Tema 11: Dimensión social del ser humano

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Tema 11: Dimensión social del ser humano
  1. INTRODUCCIÓN.EL ESTUDIO DE LA VIDA SOCIAL
  2. LA SOCIABILIDAD. INDIVIDUO Y SOCIEDAD
  3. LA SOCIALIZACIÓN Y LA CULTURA. INTEGRACIÓN Y MARGINACIÓN SOCIAL
  4. LOS NÚCLEOS DEL TEJIDO SOCIAL: GRUPOS E INSTITUCIONES
  5. ¿SOCIEDAD, PARA QUÉ?
  6. PODER Y AUTORIDAD SOCIAL. EL DERECHO
  7. EL ESTADO, ÓRGANO DE LA AUTORIDAD SOCIAL

ACTIVIDADES


1. INTRODUCCIÓN. EL ESTUDIO DE LA VIDA SOCIAL

La Filosofía social

Tema 11: Dimensión social del ser humano

La vida del hombre en sociedad es un hecho universalmente apreciable desde las coordenadas del tiempo y del espacio: siempre y en todo lugar la huella humana brota, discurre y se encamina hacia el encuentro con sus semejantes. La sociedad humana es un ámbito de encuentro donde la vida del hombre y de la mujer adquiere perfil y rostro personal.

La reflexión a cerca de los fundamentos de la sociedad, como dimensión inherente al vivir humano, es asunto de la filosofía. La filosofía social intenta explicar, a la luz de lo que son de suyo la persona humana y el complejo entramado de sus relaciones, porqué y para qué existe la sociedad, porqué el hombre la busca y la construye, porqué la detesta sin poder rehuirla por completo como si de su sombra se tratara, qué es lo que la hace humana y qué puede, en ella, deshumanizar al hombre (varón o mujer).

Las relaciones sociales presentan modalidades muy variadas: económicas, efectivas, jurídicas, educativas, políticas, etc. La reflexión filosófica está atenta a todas ellas, preguntándose y analizando qué le va al hombre en cada una y en su conjunto, cual es su puesto, qué es digno e indigno de él, cómo articula en ellas lo común a todos y lo diverso y lo propio de cada individuo, qué finalidades le permiten alcanzar. En este marco, la Etica Social, más concretamente, determina cómo debe conducirse el hombre en sus relaciones sociales para alcanzar su plenitud como persona y para contribuir al bien de sus semejantes.

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La Sociología

Pero, así como la pregunta acerca de los fundamentos es tarea filosófica y ética, la Sociología empírica se dedica al estudio descriptivo de las relaciones que de hecho configuran la sociedad humana, sus unidades –grupos, instituciones, comunidades...- y procesos fundamentales –socialización, estratificación, conflictos, mecanismos de control, fenómenos de marginación, tendencias generales de comportamientos, etc.-

El estudio de las tendencias observables lleva al sociólogo a establecer correlaciones y predicciones que suelen aplicarse en diversas actividades sociales, como las políticas y económicas. En la práctica, las actividades y sectores que se relacionan con poblaciones numerosas suelen acudir a los análisis sociológicos, buscando explicaciones a determinados comportamientos generales o intentando adivinarlos e incluso, en ocasiones, provocarlos.

No, obstante, toda explicación cabal ha de calar en los fundamentos y porqués radicales de las cosas. Por tal motivo, la mera descripción o definición de tendencias y correlaciones no ofrece una justificación plena de los comportamientos humanos, que son sujetos dotados de libertad y responsabilidad, y no masas anónimas. Los motivos concretos que guían la conducta humana obedecen –o desobedecen- a determinadas valoraciones, criterios y concepciones del mundo que rebasan la conducta meramente reactiva ante estímulos, aunque experimenten condicionamientos evidentes.

Por ello, la comprensión de lo social no debe rechazar ni los análisis empíricos y estadísticos, ni los de la reflexión filosófica o los juicios de la consideración moral. Así, por ejemplo, la conducta generalizada de ciertos sectores de la juventud en un momento dado, pera ser cabalmente comprendida, puede ser objeto de estudios casuísticos y de campo, para indagar su amplitud e incidencia cuantitativa, los rasgos más representativos, las variantes que pueden presentar, etc. –análisis sociológico-; puede llevar al estudio de las causas inmediatas y remotas que concurren en determinados gestos o en un hecho global, a estimar posibles consecuencias y repercusiones en la personalidad de los protagonistas... –estudio filosófico-; finalmente puede merecer juicios de valor moral, parciales o globales, de aprobación o condena, etc. –análisis ético-.

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Vivir, para el hombre, es convivir

Nosotros vamos a realizar aquí una aproximación fundamentalmente filosófica, pero integrando en ella conceptos y análisis acuñados por la Sociología y también ponderaciones de valor, que entrañan un claro componente ético. Nuestro propósito es acercarnos a los fundamentos y las claves que nos parecen más esenciales a la hora de comprender que la vida en sociedad, en palabras de Xavier Zubiri, “no es una realización externa que modifica a un hombre ya constituido en su ‘plena’ realidad, sino que la realidad del hombre sólo es ‘plena’ por envolver ya su radical socialidad”.

Partiremos de algunas reflexiones que nos ofrecen importantes pistas al respecto. Así, una de las experiencias más bienhechoras que puede acontecer en la vida de un ser humano es la de constatar que es acogido y aceptado, confirmado frente a toda incertidumbre, por otra u otras personas, con independencia de intereses utilitarios. ¿Obedece el que esto ocurra a alguna razón profunda, constitutiva del modo de ser propiamente humano, o se trata de un dato puramente accesorio?

Se ha dicho que “el hogar es un sitio al que siempre se puede volver”. La experiencia de saberse en la propia casa, de contar con un refugio donde cesa el miedo y alguien espera, ofrece una sensación honda, una convicción cierta de que no se está solo en el mundo, de que se es importante para alguien, de que uno ciertamente existe.

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La desnudez y la acogida: morada y maternidad

Cuando un ser humano se encuentra a la intemperie, no sólo en el sentido físico, sino aún más en el sentido afectivo y personal, tiende a buscar un cobijo, un lugar de abrigo, protección y seguridad. Añora o se procura un espacio físico o un ámbito de afecto personal donde pueda “estar”, donde pueda ver arropada la desnudez de su indefensión. El vestido, la vivienda o morada y la amistad, constituyen en este sentido una prolongación de la propia piel, un medio connatural destinado a mantener o avivar el calor de la propia corporalidad, o el de la propia identidad y conciencia de sí mismo, aún más necesario que el del cuerpo.

Martin Heidegger, entre otros, ha llamado la atención sobre el carácter protector de la vivienda humana: habitar una casa, vivir en la propia morada o ser acogido en la del amigo, significa “sentirse protegido sobre la tierra; su estancia en la tierra la siente el hombre seguro, amparada, protegida”. Pero la casa no es una mera protección contra el frío o las inclemencias del entorno físico; de hecho, está presente lo mismo en los medios cálidos en que habita en hombre, resultando una manifestación específicamente humana. La protección, más que del espacio cubierto o acotado, nace de la compañía, de la creación de un ámbito de convivencia, de intimidad compartida: El hombre construye casas porque necesita proyectar espacialmente su intimidad: mi casa es mi intimidad, un lugar íntimo, y cuando invito a un amigo a mi casa, le invito a estar íntimamente en mi compañía. En esto se diferencia precisamente la vivienda humana de la madriguera o el nido.

La morada humana se muestra así como manifestación y expresión de la propia identidad, de la vida que se está dispuesto a compartir con personas especialmente cercanas a las que se le brinda una predilección: la de compartir estrechamente la propia vida. La intimidad no excluye la relación interpersonal, sino que la reclama. De este modo el cuidar y decorar la casa, hacerla original y acogedora, tiene el mismo sentido que cuidar el propio aspecto exterior y cultivarse interiormente para brindar lo mejor y más logrado de uno mismo. La vivienda humana puede ser también un signo de ostentación personal, un modo de manifestar a los otros lo que se es o se aparenta ser.

Hasta qué punto es connatural la convivencia para el ser humano lo manifiesta la primera y más radical experiencia en el inicio de la vida, el sentirse rodeado y acogido por la maternidad. La urdimbre afectiva creada entre el recién nacido y su madre constituye la primera y más decisiva experiencia de acogida en la vida del ser humano, supone encontrarse siendo centro inequívoco de atención concreta y, en cuanto al mérito, gratuita. La falta de amparo maternal, del encuentro humano primigenio, constituye por ello la mayor de las miserias.

La acogida y protección de la que el ser humano es objeto en el amanecer de su vida marca el inicio de su crecimiento, la afirmación incipiente de su personalidad. La indefensión del hijo es reparada por el afecto, el alimento, el calor y la atención de la madre. Esta radical relación que entrelaza sangre y afecto manifiesta, por una parte, la originaria receptividad y dependencia del ser humano y, a la vez, una aportación reparadora y plenificante que estriba en la donación de sí brindada por la madre a su hijo recién nacido.

El hombre nace biológicamente prematuro, y el primer hecho diferencial humano es la familia –morada y maternidad-, un reducido ámbito de convivencia humana que sale al encuentro de la innata precariedad del hombre y busca el enriquecimiento humano de sus miembros mediante la distribución de tareas y el cuidado mutuo. Se manifiesta así que vivir, para el ser humano, es convivir, compartir la vida teniendo que contar de alguna forma con otras personas.

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Comunicación, leguaje y cultura

La posibilidad de convivir radica en que el ser humano puede y necesita comunicarse, poner su ser en común. Las posibilidades de la comunicación humana adquieren profundidad y amplitud gracias al lenguaje: al lenguaje específicamente humano, al uso de la palabra o lenguaje articulado, que abre al hombre horizontes inmensos.

El lenguaje articulado permite sustanciar la realidad y darla a conocer, expresarla y transmitirla. Así, la palabra “Europa”, por ejemplo, condensa una enorme riqueza de contenidos históricos, geográficos, políticos o culturales. La palabra ayuda a definir los perfiles de la realidad, se hace vehículo del acontecimiento, de la experiencia, del deseo, de la acción, del sentido. El lenguaje humano, convencional y elíptico –no sólo enuncia, también sugiere y oculta-, presupone una relación de connaturalidad entre las personas y, a la vez la confirma: el lenguaje educa y comunica; resulta una expresión patente de la apertura constitutiva del ser humano.

La convencionalidad del lenguaje articulado –la atribución de una significación no vinculada directamente a necesidades y estados fisiológicos, que no “imita a las cosas”- permite, por lo demás, la creación de mundos simbólicos, es decir, de la cultura y sus múltiples manifestaciones. La cultura es el cultivo de lo humano, en el mundo y en el propio hombre. El hombre está en el mundo cultivándolo; al cultivarlo aporta, añade algo nuevo al mundo, y brinda un mundo “humanizado” como don disponible para otros hombres: la cultura se hace tradición y configura el mundo en el que el hombre habita. Las palabras, como las costumbres, abren posibilidades al hombre desde las cosas y las acciones, no se limitan a reflejarlas.

El lenguaje y la cultura, testigos elocuentes de la singularidad de lo humano en el mundo, son realidades compartidas, esencialmente vinculadoras, manifestaciones de la connatural apertura de hombre a sus semejantes. Son facetas del espíritu.

Todos estos análisis y otros posibles permiten advertir que el ser humano no puede concebirse al margen de la vida en sociedad, como individuo aislado y autosuficiente.

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2. LA SOCIABILIDAD. INDIVIDUO Y SOCIEDAD

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Dimensión de la persona

La sociedad no es algo que sobrevenga al hombre de un modo externo, como algo conveniente pero de lo que pudiera prescindir. No es fruto de un pacto histórico (ni menos aún ficticio), promovido tan solo por el miedo o el interés, como propusieron en su día Hobbes, Locke o Rousseau, entre otros. Lo social es una vertiente esencial de la persona fundada en su apertura constitutiva, necesitada de dar y de recibir. La radical inclinación a dar y recibir entablando relación con otros seres humanos se denomina sociabilidad.

Esta dimensión del ser humano supone al mismo tiempoefusividad,o necesidad de dar, y dependencia, o necesidad de recibir. Esta doble tendencia expresa que el hombre es un ser comunicable, que puede darse así mismo sin perderse, sin que ello le reste identidad. Antes bien, la relación interpersonal, tanto más cuanto más profunda sea, favorece y es condición para un mejor conocimiento y cultivo de sí mismo, para una verdadera y completa autoafirmación.

La limitación y la indigencia del ser humano son reparadas por las aportaciones que le brinda su relación con otras personas y sólo en el seno de esa relación puede desarrollar su vida como persona y alcanzar su plenitud. El hombre es un ser constitutivamente dependiente en lo material, relativo a sus necesidades vitales de subsistencia, pero también en lo espiritual, en lo que afecta al cultivo de su inteligencia, su voluntad, su necesidad de orientación, de sentido y de valores.

Pero no es menos cierto que la persona es de suyo efusiva. La dignidad y consistencia ontológica de toda persona supone una sobreabundancia radical, la posibilidad de crecer interiormente cuanto más da de sí misma. Más propiamente aún, el hombre necesita dar para crecer y enriquecerse como persona, para reconocerse a sí mismo como tal. Valga como ejemplo la amistad o cualquier otro valor humano (lealtad, reciedumbre, generosidad, audacia, serenidad, etc.): cuanto más se pone en práctica, mayor es, cuanto más se da, más se tiene. Existe en el hombre una tendencia a la creatividad que le empuja a comunicar el propio bien en múltiples maneras de entrega y proyección hacia el entorno y en último término hacia las otras personas.

La vida en sociedad, al satisfacer necesidades que un individuo por sí solo no puede cubrir, y al ofrecerle posibilidades que por sí solo no puede desarrollar, aporta un incremento esencial en la línea de su naturaleza, enriqueciéndole –moral y materialmente- como persona. Precisamente porque posee interioridad y puede darse a sí mismo en lo que hace, el hombre está abierto constitutivamente a una relación enriquecedora, para sí mismo y también para lo que le rodea –el entorno social y físico-, aquilatando y aportando aspectos de su subjetividad, de su índole humana y personal.

El ser humano es sociable por naturaleza. Su modo constitutivo de ser le pone en relación con otros que son sus semejantes. No es algo convencional y que pueda fabricar a su antojo. Antes bien, le marca pautas de perfeccionamiento porque implica un desarrollo de su dimensión personal por medio de las virtudes y de la satisfacción de sus necesidades.

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Realidades correlativas

Francisco Ayala, entre otros muchos, considera que la contraposición que a menudo se establece entre individuo y sociedad no es pertinente, ya que se da una implicación real y esencial entre ambos.

En apoyo de esta afirmación puede observarse que la única forma de sociedad que conocemos es aquélla en la que los individuos humanos se encuentran ligados entre sí a través del tiempo y del espacio, en virtud de las relaciones mutuas que ellos han ido creando y heredando. Los individuos son los únicos centros de actividad psicológica: emociones, sentimientos, decisiones, invenciones... Sólo cabe atribuir funciones o metas a la sociedad a la luz de las luchas, intereses, aspiraciones, esperanzas y realizaciones de los individuos y de su interacción mutua. No hay sociedad sin personas.

Pero, correlativamente, el que los individuos humanos presenten intereses, aspiraciones y fines dotados de contenido se debe al hecho fundamental de formar parte de una sociedad, de una agrupación de personas vinculadas moralmente entre sí, que comparten de forma estable ciertos aspectos de su vida y persiguen propósitos comunes. No puede haber personas sin sociedad.

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Noción de “sociedad”

Por de pronto, conviene que nos refiramos a la sociedad en general, en su sentido más amplio, tal como hasta aquí hemos hecho. Más adelante distinguiremos formas concretas de sociedad, pero ahora nos referimos a lo que todas ellas tienen de común. Así entendida, pues, es una unión de ciertas personas que se vinculan de forma estable con algún propósito común. En esta misma línea, San Agustín la definía como “un grupo de personas que están básicamente de acuerdo en lo que aman”.

No se trata, pues, de un mero “engranaje”, puesto que no consta de piezas articuladas en función de una planificación externa, ensambladas dentro de un sistema o estructura que las supera y les confiere un sentido meramente utilitario. Los hombres no somos meras piezas de un mecanismo anónimo, ni elementos de un sistema que nos priva de relevancia propia, reduciéndonos a meros componentes o episodios insignificantes de suyo, carentes de valor propio frente a la totalidad.

El ser humano es radicalmente libre, es decir, naturalmente constituido para asumir por su propia determinación el sentido y el contenido de su vida. Por eso es por lo que, al verse en ocasiones sometido a condiciones de explotación o reducido a situaciones indignas, reclama y tiende a la liberación, a la posibilidad de disponer de sí mismo en la orientación de su vida. Un tornillo o una res no son susceptibles de “liberación” en sentido propio.

La sociedad es una agrupación de seres libres, que han de organizarse sin perjuicio de la libertad de sus miembros y que ha de favorecer su desarrollo. Los múltiples condicionamientos que la convivencia trae no obstante consigo, han de plantearse y asumirse de forma tal que no mermen la verdadera y esencial libertad de las personas. La tensión entre libertad y orden social, los problemas relativos a la justicia, a la necesidad de una autoridad, a la armonía entre interés particular y bien común, por ejemplo, se derivan de esta premisa fundamental. De ella se deriva asimismo una esencial diferencia entre la sociedad humana y las agrupaciones animales.

El tipo de unidad humana que constituye la sociedad, aunque presente dimensiones económicas, técnicas o jurídicas, entre otras, es de índole fundamentalmente moral. Radicalmente exigida por la constitutiva apertura de todo ser personal, la convivencia que cualifica al existir humano constituye un apoyo para su originaria indigencia y un ámbito de crecimiento y proyección para su subjetividad creadora, para su espíritu.

Las relaciones que surgen de la convivencia humana entrañan vínculos o deberes personales y colectivos, exigencias derivadas de la dignidad ontológica y operativa de todo hombre, así como de la finalidad que persigue la sociedad, a saber, el beneficio común de sus miembros. Por eso tales relaciones son cauce y medio de perfeccionamiento moral. También son ocasión probable de conflictos y situaciones que requieren el intenso ejercicio de la justicia, la solidaridad, la prudencia, la responsabilidad y la cooperación mutua.

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3. LA SOCIALIZACIÓN Y LA CULTURA. INTEGRACIÓN Y MARGINACIÓN SOCIAL

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Socialización y cultura

Desde la originaria apertura a la vida en sociedad hasta la efectiva integración en la misma, el individuo humano ha de seguir un proceso de asimilación e interiorización de los conocimientos, valores y usos que definen o caracterizan al grupo social. Este proceso se denomina socialización.

Conocimientos, valores y usos constituyen la cultura en sentido social. La socialización –uno de los aspectos o dimensiones de la actividad educativa- es un proceso continuo y de suyo siempre abierto, que tiene lugar mediante el contacto con distintos grupos sociales y constituye la base de toda interacción social.

Este proceso de aprendizaje social supone una adaptación a los usos y pautas de comportamiento generales por medio de diversos cauces de comunicación, de situaciones y de actitudes que aportan refuerzos positivos y negativos sobre el telón de fondo de la cultura social vigente.

La cultura de una sociedad comprende en primer lugar el modo que ésta interpreta el mundo (las ideas y las creencias compartidas); segundo, las pautas de comportamiento que espera de sus miembros (el “ethos” o conjunto de valores y principios de los que se alimenta una colectividad en un momento dado, las normas legales establecidas y las meras habilidades, costumbres y usos vigentes) y, por último, comprende los instrumentos, objetos y recursos materiales que los hombres han ido fabricando para facilitar su vida y su actividad.

Dentro de una cultura dada pueden existir varias subculturas, o modos de vida propios de un grupo social que está dentro de una sociedad más amplia, y cuyas pautas de comportamiento son en parte similares y en parte diferentes de las de la cultura en que están inmersos. Se habla, por ejemplo, de subculturas como la juvenil, la gitana, la “jet society”, la hispana o la negra (afroamericana) en EEUU, etc.

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Autoconcepto y agentes de socialización

Una manifestación clara de la dependencia del ser humano respecto a sus semejantes es la necesidad del reconocimiento ajeno para la formación de la idea que uno tiene de sí mismo, del autoconcepto. Las personas con las que se convive constituyen algo así como un “espejo psicológico” –la idea es del sociólogo Charles H. Cooley-, en que uno observa qué reacciones provoca el propio comportamiento. En la infancia, el “espejo psicológico” fundamental son los padres y los demás componentes de la familia. Más tarde los grupos de referencia se van ampliando: escuela, amigos, medios informativos, ambientes de diversión... Se trata de agentes de socialización que, además de transmitir formal o informalmente saberes, hábitos y creencias, ofrecen con sus actitudes de estímulo o rechazo pautas para la aceptación propia y el desarrollo de la personalidad de los individuos.

Desde este punto de vista, una persona que va alcanzando cierta madurez escoge determinados grupos de referencia con los que se identifica de algún modo y que brindan un apoyo a su autoestima. Precisamente, una de las dificultades que trae consigo una sociedad compleja, como puede ser la nuestra actual, consiste en la dificultad de encontrar referentes nítidos y valiosos que ofrezcan modelos de vida coherentes e integradores.

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Socialización y personalización

La verdadera socialización no ha de entenderse como una absorción de la persona por la sociedad global –que acarrearía situaciones o procedimientos de masificación, despersonalización o manipulación-, sino como una intensificación de las relaciones sociales, aceptada libremente por las personas. La socialización debe ser al mismo tiempo y sobre todo un proceso de personalización.

A lo largo de este proceso, y a través de los diferentes grupos sociales en los que participan los individuos, éstos deben incrementar su responsabilidad, la conciencia de su identidad y su protagonismo como sujetos en las relaciones a través de las que se vinculan con sus semejantes.

Socialización y personalización no son procesos antagónicos sino integrables y complementarios. La persona necesita de la vida social para desarrollarse plenamente como tal, y la sociedad no es un fin en sí misma sino un clima moral y una estructura de relaciones humanas al servicio del desarrollo personal de sus miembros.

El fruto del proceso de socialización es la integración social de las personas, que no ha de entenderse como la colocación exacta y precisa de unas piezas en un engranaje, es decir como el sometimiento de los individuos al funcionamiento global del sistema, sino como el afianzamiento de la identidad individual y del sentido de corresponsabilidad, como el logro por parte de las personas de una conciencia o percepción de sí mismas como sujetos de responsabilidad y como artífices de la convivencia.

La pertenencia al grupo social, la integración en el mismo, es adecuada si contribuye a afianzar la personalidad de sus miembros, la unidad moral o solidaridad entre sujetos que ponen su iniciativa creadora al servicio del bien común. Esto es sólo viable si existe un tejido social compuesto por grupos de diversa índole –familiar, cultural, laboral, educativa, económica, lúdica, etc.- en los que es significativa la aportación personal de sus miembros, en los que éstos mantienen viva y emprendedora su capacidad de elegir entre el bien y el mal, de responder con iniciativas a sus problemas, de participar según su competencia en las decisiones que les afectan y de comprometerse con estas decisiones.

Contra esto atentan a menudo los sistemas económicos o administrativos de fuerte centralización, los centros de decisión que se distancian de la realidad que viven las personas, los procedimientos burocráticos en los que los medios, por su complejidad, entorpecen el logro de los fines y la solución de los problemas, los planteamientos impersonales que por su propia mecánica expulsan fuera del sistema a los individuos que no alcanzan la eficacia apetecida, suscitando así bolsas de marginación social y conductas pasivas e insolidarias entre los ciudadanos, trabajadores o administrados.

La vitalidad de las asociaciones o grupos “intermedios” preserva la subjetividad –la libertad responsable y la valoración- de las personas. Por eso no han de ser absorbidos o sustituidos en su dinámica propia, sino estimulados en el logro autónomo de sus fines, mientras no atenten de modo insolidario contra el bien común. Esto es lo que se conoce con el nombre de principio de subsidiariedad.

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4. LOS NÚCLEOS DEL TEJIDO SOCIAL: GRUPOS E INSTITUCIONES

Sociedad y sociedades

La sociedad –globalmente considerada- no es una realidad uniforme y continua, sino cuajada de relaciones y unidades de muy diversa índole a las que se suele denominar también “sociedades” y que incorporan matices y características más concretas. Entre ellas destacan los llamados grupos sociales.

Hemos mencionado varias veces el concepto de grupo social. Se trata de un concepto básico de la sociología moderna. Es un conjunto de personas que interactúan entre sí y que comparten una conciencia de pertenencia y filiación basada en la prosecución de objetivos comunes.

Se distingue del mero conglomerado social, el cual es un conjunto de personas que están ocasionalmente juntas, de modo accidental: los pasajeros de un tren a los asistentes a un espectáculo deportivo, por ejemplo.

También se diferencia de la llamada categoría social –se habla a veces de “personas de alta o baja categoría social”, por ejemplo-, que es un conjunto de personas que tienen alguna característica común de relieve: la misma profesión (funcionarios, periodistas...), religión (católicos, musulmanes...), problema de salud (diabéticos, toxicómanos...), etc. A la posición que se atribuye a una persona o grupo de personas desde el contexto social al que pertenecen se le denomina técnicamente estatus. Es el reconocimiento o valoración social que se brinda a determinada persona por ocupar un determinado puesto en el tejido social. Las personas pertenecientes a determinada “categoría social” suelen compartir algún tipo de estatus, como en los ejemplos recién citados.

A su vez, el conjunto de deberes y funciones que se adscriben a una determinada posición social, es decir, el comportamiento social esperado, recibe el nombre técnico de rol (papel social). El rol es en cierto modo independiente del individuo que lo desempeña; así, se presuponen o esperan determinados atributos y comportamientos del padre, del catedrático, del juez, de político, etc. Esas expectativas sociales suponen una cierta obligación para el individuo sobre el que recaen, que no puede eximirse de ellas sin sufrir algún tipo de recriminación social. Un caso muy claro de ello es el desprestigio público en casos de corrupción por parte de algunos políticos.

Se suele hablar también de la sociedad global –no como sinónimo de mera convivencia o relación interpersonal, sin referencia a un tipo de comunidad concreto- para referirse a un conjunto de relaciones humanas, de amplios perfiles, dotado de una organización unitaria de carácter político –el Estado, o sociedad política- y que comparten generalmente un modelo cultural, un ethos, más o menos definido. Sería el caso, por ejemplo de la “sociedad norteamericana”, la “española”, o la “italiana”.

Globalmente entendida, “la sociedad”, no obstante, estaría constituida más propiamente por el entramado de todos los grupos que existen en su seno y que configuran la llamada sociedad civil, para distinguirla del aparato político y administrativo del Estado. Hablando con propiedad, la sociedad global no sería un conglomerado o suma de individuos, sino un sistema o “tejido” de sociedades (grupos sociales), una “sociedad de sociedades”.

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Tipología de los grupos sociales

Atendiendo a su función o finalidad propia, los grupos sociales más característicos son el familiar, los grupos educativos, económicos, recreativos, políticos y religiosos. Pero si se atiende al tipo de relación o comunicación existente entre sus miembros, se distingue entre grupos primarios y secundarios.

Los grupos primarios son colectividades relativamente “apretadas” de personas que mantienen relaciones estrechas, presentan un sentimiento fuerte de solidaridad y una adhesión a determinados valores comunes. Así, una familia o una pandilla de amigos.

Los grupos secundarios o asociaciones son creados con un objetivo muy concreto, las relaciones entre sus miembros no son de suyo íntimas y obedecen a algún tipo de acuerdo formal o convencional. Es el caso de una empresa, un centro de estudios, un club de fútbol, etc.

Es muy difícil precisar en algunos casos si nos hallamos ante un grupo primario o secundario, porque los vínculos emocionales existentes de hecho son los que marcan la diferencia específica entre lo uno y lo otro. Así ocurre, por ejemplo, en una pequeña empresa, una comunidad de vecinos, etc.

Ferdinand Tönnies estableció una interesante distinción entre “comunidades” y “asociaciones”, según que predominen en ellas los grupos primarios o secundarios, respectivamente.

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Las instituciones, vertebración de la vida social

Dada la importancia que presentan en el ámbito de las relaciones sociales, es preciso hacer mención también de las instituciones. Determinados grupos sociales gozan de una mayor estabilidad por contar con una organización precisa y duradera. Un sistema organizado y estable de relaciones sociales recibe el nombre de institución. Así, los vínculos de filiación entre un padre y sus hijos constituyen un tipo de relación social precisa, la cual, sistematizada junto con otras relaciones complementarias o afines a ella, constituye una institución que es la familia.

En sentido estricto, las instituciones no vienen definidas por los individuos que las forman, sino por la estructura o conjunto de relaciones que definen la organización y la función del grupo, por las pautas de comportamiento, normas y finalidades establecidas en él.

La sociedad global, a la que nos hemos referido ya, es un complejo sistema de instituciones. Existen instituciones públicas y privadas. Las primeras son aquellas cuya creación e idea directriz brotan de quien ostenta la autoridad social, y cuya función repercute en la generalidad de las personas. Se consideran como tales el Estado (institución pública por excelencia) sus órganos administrativos y los organismos infraestatales de gobierno (corporaciones territoriales). Las instituciones privadas son promovidas por personas o grupos sociales con fines determinados y abarcan un número limitado de personas. Es el caso de una empresa, un sindicato, una familia, un centro escolar, una fundación de carácter asistencial, etc.

Las instituciones son estructuras estables en las cuales se organizan y consolidan determinadas interacciones humanas, permitiendo así satisfacer con eficacia algunas necesidades sociales básicas. Una institución es una cristalización de roles centrados en torno a alguna actividad social. El miembro de ciertos grupos institucionalizados va aprendiendo, a través de un proceso de socialización, lo que “hay que” hacer y lo que “no hay que” hacer cuando se ejerce un papel social.

Las funciones institucionales recaen en personas, pero permanecen aunque las personas cambien o desaparezcan. El tejido institucional brinda una especie de “morada” a las personas y ofrece a la vez una caracterización elocuente de la cultura que inspira y nutre a las sociedades.

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La estabilidad y la presencia activa de las instituciones ejercen una función vertebradora de la vida social:

  1. Simplifican el comportamiento social de las personas, que no tienen ya que improvisar a cada paso su respuesta a determinadas situaciones, sino que viene dada por las pautas previstas institucionales: medios de información y de transporte, centros educativos o asistenciales, estructuras económicas, jueces, etc.
  2. Los modos institucionalizados de actuar, o incluso de pensar, crean cauces de normalización y coordinación de las conductas individuales por medio de procedimientos habituales comunes. Así, los sistemas educativos, los códigos lingüísticos, códigos de circulación e intercambio de bienes, etc.
  3. Regulan de algún modo el comportamiento por medio de normas favoreciendo el logro de los fines más ambiciosos. Así, las organizaciones que implican reparto de funciones y de trabajos, la actividad del Estado, las asociaciones recreativas o profesionales regidas por unos estatutos, etc.

Pero, según el grado de complejidad que alcancen y el poder efectivo del “aparato institucional” sobre los individuos o grupos sociales de menor ámbito, las instituciones pueden también presentar aspectos negativos:

  1. Pueden dificultar el progreso y la necesaria flexibilidad social por la instauración de rutinas y procedimientos demasiado rígidos.
  2. Pueden asfixiar el crecimiento y la autonomía de las personas o grupos, al intentar controlar todos los elementos del sistema organizativo.
  3. Pueden dar lugar a la dispersión de la responsabilidad social, debido a la complejidad creciente de las organizaciones, a la rutina de los procedimientos, y a la excesiva absorción de funciones por parte de los órganos rectores de la vida social, de forma que nadie tome decisiones de las que esté dispuesto a responder, o se trabaje en algo cuyo significado se ignora, etc.

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Al servicio de las personas

Un término muy en boga, con el que se denomina esta posible “hipertrofia institucional” que ahoga la vitalidad de las sociedades, es el de burocracia: alude a la complejidad de los mecanismos administrativos que relegan a segundo plano los problemas reales que pretenden resolver. Se trata de una forma de despersonalización y, por tanto, de una forma de patología social.

Algo semejante se achaca a la “racionalidad tecnocrática”, modo de entender y de organizar la existencia humana caracterizado por el establecimiento de organizaciones complejas y medios sofisticados para el logro de objetivos, los cuales, paradójicamente, son formulados según las exigencias de la compleja red de medios arbitrados bajo el signo supremo de la eficacia y del control. Las personas concretas dejan de ser lo más importante en beneficio del sistema. Los medios, aquí, importan más que el fin. El fin de la vida social son siempre las personas.

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5. SOCIEDAD, ¿PARA QUÉ?

El hombre, animal de fines

La vida en sociedad es un hecho cuya razón de ser obedece, por una parte, a la apertura innata del ser humano a la convivencia con sus semejantes. No se trata de un acontecimiento sobrevenido o añadido a la condición del hombre, como la invención de la rueda o de la luz eléctrica por ejemplo, sino de una dimensión constitutiva de su naturaleza tanto en el ámbito vital y biológico, como en el psicológico y en el espiritual. Sin sociabilidad no habría humanidad.

Pero la vida interpersonal tiene otro ingrediente decisivo, que también es debido a la naturaleza racional del hombre, que es la búsqueda de fines más allá de la mera satisfacción de los impulsos biológicos. Por medio del conocimiento intelectual, el ser humano es capaz de reconocer y plantearse metas en el marco de la realidad; por medio de su voluntad o capacidad de autodeterminación con vistas a uno u otro fin, el ser humano introduce un componente de libertad en el seno de las relaciones sociales. Una de las dimensiones constitutivas de la persona humana es la transitividad o trascendencia, la necesidad básica de orientación y de sentido, de un horizonte de plenitud. Una vida humana carente de sentido sería una vida radicalmente malograda.

Pero ocurre que los fines más esenciales para la persona humana no pueden alcanzarse más que mediante la vida social, aunque sean responsabilidad de cada individuo. Experiencias como la maternidad, la significación de la morada o la presencia del leguaje articulado, sobre las que ya hemos reflexionado antes, lo ponen de manifiesto. Por su parte, la convivencia misma no es un mero medio, sino un ámbito interpersonal, que tiene también carácter de fin. La sociedad es para las personas, pero es ella misma también un conjunto de personas y de relaciones personales que participan de algún modo de la dignidad de éstas.

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Tema 11: Dimensión social del ser humano

La meta de la vida social

La convivencia humana se especifica en gran medida por los distintos fines que persigue, manifestándose de este modo a través de distintos tipos de sociedades. Puede decirse de algún modo que las relaciones sociales, más que meras relaciones entre persona y persona, son relaciones entre la persona y el bien común, que persigue junto con otros seres humanos.

La finalidad perseguida por un grupo social determina el tipo de relaciones que se establecen en su seno. Por esta razón puede decirse que, junto con la sociabilidad constitutiva de la naturaleza humana, el bien común es fundamento y razón de ser de la vida social. En realidad, si la persona es sociable es porque es capaz de trabajar por el bien común. Una sociedad puede por lo tanto caracterizarse como un ámbito estable de relaciones humanas que persigue un fin o bien común del que participan las personas que lo integran.
El bien común social es a la vez meta y camino. No se trata de algo estático e inmóvil que surge sólo al concluir la andadura social. Aunque tenga el carácter de término y de fin último, constituye a la vez una realidad o situación que se va forjando paulatinamente, a la vez que se camina hacia su consecución efectiva, y que repercute en la condición de los miembros del grupo o sociedad mientras éstos participan del tejido social y de su dinamismo interactivo.

Generalmente, la pertenencia a un grupo social o a la sociedad global en su conjunto implica el disfrute de ciertas condiciones –afectivas, culturales, económicas, recreativas, etc.- que forman parte del bien común. Dadas las contingencias que afectan a la vida humana, el logro del bien común depende en gran medida de las circunstancias, tiene un cierto carácter de meta ideal estimulante –no de inalcanzable utopía-, y en todo caso debe procurarse como lo mejor para todos y cada uno dentro de lo posible.

Puede definirse, en suma, el bien común social como un conjunto de condiciones que facilitan a todos los integrantes de una sociedad algún tipo de perfeccionamiento, fruto de sus relaciones mutuas.

En el caso de la sociedad global –tanto si hablamos de sociedad civil como de sociedad política o Estado- el bien común, por abarcar el conjunto y los fines de los grupos y personas que se incluyen en su ámbito, no puede ser otro que el perfeccionamiento personal y solidario de todos ciudadanos, un estado social que hace posible a sus miembros los fines esenciales de la vida.

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Caracteres del bien común

  • Es el catalizador de la convivencia social. Como dice Millán Puelles, “la más honda unidad entre las personas, y la más propia de su naturaleza, es la que se engendra en la armonía de sus voluntades cuando éstas tienen por objeto un fin común”.
  • El bien común supone una mejora a la vez personal y solidaria. No es la mera suma de los bienes particulares, puesto que ha de ser compartido y participado por todos y cada uno de los miembros de la sociedad; no puede excluir el bien de cada uno. Exige, por ser común, el serlo para todos, pero no podría serlo si no lo fuera de algún modo para cada uno en concreto. Por ello excluye todo perjuicio injusto a los particulares. No obstante, el bien común reclama el auxilio preferente a los más desfavorecidos. De lo contrario sólo sería una abstracción, no una mejora real.
  • Es contingente y requiere un permanente cultivo. Se trata de un conjunto de condiciones de difícil consistencia, debido a la complejidad del tejido social, a la desigual colaboración y necesidad de sus miembros, a dificultades procedentes del entorno físico y extrasocial, a la posible insolidaridad de algunos de sus miembros. Se trata de una realidad dinámica y siempre perfectible.
  • Es relativo a los miembros de la sociedad. Normalmente sólo tienen derecho a él los miembros que forman parte del tejido social.

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Bien común y bien particular

Hemos dicho que el bien común no se opone al bien particular, sino que lo supone y exige, si es real. Pero el bien privado o particular ha de existir y ser usado de manera que sirva al bien de todos. Esto significa que el bien particular está subordinado al bien público en caso de conflicto.

Pero existen bienes personales o particulares que son de rango superior al bien común o, más precisamente, que son condición indispensable del mismo. ¿Cuáles? Dijimos que la sociedad es un ámbito que tiene como finalidad el logro de los fines esenciales de la vida. Pues bien, es a estos fines o bienes esenciales a los que nos referimos.

El hombre es un ser sociable por naturaleza, pero su naturaleza no es sólo sociabilidad. Todo hombre, si se quiere, es ciudadano, pero no es sólo ciudadano; ciertamente, forma parte de la sociedad civil y política, pero mantiene en ella su entidad personal, conserva su personalidad, y el bien específico de toda persona es parte nuclear del bien común de la sociedad.

Existen en efecto una serie de bienes, aquéllos que constituyen la dignidad personal del ser humano, que están “más allá” de lo social. Con palabras de Tomás de Aquino, “el bien de la sociedad es mayor que el de una parte de ella, pero es menor que el bien extrínseco al que se ordena la sociedad”. Ese bien “extrínseco” es el perfeccionamiento personal de cada hombre, y dicho perfeccionamiento, o es moral o es ficticio, indigno e inhumano. Esto significa, entre otras cosas, que la política, la ciencia, la economía, la calidad de vida, la técnica o el bienestar –o cualquier otro bien cuyo cultivo puede ser fin inmediato de los grupos sociales- no pueden desentenderse de la ética y del fin último del hombre.

La persona es más que mero trabajador, ciudadano o socio de una entidad colectiva. En cuanto persona, el hombre no forma parte del Estado con todo lo que es y con todo lo que posee

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Contenido del bien común

Aunque el bien común en la sociedad global es un ideal moral, inherente a una naturaleza humana permanente y común, no puede concebirse sin una concreción histórica y práctica. Podemos intentar una aproximación a su contenido distinguiendo tres elementos fundamentales en los que es posible integrar todos los demás.

  1. Bienestar material. Es el bien primario y elemental en cuanto a su inmediatez, pero no es el más importante por su dignidad. Viene dado por el disfrute de las condiciones materiales suficientes –de supervivencia, propiedad, producción, comunicación y relación- para que todos y cada uno de los ciudadanos puedan vivir digna y honestamente. Se dice coloquialmente en este sentido que “comemos para vivir, y no vivimos para comer”; el bienestar se subordina a los otros elementos del bien común en la medida en que constituye un medio y una condición necesaria para el logro de aquéllos.
  2. Tema 11: Dimensión social del ser humano
  3. Paz y libertad. La paz es la concordia en el orden. Va más allá de la mera ausencia de la guerra y del equilibrio de fuerzas antagónicas. A veces, incluso, puede ser necesario defender la paz y el bien común social mediante el uso de las armas. La paz nace de la benevolencia mutua, cuyos obstáculos han de ser removidos mediante el ejercicio de la justicia. Es, por lo tanto una conquista ante todo espiritual, que brota de la recta orientación de las voluntades. Es un bien superior al bienestar aunque su existencia depende en buena medida de él.

    La libertad social consiste en la posibilidad de disfrutar de los derechos a los que se es acreedor por naturaleza, por mérito o por condición. Las personas y grupos sociales han de poder realizar sus tareas por sí mismas y tomar las decisiones que afecten a su ámbito de competencia mientras no se perjudique al orden pacífico de la sociedad, a los derechos de los demás ni a los otros ámbitos del bien común.
  4. Bienes culturales y espirituales. Pero la paz y la libertad social tampoco son fines en sí mismos, sino condiciones esenciales para que los ciudadanos participen en los valores más altos de la vida. La cultura en su sentido más radical –no sólo en lo meramente sociológico- consiste en la promoción de valores que hacen al hombre más humano, aquéllos que por su dignidad contribuyen al bien ser de las personas. En última instancia, se trata de los valores morales y religiosos, o de sentido.

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6. PODER Y AUTORIDAD SOCIAL. EL DERECHO

Una sociedad con jerarquía

La participación en el bien común social y la contribución a él por parte de los individuos y de los grupos sociales no se producen espontáneamente de forma ordenada y eficaz. El bien común es siempre precario, puesto que depende de circunstancias y situaciones contingentes, tanto exteriores como integrantes del ámbito social.

La participación en el bien común ha de satisfacer, por una parte, un mínimo de logros básicos suficientes, que ha de ser básicamente igual para todos los ciudadanos, y a la vez, en difícil equilibrio, una equitativa distribución de beneficios en proporción a las diferentes aportaciones y necesidades de unos y otros. Algo análogo ocurre con la contribución al bien general, en la que se ha de buscar una difícil equidad, ya que la igualdad es imposible, dada la diferente capacidad y condición de los ciudadanos.

El necesario y difícil arbitrio de la participación y de la contribución de los ciudadanos al bien común, la defensa de éste en situaciones de emergencia, el estímulo a la vitalidad de los grupos sociales, la prevención y corrección de los abusos y atentados contra el orden social justo, requieren la existencia de un órgano social dotado de conocimiento y energía, capaz de asegurar la unidad y la convergencia de intereses, deberes y derechos de las personas y grupos que forman el tejido social.

La autoridad social concreta el derecho de una sociedad para dirigir y controlar las aportaciones de sus miembros de modo que cooperen adecuadamente a la consecución del bien común. Es una función necesaria en un ámbito de convivencia en el que las aportaciones individuales y particulares tienen que ser propicias para el bien común, para el perfeccionamiento propio y solidario de las personas que forman parte del grupo social.

La sociedad debe perseguir y obtener el bien de sus miembros y requiere los medios precisos para su logro. Si es una exigencia natural para el hombre establecer lazos de convivencia que le faciliten progresar en el camino hacia el perfeccionamiento moral y humano, también presenta un fundamento natural la autoridad llamada a servir a la vida social y a sus fines, y que asegura en lo posible el orden y la eficacia en el logro del bien común. La autoridad, por consiguiente, es una exigencia de la sociabilidad humana, y no es conferida a la sociedad por decisión de sus componentes, como tampoco éstos se dan así mismos su naturaleza. Por ello el principio y el por qué de la autoridad social está por encima de su voluntad. Ahora bien, el perfil concreto que adquiera esa autoridad, la forma concreta de organización y de gobierno, sí es decisión de los miembros de la sociedad.

La autoridad no es un obstáculo para la libertad si ambas se entienden correctamente. La autoridad es una forma altamente cualificada de servicio a la sociedad, que permite el juego de las libertades y promueve su recto uso, la libre elección del bien por parte de las personas.

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Tema 11: Dimensión social del ser humano

El poder político

No se debe identificar autoridad con poder. El poder es la condición que ostenta quien de hecho manda y hace cumplir lo mandado, mientras que la autoridad es la condición de quien, por derecho, puede conducir la actividad social y promover el incremento positivo y recto de la libertad humana. Toda autoridad necesita revestirse de poder para cumplir con su misión, pero no todo ejercicio del poder está revestido de autoridad. Cuando el poder se adquiere o se ejerce injustamente, queda “desautorizado” y no puede obligar moralmente. La coerción violenta no puede oponerse al bien y a lo que es justo.

El poder en cualquiera de sus formas, también el poder político, es un medio al servicio de la autoridad y nunca un fin en sí mismo. De por sí no es bueno ni malo, sino que depende del fin al que sirve y el modo en que es ejercido. Es una evidencia histórica que cuando el poder se constituye como fin tiende a ser ilimitado.

Pero no es menos evidente que las situaciones en que se da un "vacío de poder" son catastróficas para la sociedad. Esta situación de falta de orden y de coordinación en la convivencia, el hundimiento de las normas básicas que cohesionan una sociedad, la crisis total de las instituciones, se denomina anarquía.

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Las normas y el Derecho

Las sociedades recogen en su seno diversas pautas de comportamiento, que pueden reducirse a tres tipos: usos, costumbres y normas, aunque la línea divisoria entre ellas no siempre es exacta. Las normas son juicios que señalan el “comportamiento debido” en una sociedad, y por ello se presentan ante las personas y grupos con mayor fuerza imperativa.
Las normas en general pueden ser, por su contenido, de cuatro tipos:

  1. Técnicas: indican qué medios son precisos poner para alcanzar el fin dado con la mayor ventaja o eficacia. Por ejemplo, las instrucciones de uso de un aparato electrodoméstico.
  2. Sociales: no están expresamente enunciadas, y su incumplimiento suele ser castigado por el grupo social con alguna forma de reprobación o marginación. Así, el saludo al iniciar un encuentro entre personas, o el “duelo de honor”, en otro tiempo, como respuesta ante una ofensa pública, son ejemplos de normas sociales.
  3. Legales: enunciadas expresamente, su incumplimiento trae consigo una sanción fijada de antemano. Es el caso de la expulsión del terreno de juego ante una inflación grave en un encuentro deportivo, una multa por sobrepasar la velocidad permitida, etc.
  4. Morales: son normas que no se limitan a establecer medios adecuados a un fin –por lo tanto no se definen por su utilidad-, sino que establecen los fines que han de ser procurados, como expresión de la dignidad constitutiva de las personas, que es el máximo bien y valor en el orden de los seres. A diferencia de las anteriores, no son convencionales, y obligan a todos los hombres en cuanto tales, no por desempeñar una función, papel o posición social determinada, sino como seres dotados de libertad y llamados a la búsqueda del bien. Algunos ejemplos: “Es mejor padecer una injusticia que cometerla”; “los cónyuges se deben fidelidad mutua”; “hay que evitar la codicia de los bienes ajenos y el atentar contra ellos”; “hay que cumplir las promesas y acuerdos”, etc.

Existen normas que participan a la vez de varios tipos: “Cumplir con los acuerdos firmados” es una norma al mismo tiempo legal, social y moral. La afirmación “antes se coge a un mentiroso que a un cojo” está formulada como precepto social y casi técnico, pero su trasfondo es moral. Declarar delito la falsificación de documentos constituye una norma legal, que ratifica a su vez una norma social y la obligación moral de proceder con veracidad.

El conjunto de normas legales que tiene vigencia en una determinada sociedad recibe el nombre de Derecho (derecho objetivo, positivo, u ordenamiento jurídico)

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Tema 11: Dimensión social del ser humano

La justicia

Para que la autoridad social no se identifique con la desnuda posesión de un poder coactivo, es preciso que nazca de la justicia y trabaje por ella. La justicia se ha concebido tradicionalmente como la disposición estable a dar y a reconocer a cada uno lo que es suyo, lo que le es debido. El Derecho, precisamente, determina a través de sus normas lo que se estima justo para una sociedad en un momento histórico concreto, es una forma de expresión de la justicia para un grupo social. La autoridad política debe ser justa, por tanto, y esto significa que ha de actuar de conformidad con el Derecho.

Pero surge aquí un serio problema. Puede haber normas legales que no sean justas, y de hecho las ha habido y las hay. Dicho de otro modo: la mera legalidad establecida por un ordenamiento jurídico no es fuente de justicia, no legitima las normas o leyes injustas; simplemente obedece a la voluntad de un legislador humano, sea este un individuo o una colectividad. ¿Qué o quién determina, entonces, lo que es debido a cada cual, lo que es suyo? ¿Cuál es la fuente de la legitimidad, de lo que es justo?

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El derecho natural, expresión de la dignidad humana

Si la vida social persigue el perfeccionamiento del ser humano, ha de ser la naturaleza constitutiva de éste quien ofrezca el criterio de lo que es digno e indigno del hombre, de lo que le enriquece y lo que le envilece como tal, de lo que es justo y lo que no lo es. Por consiguiente, sólo desde una profunda y cabal reflexión acerca del hombre y de su dignidad es posible establecer un orden jurídico que sirva a una mejora real de su condición.

Esta reflexión es de tipo antropológico y moral, pero sus consecuencias son aplicables al ámbito del derecho. La ley no debe ser la mera expresión de una voluntad humana, puesto que su fundamento último vendría dado entonces por la capacidad de esa voluntad para imponerse y prevalecer sobre las demás voluntades. Dicho de otro modo, sería cuestión de hacerse con el poder político y de mantenerlo. Sería la ley del más fuerte, la llamada “ley de la selva”, que es la negación de la ley misma como acontecimiento de civilización y racionalidad.

La razón humana, precisamente, se caracteriza por su apertura a la realidad, también a esa realidad que es el propio hombre. Si el hombre se descubre a sí mismo como una realidad personal y digna por ello de modo eminente, entonces, la razón puede reconocer en las exigencias que se deducen de esa dignidad un orden, superior a toda voluntad humana, que es fuente de la justicia, de la autoridad y del derecho. Ese orden, descubierto pero no creado por la razón, se extiende a las relaciones interpersonales y a la búsqueda del bien común de toda sociedad. Es lo que se denomina Derecho natural.

De las exigencias básicas del ser personal y de la naturaleza humana deriva de esta forma un orden de derechos y deberes fundamentales de las personas, que otorgan a la justicia su contenido fundamental puesto que “lo suyo”, lo que es debido a cada cual, vendría dado por lo que legítimamente corresponde en derecho a cada cual.

El ordenamiento jurídico (también llamado derecho positivo o establecido), que es en todo caso imprescindible, debe estar subordinado al derecho natural, de manera que sus preceptos desarrollen o apliquen las exigencias del orden básico de la dignidad personal de todo ser humano, o al menos nos los contradigan.

Por consiguiente, el Derecho Natural significa un límite que las normas legales no deben traspasar, constituyéndose así como una garantía en última instancia ética y pre-política para los ciudadanos frente a posibles excesos del poder político.

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Tema 11: Dimensión social del ser humano

Resistencia legítima a la ley. La objeción de conciencia

Cuando una norma legal es contraria al derecho natural –es decir, cuando es injusta, lesiva para la dignidad de las personas- se hace ilegítima y, en consecuencia, pierde fuerza de ley, ya no obliga, porque no existe el deber de cumplir una ley injusta. Si el legislador o el gobernante la impone, no lo hace “por la fuerza de la ley”, sino “por la ley de la fuerza”; se impone de hecho y por la fuerza o el engaño, no por derecho.

En este caso, y si de ello no se siguen consecuencias de mayor gravedad que la injusticia impuesta, prevalece el legítimo derecho a la desobediencia por parte de los ciudadanos a la ley injusta. Los ciudadanos pueden –y en casos de gravedad, deben- anteponer contra el abuso de poder la objeción de su conciencia moral y por lo tanto una efectiva desobediencia. La concreción y amplitud de esta oposición al poder injusto dependerá también de las circunstancias y del ejercicio de la prudencia.

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El positivismo jurídico

La posición que no reconoce la existencia de un Derecho Natural, o que al menos rechaza que pueda ser conocido, se denomina positivismo jurídico. Para ella, la única norma legal válida es la establecida por el gobernante.

Pero de aquí se siguen graves contrasentidos: Si no hay un orden de justicia que esté por encima de la voluntad del legislador humano, si basta la sanción del gobernante, éste siempre tendrá razón, porque tiene el poder, y un poder soberano. La misma norma puede ser impuesta por un gobernante y rechazada por otro, pero ambos no pueden tener razón al mismo tiempo; de hecho, hace valer su decisión aquél que logra imponer su voluntad. Y así los hechos se imponen al Derecho. Puede ocurrir, por lo mismo, que una acción sea “justa” en un Estado e “injusta” en el vecino. Pero tal cosa es una contradicción flagrante y una amenaza para la vida y para los derechos de las personas, especialmente las más débiles, puesto que implica que la fuerza se ha impuesto sobre la justicia y el orden moral.

Un caso muy claro de esta situación fue el de los Juicios sobre crímenes de guerra contra los dirigentes nazis en Nuremberg, tras la II Guerra Mundial. Ellos obraron de conformidad a las leyes del Reich alemán, y los jueces aliados no disponían de un ordenamiento jurídico aplicable a los acusados. Se les juzgó “en nombre de la humanidad”, lo cual significaba un reconocimiento en la práctica del Derecho Natural, según lo hemos descrito.

Tema 11: Dimensión social del ser humano

Se suele argumentar contra el Derecho Natural que no todos lo conocen, y que de hecho sus determinaciones se van formulando en determinados momentos históricos. Pero, aunque el descubrimiento de ciertos principios acontezca en un momento histórico concreto, y por lo tanto su aplicación sólo sea posible formalmente a partir de él, la validez objetiva de aquellos no es relativa a la historia, lo mismo que la ley de la gravitación no empezó a regir cuando la descubrió Newton, sino desde el momento en que existen cuerpos.

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7. EL ESTADO, ÓRGANO DE AUTORIDAD SOCIAL

El poder estatal, cúspide de la actividad política

En el seno de la sociedad global, como ya hemos observado anteriormente, cabe distinguir entre la sociedad civil, es decir, el conjunto de grupos sociales que los individuos forman espontáneamente para satisfacción de sus intereses y necesidades, y la sociedad política, que incluye el ordenamiento e instituciones cuya misión es coordinar y promover mediante el ejercicio del poder el bien común general.

La Política es, en efecto, la actividad social dotada de poder que se propone la realización de un orden en convivencia general. En la cúspide de la actividad política, el Estado –entendido en sentido amplio- es el órgano supremo de la autoridad social. De manera aún más genérica se llama también Estado a la sociedad misma, políticamente organizada a través del ordenamiento jurídico.

El poder estatal ofrece diversas notas específicas que se han ido originando con el paso del tiempo:

  1. Poder soberano, que significa que es la última instancia, el punto más alto del orden social en el ámbito de su territorio.
  2. Es un poder institucionalizado. En otras épocas, el poder era patrimonio de una persona o de un círculo de personas, pero en el caso del Estado, el poder se independiza por principio de las personas concretas que lo ejercen. La institucionalización del poder es un rasgo distintivo y esencial del Estado.
  3. Es también un poder centralizado. El Estado tiende a la concentración del poder y a minimizar los poderes intermedios, los cuales en muchos casos, perviven por concesión estatal y no porque se reconozca una fuente de poder o de autoridad diferente del Estado.

Estas notas distintivas, como ya se ha indicado se van acentuando históricamente. Así entendido, como una concreción de la sociedad política, halla sus primeras versiones en el siglo XV, diferenciándose, por ejemplo, de la polis griega, la civitas romana o el sacro imperio medieval.

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Tema 11: Dimensión social del ser humano

Distinción de algunos conceptos

Es conveniente precisar algunos conceptos que guardan importante relación con el de Estado, pero con el que no deben confundirse para no caer en posibles errores:

  • Pueblo: Comunidad humana, dotada de una cierta unidad histórica y social, que adquiere ordenación jurídica y política en el Estado.
  • Nación: Coincide con el pueblo, en cuanto sujeto agente y receptor de una unidad de cultura, justificada por su origen común. Tiene un matiz de diferenciación con respecto a los otros pueblos o comunidades humanas.
  • Sociedad: Conjunto estable de relaciones entre personas que persiguen mediante la convivencia su bien común. Su configuración jurídica y política es el Estado (en sentido amplio) o sociedad política, y el entramado de grupos humanos y personas que la constituyen es la sociedad civil.
  • Patria: Conjunto de valores (patrimonio) que configuran, por tradición heredada de generaciones anteriores, la manera de ser de una nación o pueblo.
  • País: Territorio sobre el que se asienta la soberanía del Estado.

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El poder político: ¿fin o instrumento? El totalitarismo

El Estado moderno está fundado de forma esencial sobre el poder. Al ostentar el poder social supremo, está en condiciones de imponer el orden en la convivencia. Pero el poder no es de ningún modo un fin en sí mismo, aunque la concepción moderna del Estado y de la vida política lo haya entendido y practicado así en una generalidad de casos. Hay bienes superiores al Estado y a la política, que entran en el contenido del bien común de la sociedad y que se constituyen en fin para el Estado y sus poderes.

Si el Estado no actúa en función de un fin superior a él –el bien común de la sociedad civil y de las personas que lo integran-, del que recibe su adecuado sentido y proporción, corre el riesgo de erigirse en su propia medida, absolutizándose. El resultado de esta situación, que se conoce con el nombre de totalitarismo, es que la sociedad civil es absorbida en su vitalidad por la sociedad política, con evidente peligro para la libertad de los ciudadanos, a los que tiene que servir. En palabras de A. de Tocqueville:

Tema 11: Dimensión social del ser humano

“Se diría que los príncipes modernos no se conforman únicamente con dirigir al pueblo, sino que se consideran responsables de las acciones y del destino individual de sus súbditos; que han emprendido la tarea de conducir y aconsejar a cada uno en los actos de su vida y, si llegara el caso, querrían hacerle feliz a pesar suyo; de hecho, sorprende muy a menudo lo insensibles que pueden ser muchos hombres a la disminución de su dignidad como personas, con tal de disfrutar de sus comodidades.”

Una creación literaria, impresionante y casi profética, de este tipo de sociedad se encuentra en la conocida obra de A. Huxley Un mundo feliz.

La legitimidad del Estado y de los órganos que lo encarnan depende esencialmente de la búsqueda deliberada del bien común social y del servicio efectivo a éste.

El totalitarismo, como absorción de las instituciones, centros de iniciativa y derechos de individuos y grupos sociales por parte del Estado, no implica necesariamente el ejercicio de la coacción física. Puede darse una violencia real, más sutil y por ello más eficaz, mediante el control de la opinión pública y de otras formas de intervención en la vida social que desplazan las iniciativas de personas y grupos. Se trata de un difícil equilibrio entre los riesgos de una asfixia de la vitalidad social desde el Estado u otras instancias territoriales de la Administración pública, y los de una posible desigualdad debido a la lucha de intereses particulares.

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El Estado de Derecho. División de poderes y Estado subsidiario

Frente a la absolutización del Estado moderno se ha despertado la necesidad de limitar de alguna forma su poder. Una figura institucional surgida con este propósito es el llamado Estado de Derecho, que consiste en que el poder estatal, sin dejar de serlo, se vea sometido a la norma. Para ello la única solución cabal es que el Estado no posea el monopolio del Derecho.

Uno de los recursos del Estado de Derecho es la división de sus poderes en instancias autónomas: legislativo, judicial y ejecutivo, según la teoría de Montesquieu.

El poder legislativo –constituido generalmente por el Parlamento- establece y sanciona las normas jurídicas de la sociedad. El ejecutivo -constituido por el Gobierno y la Administración pública- vela para que se cumplan, y el judicial –formado por magistrados profesionales de alta cualificación- dirime si lo legislado y lo ejecutado son conformes.

Es preciso, para que tengan una cierta eficacia, que estos ámbitos de poder posean una real y mutua independencia, pero también que se reconozca una fuente de legitimidad superior a las disposiciones del Estado. De lo contrario, se carecería de una referencia real para discernir lo que es legítimo y lo que no lo es; y entonces el criterio se reduciría a una lucha por el control de los poderes del Estado.

Otro de los recursos para un Estado de Derecho, complementario del anterior, es el respeto del principio de subsidiaridad, según el cual los grupos sociales e instituciones privadas pueden plantearse y alcanzar sus respectivos fines sociales, con la ayuda del Estado si es preciso, pero sin que éste los anule ni los minimice, mientras no atenten contra el bien común. Dicho de otro modo, se trataría de garantizar que la sociedad política no absorba las energías de la sociedad civil.

La sociedad global es fruto de relaciones vitales y espirituales que vinculan a los hombres en distintos niveles: familiar, profesional, religioso, cultural, etc., lo cual impide considerarla como una realidad contrapuesta a los individuos ni como un mecanismo anónimo de elementos individuales cuya conexión haya de planificarse desde el poder. De este modo, la sociabilidad humana se desarrolla natural y escalonadamente, de forma que las organizaciones sociales más complejas y poderosas complementan y apoyan a las más elementales para que éstas cumplan sus fines. Estos grupos sociales intermedios –núcleos vitales de la sociedad civil: familia, asociaciones, instituciones, empresas, municipios…- constituyen una defensa natural de la libertad de las personas ante el Estado.

Los Estados totalitarios eliminan esas instancias intermedias o anulan económica y jurídicamente su vitalidad, asumiendo sus funciones, uniformando la vida social y dejando al hombre indefenso y solo en la determinación y búsqueda de sus fines sociales, por carecer de apoyo de las instituciones y grupos donde precisamente los realiza.

El Estado por sí mismo no puede conferir vitalidad, puesto que la única vitalidad que él tiene proviene de las energías espirituales y físicas de los seres a los que debe organizar. Por este motivo la función subsidiaria del Estado parte del reconocimiento de la libertad responsable de las personas, y a la vez necesita el ejercicio de la responsabilidad de los ciudadanos y grupos, puesto que el cauce de las instituciones públicas ha de servir con eficacia a la coordinación de las iniciativas, los derechos y los deberes de los ciudadanos. Pero si esta vitalidad responsable por parte de los ciudadanos no tiene lugar, el Estado debe intervenir por exigencias del bien común, y suplir en caso de necesidad la falta de iniciativas particulares.

Una concepción social basada no en el poder sino en la persona exige que el Estado y los centros de decisión tengan en cuenta a las comunidades primarias e intermedias entre el individuo y el sistema; que les doten de recursos, que ayuden a las personas a asociarse, a crear organizaciones diversas, en las que sean capaces de promover iniciativas, y en las que puedan participar con un radio de auténtica responsabilidad, de forma que sean éstas las que vengan a responder a las necesidades singulares -de las personas concretas- en el campo educativo, asistencial, laboral, político, familiar, económico.

Dichos grupos, así concebidos, no son ya células teledirigidas desde los órganos de poder político o macroeconómico, sino núcleos que respetan y promueven la subjetividad responsable de sus miembros, y que por eso están vivos y en ellos se puede vivir humanamente, sin ser absorbido por la propia función. El papel del Estado consiste ahora en fomentarlos, estimularlos, ordenarlos, completarlos y, también, suplirlos cuando sea preciso.

En este marco, la libertad nace de la creatividad inteligente y de la responsabilidad moral constitutivas de todo ser personal, y es suscitada en ámbitos de colaboración y de convivencia que no borran sino que fomentan el perfil inédito –la personalidad responsable e irrepetible- de cada individuo que participa en ellos; no es en ningún caso una concesión dispensada desde instancias extrañas de poder.

La consecución del bien común debe conducir necesariamente a un mayor grado de personalización porque la persona es el principio, el sujeto y el fin de la vida social.

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ACTIVIDADES

1.- EL SER HUMANO: ¿UNA PARTE DE LA SOCIEDAD, O ‘MÁS QUE CIUDADANO’?

“El Estado es la sociedad organizada, ejerciendo la autoridad y desplegando el poder: La sociedad se extiende más que el Estado, pues si bien ambos están constituidos por el mismo pueblo, la sociedad abarca intereses mucho más extensos.

La unidad de la sociedad es un hombre, la unidad del Estado, un ciudadano. Ahora bien, un hombre es más que un ciudadano. Todo hombre es un ciudadano, pero no es sólo ciudadano. No es el ciudadano quien abraza a su mujer y engendra a sus hijos, sino el hombre. El hombre es quien juega sus juegos y sueña sus sueños, pinta sus cuadros, se reúne todas las noches con sus amigos, mira a la luna y maldice de los mosquitos. El hombre es quien da culto a su Dios y le sirve bien o mal. Shakespeare era un ciudadano, pero ésta no era su mayor grandeza o su mayor utilidad para la so­ciedad. Por el hecho de que la sociedad y el Estado están consti­tuidos por los mismos individuos, se entrecruzan el orden social y el político. Sin embargo, ambos órdenes no deben confundirse.

En la sociedad el hombre obra según su elección. En el Estado el ciudadano obra según se le dice. Lo que se le dice puede muy bien ser lo que él mismo elegiría en el caso concreto, pero, lo sea o no, debe hacerlo o cargar con las consecuencias. Natural­mente, el Estado no es sólo el órgano de la fuerza, sino también de la autoridad, del orden y del bien común. La fuerza no es más que una necesidad deplorable, pero por muy deplorable que sea, hay que reconocer que existe.”

F.J. SHEED: Sociedad y sensatez. Herder, Barcelona, 1976, pág. 165

  1. Según el texto, ¿qué diferencia existe entre un ser humano (un hombre) y un ciudadano?
  2. ¿Qué diferencia hay entre “sociedad” y “Estado”?
  3. ¿Qué entiende el texto por “política”? ¿Cómo definirías la política?
  4. ¿Es lo mismo “fuerza” (poder) que autoridad? ¿Por qué?

2. LOS JUICIOS DE NUREMBERG.

2.1.- La ley natural, más allá de la legalidad establecida

Tras la II Guerra Mundial, las naciones aliadas llevaron a cabo el Proceso de Nuremberg, en el que se juzgaron los crímenes de guerra y contra la humanidad cometidos por los nazis. Los oficiales y médicos nazis alegaban que habían actuado de acuerdo con la legalidad vigente en su país.

Comentando el veredicto del proceso, el diario parisino Le Monde señalaba el 5 de octubre de 1946:

“Al proclamar la existencia de una regla que prohíbe la guerra de agresión, y de costumbres que condenan, incluso fuera de la Convención de la Haya, los crímenes de guerra, el Tribunal ha optado deliberadamente entre dos grandes concepciones del derecho que hasta este momento han dividido al mundo: el derecho a merced de los Estados y el derecho por encima de los Estados.

Según la primera concepción, las fuentes del derecho internacional son el Estado y su voluntad, y un Estado que se inspire en tal concepción no reconocerá más que los tratados que ha firmado. Según la otra concepción, con un larga tradición de siglos, el derecho tiene su fuente en las exigencias fundamentales de la conciencia humana. Los tratados entre naciones son vinculantes porque son la codificación de las exigencias de esa conciencia. Precisamente tal concepción, a la que se une todo el prestigio del derecho internacional, se encuentra traducida magistralmente y con una claridad hasta ahora desconocida en el veredicto del Tribunal Internacional de Nuremberg.”

(La Segunda Guerra Mundial. Tomo VII. Ediciones Sarpe)

Tema 11: Dimensión social del ser humano

PREGUNTAS

  • Explicar qué diferencia se aprecia entre las dos concepciones del derecho de las que habla el texto: el “derecho a merced de los Estados” y el “derecho por encima de los Estados”.
  • ¿Es lo mismo “legalidad” que “legitimidad”? ¿Por qué?

2.2. “NUNCA MÁS...”

Los Juicios o Procesos de Nuremberg son los juicios llevados a cabo por los aliados contra algunas de las principales figuras de régimen nazi, tras el final de la Segunda Guerra Mundial. De forma paralela, se llevaron a cabo los Juicios de Tokio para condenar a los criminales de guerra japoneses. Los juicios se realizaron entre el 20 de noviembre de 1945 a 1949 en la ciudad alemana de Nuremberg, en la cual el partido nazi había celebrado sus congresos anuales desde los años 30, desafiando a todo el mundo como vanguardia de una supuesta raza superior.
Iniciados los procesos, los autores de crímenes de guerra en la II guerra mundial, responsables de genocidios y del exterminio de personas judías, deficientes, de etnia gitana, y ancianos enfermos, entre otras acciones, se defendían de las acusaciones formuladas diciendo que ellos cumplían las leyes alemanas.

Fue entonces cuando se volvió a tomar conciencia de que, por encima de las leyes establecidas en uno u otro país, existe otro orden, el orden moral, que es anterior y más fundamental que el jurídico. Por eso se entendió que a los acusados se les tenía que juzgar por “crímenes contra la humanidad” y no contra tal o cual legislación concreta.

A la vez, la mayor parte de los países vieron la urgencia de establecer un ámbito de discusión y encuentro a nivel internacional, donde se pudieran evitar y resolver los conflictos entre los Estados, sin necesidad de acudir a la guerra. La lección de la II confrontación mundial, con más de 50 millones de muertos y una cadena ingente de destrucción y de horrores, había sido demasiado dura. Por eso se gritaba por todas partes: “Nunca más”.

Se creó así en 1945 la Organización de las Naciones Unidas (ONU), cuya Carta fundacional se firmó en la ciudad de San Francisco. El primer gran acuerdo fundacional de la ONU fue la Declaración Universal de Derechos Humanos.

DECLARACIÓN UNIVERSAL DE DERECHOS HUMANOS
-Preámbulo-

El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó y proclamó la Declaración Universal de Derechos Humanos. Tras este acto histórico, la Asamblea pidió a todos los Países Miembros que publicaran el texto de la Declaración y dispusieran que fuera "distribuido, expuesto, leído y comentado en las escuelas y otros establecimientos de enseñanza, sin distinción fundada en la condición política de los países o de los territorios".

Preámbulo
- Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana;
- Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad, y que se ha proclamado, como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias;
- Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión;
- Considerando también esencial promover el desarrollo de relaciones amistosas entre las naciones;
- Considerando que los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en la Carta su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres, y se han declarado resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad;
- Considerando que los Estados Miembros se han comprometido a asegurar, en cooperación con la Organización de las Naciones Unidas, el respeto universal y efectivo a los derechos y libertades fundamentales del hombre, y
- Considerando que una concepción común de estos derechos y libertades es de la mayor importancia para el pleno cumplimiento de dicho compromiso;

La Asamblea General proclama la presente:

Declaración Universal de Derechos Humanos como ideal común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que tanto los individuos como las instituciones, inspirándose constantemente en ella, promuevan, mediante la enseñanza y la educación, el respeto a estos derechos y libertades, y aseguren, por medidas progresivas de carácter nacional e internacional, su reconocimiento y aplicación universales y efectivos, tanto entre los pueblos de los Estados Miembros como entre los de los territorios colocados bajo su jurisdicción.”

CUESTIONES:

  1. ¿Qué diferencia existe entre “crear” un derecho y “reconocer” un derecho?
  2. ¿Qué significa que un derecho es “inalienable”?
  3. ¿Cuál es la base de la libertad, la justicia y la paz, según la Declaración? ¿Podrías explicar por qué esto es así?
  4. ¿En que consiste un “régimen de derecho”?
  5. ¿Por qué es de la mayor importancia “una concepción común de estos derechos y libertades fundamentales” del ser humano?

3.- ACERCA DE LA AUTORIDAD

3.1.- En la película “BRAVEHEART” el protagonista, William Wallace le dice al rey de Escocia:

“Tu titulo te otorga el trono de escocia, pero los hombres no siguen un título, siguen el valor.”

El liderazgo es inseparable de las grandes virtudes y convicciones de los líderes, de su ejemplo en el valor, la determinación, la autenticidad y coherencia para llegar hasta el final, la pasión, el compromiso. El protagonista, Wallace, se hace creíble porque no teme arriesgar su vida y justamente por eso es capaz de generar seguidores. La causa noble de la lucha es la libertad, pero Wallace encarna también esa libertad, y al hacerlo ennoblece también a su pueblo.

Un noble escocés que apoya a Wallace, afirma en uno de los diálogos: “Mis hombres luchan por mí porque si no los echo de mis tierras y sus mujeres e hijos mueren de hambre. Los hombres que tiñeron el suelo de rojo en Falkirk, en cambio, lo hicieron por Wallace”.

Léanse ahora con detenimiento las siguientes reflexiones para, a continuación, comentar por escrito:

  1. ¿Qué se dice?
  2. ¿Por qué lo dice, en qué se basa?
  3. Valoración personal razonada de cada una de las tres posturas.

    a) “A través de los siglos, la autoridad ha sido un término bueno y elogioso. Hoy, en cambio, autoritarismo es una palabra despectiva, e indica un exceso y un abuso de autoridad; en realidad in­dica una autoridad opresiva que aplasta la libertad.” (SARTORI. G.: Teoría de la democracia).

    b) La eficacia del liderazgo no depende del ca­risma. El carisma no garantiza la eficacia como líder; el liderazgo es trabajo..., la base del liderazgo radica en el análisis eficaz de la misión de la organización, de su definición y fi­jación clara y visible. El líder fija metas y prio­ridades, establece las normas y las mantiene. Transige, por supuesto; los líderes eficientes sa­ben muy bien que ellos no controlan el universo. Sólo los falsos líderes (Hitler, Stalin, Mao) tuvieron delirios de grandeza.(DRUCKER. P.: Administración para el futuro)

    c) La autoridad sólo se compra con virtud. (Claudio)

3.2.- Analizar la siguiente viñeta, ciertamente irónica, y describir el concepto de autoridad que, en su caso, se expone en ella. Justificar la respuesta.

Tema 11: Dimensión social del ser humano

4.- MAQUIAVELO O SÓCRATES: ¿EL FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS EN LA VIDA SOCIAL?

Leamos estos dos textos, que sostienen planteamientos muy distintos:

“Todos ven lo que pareces ser, mas pocos saben lo que eres; y estos pocos no se atreven a oponerse a la opinión de la mayoría, que se escuda detrás de la majestad del Estado. Y en las acciones de los hombres, y particularmente de los príncipes, donde no hay apelación posible, se atiende a los resultados. Trate, pues, un príncipe de vencer y conservar el Estado, que los medios siempre serán honorables y loados por todos…

“Todos sabemos cuán digno de alabanza es que el príncipe mantenga la fe dada y viva con integridad y sin astucia. Pero la experiencia de nuestros tiempos nos dice que los príncipes que han hecho grandes cosas son los que menos han mantenido su palabra y con la astucia han sabido engañar a los hombres, superando en fin de cuentas a quienes ponen sus fundamentos en la lealtad.

“...Es cosa que conviene entender bien: que un príncipe, sobre todo un príncipe nuevo, no debe observar todo lo que hace que los hombres sean tenidos por buenos, porque en ocasiones, para defender su Estado, necesitará actuar contra la lealtad, contra la caridad, la humanidad y la religión. Tiene que contar con un ánimo dispuesto a moverse según sople el viento de la fortuna e impongan las diferentes circunstancias, sin apartarse del bien -si es posible- pero sabiendo también entrar en el mal, si es necesario...

“Haga el príncipe cuanto deba por dominar y conservar el Estado, que los medios siempre serán considerados justos y alabados por todos; pues al vulgo lo convencen las apariencias y el resultado de cada cosa…" (N. MAQUIAVELO. El príncipe. Cap. XVIII)

* * *

SÓCRATES: “-Atenienses, os respeto y os amo; pero obedeceré a Dios antes que a vosotros y, mientras yo viva no dejaré de filosofar, (...) diciendo a cada uno de vosotros cuando os encuentre: Amigo, ¿cómo no te avergüenzas de no haber pensado más que en amontonar riquezas, en adquirir crédito y honores, en despreciar los tesoros de la verdad y de la sabiduría, y de no trabajar para hacer tu alma tan buena como pueda serlo? (...)

“Toda mi ocupación es trabajar para persuadiros, jóvenes y viejos, que antes que el cuidado del cuerpo y de las riquezas, antes que cualquier otro cuidado, es el del alma y de su perfeccionamiento; porque no me canso de deciros que la virtud no viene de las riquezas, sino por el contrario, que las riquezas vienen de la virtud, y que es de aquí de donde nacen todos los demás bienes públicos y particulares.

“Si diciendo estas cosas corrompo la juventud, es preciso que estas máximas sean una ponzoña, porque si se pretende que digo otra cosa, se os engaña o se os impone.” (PLATÓN. Apología, 169, 29 d-e.)

PREGUNTAS

1) Resumir el contenido y la tesis que se sostiene en cada uno de ellos.

2) ¿Quiénes fueron Maquiavelo y Sócrates? Investigar y exponer brevemente cómo fue su vida y, en su caso, si fuera relevante, su muerte.

3) ¿Es importante la honestidad o rectitud moral en el ejercicio de la ciudadanía, de la vida social y política? ¿Por qué? ¿Se debe pedir esa honestidad a los gobernantes y a los gobernados por igual? ¿Por qué?

4) Si la utilidad política (la riqueza y el beneficio material, el éxito frente a otros contrincantes o rivales, etc.) es el máximo valor, y debe prevalecer ante la rectitud moral (es decir, se puede hacer trampas, cometer fraudes, traicionar, matar, robar, etc.), ¿hay algo en virtud de lo cual podamos defendernos de un tirano, si este es realmente el más fuerte o el más astuto?

5) ¿Qué tipo de sociedad puede ser aquella en la que políticos y ciudadanos buscan su interés sin respetar los derechos legítimos de las personas o de los grupos, o sin tener en cuenta la dignidad de los seres humanos y el bien común? ¿Podría uno fiarse de sus conciudadanos o de sus gobernantes?

6) Que "el fin justifica los medios" significa que se puede (es decir, está justificado) hacer el mal para conseguir un bien. ¿Pero realmente se siembra o se procura el bien cuando se hace el mal, aunque el propósito sea bueno en algún sentido?

5. EL PODER SIN FRENO Y SIN RAZÓN

ALBERT CAMUS: Calígula.

ACTO I - ESCENA VIII

EL INTENDENTE (con voz insegura). Te... te buscábamos, César.
CALÍGULA (con voz breve y cambiada). Ya lo veo.
EL INTENDENTE. Nosotros... es decir...
CALÍGULA (brutalmente). ¿Qué queréis?
EL INTENDENTE. Estábamos inquietos, César.
CALÍGULA (acercándose). ¿Con qué derecho?
EL INTENDENTE. ¡Oh!... (Súbitamente inspirado y muy rápido.) En fin, de todos modos, bien sabes que debes arreglar algunas cuestiones concernientes al Tesoro Público.
CALÍGULA (con un acceso de risa inextinguible). ¿El Tesoro? Pero es cierto, claro, el Tesoro; es fundamental.
EL INTENDENTE. Cierto, César.
CALÍGULA (siempre riendo, a Cesonia). ¿No es verdad, querida, que es muy importante el Tesoro?
CESONIA. No, Calígula, es una cuestión secundaria.
CALÍGULA. Pero es que tú no entiendes nada. El Tesoro tiene un poderoso interés. Todo es importante; ¡las finanzas, la moral pública, la política exterior, el abastecimiento del ejército y las leyes agrarias! Todo es fundamental. Todo está en el mismo plano: la grandeza de Roma y tus crisis de artritismo. ¡Ah! Me ocuparé de todo. Escúchame un poco, intendente.
EL INTENDENTE. Te escuchamos.
Los Patricios se adelantan.
CALÍGULA. ¿Me eres fiel, verdad?
EL INTENDENTE (en tono de reproche). ¡César!
CALÍGULA. Bueno, pues tengo un plan que proponerte. Vamos a revolucionar la economía política en dos tiempos. Te lo explicaré, intendente..., cuando hayan salido los patricios.
Los Patricios salen.

ESCENA IX

Calígula se sienta junto a Cesonia.
CALÍGULA. Escúchame bien. Primer tiempo. Todos los patricios, todas las personas del Imperio que dispongan de cierta fortuna —pequeña o grande, es exactamente lo mismo— están obligados a desheredar a sus hijos y testar de inmediato a favor del Estado.
EL INTENDENTE. Pero César...
CALÍGULA. No te he concedido aún la palabra. Conforme a nuestras necesidades, haremos morir a esos personajes siguiendo el orden de una lista establecida arbitrariamente. Llegado el momento podremos modificar ese orden, siempre arbitrariamente. Y heredaremos.
CESONIA (apartándose). ¿Qué te pasa?
CALÍGULA (imperturbable). El orden de las ejecuciones no tiene, en efecto, ninguna importancia. O más bien, esas ejecuciones tienen todas la misma importancia, lo que demuestra que no la tienen. Por lo demás, son tan culpables unos como otros. (Al intendente, con rudeza.) Ejecutarás esas órdenes sin tardanza. Todos los habitantes de Roma firmarán los testamentos esta noche, en un mes a más tardar los de provincias. Envía correos.
EL INTENDENTE. César, no te das cuenta...
CALÍGULA. Escúchame bien, imbécil. Si el Tesoro tiene importancia, la vida humana no la tiene. Está claro. Todos los que piensan como tú deben admitir este razonamiento y considerar que la vida no vale nada, ya que el dinero lo es todo. Entretanto, yo he decidido ser lógico, y como tengo el poder, veréis lo que os costará la lógica. Exterminaré a los opositores y la oposición. Si es necesario, empezaré por ti.
EL INTENDENTE. César, mi buena voluntad no admite duda, te lo juro.
CALÍGULA. Ni la mía, puedes creerme. La prueba es que consiente en adoptar tu punto de vista y considerar el Tesoro público como un objeto de meditación. En suma, agradéceme, pues intervengo en tu juego y utilizo tus cartas. (Pausa, luego, con calma.) Además mi plan, por su sencillez, es genial, lo cual cierra el debate. Tienes tres segundos para desaparecer. Cuento: uno...
El intendente desaparece.

ESCENA X

CESONIA. ¡No te reconozco! Es una broma, ¿verdad?
CALÍGULA. No es exactamente eso, Cesonia. Es pedagogía.
ESCIPIÓN. ¡No es posible, Cayo!
CALÍGULA. ¡Justamente!
ESCIPIÓN. No te comprendo.
CALÍGULA. ¡Justamente! Se trata de lo que no es posible, o más bien, de hacer posible lo que no lo es.
ESCIPIÓN. Pero ese juego no tiene límites. Es la diversión de un loco.
CALÍGULA. No, Escipión, es la virtud de un emperador. (Se echa hacia atrás con un gesto de fatiga.) ¡Ah, hijos míos! Acabo de comprender por fin la utilidad del poder. Da oportunidades a lo imposible.
Hoy, y en los tiempos venideros, mi libertad no tendrá fronteras.
CESONIA (tristemente). No sé si hay que alegrarse, Cayo.
CALÍGULA. Tampoco yo lo sé. Pero supongo que de eso habrá que vivir.

PREGUNTAS:

1.- ¿Qué es el poder, para Calígula? ¿Existe obligación moral de obediencia a las disposiciones ordenadas por éste? Razónalo.

2.- ¿En nombre de qué sería legítima la resistencia política, tanto pasiva como activa?

3.- Se plantea en este texto un conflicto entre el dinero, la vida humana y el poder. ¿Qué valor ha de concedérseles, respectivamente, y por qué?