Tema 10: Ética, la diferencia entre el bien y el mal

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1. ¿QUÉ ES LA ÉTICA?

Tema 10: Ética, la diferencia entre el bien y el mal

La libertad humana es la capacidad de elegir entre unas acciones y otras de forma cons­ciente, y ello implica siempre el riesgo de escoger mal, de hacer el mal culpablemente. Por ejemplo, un amigo que decide traicionar a otro. Podía haberlo hecho y podía no haberlo hecho, pero ha decidido traicionarle. Ese amigo es un “mal amigo”, porque es responsable del mal que ha cometido; con otras palabras, es culpable del daño realizado.

Vemos, entonces, que hay acciones humanas que repercuten de tal manera en quien las realiza, que le hacen mejor o peor persona. Este tipo de acciones que repercuten para bien o para mal en la persona como tal, son las acciones morales o éticas.

Y, así, se emplea el término “moral” o “ética” [Se suele distinguir entre ética y moral, señalando que ésta se refiere a la dimensión de nuestra vida en la que nos hacemos mejores o peores según como usemos nuestra libertad, mientras que la ética sería más bien la reflexión filosófica acerca de esa dimensión de nuestra vida. No obstante, también es habitual considerar que se trata de dos términos sinónimos. Así lo haremos aquí mientras no se advierta lo contrario.], para referirse al estudio de la diferencia que existe entre el bien y el mal en el obrar humano, en la medida en que este obrar nos hace mejores o peores como personas.

Todos los seres humanos somos personas, pero no siempre actuamos como personas.

Por eso se dice que una persona se “deshumaniza” cuando no se comporta como persona. Decimos entonces que se comporta de forma inhumana, poco digna moralmente. Es un ser humano, pero su comportamiento no está a la altura de su dignidad (ontológica).

Y por ello, nos hacemos mejores cuando actuamos de acuerdo con el valor o dignidad que tiene toda persona. Es digna de confianza aquella persona que se comporta siempre de manera honrada y responsable en relación con los demás. Y por el contrario, quien miente se hace mentiroso, el que obra con envidia se hace envidioso y el que roba, ladrón. El tipo de persona que somos depende de la bondad o maldad de nuestras acciones.

Tema 10: Ética, la diferencia entre el bien y el mal

Nuestra vida no se nos ha dado hecha, hay que desarrollarla. Es un don y a la vez una tarea. Es como un libro con las páginas en blanco que debo llenar con lo que hago cada día. A medida que voy viviendo, voy “escribiendo” el argumento de mi vida. Al escribir adecuadamente y con rima, con belleza y con luz esos versos de mi vida, voy consiguiendo mi realización personal, que consiste en perfeccionarme como persona, humanizarme, desarrollar al máximo mis facultades para ser mejor y para contribuir a que este mundo sea mejor de lo que lo encontré.

En nuestras manos está el contenido y la orientación de nuestra vida, pero también la vida, el bienestar y la felicidad de las demás personas.

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Al igual que un escritor, antes de iniciar un nuevo libro, se plantea sobre qué desea que trate la historia que va redactar, cómo la introducirá, cómo se desarrollará, qué personajes intervendrán y qué final dará a su argumento, así cada persona ha de proyectar su vida dándole un sentido valioso. Nadie puede vivir nuestra vida, sino cada uno o cada una de nosotros. Los demás podrán ayudarnos más o menos, o estorbarnos incluso. Y sin ellos no podremos vivir, y menos en plenitud. Pero cada uno es el protagonista de su propia existencia. Como le gustaba repetir a Nelson Mandela: “soy el amo de mi destino; soy el capitán de mi alma”. [En realidad, se trata de unas palabras del poeta inglés William Ernest Henley, que sirvieron de inspiración y esperanza al líder sudafricano durante su largo cautiverio.]

¿Cuál es el criterio que nos sirve para demarcar y distinguir el bien del mal? ¿Por qué decimos que una persona se comporta recta o indignamente? Veámoslo a continuación.

Algunos conceptos éticos importantes: deber, felicidad, virtud.

Es muy importante saber lo que debemos hacer y lo que debemos evitar, y actuar de acuerdo con ello. Lo que es recto (correcto), justo y bueno, es lo que se debe hacer. Y a la inversa: el mal en todas sus facetas es lo que debemos evitar. Nos ayudará, así pues, entender qué es el deber para ir comprendiendo en qué consisten el bien y el mal moral.

El deber moral es un mandato, una exigencia racional (interior) que orienta nuestra voluntad al bien de acuerdo con el orden moral.

El deber marca la diferencia radical entre el bien y el mal, nos ayuda a distinguir a uno de otro: el bien debemos hacerlo, el mal hay que evitarlo. Pero el contenido de ese deber no depende de nuestra voluntad o de lo que nos apetezca, sino de lo que de verdad nos hace mejores como personas, o sea, de lo que es correcto. Es decir, el bien moral es objetivo, no depende y está por encima de nuestros deseos o de nuestros gustos.

Si la moral estriba en orientar nuestras acciones libres hacia lo que nos hace mejores como personas, como seres humanos (y en evitar lo que nos degrada humanamente), parece claro que el fundamento del deber moral es el valor y dignidad inherente a toda persona humana.

El bien moral es propio de aquellas acciones que hacen que la persona sea más plena, que sea mejor persona. Y esta es la razón que nos impulsa (nos obliga) a actuar bien y no mal. El camino del bien obrar nos lleva a ser mejores como personas, más humanos.

La plenitud que toda persona aspira a alcanzar en su vida es lo que se llama felicidad.

La felicidad es la meta final de la vida, y por lo tanto de la moral: Queremos ser felices, y el camino para llegar a serlo es actuar y vivir moralmente bien. La felicidad vendría a coincidir con el sentido último de la vida.

Cuando el bien moral se consolida en nuestra vida como algo habitual en ella, se llama virtud moral. Ejemplos de virtudes importantes son: honradez, justicia, paciencia, lealtad, sinceridad, generosidad, fortaleza de voluntad, serenidad, constancia, abnegación, etc. Y así, cuando estos valores o disposiciones predominan en nuestra vida, puede decirse que somos mejores personas.

Lo contrario de la virtud es el vicio, consistente en la disposición habitual hacia el mal: envidia, pereza, egoísmo, soberbia, avaricia, inconstancia, insinceridad, etc. Consiguientemente, seremos peores personas si estos vicios nos dominan.

ACTIVIDAD: “LOS DOS LOBOS”

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“Un jefe cherokee contaba a sus nietos cómo en las personas hay dos lobos, el del resentimiento, el abuso y la prepotencia, la mentira y la maldad, y el de la bondad, la alegría, la solidaridad, la misericordia y la esperanza.
Terminada la narración, uno de los niños preguntó:
- Abuelo, ¿cuál de los lobos crees que ganará?
El abuelo contestó:
- El que alimentéis.”

Reflexión sobre el contenido y significado del texto

  1. ¿Cuál puede ser, en síntesis, la enseñanza que contiene este cuento?
  2. Elaborar una tabla con dos columnas enfrentadas entre sí: una en la que se enumeren los “lobos”, actitudes o hábitos positivos mencionados en el texto, y la otra en la que se sitúen los negativos, completando ambas con algunos más de los que aparecen en el texto. Se puede completar una lista entre todos en la pizarra.
  3. Pensemos a continuación: ¿Qué diferencia puede existir entre dos pueblos o ciudades en las que prevalezcan las personas con las actitudes que aparecen en una u otra columna?
  4. ¿Has oído alguna vez la expresión: “El hombre es un lobo para el hombre”? Averigua quién es el autor y piensa qué querría significar con ella. ¿Puedes poner ejemplos en los que esto parezca que se cumple?
  5. ¿Podríamos buscar algún caso real en el que se ponga de manifiesto que hay seres humanos que actúan hacia los demás de un modo completamente diferente a los ejemplos de la pregunta anterior?

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2. RACIONALIDAD Y LIBERTAD: LA VIDA MORAL.

El ser humano se define, ya desde la antigüedad griega, como “animal racional”. Sólo el ser humano está dotado de racionalidad (inteligencia y voluntad). Y así se singulariza respecto de minerales, plantas y animales.

La persona humana piensa y puede comprender, juzgar, investigar, inventar, expresarse mediante obras de arte… Esto es propio de la inteligencia, que es la capacidad de comprender o entender lo que son las cosas. Pero también puede tomar postura y elegir cómo comportarse ante ellas. Puede querer. Y esto es la voluntad: la capacidad de querer algo.

La principal característica de la voluntad es la capacidad de “autodeterminarse” conscientemente, de elegir. Es la libertad, que no consiste en obrar sin motivo o de cualquier manera, sino según lo que uno entiende que es mejor. A su vez -y este es otro aspecto esencial de nuestra voluntad-, haber tomado una decisión de manera libre nos hace responsables de esa decisión.

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La inteligencia, bien utilizada, nos orienta mostrándonos el camino a seguir. La voluntad libre nos permite escoger lo que entendemos que es mejor. A su vez, la responsabilidad es uno de los valores o virtudes humanas más importantes en la educación de la personalidad.

Llamamos responsabilidad al dominio efectivo que tenemos sobre nuestras acciones y sus consecuencias (por eso podemos “responder” de ellas, porque esas acciones las elegimos nosotros pudiendo haber elegido otras). La persona responsable se hace cargo del contenido y de las consecuencias de las decisiones que ha tomado libremente y responde de ellas como propias. La responsabilidad acerca de algo bueno se llama mérito. Si es acerca de algo malo, se llama culpa.

Propiamente hablando, los animales carecen de racionalidad, y por lo tanto de inteligencia, libertad, responsabilidad… Por ese motivo no tiene sentido considerar a un animal “culpable”, por ejemplo, de saltarse un semáforo en rojo, de ensuciar la calle, de devorar a otros animales… Se trata de acciones que el animal lleva a cabo de acuerdo con los instintos propios de su especie [Un instinto es una pauta fija e innata de conducta, que cada especie marca a sus individuos. Cada animal nace ya con una serie de “pautas” que le marcan lo esencial de su comportamiento. Todos los miembros de una misma especie nacen ya con estas tendencias radicales que se orientan a la supervivencia. Pero el ser humano no tiene propiamente instintos, sino tendencias, abiertas al influjo de su voluntad y al criterio de su inteligencia. Mientras que los animales nacen ya con esquemas de captación y de reacción que les impulsan a la resolución adecuada de sus necesidades de supervivencia, en el hombre no ocurre así. Nace desprovisto de esas “seguridades”. Esto es lo que suplen la cultura y la educación, basadas sobre todo en el cultivo y formación de la inteligencia y de la voluntad y en la ayuda de sus semejantes con el fin de que pueda llegar a valerse por sí mismo de manera responsable. El animal viene determinado por las pautas que le impone su especie respectiva. El ser humano, en cambio, posee la inteligencia y con ella la libertad. Puede pensar y decidir por sí mismo individualmente.], pero no de manera reflexiva y elegida individualmente, porque los animales no pueden, propiamente hablando, comprender el sentido de lo que hacen ni lo que son en sí mismas las cosas. Y si no comprenden o entienden, no pueden elegir ni tomar decisiones responsables.

Así pues, en el ser humano la falta de instintos viene compensada por la educación. Es un ser capaz de comprender la realidad y a sí mismo, y de tomar decisiones que afectan al curso de su vida. Tiene que aprender a vivir, orientando y dirigiendo sus inclinaciones y tendencias desde la razón. Además, se propone fines propios como individuo, no sólo como miembro de su especie, y por eso su biografía personal es significativa, original; no repite el curso vital de los demás miembros de su especie. Esto es consecuencia, precisamente de su racionalidad y su libertad.

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Pero no hay que olvidar que el éxito en este empeño no está garantizado de antemano: podemos echar a perder nuestra vida. Por ello la vida para el ser humano es un quehacer, una tarea.

La personael yo, el sujeto que somos cada uno de nosotros– es, permanece, se mantiene ella misma de principio a fin. La persona, a través de su actividad racional, va fraguando su personalidad. La personalidad se adquiere, se va configurando en función de elementos internos y externos que influyen en ella y, sobre todo, en función del actuar libre y responsable de cada uno.

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La persona que logra forjar una personalidad sólida y noble no ve obstáculos insalvables, sino retos; domina sus impulsos (ganas y desganas) para ser dueño o dueña de su voluntad: cultiva y conserva grandes amistades y relaciones por los valores que vive y transmite; encuentra alegría en lo que hace, sin conformarse con los caprichos pasajeros, no depende en su manera de pensar o actuar de lo que hacen u opinan los demás sino de lo que cree honestamente que es mejor para todos, no se cansa nunca de volver a empezar tras cada contratiempo, etc. En definitiva, es dueña de sí; sabe ser él mismo, ella misma.

La personalidad se construye sobre cimientos “sólidos”, sobre fortalezas o “valores humanos”, lo que hemos llamado las virtudes, hábitos que configuran a una persona honesta y capacitada para ser feliz y contribuir a la felicidad de los demás.

Algunos de estos valores o fortalezas son propiamente de índole ‘intelectual’, y otros de índole más bien ‘moral’. Por ejemplo, el pensamiento crítico es un hábito ‘intelectual’, y también lo es la capacidad de razonar bien, de inventar, ser creativo y de atender a los argumentos de otro.

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Los hábitos o virtudes ‘morales’ (la tenacidad, la rectitud moral, la valentía, la capacidad de resistir el esfuerzo y de aplazar la recompensa, la generosidad, el afán de justicia, etc.) son en el fondo facetas de la disposición estable de toda la persona para obrar el bien. Estos valores destacan en personas que se comportan con justicia y honestidad en su vida.
Pero como ya se dijo, también pueden arraigar en nuestra personalidad determinados hábitos que nos destruyen por dentro, nos desordenan, nos hacen actuar de forma deshonesta… son los vicios. Los vicios nos alejan de la felicidad a nosotros y a los demás. Nos hacen malas personas y dañan y perjudican a las demás personas.

Por ello, la vida humana es ante todo una tarea moral, para forjar un carácter, una personalidad cuajada de valores positivos, una “lucha” contra nosotros mismos con el fin de eliminar vicios que hayan arraigado en nuestra vida, un empeño por mejorar el mundo por medio de la convivencia positiva y la búsqueda del bien. [Véase al respecto el Apéndice I: La virtud, orientación habitual de la vida al bien.]

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3. NORMA MORAL OBJETIVA: LA LEY MORAL NATURAL.

El deber moral, como ya se ha dicho, es el mandato racional que orienta nuestra capacidad de querer y elegir -la voluntad- al bien. Dicho mandato se concreta en las normas morales. Y así, para saber lo que debemos hacer, es preciso conocer cuál es la norma moral. Ésta es el criterio o recto juicio que marca radicalmente al entendimiento y a la libertad la diferencia entre el bien y el mal. En ella se pone de manifiesto lo que caracteriza nuestra vida y nuestras acciones como “humanas”, y lo que significa y exige el “ser humanos”.

La norma moral es doble: objetiva y subjetiva. La norma objetiva de la moralidad es la “ley moral natural”, y la subjetiva es la “conciencia moral”.

La ley moral natural es el conjunto de exigencias y deberes que se desprenden de la dignidad ontológica de la persona humana, que concretan hacia dónde deben dirigirse las acciones humanas para ser moralmente rectas o buenas.

La norma moral objetiva o ley moral natural es la expresión normativa de la dignidad de la persona y del valor de lo humano. Por ello, para reconocer las exigencias que conlleva, es preciso haber comprendido muy bien antes qué significa ser persona, qué es lo propio e inherente a su naturaleza. Y también en qué consiste su dignidad.

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De este modo, sabiendo lo que significa ser persona y lo que implica su dignidad inherente (ontológica), se pueden apreciar las exigencias y derechos que se desprenden de esa dignidad y la concretan.

Como ya hemos dicho, tales derechos son independientes del hecho de que los hayamos descubierto o no, o de que hayan sido asumidos por las leyes humanas. No los poseemos porque los (re)conozcamos o no. De hecho, si hay leyes injustas –por desgracia las hay y las habido, y muchas– es porque en ellas no se reconoce ni respeta la dignidad de las personas.
Sin embargo, es fundamental que la dignidad de las personas se vea reconocida por las leyes humanas, porque gracias a esto los hombres y mujeres pueden adquirir conciencia más clara de sus derechos y obligaciones fundamentales, y así orientar adecuadamente su vida. Y de igual manera pueden también exigir más fácilmente que los demás seres humanos cumplan con sus obligaciones.

Si no se reconoce el orden moral objetivo (que obliga a todos por igual y ante el que todos los seres humanos son iguales, porque todos somos igualmente personas), la experiencia demuestra que se tiende siempre a la “ley del más fuerte” (que puede ser en algunos casos el más astuto, el más violento, el más poderoso, el grupo más numeroso, el que dispone de más eficaces medios de información social, etc.)

El contenido de la ley moral natural

A la hora de especificar cuál es el contenido de la ley moral natural, se distingue entre tres tipos de preceptos. Los preceptos de primer, segundo y tercer orden.

1) Los preceptos de primer orden: Son los grandes principios que establecen que existe una diferencia esencial entre el bien y el mal. Resumen el contenido de la vida moral y no son fruto de la voluntad humana ni dependen de ningún código elaborado por unos hombres u otros, son previos a toda elección concreta, por ser inherentes al ser de la persona humana.

Estos principios fundamentales aparecen de hecho en la todas las culturas, con unos términos u otros, y pueden expresarse en tres grandes enunciados:

1º) Hay que hacer el bien y evitar el mal.

2º) No hagas a los demás lo que no es un bien para ti
(o lo que no quieres que te hagan a ti)

3º) No hagas el mal para obtener un bien
(porque el mal hay que evitarlo)

Los principios de primer orden de la ley natural son universales: todo ser humano puede comprenderlos (y de hecho están implícitos o explícitos en todas las culturas) y afectan a todo ser humano, por encima de culturas, tiempos y lugares.

Sin embargo, aunque estos son los principios que sostienen todo el edificio de la ética, porque establecen la diferencia fundamental entre lo que es humano y lo que es inhumano, son muy generales, poco concretos. Y por ello requieren una concreción y una aplicación a los casos y situaciones de la vida.

2) Preceptos de segundo orden. Se trata de normas más concretas que expresan las exigencias más fundamentales de la naturaleza humana y de la dignidad común de todas las personas.

Históricamente, se han dado diferentes intentos de compendiarlas de forma explícita, con más o menos precisión: los Diez Mandamientos de la tradición judeocristiana, la sabiduría oriental (Taoísmo, Confucio, budismo…), la filosofía clásica greco-occidental, las Declaraciones de derechos humanos…

3) Los llamados preceptos de tercer orden son preceptos de aplicación a casos y situaciones concretas (en ámbitos económicos, de administración de la justicia, la bioética, la resolución de conflictos armados, etc.) Se puede considerar de este tipo, entre otros muchos, las condiciones para que una guerra sea justa, el trato humanitario a los prisioneros, el cumplir los contratos suscritos, el cumplimiento de las normas sociales justas (tráfico, impuestos, etc.), el establecimiento de periodos semanales de descanso laboral, etc.

Estos preceptos son muy concretos e identificables, pero están condicionados por las circunstancias y por las tradiciones culturales.

Una acción es moralmente buena cuando cumple estas condiciones:

  1. Es LIBRE. Somos responsables de esa acción. Eso implica que es deliberada y consentida:
    • Deliberada: comprendemos su significado y su valor (sabemos lo que hacemos)
    • Consentida: la asumimos como propia y decidimos realizarla (queremos hacerlo)
  2. Es CONFORME CON EL DEBER SER, con la norma moral. Es decir, nos perfecciona como personas.

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4. NORMA SUBJETIVA DE LA MORALIDAD: LA CONCIENCIA MORAL.

El ser humano está capacitado para elegir cuando actúa, pero no siempre es fácil acertar. Dispone de la ley moral natural, que le marca el camino del deber, pero una cosa son los principios generales que guían el comportamiento humano y otra tomar decisiones “aquí y ahora”, en situaciones concretas en las que el bien y el mal no siempre están claros. Por eso le hace falta una “brújula” que le oriente al asumir un rumbo, distinguiendo el bien del mal en las situaciones concretas y complejas de la vida.

Ahora bien, el caso es que a menudo nos damos cuenta de que lo que hemos hecho no estuvo bien, y sentimos remordimiento por ello. Otras veces, antes de actuar, nos paramos a pensar sobre lo que debemos hacer y lo que no, para no equivocarnos.

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Ese juicio moral que acompaña a nuestras acciones nos ayuda a discernir e inclina nuestra voluntad a hacer el bien y a evitar el mal en las situaciones concretas de la vida.

Este conocimiento y aplicación de las exigencias de la ley natural a las situaciones concretas de la vida, empezando por nuestro propio actuar personal, y que nos orienta y ordena acerca de lo que tenemos que hacer y evitar, es a lo que se llama conciencia moral, o norma subjetiva de la moralidad. Es lo que entendemos que tenemos que hacer, o que teníamos que haber hecho, para obrar con rectitud.

La conciencia moral es el juicio de valor que el propio sujeto realiza acerca de sus actos morales concretos.

Pero vayamos por partes:

  • Es una norma, un juicio que regula si nuestra acciones se dirigen o no a su fin moral, y nos permite distinguir si una acción nos acerca o no a nuestra plenitud como seres humanos. Y por consiguiente, si debe hacerse o debe evitarse. Es un juicio que nos obliga, no se limita a describir. [Hay que distinguir la conciencia moral de la simple conciencia psicológica. La conciencia psicológica consiste en darse cuenta de lo que hacemos o de lo que nos pasa, ser conscientes de ello, sin entrar en ninguna valoración. (Por ejemplo, darme cuenta de que me están mirando o hablando, darme cuenta de que me estoy distrayendo con la imaginación y cortar para centrarme en lo que estoy haciendo, concentrarme en la lectura o el estudio, percibir que veo una imagen de forma defectuosa…) Estos actos de mero “reconocimiento” carecen de valor moral. La conciencia moral no se limita a describir lo que pasa, sino que prescribe, obliga: juzga lo que debe ser o hacerse.]
  • Es subjetiva, porque se presenta como una exigencia de nuestra propia inteligencia que (debidamente formada) se dirige a nosotros mismos, internamente:
    • No es una imposición externa
    • Ni la influencia de la presión social
    • Ni la tendencia general de la opinión mayoritaria
    • Ni el consejo de otra persona
    • Ni una especie de oráculo o “voz misteriosa” que se oye en nuestro interior
  • Es ‘simplemente’ nuestra razón, nuestra inteligencia, que juzga la bondad o maldad (moral) de nuestras acciones. Así como juzga la verdad o falsedad en la teoría, así también juzga el bien o el mal en la práctica moral.
  • Es un juicio (norma) concreto, porque se refiere a la aplicación inmediata a casos y acciones concretas, “aquí y ahora” (es decir, en una situación, con unas circunstancias precisas, con determinada intención o responsabilidad, con tales consecuencias...)
  • Pero no es una norma absoluta, suprema; no es el juicio supremo sobre una acción. Porque, aunque es indispensable para la acción moral, puede ser errónea, podemos equivocarnos al juzgar. Si la conciencia es falible no puede ser entonces la norma suprema. Nuestra conciencia no puede ser completamente autónoma e independiente. Quien nos advierte del error de nuestro juicio es otra norma superior, a la que la conciencia está subordinada: la ley moral natural. La conciencia no es la norma moral última.

El ser humano no sólo tiene el derecho, sino también el deber de seguir el dictamen de su conciencia. Una persona es madura (moralmente) cuando se comporta según el juicio de la recta conciencia. La conciencia se dice recta si el juicio que formula es conforme con la ley o moral objetiva. Es decir, cuando la conciencia sabe distinguir el bien del mal.

La conciencia moral se puede distorsionar y corromper por diversas causas: la presión de los intereses del sujeto, sus pasiones y hábitos arraigados, por la influencia de un ambiente confuso e inmoral... Por eso es necesario formar bien, cuidar y cultivar el juicio de la conciencia moral para que sea siempre recto.

La autoridad moral de la conciencia recta

Uno de los más destacados “campeones de la conciencia” en la historia de la Humanidad es Sócrates (ateniense, s. V a. Jc). Cuenta su discípulo Platón que, tras haber sido aquél condenado a morir injustamente, Critón, otro de los discípulos de Sócrates y muy rico, incita a éste a escaparse de la cárcel tras haber sobornado al guardián. Sócrates se niega a hacerlo, pues sería incoherente con su propia doctrina. Sócrates afirmaba en su magisterio que es preferible padecer una injusticia a cometerla. Cuando Critón le dice que todos o la mayoría le considerarán un ingenuo por ello, el maestro le contesta:

“-Sabes, Critón, que tengo la costumbre de no ceder más que por razones que me parezcan justas, después de haberlas examinado atentamente. Aunque la fortuna me sea adversa no puedo abandonar esta máxima que siempre he profesado. No cederé, aunque todo el poder del pueblo se armara contra mí y, para aterrarme como a un niño, me amenazase con los más duros sufrimientos: las cadenas, la miseria, la muerte…

No debemos preocuparnos de lo que diga la gente, sino sólo de lo que dirá aquél que conoce lo justo y lo injusto, y este juez no es otro que la verdad. Quizá me dirás: pero el pueblo tiene el poder de hacernos morir… Así es, amigo mío, pero esto no podrá variar la naturaleza de lo que acabamos de decir… Respecto del dinero, la reputación… son consideraciones de ese pueblo, que hace morir sin razón a un hombre y que sin razón quisiera después hacerlo revivir si le fuera posible. Pero respecto a nosotros, todo lo que tenemos que considerar es si lo que haremos es justo.” (PLATÓN, Critón).

Los que, a lo largo de la historia, han actuado en conciencia contra la autoridad establecida, no lo han hecho por afán de rebeldía, sino por el pacífico convencimiento de que hay cosas que no se pueden -porque no se deben- hacer. Gandhi, acusado de sedición, se defiende en el más grave de sus procesos con estas palabras: "He desobedecido a la ley, no por querer faltar a la autoridad británica, sino por obedecer a la ley más importante de nuestra vida: la voz de la conciencia".

El abogado Átticus Finch, en un país racista, se enfrentó a la opinión pública de toda su ciudad por defender a un muchacho negro: “Antes que vivir con los demás tengo que vivir conmigo mismo: la única cosa que no se rige por la regla de la mayoría es la propia conciencia.”

La conciencia juzga con criterios absolutos porque puede juzgar según el orden moral objetivo que está más allá de la utilidad inmediata y del propio parecer e interés; tiene que ver con el sentido último de la vida y del mundo. Aunque un criminal no llegara a ser descubierto nunca en esta vida, nunca dejará de estar mal todo el daño que hizo, siempre será culpable. Por la presencia de ese criterio absoluto intuye el ser humano su responsabilidad absoluta y su dignidad.

Y por eso entendemos también a Tomás Moro cuando escribía a su hija Margaret, antes de ser decapitado por un rey caprichoso e irritable: "Ésta es de ese tipo de situaciones en las que un hombre puede perder su cabeza y aun así no ser dañado en lo más profundo".

Una de las cuestiones que aquí se están planteando, obviamente, y que siempre han inquietado a los hombres y mujeres de todas las épocas, es si las consecuencias de nuestra vida moral traspasan el velo de la muerte. Emmanuel Kant –importante filósofo del siglo XVIII- argumentaba diciendo que no es concebible ni razonable la existencia el deber moral en la conciencia humana si en el final de la vida y más allá de la muerte el hombre bueno no va a recibir como premio a su comportamiento y actitudes un género de vida mejor que el del hombre malo. Y por ello reivindica y postula la existencia de un Dios remunerador de la conducta moral del ser humano.

Escribe el filósofo español José R. Ayllón: “Se ha dicho que Dios perdona siempre, que el hombre perdona algunas veces, y que la naturaleza no perdona nunca. Pero el castigo de la naturaleza nunca es a traición, pues avisa previamente por medio de la conciencia.”

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5.- TIPOS DE CONCIENCIA MORAL. LA FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA.

Educar la conciencia es enseñarla a respetar la realidad, a no manipular lo que es objetivo. La inteligencia es la capacidad de conocer la realidad y conocerse a uno mismo. Y educar la inteligencia es entrenarla para reconocer las cosas como objetivamente son, no como subjetivamente pueden parecer o deseamos que sean.

Una educación prudente enseña dónde se halla el bien y la virtud; preserva o sana del egoísmo y del orgullo, de los inadecuados sentimientos de culpabilidad o de complacencia injustificada. La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz interior.

La verdad sobre el bien moral, presente en la ley moral natural, es reconocida práctica y concretamente por el dictamen prudente de la conciencia. Se llama prudente al hombre que elige conforme a este dictamen o juicio. En esto consiste, hablando con propiedad, el llamado “sentido crítico”.

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La conciencia hace posible asumir la responsabilidad de los actos realizados: juzgo y valoro si algo debo hacerlo, por ser bueno o justo, o no, porque no lo es. Tras este juicio, mi decisión será ya un acto responsable, para bien (meritorio) o para mal (culpable).

Ante la necesidad de decidir moralmente, resulta necesario educar la conciencia. Una educación que debe empezar en la niñez y no interrumpirse, pues ha de aplicar los principios morales a la multiplicidad de situaciones de la vida. Una educación protagonizada por la familia, la escuela y las leyes justas. Una educación que lleva consigo el equilibrio personal y que supone respetar tres reglas de oro: Hacer el bien y evitar el mal. No hacer a nadie lo que no queremos que nos hagan a nosotros. No hacer el mal para obtener un bien.

Tipos o situaciones de la conciencia moral

A) Según la conformidad con la norma objetiva:

  • Verdadera o recta (coincide con las exigencias de la ley moral natural)
  • Errónea (no coincide con la ley natural). Ésta, a su vez, puede ser:
    • Venciblemente errónea: Se podía evitar el error, mediante una mejor información, una voluntad mayor de acierto, una reflexión serena, bien formada y precisa de los elementos de la acción. Además de la posible maldad de la acción, al sujeto se le debe acusar por el juicio erróneo de la conciencia (por la deformación voluntaria de su conciencia).
    • Invenciblemente errónea: No puede evitarse el juicio erróneo, por haber sido objeto de engaño, o por ignorancia no culpable. En este caso, se debe seguir el juicio de la conciencia y no se debe atribuir culpabilidad al sujeto. Si la ignorancia es invencible, o el juicio es erróneo sin culpa alguna por parte de una persona, el mal cometido por ella no puede serle imputado. Pero no deja de ser un mal, una privación, un desorden. Por tanto, es preciso formar bien la conciencia y corregirla acerca de sus errores.

B) Por el grado de seguridad del juicio:

  • Cierta (juzga sin temor a equivocarse). Obliga a actuar.
  • Dudosa (“No estoy seguro/a”… vacila ante dos juicios contrarios, bien sea por haber igualdad en las razones a favor y en contra, o bien por carecer de razones para obrar tanto a favor como en contra). Si la materia es grave, es preciso abstenerse de actuar (Es lo que se llama una “duda razonable”).
  • Perpleja (“No sé qué hacer…” No se ve salida a la duda, sólo se ven razones en contra, sea cual sea la elección: haga lo que haga, uno cree estar obrando mal). En este caso procede la abstención. Si no hay más remedio que obrar, ha de buscarse el mal menor si este existe.

Debemos seguir siempre el juicio de nuestra conciencia cuando ésta es cierta y verdadera: Debo hacer lo que en conciencia creo que es lo adecuado (lo que debe hacerse de acuerdo con la ley moral). Si una persona está segura de lo que debe hacer, está obligada a actuar en conformidad con ello. Pero no basta la seguridad en el propio juicio para garantizar la veracidad. Una persona que está equivocada en su juicio moral puede obrar “de buena fe”, pero a la vez puede estar actuando de manera inadecuada y dañina.

C) Existen además dos tipos o formas de conciencia deformada o distorsionada:

  • Estricta (tiende siempre a la perplejidad). La forma patológica de este tipo de conciencia son los escrúpulos.
  • Laxa o relajada (elude la culpabilidad, tiende a pensar que “no pasa nada” si se obra mal, y no hay obligación estricta de evitar el mal)
  • Cínica: conciencia gravemente deformada.
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En su novela El retrato de Dorian Gray, Oscar Wilde relata la historia de un joven extraordinariamente honesto y lleno de cualidades, que es seducido por las palabras de su mentor, quien le va convenciendo poco a poco de que lo importante en la vida es el éxito a ultranza y el placer egoísta.

Aquellas ideas van calando como un veneno en la mente de Dorian y le llevan a valorar su juventud y su hermosura por encima de cualquier otro valor. Con tal de conservarlas, será capaz de cometer todos los crímenes hasta llegar a humillar a su prometida, a la que induce a suicidarse, y a asesinar a su amigo Basilio, el autor del cuadro que lo refleja en toda su lozanía.

Pero el cuadro mismo es la metáfora de su conciencia. Mientras él parece conservar su lozanía juvenil, la imagen del cuadro va afeándose a cada villanía que comete el retratado. Nada puede detener aquel deterioro. El cuadro, como la conciencia, refleja la honda verdad del personaje. Y esa verdad es brutalmente horrible…

Pero no te cuento el desenlace. Merece la pena leer algún día esta brillante y muy inteligente novela, hasta el final, y sacar las consecuencias adecuadas.

La formación de la conciencia moral

La conciencia ha de ser educada y formada para que acierte al distinguir entre el bien y el mal en las diferentes situaciones. La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los primeros años una conciencia moral incipiente despierta en su interior al niño al conocimiento y la práctica de la ley moral.

Tema 10: Ética, la diferencia entre el bien y el mal

Hay una virtud moral, la prudencia, que consiste justamente en esto, en el hábito moral teórico-práctico de la razón que sabe lo que es bueno y lo que es malo en las situaciones concretas. En este sentido es de la mayor importancia la coherencia de vida en el sujeto, porque “el que no vive como piensa acaba pensando según vive”. La conciencia puede llegar a deformarse y corromperse si uno se empeña en no obedecerla ni formarla bien.

Debemos seguir siempre el juicio de nuestra conciencia cuando ésta es cierta y verdadera, como ya se ha dicho. Debo hacer lo que en conciencia creo que es lo adecuado (lo que debe hacerse de acuerdo con la ley moral). Si una persona está segura de lo que debe hacer, está obligada a actuar en conformidad con ello. Pero esto no es suficiente…

Ahora bien -y esto es muy importante-, no basta la seguridad en el propio juicio para garantizar la veracidad. Una persona que está equivocada en su juicio moral puede obrar “de buena fe”, pero a la vez puede estar actuando de manera inadecuada y dañina. Quizás no sea culpable si su ignorancia es inevitable, pero no deja de estar equivocada. La rectitud de conciencia ha de ser una aspiración permanente de la vida moral.

Por eso es de la mayor importancia formar bien la propia conciencia, para que sus juicios sean siempre verdaderos. Además, si esto ocurre de modo habitual (es el caso de lo que se llama una ‘persona prudente’), la certeza en el juicio de su conciencia será un indicador bastante bueno acerca de su veracidad (aunque no sea un criterio infalible). [Sobre el modo correcto de juzgar una acción moral, véase el Apéndice II: El juicio moral y sus elementos.]

¿Cómo se forma o se educa la conciencia moral?

1) Para formar la propia conciencia, lo primero es tener claro y reflexionar con rigor acerca de la dignidad de la que es portadora toda persona humana. Y de esta manera advertir qué es digno de ella y qué no lo es en los distintos órdenes de la vida. El estudio, el consejo de personas sabias y prudentes, y la propia reflexión son necesarios para ello. El desconocimiento o ignorancia puede ser fuente de desorientación moral.

2) Pero no basta sólo tener ideas claras acerca del orden moral. Es preciso vivir habitualmente de acuerdo con los rectos juicios de la conciencia moral. Si no se es consecuente en la práctica con las exigencias del orden moral, uno acaba normalmente por deformar sus criterios, y su conciencia puede corromperse. Y es que la ética es ante todo una forma de vivir –la forma humana de vivir-; y si el pensamiento, los sentimientos, la voluntad y las acciones no concuerdan, la vida se desarregla y acaba zarandeada entre tensiones contrapuestas, oscureciéndose el juicio acerca de lo adecuado y lo inadecuado.

Por eso es indispensable la práctica de la honestidad, o sea, procurar siempre obrar de manera recta y adecuada, y esforzarse en ello. No basta con saber lo que debe hacerse o evitarse; es preciso hacerlo, y hacerlo de modo habitual. Eso es la honradez, la coherencia práctica habitual con los principios morales. Dicho de otro modo, es lo que se llama vida virtuosa u honesta.

Tema 10: Ética, la diferencia entre el bien y el mal

3) Es muy difícil a veces que uno sea “juez en su propia causa”, ya que nuestros sentimientos (condicionamientos emocionales), o nuestros deseos o estados de ánimo, pueden dificultar la rectitud de nuestros juicios. Por eso es bueno dejarse aconsejar por personas bien formadas, que nos merezcan confianza, para que nos ayuden a ser objetivos y, si es preciso, que nos corrijan. También es importante estudiar –sí, sí, estudiar…- acerca de los fundamentos de la Ética para adquirir criterios bien fundados racionalmente.

Nos fiamos más del consejo y del criterio de quien nos consta que es una persona honesta, y desconfiamos del parecer de las personas inconsecuentes (las personas “falsas”).

4) Ayuda -o perjudica- mucho el ‘ambiente’ en el que habitualmente nos movemos. Las personas y los grupos sociales, con sus usos, sus ejemplos y sus costumbres, con sus premios (en forma de aprobación, elogio, aceptación…) y castigos (en forma de reproches, críticas, exclusiones, etc.) influyen poderosamente en nuestra visión de las cosas. Un ejemplo de esto –entre otros muchos: los medios de comunicación social, los grupos de amigos, las leyes y normas sociales vigentes…– puede ser la publicidad y el influjo del mercado, y su influencia en las modas, los gustos, los juicios de valor acerca de conductas, formas de vida, acciones, etc.

Es importante ser conscientes del ambiente en el que nos desenvolvemos, sus valores y prioridades, y someterlos a revisión y crítica para no dejarse llevar de forma irreflexiva y gregaria.

Un caso concreto: La influencia de la TV en nuestra conciencia

Después de estudiar la actividad cerebral al poco tiempo de mirar la televisión, los neurocientíficos han detectado que en apenas un minuto dicha actividad pasa de “ondas beta” a “ondas alfa”.

Las ondas beta se producen cuando el cerebro tiene activas todas sus funciones, mientras que las ondas alfa corresponden a un estado de ensoñación, parecido a la hipnosis, en donde las operaciones lógicas, la comprensión, la creatividad y la capacidad de juicio quedan detenidas o semibloqueadas. Y algo así ocurre también con la adicción a los videojuegos.

Se trata de un estado parecido al que se produciría si una persona es obligada a mirar fijamente a una pared durante unos minutos mientras hace una fila. Esto implica que al rato de mirar la pantalla, nuestro cerebro apenas funciona.

Tema 10: Ética, la diferencia entre el bien y el mal

En ese estado, la conciencia es mucho más manipulable. Eso lo saben muy bien los anunciantes, que ven en la televisión su principal vitrina de ventas. Bajo un estado de cuasi hipnosis, la gente es mucho más influenciable: la capacidad crítica se encuentra adormecida.

Por eso acabamos deseando comprar más, aunque no necesitemos hacerlo. También asumimos sin valorar a fondo ideas, reacciones y comportamientos que se nos insinúan, asociados a estímulos atrayentes.

A largo plazo, la principal consecuencia de esto es que la capacidad de atención y de valoración moral se deterioran. El cerebro se acostumbra a esa especie de aletargamiento y por eso se hace difícil enfocar la mente intensivamente en algo, es decir, no se piensa a fondo.

Esto significa que el cerebro está literalmente bombardeado por una multitud de estímulos. El estrés derivado de esta actividad puede pasar desapercibido para la conciencia, pero no para el resto del organismo. Si a esto se suman contenidos violentos o altamente tensionantes, el cuerpo responde produciendo cantidades importantes de adrenalina.

Tema 10: Ética, la diferencia entre el bien y el mal

De este modo, un rato de televisión puede ser perfectamente equivalente a una fuerte pelea. Se estima que, especialmente en los niños, puede haber un incremento de la producción de colesterol que alcanza hasta un 300% después de ver un programa altamente violento.

Adicionalmente, esa velocidad en la recepción de estímulos y su poder seductor pueden estar en la base de la generalizada falta de resistencia a la frustración que es tan frecuente hoy en día.

El cuerpo y la mente, de un modo u otro, terminan sincronizado con esa rapidez que no da lugar para las pausas y por eso cada vez estamos más marcados por la idea de “¡lo quiero ya!” y “no soporto no verlo realizado”. Más aún, “bueno” y “malo” pasan a significar, simplemente: “me apetece” y “no me apetece”… ¡y ya!

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APÉNDICE I:
LA VIRTUD, ORIENTACIÓN HABITUAL DE LA VIDA AL BIEN

Llamamos bien moral –a diferencia de otros tipos de bienes- a aquello que hace posible y facilita el logro de la plenitud humana y por lo tanto de la felicidad. El bien viene indicado por el deber moral [Pero el fundamento del bien moral no es el deber, como equivocadamente pensaba Kant: Una acción no es buena por ser debida, sino que es debida por ser buena.], y su fundamento se encuentra en la naturaleza humana. Es decir, es bueno desde el punto de vista moral todo aquello –aquellas acciones, logros, situaciones…- que es conforme con la naturaleza humana y la hace crecer hacia su plenitud propia. (Lo que es natural para un perro, por ejemplo, no lo es para el ser humano. Aquí hablamos de la naturaleza humana y de su perfeccionamiento y excelencia habitual).

La virtud y su necesidad en la vida moral.

Lo nuclear del desarrollo personal –de la educación del carácter y de la personalidad- es el fomento de hábitos (virtudes) al servicio de valores importantes (la dignidad de la persona, la paz, la justicia, etc.), consolidando así la orientación del obrar de la persona hacia los bienes más nobles.

Cuando el bien moral se consolida como algo habitual y estable en nuestro modo de ser y de comportarnos es cuando hablamos propiamente de la virtud moral. Una persona es mejor como persona, o sea desde el punto de vista moral, cuando ha desarrollado más en su vida la virtud (las virtudes): honradez, justicia, paciencia, lealtad, sinceridad, valentía, generosidad, fortaleza de voluntad, autodominio, serenidad, buen humor, abnegación, etc.

La virtud es un hábito bueno, una disposición o cualidad habitual, estable y firme para hacer el bien. No sólo impulsa a realizar buenas acciones, sino a dar lo mejor de uno mismo. Supone la orientación de la vida entera al bien. La virtud hace bueno al que la posee y hace buena su actuación, regula nuestros actos, ordena nuestros impulsos y pasiones y guía la conducta de manera ordenada y recta. Por su parte, el vicio, que es un hábito malo, hace malo al ser humano.

Las potencialidades humanas se ven incrementadas por la virtud (o virtudes, ya que existen muchas). La virtud se especifica según las distintas facetas de la vida y sus potencialidades correspondientes.

La virtud hace fácil, agradable y natural el esfuerzo. Las acciones que son fruto de una disposición arraigada se hacen con más perfección y finura, con más facilidad y precisión. Una persona generosa, por ejemplo, realizará normalmente un acto de abnegación con más facilidad y perfección que otra que no lo es.

Las capacidades racionales del hombre tienen un amplio margen de indeterminación o apertura en su obrar, a diferencia del instinto en los animales, que les impulsa en una dirección determinada y fija. Gracias a esta apertura a la virtud le corresponde dirigir la voluntad humana hacia actos buenos.

Las inclinaciones sensibles, por depender con fuerza de los estímulos que las excitan, requieren el contrapeso ordenador de la virtud, que las disponga a seguir el criterio de la razón y la determinación de la voluntad hacia lo mejor y más excelente. Así pues, cabe concluir que las virtudes –o la virtud en todas sus facetas- son necesarias para perfeccionar la libertad, el autodominio, el desarrollo de una personalidad noble y madura.

Unidad y diversidad de la virtudes.

Existen virtudes intelectuales y virtudes morales. Las intelectuales perfeccionan la inteligencia, bien sea especulativa (teórica) o bien práctica. Las virtudes morales perfeccionan a la voluntad y a las tendencias sensibles.

Las virtudes de la inteligencia especulativa (saber, conocer) son:

  • El intelecto, hábito de los primeros principios teóricos.
  • La sindéresis, habito de los primeros principios morales.
  • La sabiduría, hábito de comprender las cosas en su sentido más profundo, es decir, desde su fundamento causa última, Dios.
  • Las ciencias, hábitos de conocer con rigor las cosas desde los distintos géneros de causas, según sectores o ámbitos particulares de la realidad.

Las virtudes de la inteligencia práctica (saber lo que hay que hacer, saber hacer) son:

  • La prudencia, hábito que lleva a determinar lo que ha de hacerse en cada caso concreto para obrar bien. Su juicio implica una obligación.
  • Las artes o técnicas, hábitos que nos hacen distinguir lo que hay que hacer para producir determinados objetos o conseguir ciertos fines.

Los hábitos intelectuales capacitan para obrar bien, pero no aseguran el recto uso de la capacidad intelectual: se pueden utilizar la ciencia o la técnica para hacer el mal. Los hábitos intelectuales, excepto la prudencia, no cumplen plenamente la índole de virtud, que implica el hacer bueno al que la posee.

La prudencia o “recta razón”, por un lado, es intelectual por la facultad a la que pertenece (subjetivamente), es decir, la inteligencia; pero es moral por su objeto y porque implica la rectitud de la voluntad. La prudencia no es un simple “recto conocer”, sino un “dirigir el recto obrar”: “hay que hacer esto”. Su dimensión fundamental no es el juicio sobre lo que ha de hacerse cuanto la obligación por la que guía según la ley moral a la voluntad y a las tendencias sensibles. La prudencia incluye varias dimensiones o “virtudes” integrantes: la experiencia, la profundidad, la docilidad, la agudeza o sagacidad, la precisión lógica, la previsión, la circunspección y la precaución o cautela.

En lo que respecta a las virtudes morales, que se refieren a la voluntad, a la apetencia de placer y a la agresividad (las tendencias sensibles), se puede decir que son hábitos electivos, es decir, que disponen a elegir de un modo recto. La obra elegida es querida como tal, no basta una conformidad externa, que puede estar motivada por el miedo, el interés egoísta o la casualidad. Las virtudes morales dependen del juicio de la prudencia, siempre necesario, pero tienen un ámbito de aplicación más concreto en la capacidad a la que se refieren. Se agrupan en las llamadas virtudes cardinales o fundamentales, que son, además de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza.

  • La justicia es el hábito relativo al querer, a la voluntad. Consiste en la decisión firme y habitual de dar o atribuir a cada cual lo que le corresponde, lo suyo. Tiene múltiples manifestaciones: la piedad, la religión, la gratitud, la veracidad, la fidelidad, la lealtad, la amistad, la generosidad y la equidad.
  • La fortaleza es el hábito relativo a la agresividad, a la tendencia que se enfrenta a las dificultades. La voluntad la domina y la dirige con vigor y fuerza para afrontar y superar los peligros y asperezas que dificultan la realización del bien. Sus manifestaciones son: la magnanimidad –cuyos vicios contrarios son la codicia, la presunción, la vanagloria y la pusilanimidad-, la paciencia o tolerancia, la firmeza y la constancia.
  • La templanza, moderación o autodominio es el hábito relativo a la apetencia de deleite, de placer. Controla los deseos y la sensualidad y proporciona equilibrio y elegancia, señorío de uno mismo. No se deja arrastrar. Incluye manifestaciones como el pudor, el encanto o elegancia moral, la abstinencia en el comer, la sobriedad en el beber, la castidad en la sexualidad, el autocontrol, la calma, la clemencia, la humildad o conciencia del propio límite, la discreción y la sencillez.
Tema 10: Ética, la diferencia entre el bien y el mal

Pero lo más importante con relación a las virtudes no es simplemente conocerlas y comprender en que consisten, sino en cultivarlas y ejercitarlas en la práctica, que configuren la personalidad. Aristóteles decía que lo importante es ser justo, no saber en qué consiste la justicia.

Las virtudes se adquieren y crecen por repetición de actos semejantes. Se pierden o disminuyen debido a la falta de ejercicio y a la realización de actos viciados, contrarios a la virtud. La virtud anula el vicio opuesto y el vicio anula la virtud opuesta. Por eso la mejor forma de vencer los vicios es el ejercitarse en las diferentes virtudes, especialmente en las más opuestas. No obstante, el ejercicio de una virtud predispone y contribuye indirectamente al de las demás.

La virtud moral supone siempre un término medio entre el defecto y el exceso, que es el determinado por la prudencia. Es una rectitud que se mantiene firme ante posibles desviaciones.

Las virtudes morales, en realidad, son aspectos diferentes de una disposición entera de la persona al bien. Su diversidad obedece a la distinción de facultades en el ser humano y a los tipos de actos y de objetos a los que se refieren, pero están estrechamente vinculadas entre sí. Ninguna virtud se da en estado perfecto sin que se den las demás, y todas crecen con el ejercicio de una. Lo mismo ocurre con los vicios, también están conectados entre sí y se siguen unos de otros con gran facilidad. La virtud supone en todo caso un rechazo, una aversión plena al mal.

La educación y el cultivo personal, y también la amistad, tienen en el fondo como objeto y resultado el crecimiento en la virtud, el avance hacia un estado de virtud en la persona, su maduración y perfeccionamiento. El fruto de la plenitud resultante, la satisfacción de los deseos radicales del ser humano, es la felicidad.

ACTIVIDAD

¿APLAUDIR LAS VIRTUDES?

“Cuéntase que en un teatro de Atenas se celebraba una representación teatral a la que habían sido invitados los embajadores espartanos. Cuando el teatro estaba lleno, entró un anciano y trató inútilmente de hallar sitio libre. Unos jóvenes atenienses que veían los esfuerzos del anciano por acomodarse comenzaron a reírse de él irrespetuosamente.

Al ver esto, los embajadores de Esparta, acostumbrados a venerar a sus mayores, se levantaron y ofrecieron sus sitios al anciano. Todo el público del teatro, al presenciar la escena, aplaudió a los embajadores, hasta el punto de interrumpir la representación.

Preguntado el anciano por lo ocurrido, “-Es curioso, dijo, los atenienses aplauden las virtudes, mientras que los espartanos las ejercitan.”

PREGUNTAS:

  1. ¿Podrías explicar lo que se narra con tus propias palabras?
  2. ¿Quién es más digno de admiración: el público que aplaude ante el gesto de los embajadores, o los embajadores?
  3. ¿Basta con “saber” qué es lo justo, para ser justo? ¿Por qué?
  4. ¿Basta una sola acción para que se consolide una virtud? ¿Por qué?

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APÉNDICE II:
EL JUICIO MORAL Y SUS ELEMENTOS

Análisis de las acciones morales

Lo primero que debe tenerse en consideración a la hora de juzgar moralmente una acción es que sólo tienen valor moral los llamados “actos humanos”, que son aquellos que se llevan a cabo con deliberación plena o advertencia (conscientes) [Para que una acción tenga valor moral (positivo o negativo) el primer requisito es que sea una acción libre. Si lo es, entonces somos responsables de esa acción. Y ello implica que es deliberada y consentida: Deliberada: comprendemos su significado y su valor (sabemos lo que hacemos). Consentida: la asumimos como propia y decidimos realizarla (queremos hacerlo). Las acciones que no tienen valor moral son las que se llaman “acciones indiferentes”. Después será necesario juzgar si su contenido, intención o las circunstancias que concurren en ella respetan o vulneran la dignidad de las personas y el orden moral.], y con voluntariedad (libres). Acerca de las acciones que hemos pensado y sopesado, y de lo que hemos decidido libremente, tenemos plena responsabilidad, para bien (mérito moral) y para mal (culpabilidad).

Pero ¿cómo se valora si una acción (realizada de manera consciente, libre, responsable) es moralmente buena o mala? En esto consiste el juicio moral (o ético), el juicio de valor que realiza nuestra conciencia acerca de nuestras propias acciones y también ante acciones y hechos en los que se halla en juego la dignidad de las personas o el bien común de la sociedad.

Elementos del juicio moral: objeto, fin y circunstancias

Cuando juzgamos acerca de la bondad o maldad ética de una acción, de un “acto humano con valor moral”, lo confrontamos con la ley moral,; y para ello los “elementos de juicio” que es preciso considerar son: el objeto, el fin y las circunstancias de dicho acto. A estos tres elementos también se les llama “fuentes de la moralidad”.

a) El objeto de la acción es el contenido moral de ésta; es la materia del acto humano. Por ejemplo, en un asesinato, arrebatar la vida a una persona.

Ha de tenerse en cuenta su adecuación a la ley moral (la dignidad de la persona). Hay acciones y conductas que son buenas por sí mismas y otras que son malas de suyo, es decir, siempre. Y así, por ejemplo, quitar la vida a un inocente siempre será un crimen, aunque se quiera disimular con eufemismos; por el contrario, la lealtad hacia los amigos, o el cuidado paternal de los hijos son actos buenos en sí mismos.

b) El fin o la intención del que actúa (también llamado ‘móvil’ o propósito), es lo que el agente se propone conseguir con la acción. Por ejemplo, matar a una persona durante un incidente violento, en defensa propia, para evitar que ella nos mate.

El fin puede modificar la moralidad agravando o disminuyendo la cualidad buena o mala de un acto. Pero lo que es malo no puede volverse bueno, aunque se haga con buena intención. Si una acción es lícita y buena, y además se hace con el deseo de hacer un bien a alguien, la bondad aumenta. Y si una acción es mala y se hace directamente para hacer daño a determinada persona, su maldad aumenta. Pero nunca se puede hacer un mal para obtener un bien, porque el mal no debe buscarse nunca.

Tema 10: Ética, la diferencia entre el bien y el mal

c) Las circunstancias, comprendidas en ellas las consecuencias de la acción, son los elementos secundarios (aunque también importantes) de un acto moral. Por ejemplo, matar a una persona cruelmente mediante tortura, de forma que sufra todo lo posible.

Se trata de aspectos o matices concurrentes, que pueden especificar el objeto de la acción: quién (cualidad del agente), cuándo, dónde, con qué instrumentos, cantidad, grado de conciencia y lucidez del agente, efectos directos o secundarios...

Las circunstancias contribuyen a agravar o disminuir la bondad o malicia moral de los actos (por ejemplo: la cantidad de dinero robado). Pueden también atenuar la responsabilidad del que obra (como actuar por miedo a la muerte), o agravarla (como traicionar la lealtad jurada a un amigo…) Pero las circunstancias no pueden modificar la calidad moral de la acción (no pueden hacer ni buena ni justa una acción si de suyo es mala).

Es erróneo juzgar la moralidad de los actos humanos considerando sólo la intención que los inspira, o las circunstancias (ambiente, presión social, coacción o necesidad de obrar, etc.) que son su marco. Hay actos que en sí y por sí mismos son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto, por ejemplo el perjurio, el asesinato, el adulterio. Las circunstancias o intenciones nunca podrán transformar un acto intrínsecamente deshonesto por su objeto en un acto honesto o justificable moralmente.

El bien o rectitud de una acción procede de la integridad de todas las condiciones o elementos de la misma, mientras que el mal resulta de la falta de una sola de ellas. Es decir:

  • Para que un acto sea bueno (supuesta la responsabilidad) es necesario que concurran todos los factores de la moralidad: la bondad del objeto, la rectitud de la intención y la conveniencia de las circunstancias.
  • Para que un acto sea malo basta, o bien que su contenido objetivo sea deshonesto, o bien que el fin que se persigue a través de éste no sea lícito; o también que las circunstancias no sean las apropiadas.

Sucede a veces que el sujeto actúa con buena intención, pero si lo que hace es malo, la acción lo es también. Por ejemplo, si para que una persona sea incluida en la lista de un viaje al que tiene derecho, se excluye a otra que también tenía ese derecho. Si bien la intención es buena, la acción es mala porque se realiza algo malo. El que actúa debe intentar siempre satisfacer las exigencias legítimas (en este caso el derecho de los demás candidatos al viaje): buscar otra modalidad de viaje, compensar equitativa y generosamente a alguien que pueda ceder su sitio por las molestias ocasionadas, etc.

La buena intención no autoriza a hacer ninguna obra mala. Existe un principio moral de la mayor importancia: El fin ilícito no justifica los medios malos. Un fin subjetivo, aunque sea bueno, no hace bueno el uso de medios inicuos para conseguirlo. No es lícito hacer el mal para obtener un bien. El mal ha de ser evitado siempre. Así, por ejemplo, no se puede justificar la condena de un inocente como un medio legítimo para salvar a otro, ni siquiera a un pueblo; no se debe matar a una persona para recuperar un bien robado; no se puede engañar o dañar a una persona (mentir en un juicio, por ejemplo) para favorecer a otra, etc.

Y la razón de ello reside en que el acto humano guarda una relación directa con su contenido (objeto): es lo que hacemos. Si el objeto de la acción concreta no está en sintonía con el verdadero bien de la persona, la acción es mala (si existe algún tipo de atenuante o agravante dependerá de otros factores concurrentes).

“Una de las cosas más extrañas es que todos los genios militares del mundo hayan hablado de paz. Los conquistadores del pasado, que mataban para imponer la paz –por ejemplo Jerjes, Alejandro, Julio César, Carlomagno o Napoleón- coinciden en la búsqueda de un orden universal basado en la paz… En la actualidad, los hombres que gobiernan nuestro mundo se pasan el tiempo hablando de la paz… ¿Dónde reside entonces el problema?

Estos gobernantes nos hablan de la paz como si se tratase de un objetivo muy lejano, de un fin que estamos buscando. Pero algún día llegaremos a darnos cuenta de que la paz no puede ser simplemente un objetivo distante, sino que es el medio con cuya utilización llegaremos a aquel objetivo. Para alcanzar un fin pacífico, debemos emplear medios pacíficos. Y con estas palabras, como análisis final, pretendo decir que el fin y los medios deben estar en estrecha correspondencia… Unos medios destructivos nunca podrán llevarnos hacia un fin constructivo.”

(Martin Luther King: El clarín de la conciencia)

Por lo demás, la elección de una acción mala hace moralmente mala a nuestra voluntad y a nosotros mismos. Si robo, me hago ladrón; si miento, mentiroso; si traiciono, traidor. Y, al revés, si hago acciones leales, me hago leal, si lucho contra la pereza me hago fuerte, si afronto las dificultades, me hago valiente, etc. Nuestra voluntad se identifica con el bien o el mal al que tiende. Si quiero un mal, mi deseo es malo, y yo me hago malo.

Tema 10: Ética, la diferencia entre el bien y el mal

ANÁLISIS MORAL DE CASOS

Caso 1.- Distinguir “objeto”, “fin” y “circunstancias”, y hacer la valoración moral del caso.

Clemente, un modesto trabajador, socorre a un compañero suyo con dinero en bastante cantidad. Se priva para ello de algunas aficiones y tiene que hacer algún trabajo extra. En cierta ocasión tuvo que mentir a su mujer diciendo que había sido atracado en el metro.

Clemente hace todo esto, con agrado, pensando que su amigo podrá salir así de un grave problema familiar por el que atraviesa. Como dice Clemente, “los amigos están para estas ocasiones”. Además, para no humillar a su compañero, se ha servido de varios donativos anónimos que ingresa en la cuenta corriente del amigo.

Caso 2.- Distinguir “objeto”, “fin” y “circunstancias”, y hacer la valoración moral del caso.

Así daba la noticia el periódico “Nuestra región”: “Faustino Concejalez, candidato al Ayuntamiento de Villalagartos del Monte, ha donado una magnífica equipación completa de fútbol a la casa de acogida de niños huérfanos y pobres de la comarca.”

La noticia fue filtrada al inicio de la campaña electoral por el jefe de prensa de Faustino, y venía acompañada en el diario con una foto del equipo de niños posando con el nuevo atuendo, en el que se leía con claridad: “Electrodomésticos Concejalez”; también aparecían la directora de la casa de acogida, del partido del señor Concejalez, y el propio Sr. Concejalez. Sus asesores están seguros de que, con este gesto, muchos vecinos se animarán a votar al Sr. Concejalez. Porque “Concejalez piensa en el pueblo” (según dice el eslogan de su campaña electoral).

Caso 3.- Distinguir “objeto”, “fin” y “circunstancias”, y hacer la valoración moral del caso.

León Candelas ha discutido airadamente con su amigo César, llegando ambos a las manos e intercambiando ofensas personales. Fuera de sí, León decide matar a César, y así lo comenta con su amigo Héctor.

León toma su coche y, de camino a la casa de César, al que va a buscar con la intención de vengarse, recapacita y cambia de parecer, tomando la decisión de reconciliarse con él. Se acerca a un bar y, para hacer acopio de valor, bebe en exceso.

Poniéndose de nuevo León al volante, y yendo hacia el domicilio de César, éste atraviesa de repente la calle de forma precipitada y es atropellado por León, que no ha podido dominar el vehículo.

Todo parece acusar a León de asesinato…

Caso 4.- Distinguir y analizar el “objeto”, “fin” y “circunstancias”, y hacer la valoración moral del caso a partir del análisis anterior.

Alicia quiere obtener un puesto de trabajo para su hijo Rodrigo. Está convencida de que él está capacitado adecuadamente, pero no se fía del resultado de las oposiciones a bombero a las que se ha presentado.

Casualmente, conoce ciertos problemas personales por los que pasó hace más de 20 años Jorge, el presidente del tribunal que tiene que corregir el examen de Rodrigo. Y decide intervenir.

Alicia llama a Jorge –“hola, ¡qué alegría!”- y le recuerda, como quien hace un comentario casual, cuánto le ayudó Alicia en aquellos momentos de dificultad, pero que ella nunca le ha pedido nada a cambio. Y que se alegra de que esté en la ciudad estos días.” ¡Por cierto! ¿No estarás en el tribunal de oposiciones a bombero?... ¿Síiiii…? ¡Qué casualidad! No tenía ni idea. Mi hijo se presenta. No sabrás qué tal le ha ido... Porque es listísimo y muy responsable. ¡Qué te voy a contar yo, que soy su madre! No sabes cuánto ha estudiado. Pero veras, quisiera que echaras una mano… No me gustaría tener que contar lo que pasó hace tanto tiempo…”

Pero se da el caso de que Rodrigo, que no sabe nada de esta conversación, había hecho un magnífico examen, y por sus propios méritos logró uno de los primeros puestos, obteniendo la plaza de bombero.

La “gestión” de Alicia resultó innecesaria –aunque ella no lo sabe-, y se ha saldado con la humillación de Jorge, que no ha comentado nada, y con la enemistad de éste. Pero, claro, madre no hay más que una….

Caso 5.- Distinguir y analizar el “objeto”, “fin” y “circunstancias”, y hacer la valoración moral del caso a partir del análisis anterior.

Pedro es un padre de familia numerosa. Cuatro hijos. En su primera juventud cometió algunos delitos (robos, atracos...), pero ya pagó por ello y ha logrado reconducir su vida, que ahora es de completa honradez.

Su mujer acaba de ser diagnosticada de una enfermedad muy grave. Llevaban una vida normal, sin agobios económicos, pero sin que les sobre tampoco el dinero.

Los médicos le han dicho que existe sólo un posible tratamiento, muy caro, que se aplica en una clínica de Estados Unidos. Para poder pagarlo, tiene que hipotecar la vivienda familiar, por lo cual su familia se verá obligada a pasar muchas dificultades en el futuro: sus hijos ya no podrán ir a la universidad, y él, para acompañar a su mujer durante la estancia en el hospital, deberá dejar su pequeño negocio familiar (una tienda de alimentación en su barrio)...

...A no ser que robe en la sucursal de un banco, cosa que en su anterior vida como delincuente se le daba muy bien...

¿Cómo debería actuar Pedro y por qué, a la vista de lo anterior?

Caso 6: Análisis y juicio moral de un caso, examinando: objeto, fin y circunstancias.

En la película "The Emperor's Club" (Michael Hoffman, USA 2002), el profesor William Hundert destaca por su rectitud y su espíritu de justicia. Quiere que sus alumnos no sólo aprendan de la asignatura -explica cultura clásica en el Colegio St. Benedict-, sino que se formen de manera ética y socialmente honesta. Ya iniciado el curso, se incorpora a las clases el alumno Segdy Bell, muy problemático, altanero y difícil, aunque también muy inteligente -aunque las notas que arrastra no son buenas-. Es hijo de un senador por el Estado de Virginia, autoritario pero poco escrupuloso moralmente, y bienhechor del colegio.

Tras varios episodios negativos, Hundert consigue que Bell empiece a cambiar y a tomarse los estudios y su comportamiento en serio (al menos eso parece). El profesor organiza todos los años un certamen de gran prestigio, para el que se selecciona a los tres mejores alumnos. Bell, que ha ido mejorando paulatinamente, figura en cuarto lugar, dos décimas por debajo del tercero, Jaime, un buen alumno que nunca ha dado problemas. Hundert, pensando en que Bell se motivará y seguirá mejorando aún más en adelante, decide cambiar la calificación de un examen y hace que Bell se ponga por delante de Jaime. El profesor siempre sentirá remordimientos por ello... Pero eso es ya otra parte de la película.