Es este sufrir mío, manifestación, desgraciada manifestación, de mi naturaleza unitaria, de mi yo carnal.

Así, las lágrimas de mis ojos no pueden comprenderse como simple excrecencia acuosa de mis glándulas lacrimales. Mis lágrimas son lágrimas de mi carne. Lágrimas carnales porque las lágrimas auténticas solo pueden ser de carne, de “cuerpo”.

(José J. Ruiz Serradilla: Del llanto.)

El cuerpo humano es específicamente humano

“Frecuentemente, por una herencia inconsciente del dualismo, tendemos a ver al hombre como la síntesis de una bestia y un espíritu. Como experimentamos la rebelión de la carne, es fácil terminar pensando que la esfera vital y animal son como dos niveles completamente autónomos e incluso rebeldes por esencia, de modo que, insensiblemente, terminamos por comprometer la unidad sustancial del hombre. Esta no es la manera en que santo Tomás ve las cosas. Si bien el ser humano, tanto por su complejidad como por el estado de naturaleza caída, experimenta la contradicción interior de la que habla San Pablo (Rm 7,14-25), eso no implica que exista en el hombre una dualidad tal que deba ser concebido como un ente paradójico, mitad bestia, mitad ángel.

Santo Tomás es muy firme en este punto. (…) Afirma, por ejemplo, que las facultades espirituales del hombre funcionan mejor cuando el cuerpo está en buen estado, que cuando está peor dispuesto. Los hombres de carnes blandas, están dotados de mejor sentido del tacto y, a su vez, por este motivo, son más inteligentes; la buena disposición del cerebro es necesaria para el funcionamiento de los sentidos internos y del entendimiento; cuando dormimos, aunque a veces razonamos, lo hacemos peor que cuando estamos despiertos, etc. Esto es así, porque el cuerpo es para el alma y se debe entender desde esta. El cuerpo no es esencialmente una cárcel o un impedimento para el alma, aunque nuestro cuerpo mortal, con frecuencia, agrave al alma. Por el contrario, para que el alma ejerza naturalmente sus operaciones superiores y espirituales, necesita de la operación de las facultades corporales, vegetativas y sensitivas. El hombre está constituido esencialmente por un cuerpo, justamente porque el tipo de entendimiento que tiene, el último en el orden de las sustancias espirituales, necesita de las facultades del cuerpo.

Por eso, el cuerpo humano es un cuerpo específicamente humano. Santo Tomás explica que la disposición del cuerpo humano es la más apta para las funciones que este debe desempeñar. Por eso, el alma humana no se podría haber unido sustancialmente a cualquier cuerpo, como afirman los que sostienen la transmigración de las almas. El cuerpo humano tiene tal organización porque está configurado por su alma para tener la disposición adecuada a sus operaciones propias. Más allá de las analogías entre el cuerpo humano y los otros cuerpos vivientes, el cuerpo humano es específicamente humano.”

(Martín F. Echevarría:
“La corporalidad humana según Tomás de Aquino”)