Tema 9: La persona humana y el sentido de la vida

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I. LA PERSONA HUMANA: DIGNIDAD, DIMENSIONES


Tema 9: La persona humana y el sentido de la vida

1.- ¿A qué se llama persona?

Una persona es un ser dotado de naturaleza racional, único e irrepetible, y llamado a configurar su propia vida de acuerdo con el desarrollo responsable de su libertad.

La libertad consiste, como ya sabemos, en poder disponer de uno mismo, en ser dueño de las propias decisiones y elecciones. Por eso, la persona es responsable del contenido y de la orientación de su vida, porque con sus elecciones va dando pasos en una dirección o en otra: si elijo un trabajo u otro, si decido vivir en una ciudad o en otra, si decido aceptar a determinadas personas como amigos míos o no...

Esto es así porque el ser humano, la persona, es un ser racional. La libertad es una cualidad propia de los seres racionales.

La racionalidad –que caracteriza a los seres humanos, hombres y mujeres- abarca dos facultades esenciales: la inteligencia (que es la capacidad de entender y comprender) y la voluntad (que es la capacidad de querer y decidir. A su vez, dentro de la voluntad se sitúan la libertad y la responsabilidad).

Gracias a su inteligencia, o capacidad de comprender, el ser humano puede conocerse a sí mismo, y también la realidad, y valorarla.

Gracias a su voluntad o capacidad de querer, el ser humano, las personas, podemos tomar decisiones en las cuales cada uno de nosotros tenemos la iniciativa, pero contando siempre con la realidad, que a veces no se puede cambiar. Al tener la iniciativa sobre su vida, cada persona se hace responsable y dueña del contenido de sus decisiones, para bien y para mal.

Y esto sólo lo podemos hacer los seres racionales, las personas. Por eso la persona posee una dignidad superior al resto de los seres de la creación, ya que éstos no pueden disponer de sí mismos de forma responsable. Si un perro se salta un semáforo en rojo, por ejemplo, no tiene sentido ponerle una multa, porque no puede comprender que ha cometido una infracción.

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2.- La dignidad de la persona humana

Hay dos formas de entender el valor de algo: la dignidad y el precio. La dignidad es propia de las personas. El precio es el valor que nosotros damos a las cosas cuando queremos cambiarlas por otra cosa; es decir, cuando son prescindibles.

Se llama dignidad al valor que reconocemos en alguien –en las personas- porque es único, irrepetible, e insustituible. La dignidad es la más alta forma de valor. Por eso decimos que un ser humano no es simplemente “algo” sino “alguien”.

Una persona no tiene precio, tiene valor en sí misma, dignidad. Cuando a una persona se le pone un precio –y se la convierte en mercancía que se compra y se vende- estamos haciendo una injusticia; la estamos reduciendo a la condición de objeto, de cosa, más o menos útil, más o menos agradable según los intereses de otros o de las circunstancias.

Dignidad ontológica y dignidad moral

Pero ahora tenemos que precisar un poco más en el concepto de dignidad. Hay dos tipos fundamentales de dignidad:

1) La dignidad ontológica o intrínseca, que es la que poseen los seres humanos, las personas, por el simple hecho de ser personas. Toda persona es digna; tiene dignidad personal, sea como sea, y haga lo que haga. Es el tipo de dignidad del que habíamos hablado hasta ahora

2) Pero hay un segundo tipo de dignidad, que depende de lo que nos merecemos por nuestra conducta. Hablamos entonces de dignidad merecida o adquirida o, también, de dignidad moral. Es el valor que adquiere una persona como fruto de sus acciones morales, de sus actitudes y sus pensamientos.

Todos somos igualmente personas, y por eso todo ser humano, de acuerdo con su dignidad ontológica, ha de ser respetado, aunque no haya hecho nada para merecerlo. Y por eso una persona sigue siendo digna cuando está enferma y no se puede valer por sí misma, o cuando tiene un accidente que le impide hacer algunas cosas... Todas las personas, sólo por ser personas, tienen la misma dignidad (ontológica).

Pero también podemos ser más o menos dignos moralmente. Una persona digna moralmente es aquella en la que las virtudes van definiendo su manera de ser y de actuar, su personalidad. Hablamos entonces de una persona honrada, justa, recta, buena, equilibrada, amable, prudente, leal, valiente…

Una persona indigna moralmente es aquella en la que sus acciones indignas, sus vicios, van definiendo su personalidad. Y entonces hablamos de personas: deshonestas, injustas, egoístas, cínicas, traidoras, cobardes, violentas, resentidas, vengativas, etc.

Todos tenemos que ser conscientes de que somos portadores de una dignidad excelente: somos personas. Debemos valorar esta dignidad (ontológica) y hacerla brillar en nuestras acciones, debemos reconocerla en los demás y tratarles de acuerdo con ella.

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3.- Las dimensiones de la persona humana.

En la persona humana podemos reconocer dos dimensiones principales: corporalidad y racionalidad.

1. Corporalidad

El cuerpo humano es un organismo biológico, dotado de unos órganos (anatomía) y de un funcionamiento (fisiología) orientado a la supervivencia.

Pero además nuestro cuerpo es expresión de algo más, de una realidad íntima o interior: esa realidad íntima es lo que se conoce, entre otros nombres, con el de racionalidad. El ser humano posee una vida biológica pero también una vida biográfica, una historia personal irrepetible, en virtud de nuestra racionalidad.

2. Racionalidad

Esta dimensión, más íntima y personal que la simple corporalidad, consta a su vez de otras dimensiones:

a) La inteligencia es la capacidad o facultad de conocer el ser profundo de las cosas. Supone comprender lo que las cosas son.

b) La voluntad es la capacidad de disponer de sí mismo con vistas a lo que se sabe que es bueno. Supone una autonomía en el obrar, la posibilidad de disponer de sí mismo: libertad o autodominio (ser dueño de los propios actos, decisiones e iniciativas) y responsabilidad (asunción de las implicaciones y consecuencias de los actos realizados por propia iniciativa).

c) La apertura a la belleza es la capacidad estética del espíritu humano: percibe la belleza en el mundo y es capaz de contribuir a ella. Dimensión que trasciende el puro dato sensible y que revela la creatividad del espíritu humano.

d) La sociabilidad es la inclinación natural a dar y recibir compartiendo de algún modo la propia vida con otras personas. La sociabilidad se funda en una doble tendencia o necesidad humana: la necesidad de recibir o dependencia, y la necesidad e inclinación a dar o efusividad.

e) El dominio es la relación propia del ser humano con las cosas que forman entorno natural en que discurre su vida. Implica para el ser humano una responsabilidad o tarea, un trabajo cargado de exigencias para el hombre mismo: encontrarse al cuidado de la tierra y de los seres naturales para convertir el mundo en un lugar habitable.

f) Trascendencia indica aquí la conciencia de la ordenación de la propia existencia a un fin último de plenitud. Es la apertura y necesidad de un sentido para la propia vida, el ansia de felicidad. Sin un sentido, sin trascendencia, la vida humana se viviría en rigor para nada, por lo que todo en la existencia se convertiría en irrelevante y la existencia humana misma en un absurdo, lo cual haría insoportable el vivir.

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4. Sobre el sentido de la vida.

¿Qué es el sentido? ¿Qué quiere decir exactamente que una vida humana carece de sentido? Básicamente, tener sentido es estar bien orientado. Pero, ¿cuándo podemos afirmar que nuestra vida está bien orientada? Cabe contestar de esta forma sencilla y profunda: Cuando la dirigimos a un ideal auténticamente valioso, a un "para qué" que merece la pena.

Para fundamentar debidamente la búsqueda de sentido, hemos de conocer bien el camino que nos lleva a un ideal auténtico. Es éste el hallazgo decisivo de nuestra vida. El ideal es una idea propulsora, que dinamiza nuestra existencia y, si es un ideal auténtico, la colma de sentido y la hace feliz. Por eso, es tan importante descubrir el verdadero ideal de nuestra vida y optar por él.

Es en este punto donde la Filosofía, y el pensamiento humano en general, se hace la pregunta por la Divinidad, por la existencia de un Ser Supremo que nos remite al Fundamento último de lo real, a su origen y destino, y a la posible relación entre ese Ser Divino y el ser humano.

El Dios por el que la Filosofía se pregunta vendría a ser el mismo que Aquel del que hablan en general todas las religiones; pero se trata de planteamiento diferentes –no necesariamente opuestos-. Las religiones aspiran a una vinculación o relación “de salvación” que abarca toda la vida –no solo la racionalidad- y orienta el obrar moral, mirando muy especialmente a la pregunta por el más allá de la muerte y a su relación con esta vida. Esa “relación” especial con Dios –al que de algún modo se dirige como a un “Tú”- es la que da origen precisamente al término “religión”, procedente del latín “re-ligare”.

La Metafísica –la parte de la Filosofía que estudia racionalmente los últimos porqués de la realidad- se dirige a la inteligencia y busca sobre todo explicaciones racionales: ¿Por qué existe algo y no más bien nada…?, ¿por qué hay una diferencia radical entre el bien y el mal?, ¿qué es lo que de verdad hace feliz el corazón humano y por qué, en un mundo como este, a menudo golpeado por el sufrimiento y la injusticia?...

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El ideal auténtico se descubre cuando vivimos a fondo modos valiosos de encuentro (con una o varias personas, con un proyecto, con una responsabilidad o una tarea...) Si vivimos este encuentro plenamente, porque ejercitamos las actitudes y virtudes requeridas, experimentamos en nosotros mismos sus valiosos frutos. Entre ellos los siguientes:

  1. El encuentro nos otorga energía espiritual, motivación para ser creativos por encima de las dificultades y contrariedades de la vida.
  2. Nos da luz para captar el verdadero sentido de la vida.
  3. Suscita en nosotros alegría, gozo, satisfacción interior. Nos llena de entusiasmo.
  4. Nos aporta felicidad y paz.

En los últimos tiempos quien quizá ha reflexionado con más lucidez y acierto sobre este tema es seguramente el psiquiatra austriaco Víktor Frankl, avalado además por su dura estancia en los campos de concentración y exterminio nazis. Escribe, por ejemplo:

“… Cualquier intento de restablecer la fortaleza interna de un recluso en un campo de concentración, tiene primero que conseguir mostrarle una meta futura. Las palabras de Nietzsche: `Quien tiene un porqué para vivir es capaz de soportar casi cualquier cómo´, pudieran servir de lema para todos los esfuerzos realizados con los prisioneros.

Siempre que había posibilidad de hacerlo, debía ofrecérseles un porqué, una meta para sus vidas, a fin de darles fuerza para soportar el terrible cómo de su existencia. Desgraciado el que no viera en su vida ningún sentido, ninguna meta, ninguna finalidad, y, por tanto, ninguna razón para proseguirla. Ese estaba pronto perdido. La observación con la que solía este hombre rechazar los razonamientos que se le daban para animarle era: `Ya no espero nada de la vida´. ¿Qué tipo de respuesta podemos dar a esto?” [Frankl, V. El hombre en busca de sentido, Herder. Págs. 121-122.]

“Lo que realmente necesitábamos era un cambio radical en nuestra actitud ante la vida. Teníamos que aprender nosotros y luego enseñar a las gentes desesperadas que, lo importante no era realmente lo que nosotros esperáramos de la vida sino lo que la vida esperara de nosotros”. [Idem. Pág. 78.]

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II. COORDENADAS DEL HUMANISMO PROMETEICO CONTEMPORÁNEO


1. El éxito como sentido de la vida.

A pesar de lo dicho –y lo vivido- anteriormente, nuestro mundo contemporáneo parece haber perdido la lucidez acerca del sentido de la vida.

Solía decir Albert Einstein que "la nuestra es una época de medios per­fectos y de metas confusas". Pero es el fin el que da sentido a los me­dios. Y así, sin un fin que les dé sentido, los medios dejan de serlo, ya no sirven porque no se sabe realmente para lo que sirven.

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De ahí también el pesimismo postmoderno, y su mirada hacia una vida ligth sin ‘grandes relatos’,como un modo de supervivencia, sin esperanza; un humanismo comodón, hambriento de placer y presentista, al estilo del viejo "carpe diem" horaciano.

Sin duda, el desarrollo de las ciencias y el dominio de la naturaleza han reportado grandes beneficios a muchos seres humanos, pero no son pocos los filósofos humanistas que piensan que de poco sirven si ha sido al precio de las bombas nucleares, de los campos de concentración y de exterminio, de los millones de muertos en guerras y depuraciones, del hambre y la miseria de miles de millones de seres humanos, del tedio y la falta de sentido en las sociedades opulentas.

Si tuviéramos que explicar a qué se ha debido esto, diríamos que se ha extendiendo en los últimos tiempos, por encima de escuelas y de sistemas filosóficos y económicos, la convicción de que el hombre "auténtico", varón o mujer, es el que triunfa en la vida; lo cual significa: el que llega a ser autosuficiente, el que se desata de vínculos y dependencias forjando su propia seguridad e imponiendo sus deseos, el que no se debe a nadie más que a sí mismo y sólo es para sí mismo. O para sí misma. Esta mentalidad hoy dominante hizo eclosión durante la Ilustración y el racionalismo del siglo XVIII, momento de exaltación de la razón para el ser humano.

En el ámbito individual el "triunfo" significa autosatisfacción y bienestar, y en el colectivo (si es un grupo o una colectividad quien se erige en sujeto), control, dominio y eficacia. Y el camino para lograr tal grado de autoafirmación no es otro que el propio hacer. Vendría a ser una de las caracterizaciones del llamado humanismo prometeico el ideal del ser humano que se constituye en único ser supremo para sí mismo. [Se alude al semidiós Prometeo, de la mitología griega. En concreto, a que Prometeo liberó a los hombres de su dependencia de los dioses del Olimpo otorgándoles el fuego para que pudieran llegar a convertirse en seres autosuficientes, no sometidos a nadie y de algún modo en 'dioses para sí mismos'.]

Es el pragmatismo, el "ethos" dominante en la actualidad, telón de fondo de corrientes filosóficas, políticas y económicas para las que el ser humano "se hace a sí mismo" con sus logros y conquista de este modo su autosuficiencia. En este contexto se hace oportuno preguntarse dónde queda la consi­deración sobre el sentido de la vida.

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Podemos afirmar que en la actualidad se asiste a la confrontación de dos tipos de humanismo:

1) Un huma­nismo inmanente, pragmático y nihilista.

2) Un humanismo abierto al ser y orientado a la dignidad de las personas.

La lógica del pragmatismo da prioridad a la eficacia sobre la verdad, tanto en el plano del conocimiento como en el plano moral. Des­entendiéndose de lo que son las cosas en sí mismas y de su valor propio y de las personas y su dignidad, reconoce validez sólo a lo que se ajusta eficientemente a los propios deseos. Así, la belleza es sustituida por la apa­riencia, la verdad por la opinión mayoritaria, la bondad por el inte­rés.

Por otra parte, el poder de una retórica a gran escala y con intensos resortes emocionales -la publicidad en todas su variantes- se pone al servicio del logro poder, la satisfacción de los propios deseos a toda costa.

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El nihilismo es una concepción de la realidad según la cual ninguna cosa o persona tiene valor por sí misma. Sólo tiene el valor que se le quiera dar. Es fruto de una mentalidad que pretende la autosuficiencia del hombre o la mujer por medio de su hacer (gozar, poder, producir, comprar, tener...) No re­conoce la existencia de ningún valor objetivo, ya que nada tiene valor en sí mismo ni existe otra fuente de valor más que la propia voluntad humana, el deseo. Y la vida se justifica en la medida en que sirve a los propósitos de esa voluntad.

Vuelve al candelero el Carpe diem horaciano: triunfa, aprovecha el instante fugaz y sá­cale el mayor partido según tu deseo. No tiene mucho sentido, para esta nueva sensibilidad, asumir compromisos que puedan vincular a largo plazo.

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Se trata, en suma, de una culturaque nivela la realidad a la medida de una voluntad dominadora y todo se reduce a: "¿Me puedo aprovechar de esto o no?". En este marco, el sentido de la vida consiste en el éxito dominador de una voluntad autosuficiente.

Y se abren aquí tres posibili­dades:

1) El activismo.

La clave y el fin de la vida es el poder, el dominio –el poder es el tener propio de la razón-.

El éxito estriba en trabajar mucho, en producir, en triunfar en el dominio de las cosas y de los hombres, de los negocios y de los recursos naturales. Aquí y ahora, del modo más eficiente y rentable. Averiguar cómo fun­cionan las cosas y aprovecharse de su funcionamiento, al máximo y a cualquier precio. Convencer, seducir, manejar eficazmente las apariencias para triunfar. La libertad a la que se aspira se reduce al poder adquisitivo.

2) El hedonismo.

Se apoya en el placer, que constituye la meta o el fin último de la vida humana, la única forma de felicidad que cabe –el placer el tener propio de los sentidos-.

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El hombre ha de vivir para disfrutar del mayor placer posible. Se valoran las cosas por el agrado inmediato que producen. Disfrutar a tope, eludir el sufrimiento y el dolor en todas sus formas. La felicidad posible no es otra cosa aquí que el bienestar. Le acompaña una forma reduccionista de entender la calidad de vida como bienestar económico y afectivo y, en última instancia, como poder adquisitivo en clave consumista.

Ambas posturas, además de ser fácilmente compatibles, tienen como propósito común la satisfacción inmediata del deseo de poseer. No se trata de tener grandes metas e ideales sino de disponer aquí y ahora de lo apetecido.

Pero también tienen en común su principal limitación: dejan sin explicación el fracaso y el dolor y, en última instancia, la síntesis definitiva de ambos que es la muerte. Sólo los rehúyen, pero no pueden encontrarles sentido cuando llegan, porque suponen la estricta negación de sus claves. Y sin embargo son inevitables ingredientes de la vida, a la vez que ofrecen un mentís rotundo a estas pretensiones.

3) El "evasionismo".

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Sólo queda al nihilismo, al pragmatismo, una salida ante la precariedad del éxito que sucumbe frente al dolor, la enfermedad, el fracaso o la muerte inevitables. Y es buscar por otro lado: el de la huida estricta, el de la evasión a ultranza.

Se trata de rehuir toda confrontación con el peli­gro de sucumbir, con la responsabilidad, los compromisos, los proyec­tos, aquellos grandes deseos que encierran grandes pesares y la frustración en sus entrañas. No querer pensar, pasar de casi todo; buscar paraísos de ficción en los que refugiarse: consumismo a ultranza, juego, droga, alcohol, di­versión continua..., en último extremo, incluso, el suicidio tomado como liberación del malestar, o como un supuesto derecho a disponer de uno mismo de forma absoluta.

La mentalidad pragmática –la cultura del éxito y la autosatisfacción- conduce al sinsentido radi­cal. Su mirada es febril, vertiginosa, pero superficial e incapaz por ello de ofrecer fundamento a la vida y a las acciones. Es correr muy de prisa hacia ninguna parte, viajar en un lujoso tren de alta velocidad cuyo destino se desconoce. Víktor E. Frankl escribió que "se tiene a menudo la impresión de que los seres humanos, sin saber dar a su vida una meta, corren y se afanan con velocidad cada vez más acelerada, precisamente para no caer en la cuenta de que no van hacia ningún sitio." [VIKTOR E. FRANKL. Psicoanálisis y existencialismo. México, 1978, pág. 181.]

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El pragmatismo repudia otros ideales distintos de la propia eficiencia y por eso cae en el vértigo de un mundo sin valores sustanciales, en el que se han borrado las fronteras entre el bien y el mal, entre lo digno y lo indigno, entre la necesidad legítima y el deseo de poder a toda costa. Sólo se distingue entre lo útil y lo inútil.

Nótese, de paso, cómo se reproduce en el seno de esta mentalidad el esquema vital básico de los animales: agresividad, apetito y huida. Un mundo semejante es un lugar difícilmente habitable, inhóspito y amenazador para el ser humano, una forma asfixiante de vivir.


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2.- Otra mirada: La apertura del humanismo al ser.

Frente al pragmatismo nihilista, centrado en la inmediatez, cabe una consideración muy diferente, abierta a los problemas últimos, relativos al sentido de la vida. Éstos “son en realidad los primeros a los que el hombre tiene que prestar su atención, porque sin un esclarecimiento de ellos su vida no se tiene firme en el mundo y no se sostiene su esperanza.” [OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL El poder y la conciencia, Madrid, 1985,pág. 306.]

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La mirada, asombrada, abierta a la contemplación de una realidad que siempre nos desborda y nos invita a contribuir a ella con nuestra creatividad de personas.

Desde esta mirada diferente, abierta al ser de las cosas, la realidad se muestra ahora como algo sorprendente y asombroso, como un don espléndido que no viene justificado por la voluntad dominadora del ser humano, sino como algo previo y desbordante que nos sustenta y de lo cual formamos parte, ya que ningún sujeto humano se ha dado a sí mismo la existencia.

Esta mirada abierta y profunda al mundo, se apoya sobre la convicción de que la auténtica riqueza del ser humano no consiste en satisfacer las necesidades materiales ni en llegar a ser dueño y poseedor de la naturaleza, sino en conocer la verdad acerca de las cosas, en reconocer el bien y la belleza que atesoran y en contribuir a ellos. La verdad, la bondad y la belleza no se reducen a la eficacia ni pueden ser sustituidas por ella.

Lleva a tratar a las cosas según su valor y, muy especialmente, a las personas de acuerdo con su dignidad. Esto es lo que significa vivir con honestidad y de acuerdo con la justicia. Y este es el punto de partida más sólido para intentar hallar un sentido a nuestra existencia.

Así empezó Sócrates, por ejemplo, cuando descubrió la sociedad corrompida en la que se había convertido su ciudad, Atenas. Por ello se dirigía a sus paisanos diciendo a cada uno:

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" -Amigo, ¿cómo no te avergüenzas de no haber pensado más que en amontonar riquezas, en adquirir crédito y honores, en despreciar los tesoros de la verdad y de la sabiduría, y de no trabajar para hacer tu alma tan buena como pueda serlo? (...)

“Toda mi ocupación es trabajar para persuadiros, jóvenes y viejos, que antes que el cuidado del cuerpo y de las riquezas, antes que cualquier otro cuidado o preocupación, es el del alma y de su perfeccionamiento; porque no me canso de deciros que la virtud no viene de las riquezas, sino por el contrario, que las verdaderas riquezas vienen de la virtud, y que es de aquí de donde nacen todos los demás bienes, públicos y particulares." (PLATÓN. Apología de Sócrates)

Porque, entre otras cosas, el interés principal del hombre no es encontrar el placer o evitar el dolor, como en el hedonismo, ni disponer de medios perfectos que dudosamente sirven a metas confusas, como en el activismo. Menos aún, el huir constantemente de sí mismo como en el evasionismo. El deseo radical del hombre es encontrar un sentido a su vida, un sentido auténtico, en virtud del cual está dispuesto incluso a sufrir a condición de que ese sufrimiento tenga sentido. Como ha recordado en la segunda mitad del siglo XX Víktor Frankl, la antítesis de la felicidad no es el sufrimiento, sino el vacío.

Para esclarecer de forma sólida el sentido de la vida humana se hace preciso abrir nuestra mirada a la riqueza del ser en toda su magnitud, y también al ser personal del propio hombre -hombre y mujer-, que es alguien y no algo. También nosotros mismos, ni más ni menos que los demás. Reconocer en todo ser humano el valor y la dignidad de la persona implica llegar a descubrir que la persona es "alguien" y no simplemente "algo", que es siempre más que lo que hace, que es un ser dotado de intimidad y por lo tanto puede darse a sí mismo en lo que hace y decidir la orientación de su vida. Por eso no se le debe tratar como a una cosa.

El reconocimiento de la dignidad de la persona es lo que se llama respeto. El respeto es la puerta por la que se accede a una convivencia justa -la justicia consiste en tratar a todas las personas y las cosas según corresponde-.

Ahora bien, aquí el sentido de la vida no puede ser el éxito a ultranza, sino más bien una actitud que lleva a convertir en don lo que se vive, acontecimientos relevantes o cotidianos, incluso el fra­caso, el dolor o la muerte, cuya presencia pone a prueba la toma de postura ante la propia vida.

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3.- La "lógica del don".

¿Y qué es lo que puede convertir la vida en un don? El amor, la gratuidad como forma de vivir: tanto lo más relevante como lo más cotidiano, e incluso aquello, como el fra­caso, el dolor o la muerte, cuya presencia pone a prueba la orientación de la propia vida. Todo adquiere así pleno sentido -sin perder su dramaticidad- al convertirse en don, originando vínculos de fidelidad con aquellas personas a las que dicho don se dirige: "Eres responsable para siempre de lo que has domesticado.”

Por ejemplo, hacer del sufrimiento un don por medio del amor –ya que se puede sufrir y hasta morir por amor a alguien- es convertirlo en sacrificio, sacrificarse por quien amamos. El tiempo, el trabajo, el cultivo de sí mismo, y todo cuanto el hombre puede convertir en don queda así redimido de la irrelevancia: “El tiempo que perdiste por tu rosa hace que sea tan importante... Seré para ti único en el mundo, serás para mí único en el mundo..." (A. Saint-Exupéry: El principito). El mundo circundante y la propia vida se convierten así en ámbitos de en­cuentro –trabajo, ocio, enfermedad, celebración, amistad...- en los que todo se "polariza" en función del don. El amor puede dar sentido a todas las cosas: "Gano por el color del trigo..." ¿...Y si, además, el ser humano, la persona, estuviera hecha para el don; más aún, si todo ser humano, cada persona, fuera eso precisamente, un don?

Si estuviéramos hechos para el don, estaríamos llamados a dar lo que somos, a aportar lo que llevamos dentro al mundo, a los otros. Si aprendiéramos a ver el ser de las cosas desde el asombro -con el asombro, dice Aristóteles, empezó la filosofía-, y descubriéramos que la realidad misma es un don para nosotros... Pero es que realmente es así. Hemos venido a la existencia gratuitamente, sin procurarlo ni merecerlo. Por consiguiente, la existencia y la vida se nos han "dado", en verdad, gratuitamente.

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Lancemos entonces una hipótesis: Si cada uno de nosotros es un don, si la vida y la existencia son un don, entonces podría decirse que -al menos para el ser humano, que puede disponer de sí mismo gracias a su libertad- "ser", existir, realmente, humanamente, tendría que consistir en "darse", en contribuir al don que es la vida y la existencia.

Sólo a través de la propia experiencia puede constatarse si en este movimiento de exteriorización y creatividad responsable radica la felicidad.

Y de hecho lo que observamos, si meditamos a fondo, es que desde el punto de vista moral es libre la persona que puede convertir en don, en servicio, en regalo, lo que es; es decir, quien orienta su vida al bien, quien convierte su actividad en bien y por lo tanto quien puede expresar en el mundo su riqueza interior -su intimidad- y su creatividad. No es descabellado pensar entonces que estará más satisfecha la persona que da lo que es y observa que, gracias a ese don libremente donado, mejora palpablemente el mundo que le rodea. Su vida tiene entonces un sentido: el de aportar bien al mundo.

Comprender la propia existencia desde la lógica del don significará entonces percatarse de que el fin esencial de vivir consiste en dar algo de lo que uno es, en exteriorizarlo, pues sólo de ese modo se enriquece cualitativamente la realidad, se hace más bella, más plural, se humaniza, se continúa el proceso creativo del mundo. Pero la mayor sorpresa es que, en el fondo, como afirma Dominique Lapierre, sólo se tiene lo que se da, y que lo que no se da, se pierde. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si el descubridor de la penicilina no hubiera hecho público y practicable su descubrimiento, guardándolo sólo para él? Pero, ¿qué es un don? El don es una forma de servicio que excluye, en la intención, la obligación de retorno. Puede haber en ella reciprocidad, pero ésta siempre es libre, gratuita. Uno no da para recibir nada a cambio, sino por interés sincero hacia el bien del otro a quien se ofrece el don.

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4.- No es lo mismo ‘valor’ que ‘precio’.

Todo esto se refleja perfectamente en las palabras que se intercambian después de dar algo gratuitamente. El que recibe suele responder diciendo “-Gracias”, “muchas gracias”. De ese modo manifiesta gratitud hacia el otro por haber recibido una gracia, un don, algo no exigido ni exigible sino gratuito. Y el que ha dado suele replicar “-De nada”. Con estas palabras, quien da libera al que recibe de la obligación de corresponder después, porque recalca que lo ha hecho libremente, por “nada”, sin esperar otra cosa a cambio.

Al situarnos en este tipo de relación y de valoración, descubrimos que existen ciertos bienes o valores que no se ven ni se miden, que no son susceptibles de cálculo, pero que hacen que esta vida valga la pena ser vivida: El amor personal, la amistad, el perdón, incluso la experiencia de la belleza, las personas mismas…, que no pueden ser comprados ni vendidos, ni producidos o usados con una finalidad posesiva. ¡¡Resulta que, precisamente lo más importante, lo más valioso en la vida, es gratuito!!En el don se expresa la persona, que se pone a sí misma en lo que da; y lo que se da persigue el bien de la persona a que se ofrece el don. Las cosas donadas adquieren también así un significado personal.

Se dice también en El Principito: “Sólo se conocen las cosas que se domestican. Los hombres no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres tener un amigo, ¡domestícame! (…) En tu planeta los hombres cultivan cinco mil rosas en un mismo jardín, y no encuentran lo que buscan…, pero lo que buscan podrían encontrarlo en una sola rosa o en un poco de agua… “ (Caps. 21 y 25)

En estas sutiles apreciaciones se esconde un certera crítica y desmentido a la mentalidad moderna basada en el hacer y en el tener como fuentes del máximo valor (reducido aquí a "precio") para las cosas, las acciones y las personas. Y este es precisamente el mayor engaño de la mentalidad pragmática dominante en la Modernidad: pensar que en el fondo somos lo que tenemos, que somos los que hacemos.

Pero la verdad es otra: la persona es siempre más que lo que hace. Y sólo un amor incondicional adecuadamente dirigido a una persona es capaz de sacarla del “anonimato” de considerarse a sí misma sólo una más entre otras muchas, y de hacerla reconocerse valiosa por el mero hecho de ser, de ser ella misma: -"Si me domesticas, serás para mí único en el mundo, seré para ti único en e mundo", afirma el zorro al principito-.

No se niega el valor relativo del tener y del hacer, sino que, bien orientados, se subordinan relativamente al valor de la persona, del ‘ser mejor’ del otro.

Y es que además, el ser humano, en cuanto persona, no es una máquina de calcular, sino un ser asombrosamente capacitado para el don y que halla su felicidad en el don de si mismo. Porque este es el gran estupor: el ser humano es persona, un ser llamado a darse a sí mismo a través de su actividad, y cuanto más da, más crece y es más plenamente humano. La persona es el ser que puede dase a sí mismo sin perderse, antes bien, cuando se da a sí misma en lo que hace o en lo que da, más plena y satisfecha se siente.

Por eso, al ofrecer un don estamos proporcionando las condiciones adecuadas para que el otro dé lo mejor de sí mismo. Cuando el otro corresponde al don incondicionado recibido no se cancela ninguna deuda: acontece un encuentro de gratuidades.

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La gratuidad funda una relación de reconocimiento personal, que acentúa la identidad del otro, su unicidad, su valor y dignidad de persona; el protagonismo lo ostentan las personas. En cambio en una relación de mera transacción o intercambio mercantil, lo de menos es la persona del otro como persona, lo que importa es el precio, la equivalencia entre lo que es objeto de transacción; el protagonismo lo ostenta el precio de las cosas.

El amor, escribe Alain Finkielkraut, trasciende la justicia, pero no la niega; va más allá pero no la contradice. No es que haya que despreciar o suprimir los contratos, los intereses, o la dimensión instrumental de la vida. No. En absoluto. Pero se trata de medios, no de fines, de aspectos relativos a lo más valioso y digno: la persona humana y su fecundidad constitutiva. Darse no es contrario a la naturaleza humana; todo lo contrario: es su vocación y coronación.

A veces se insiste en que “los negocios son los negocios” para eludir los límites y principios de la ética. Sin embargo, la explotación y la injusticia, la consideración de las personas como meros instrumentos o medios al servicio de intereses más altos, el objetivo exclusivo del beneficio al ultranza, sin mirar al horizonte del bien común (que incluye tratar a las personas como personas y no como objetos, mercancías o meros instrumentos de producción), corre el peligro cierto de destruir riqueza y de crear pobreza real.

Más aún, se olvida que la verdadera justicia consiste, no en el mero 'cosa por cosa' y en el ‘te doy para que me des’, sino en la consideración y el trato de toda persona precisamente como la persona que es, de acuerdo con lo que le corresponde por su dignidad, y esto implica, estrictamente, dirigirse a ella desde la lógica del don y de la gratuidad.

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EPÍLOGO

LOS TRES CANTEROS


Tal vez alguno recuerda aquella historia de los tres canteros. Se cuenta de un viajero que se acercó a aquel grupo de canteros y preguntó al primero:

“-¿Qué estás haciendo? -Ya ves –respondió-, aquí, sudando como un idiota y esperando a que lleguen las ocho para largarme a casa.”

“-¿Qué es lo que haces tú?”, preguntó al segundo. “Yo –dijo- estoy aquí ganándome mi pan y el de mis hijos.”

“-Y tú –preguntó al tercero- ¿qué es lo que estás haciendo?”

“-Estoy –respondió el tercero- construyendo una escuela, ¡verás qué escuela!.”

Es bueno repensar esta vieja historia, porque realmente los hombres no hacemos lo que materialmente realizan nuestras manos, sino, sobre todo, aquello hacia lo que camina nuestro corazón, es decir, el sentido. Y así es como tres canteros pueden picar las mismas piedras, pero mientras uno las convierte en maldito sudor, otro las vuelve pan y un tercero trascendencia.

Por eso habría que reivindicar mucho más el “sentido” de las cosas que las cosas mismas; habría que preguntarse mucho más por la dignidad interior del trabajador y sus ideales que por el mismo valor material del trabajo.

Tema 9: La persona humana y el sentido de la vida

Da la impresión de que esa dignidad de la obra bien hecha, porque es una obra amada, es algo que se está muriendo en nuestro tiempo. La vida se nos ha vuelto tan monetarista que al final ya cuenta únicamente su rentabilidad y no su perfección y plenitud. Quién más, quién menos, todos trabajamos porque no tenemos otra cosa de qué vivir. Pero ¿dónde está el amor a la propia obra, el esfuerzo por hacer el oficio bien, aunque luego nadie aprecie su calidad? La prisa ha hecho presa en nosotros. La chapuza, incluso, se ha vuelto ideal de una obra perfectamente cómoda.

Si todos los hombres amasen en serio su tarea –por pequeña que fuera- el mundo cambiaría. Si el zapatero hiciese bien sus zapatos por el placer de hacerlos bien; si el escritor luchara por expresarse plenamente, despreocupándose del éxito y del aplauso; si los jóvenes construyeran sus almas, no permitiéndose ni un solo descanso por la duda de si llegarán a emplearlas; si la gente amase sin preguntarse si su amor le será agradecido; si los hombres ahondasen sus ideas y las defendiesen con nobleza sin preguntarse cuántos las comparten; si los políticos hicieran bien su oficio de servidores, despreocupándose de las próximas elecciones; si hombres y mujeres cuidasen sus almas la décima parte que sus vestidos y su aspecto; si los canteros pensasen más en la escuela para niños que construyen que en el sudor que les cuesta...; si todo eso pasase, ya no tendríamos motivos para quejarnos de lo mal que va el mundo, porque varios miles de millones de hombres y mujeres orgullosos de lo que hacen habrían vuelto la tierra habitable.

Y todos, seguro, seríamos más felices. Pero para eso hay que empezar poco a poco y, sobre todo, sabiendo hacia dónde hay que ir.
Por eso la búsqueda de la verdad -de la verdad acerca del sentido de la vida- es precisamente uno de los más nobles significados de la Filosofía.

"¿Tu verdad? No. La verdad.
Y ven conmigo a buscarla.
La tuya, guárdatela."

ANTONIO MACHADO


ACTIVIDADES

1. ¿Qué diferencia hay entre “valor” y “precio”? ¿Qué importancia tiene esa diferencia en el caso de la persona humana y por qué?.

2. COMENTARIO: LA DIGNIDAD IRREPETIBLE DE LA PERSONA HUMANA

"El presidente citó a su nieto en la heladería Groenlandia...

- Es muy duro, pequeño. Pero así es la vida... Mira, por ejemplo, la guerra... Millones de personas...

- Abuelo -interrumpió Michael con la voz temblorosa-, si tú también vas a empezar a hablarme de que once niños no son nada al lado de los millones de personas...

- Nada de eso -negó el presidente-, jamás diría semejante disparate. Un niño ahogado no es, por supuesto, menos horrible que cien soldados muertos; y un soldado caído es igual de terrible que cien niños ahogados.

- Para Michael, aquello era demasiado complicado.

- Pero uno es menos que cien -murmuró confuso.

- Si se trata de manzanas, sí -dijo el presidente-. Pero... ¿y cuando se trata de vidas humanas? (de personas)... Sólo tenemos una vida -continuó-, y por eso a la hora de morirse no hay grande ni pequeño, no hay muchos o pocos... Entre millones de soldados, cada uno pierde su única vida, del mismo modo que cada uno de los once niños pierde la suya. Yo te entiendo tan bien, Michael, porque paso las noches en vela: igual que tú piensas en tus once, yo pienso en mis millones..." (pág. 251)

MIRA LOBE: Insu-Pu, la isla de los niños perdidos.

CUESTIONES:

1) Resumir brevemente destacando la idea o ideas principales

2) ¿En qué se basa la argumentación del Presidente, el abuelo de Michael, y qué afirmación ética y antropológica subyace a ella?

3) Explica brevemente en que consiste la “dignidad ontológica” de las personas y en qué se fundamenta.

3.- ¿QUIÉN DEFINE LO QUE ES UNA ‘VIDA HUMANA DE CALIDAD’?

Una carta: “dejé de alimentarle y murió a los quince días”

El 28 de febrero de 1974, y con la firma de “A Grateful Parent”, el New England Journal of Medecine, publicaba una carta que, de no haber aparecido en las páginas de la revista más prestigiosa del mundo en temas médicos, nadie habría creído en su autenticidad. Sin embargo, los editores del NEJM habían verificado la identidad del firmante y la veracidad de los hechos. Literalmente, la carta decía así:

«Al Director:

¡Qué alivio fue para mí leer el artículo Dilemas del ‘consentimiento informado’ de los hijos, acerca del derecho de elección de los padres!
Hace poco, mi hijo Raymond fue herido en acción de guerra en Vietnam. Su herida le impidió en gran medida la habilidad de usar sus brazos y piernas, a la vez que le resultaba muy penoso hablar y comer. El médico me informó que era posible su tratamiento, pero que la rehabilitación sería limitada y además representaría un estrés muy grande para mi vida personal. Y aunque la mente de Raymond no había sido afectada por la herida, ¿qué tipo de vida llevaría en adelante? Una vida carente de calidad no tendría ningún sentido.

Decidí suspender el tratamiento: dejé de alimentarle y murió a los 15 días. Me resultó duro verle morir a lo largo de esas dos semanas, pero los frutos de ese sacrificio han sido muchos. Ya he quitado de en medio el desgarramiento emocional y económico que suponía tener que cuidar a un hijo minusválido durante el resto de mi vida. Incluso he podido comprarme un coche nuevo con los dividendos de su póliza de seguros.

Era ya hora de que, como padres, se nos ofreciese una razón humanitaria para poder deshacernos de nuestros hijos.»

«A Grateful Parent»

El contenido de esta carta se presta a profundas reflexiones. En concreto, hemos subrayado la frase “una vida carente de calidad no tendría ningún sentido”. Lancemos a nuestra reflexión algunas preguntas de interés:

1) ¿Cómo entiende la ‘calidad de vida’ el firmante de la carta?
2) ¿Cuál es el sentido que ha de tener la vida para quien piensa como el autor de la carta?
3) ¿El sufrimiento reduce la dignidad de la persona que sufre? ¿Qué peligros para la dignidad de las personas puede encerrar la actitud que toma el bienestar como fin último de la vida?

4.- Comentar el siguiente texto, aplicando las reflexiones que hemos ido haciendo en la parte teórica del tema sobre el sentido de la vida.

"No existe ninguna situación en la vida que carezca de auténtico sentido. Este hecho debe atribuirse a que los aspectos aparentemente negativos de la existencia humana, y sobre todo el sufrimiento, la culpa y la muerte, también pueden transformarse en algo positivo, en un servicio, a condición de que se salga a su encuentro con la adecuada actitud y disposición.

Y sin embargo se llega al vacío existencial, debido a que la sociedad de la opulencia sólo satisface necesidades del tener, pero no la voluntad de sentido. "Tengo 22 años -me escribía un estudiante norteamericano-. Poseo un título universitario, tengo un coche de lujo, gozo de una total independencia financiera y se me ofrece más sexo y prestigio del que puedo disfrutar. Pero lo que me pregunto es qué sentido tiene todo esto." (...)

En la época de la opulencia la mayoría de las personas tiene lo suficiente para vivir, pero muchos, derrotados por su soledad y su vacío existencial, ignoran para qué vivir. Debe producirse un desplazamiento en nuestra mirada de los medios de vida al objetivo y la meta de la vida, al sentido de la vida. ¿Por qué la vida nunca deja de tener un sentido? Porque el hombre es capaz de transformar en servicio cualquier situación que, aparentemente, no tiene ninguna salida."

(VIKTOR E. FRANKL: Ante el vacío existencial. Herder, Barcelona, págs. 35-37

PAUTAS DE LA RESPUESTA:

  1. ¿Qué dice el texto? Resumir y destacar la idea principal
  2. ¿Por qué lo dice? Exponer las claves o fundamentación teórica de la argumentación que se sigue en el texto.
  3. Valoración personal razonada del texto.

5.- COMENTARIO DE TEXTO. ANTOINE DE SAINT-EXUPERY: El Principito.

“—Buenos días -dijo el principito.
—Buenos días -dijo el guardaagujas.
—¿Qué haces aquí? —preguntó el principito.
—Clasifico a los viajeros por paquetes de mil y despacho los trenes que los llevan, ya a la derecha, ya a la izquierda.
Y un tren rápido iluminado, rugiendo como el trueno, hizo temblar la caseta del guardaagujas.
—Tienen mucha prisa —dijo el principito—. ¿Qué buscan?
—Ni siquiera el conductor de la locomotora lo sabe —dijo el guardaagujas. Y un segundo rápido iluminado rugió en sentido inverso.
—¿Ya vuelve? —preguntó el principito. —No son los mismos —contestó el guardavía—. Es un cambio.
—¿No se sentían contentos donde estaban? —Nunca se siente uno contento donde está —respondió el guardavía. Y rugió el trueno de un tercer rápido iluminado.
—¿Van persiguiendo a los primeros viajeros? —preguntó el principito.
—No persiguen absolutamente nada —le dijo el guardaagujas—; duermen o bostezan allí dentro. Únicamente los niños aplastan su nariz contra los cristales.
—Solo los niños saben lo que buscan —dijo el principito. Pierden el tiempo con una muñeca de trapo y viene a ser lo más importante para ellos, y si se la quitan, lloran...
—¡Qué suerte tienen! —dijo el guardavía.

(...) —Los hombres -dijo el principito- se encierran en los rápidos pero no saben lo que buscan. Entonces se agitan y dan vueltas...

(...) —En tu tierra —dijo el principito— los hombres cultivan cinco mil rosas en un mismo jardín... y no encuentran lo que buscan.
—No lo encuentran... —respondí.
—Y, sin embargo, lo que buscan podría encontrarse en una sola rosa o en un poco de agua... Pero los ojos están ciegos. Es necesario buscar con el corazón."

PAUTAS DE LA RESPUESTA:

a. ¿Qué dice el texto? (síntesis e ideas más destacadas, términos más importantes...)
b. ¿Por qué lo dice? (situar el texto en el contexto del capítulo y do todo el libro, qué claves de comprensión pueden ayudar a entenderlo, qué aplicación puede tener para la vida de las personas...)
c. Valoración personal razonada.

6.- COMENTRIO DE TEXTO. LOS TRES CANTEROS.

Comentar el texto, aplicando al mismo las claves explicativas pertinentes relativas al humanismo inmanentista y al humanismo trascendente.

Se cuenta de un viajero que se acercó a aquel grupo de canteros y preguntó al primero:

“-¿Qué estás haciendo? -Ya ves –respondió-, aquí, sudando como un idiota y esperando a que lleguen las ocho para largarme a casa.”
“-¿Qué es lo que haces tú?”, preguntó al segundo. “Yo –dijo- estoy aquí ganándome mi pan y el de mis hijos.”
“-Y tú –preguntó al tercero- ¿qué es lo que estás haciendo?” “-Estoy –respondió el tercero- construyendo una escuela, ¡verás qué escuela!.”

Pautas para el comentario:

a. ¿Qué dice el texto? (síntesis e ideas más destacadas, términos más importantes...)
b. ¿Por qué lo dice? (situar el texto en el contexto del tema, qué claves de comprensión pueden ayudar a entenderlo, qué aplicación puede tener para la vida de las personas...)
c. Valoración personal razonada.

7.- COMENTA ESTE “VIEJO” ANUNCIO PUBLICITARIO:

Tema 9: La persona humana y el sentido de la vida

Observa:

  • Es un anuncio de un coche…
  • El joven agarra con su mano derecha el volante del vehículo y con la izquierda, la cintura de la muchacha…
  • Observa el eslogan (“Ya lo tienes todo…”).

¿Puedes decir si en él se observa una valoración de las personas que no está de acuerdo con su dignidad? ¿Por qué?