El valor supremo de la libertad
EL QUIJOTE, Capítulo LVIII (2ª parte)
Autor: SANTIAGO ARELLANO HERNÁNDEZ
“Cuando don Quijote se vio en la campaña rasa, libre y desembarazado de los requiebros de Altisidora, le pareció que estaba en su centro y que los espíritus se le renovaban para proseguir de nuevo el asunto de sus caballerías, y volviéndose a Sancho le dijo:
—La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en mitad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve me parecía a mí que estaba metido entre las estrecheces de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos, que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recibidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!
—Con todo eso —dijo Sancho— que vuestra merced me ha dicho, no es bien que se quede sin agradecimiento de nuestra parte doscientos escudos de oro que en una bolsilla me dio el mayordomo del duque, que como pítima y confortativo la llevo puesta sobre el corazón, para lo que se ofreciere, que no siempre hemos de hallar castillos donde nos regalen, que tal vez toparemos con algunas ventas donde nos apaleen.”
Probablemente nuestros tiempos, inmersos en el vértigo de las prisas, dificultan, si no lo atrofian, el deleite de escuchar, el sabroso gozo de oír a alguien que hable con mesura, tiento, galanura y verdad.
Han abandonado el palacio de los Duques, donde amo y criado han recibido un trato cortés, en medio del lujo, mesa repleta, comidas opíparas y exquisitas; y refrescantes bebidas. Humanamente no se podía desear más ni quejarse de nada, como no fuera haberlos convertido en ocasión de divertimento y burla, de los que, menos mal, no se percataron.
Debía haber salido don Quijote con el gozo de Sancho. Pero la exigencia de su espíritu se mueve por otros derroteros. Su espíritu aspira a ideales superiores; por ejemplo, cumplir con su misión, la que le sacó de la aldea y le puso en el camino exigente de la Caballería, sin que nada ni nadie se lo impida.
En ese preciso momento, Don Quijote exalta la alegría de ser y sentirse libre. Con el lenguaje solemne de las sentencias indiscutibles, le confiesa a Sancho el lugar que ocupa en su escala de valores la libertad: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.
Bien sabía Miguel de Cervantes lo que eran la esclavitud y el cautiverio. Por experiencia propia sabe que es el mayor mal que le puede sobrevenir al ser humano, por encima de la enfermedad y de la misma muerte. Para don Quijote, por dos valores debe arriesgarse la vida: por la libertad y por la honra, que no es otra cosa que la imagen de bien que reconocen los demás y uno mismo por un vivir acorde con su conciencia.
Para don Quijote la libertad no es un concepto abstracto, sino algo muy concreto. Sabe muy bien que la libertad consiste en verse libre de todo lo que ponga en dificultad o eche a pique la razón de ser de una vida. En esta ocasión no se siente libre por carecer de cadenas y prisiones que impidan su movilidad física; las cadenas que cita son más sutiles y no menos pesadas. Las pasiones, todas las pasiones no controladas, terminan aherrojando nuestra libertad.
Menos comprensible se nos hace a los que nos hemos acostumbrado a vivir en una sociedad de bienestar, la lectura que hace Don Quijote de las atenciones recibidas de los Duques y, desde luego, el que menos lo entiende es Sancho, que sabe lo que significa llevar como emplasto junto a su corazón los doscientos ducados que le ha entregado el mayordomo, como le contesta con ironía y sorna.
Nada es bueno si dificulta o impide el cumplimiento de nuestro deber. Lo manifiesta con claridad: “le pareció que estaba en su centro y que los espíritus se le renovaban para proseguir de nuevo el asunto de sus caballerías”. La libertad no es poder gozar de todo lo que se nos presente como placentero, sino poder dirigir nuestros pasos en dirección al fin que se nos ha encomendado, libres de toda traba física o moral.
Un broche de oro más para aclarar nuestra embarullada psicología. El colmo de una libertad plena es una pobreza digna. Que el pedazo de pan sólo tengas que agradecérselo a Dios. De nuevo el ideal tan hispano de “la dorada medianía”. Algo ha cambiado nuestra sociedad desde entonces.
