CONCLUSIONES

En el IV Encuentro de filosofía y humanismo cristiano-Socrat3.99 tuvimos por tema la polémica en torno al transhumanismo. Lo abordamos, fundamentalmente mediante el cineforum de la película El hombre bicentenario, basada en el libro homónimo de Isaac Asimov, y la conferencia y coloquio con el profesor Juan José García Norro.

La gran pregunta que dominó las reflexiones del cineforum fue qué es lo específico humano que no puede ser reproducido por los creadores de robots. La película es especialmente apropiada porque presenta a un robot con unas cualidades excepcionalmente humanas y que busca ser humano. Para ello va introduciendo modificaciones en su sistema que no sólo le van otorgando una apariencia cada vez más humana sino que inducen cambios en la conducta -expresiones, sentimientos, modos de razonar y actuar- cada vez más humanos hasta que es reconocido legalmente como miembro de la especie humana.

Discutimos sobre la ambigüedad del personaje: por una parte se nos muestra con alguna característica indudablemente humana desde el primer momento -concretamente creatividad, benevolencia y voluntad, puesto que desea ser humano- mientras que no se explica de dónde surgen esos rasgos y cómo son compatibles con otros rasgos propiamente robóticos -no-humanos: no capta los dobles sentidos, se rige por lógica implacable-. Esa ambigüedad nos remitía al momento en que el robot -Andrews- alcanzaba esa cualidad o característica que le convertía, si no en humano, en un ser con dignidad y, por tanto, en algo más que un robot al servicio del hombre. De modo implícito llegamos a la conclusión de que realmente esa dignidad la poseía desde el principio y que la película nos había “hurtado” el momento más importante de la transformación, porque la pregunta era ¿cómo adquiere una máquina consciencia? ¿O eran todos los actos de Andrews una mera simulación de los sentimientos, razonamientos, decisiones, etc. humanas? Estábamos ante la cuestión de la diferencia entre lo virtual -máquina, robot, androide- y lo real, y cómo lograr un criterio que permita distinguir entre ambos.

Así llegábamos a la cuestión de fondo: ¿qué nos hace humanos? O mejor, ¿a qué debemos nuestra dignidad? ¿Cómo es que presuponemos dignidad en un ser humano que no manifiesta tener las cualidades que nos hacen seres con dignidad -principalmente la conciencia y la libertad-? ¿Qué hacer con las personas en coma, con los bebés, etc.? La solución parecía apuntarse por la vía de la potencia: no hace falta ejercer esas cualidades humanas -conciencia, libertad- porque nadie las ejerce constantemente, lo importante es si las podemos ejercer o no. Y parece que un robot no las ejerce porque no puede ejercerlas, porque no hay manera de transferirle esas capacidades. Por el contrario, la película parecía indicar otros elementos como los característicos del ser humano: la posesión de sentimientos, la apariencia física humana e incluso la falibilidad o la muerte -¿cómo puede ser algo negativo origen de dignidad?-.

La ponencia del profesor García Norro versó sobre las nociones y características del humanismo, el antihumanismo y el transhumanismo -y la cuestión de con cuál de los dos anteriores se equipara este último-. De este modo, planteó la cuestión de las implicaciones vitales que trae consigo un planteamiento transhumanista y el cambio respecto de lo que al hombre le es lícito hacer o no. Entre otros temas, comentamos los efectos negativos que entraña todo uso correcto de una tecnología. En concreto poníamos el ejemplo de internet, que, en su uso más adecuado, no perverso, induce una dinámica de sustitución de lo real por lo virtual que acaba en el narcisismo. Lo que le llevó a plantear las razones de la superioridad y deseabilidad de una vida real frente a una vida virtual: el mero carácter de realidad -el no ser una fantasía- y el dominio sobre la propia vida -que sólo se puede tener en una vida real-. Todo esto lo conectaba con el transhumanismo como utopía: su irrealizabilidad y sus consecuencias más allá de su efectiva implantación o no.

Otro tema largamente tratado es la cuestión de la cultura. La diferencia de carácter entre las modificaciones en el cuerpo que propone el transhumanismo y las modificaciones admitidas hasta ahora por las diferentes culturas. En este punto, el transhumanismo se revelaba como una suerte de espiritualismo materialista en el que la identidad individual radicaba en el yo, que podía ser transportado de una base material a otra mediante la mera transformación del cuerpo.

Finalmente, planteamos al profesor García Norro la pregunta que nos había quedado abierta el día anterior -lo esencial humano-. A lo largo de la ponencia y las respuestas a nuestras preguntas fue apuntando a diferentes soluciones. En primer lugar, apuntó a la capacidad del hombre de abrirse “al espectáculo de todo lo real y de captar lo otro en tanto que otro”. También señalaba que el hombre es un ser que no es puramente natural en ninguna de sus dimensiones, que todo lo que es y hace está impregnado por la cultura. Al criticar la confianza del transhumanismo en poder transferir el yo a una inteligencia artificial señalaba que no sabemos bien qué es ser conscientes como algo clave, misterioso para nosotros y, por tanto no manipulable. Finalmente, cuando le preguntamos por cómo sostener la dignidad de una persona que no manifiesta ninguno de esos rasgos indicó que el signo de su humanidad es su rostro. No entendido como su cara sino como la imposición a mi subjetividad de respetarlo, una imposición que se revela en el sentimiento de la compasión. Reconocía que no era algo explicable racionalmente y que, por tanto, es algo que parte del reconocimiento de que la otra persona experimente esa imposición o reclamo. Pero indicaba que eso era coherente con la condición de misterio del hombre y de su dignidad: no sabemos muy bien de dónde viene pero, por otra parte, no podemos negar que sabemos que el otro es otro y eso nos liga como un mandato ético.

BIBLIOGRAFÍA: