La persona humana, una intimidad abierta a lo real

COMUNICACIÓN V Simposio SOFIC. 2023.

Autor: Andrés Jiménez Abad

La persona humana, una intimidad abierta a lo real
René Magritte, Reproduction interdite, 1937

Una de las evidencias más rotundas que ofrece la historia humana frente al curso vital de las demás especies animales es su fecundidad cultural. La historia se muestra así como una aportación de novedades, en la que la especie humana no se ha limitado a una adaptación forzosa al medio ambiente.

Contando con una realidad de la que forma parte, pero al mismo tiempo desde una peculiar distancia, el ser humano ha sido capaz de conocer la realidad, hacerla suya, transformarla y trascenderla. A diferencia de los animales, su relación con el entorno rebasa esencialmente la significación biológica, no puede explicarse como el mero desencadenamiento de una respuesta o conducta ante determinados estímulos.

El animal vive como inmerso en su ambiente y determinado por sus estados orgánicos, mientras que el hombre “es libre frente al medio circundante y está abierto ilimitadamente al mundo”, en expresión de Max Scheler. Precisamente por eso se explica que, mientras las especies animales han de adaptarse al entorno para sobrevivir, el ser humano se caracteriza fundamentalmente por la transformación del entorno a la medida de sus necesidades y de sus posibilidades creativas.

Pues bien, una mirada de hondura acerca del ser humano que explique todo esto nos hace ver que cada ser humano es una realidad única, un yo irrepetible e insustituible en su identidad. Ejerce -o podría llegar a ejercer, en todo caso- el protagonismo de su propio existir. “Se vive” a sí mismo como distinto del resto del mundo, como portador y sujeto de una existencia inconfundible, propia. Su vida no es el simple desarrollo fisiológico de un organismo; posee un contenido significativo por sí mismo; además de “biología”, es “biografía”.

Esto es así porque cada ser humano es capaz de tomar postura ante la realidad y de decidir por sí mismo el contenido y la orientación de su vida, de su biografía, y por ello es responsable de la misma.

Pues bien, este modo de existir que es propio del hombre y la mujer, por el que cada uno es alguien y no simplemente algo, es justamente lo que se conoce con el nombre de persona.

Así, el ser humano individual presenta una singularidad intransferible que rebasa el hecho de ser un mero ejemplar de su especie. Es alguien en sí mismo, sin duda dependiente y condicionado por otros seres, pero al mismo tiempo está llamado constitutivamente a desarrollarse como sujeto autónomo de su ser y de su obrar.

Una persona es, en suma, un ser dotado de naturaleza racional, único e irrepetible, y llamado a configurar su propia vida de acuerdo con el desarrollo responsable de su libertad. (Nota 1)

¿Qué significa esta singularidad, este modo de ser? Ante todo, implica tres aspectos constitutivos en los que se aprecia el binomio intimidad-apertura como nuclear en la persona humana: Sustantividad, naturaleza racional y corporeidad.

A) SUSTANTIVIDAD.

El modo de ser según el cual está constituida la persona humana es el de un sujeto, el sujeto de su propio existir o acto de ser. Cada persona es un ser irreductible e intransferible a otro, por más semejantes que sean ambos. Esta autonomía en el existir recibe el nombre de sustantividad o subsistencia (Nota 2). No es una parte inherente a otra cosa. Es un individuo, una realidad concreta y singular, una totalidad completa, aunque dependiente. Existe en sí mismo y por sí mismo, aunque no se basta a sí mismo para existir. Es única e irrepetible y “se posee a sí misma”.

El acto de ser personal es de suyo íntimo o interior, y desde esta interioridad unifica (y dignifica) la totalidad de su ser y de su obrar.

B) NATURALEZA RACIONAL Y ACTO DE SER PERSONAL.

Que la persona humana es un individuo de naturaleza racional significa, por de pronto, que es un ser espiritual, un yo dotado de intimidad y -por lo mismo- un ser radical y operativamente abierto.

Ello manifiesta en el ser personal una forma eminente de vivir, una riqueza interior o profundidad que le define como alguien y no simplemente como algo. Es sujeto de su propio obrar. A lo largo de todas sus operaciones y acciones, el yo se hace presente como fuente y origen; incrementa su haber, permaneciendo el mismo sin agotarse en el curso o la suma de sus acciones, sin reducirse a ellas. No es resultado, sino principio de su obrar, aunque el obrar de cada uno repercuta en su biografía, en su haber vital, y una persona sea también, en cierto modo, “hija de sus obras” (Cervantes). Pero el ser de la persona es siempre ‘más’ y es previo, fuente y principio de su hacer. Si puede dar es porque tiene algo original, que brota de la raíz íntima su ser. Puede darse porque se posee a sí misma de un modo radical. Ese modo de (auto)posesión constitutiva es lo que llamamos la intimidad.La intimidad es precisamente lo que se da cuando uno se da a sí mismo en lo que hace, una riqueza interior que hace que el sujeto, manteniendo su propia identidad a través de su obrar, se halle presente en él como fuente, fundamento y protagonista.

La intimidad es un ámbito interior constitutivo, el núcleo del ser personal y la persona misma; es lo que la hace sujeto, alguien singular y único. Es una radical autoposesión -el ser que solamente yo soy (y no solo tengo)-, nuestra identidad más genuina. Pero no es clausura de la subjetividad en sí misma, sino, por el contrario, el núcleo de la radical apertura (teleológica) del ser personal a la realidad y especialmente a otras personas. De la profundidad del ser personal brota la apertura a lo real. Esta solo es posible desde un “dentro” -no en el sentido físico/espacial, obviamente; hablamos de una autoposesión radical-. Sólo si hay intimidad puede darse apertura a lo real. Si no hay intimidad lo que se produce es superficialidad. Leonardo Polo se ha referido precisamente a la persona como una “intimidad abierta”.

El abrirse de la intimidad implica que en el mundo aparece lo que no existía antes en él, pues su origen es la persona misma. Lo que brota de la intimidad de la persona es estrictamente original, radicalmente nuevo. La persona es fuente de novedad, puede dar más de sí y desde sí -de ahí su creatividad- hasta darse a sí misma sin perderse, alienarse o vaciarse, sin agotarse en lo que hace.

Más aún. Por tratarse de un ser dotado de intimidad, la persona se afirma y desarrolla dándose. El ser de la persona consiste en dar; está configurada para el don, ella misma es don. Más aún, en ella solo se tiene propiamente lo que se da; y “lo que no se da, se pierde”, como escribió el autor de La Ciudad de la Alegría. Al contrario, la mayor de las pobrezas que puede experimentar es la de no tener nada o a nadie para dar, no poder darse.

La naturaleza humana, encierra una gran riqueza de capacidades operativas que pone de manifiesto la hondura de su intimidad, y expresa a la vez su índole abierta, efusiva, creativa y relacional. Hablamos de una apertura trascendental a lo real: Verdad, bien, belleza, mediante sus facultades espirituales constitutivas.

1. Apertura trascendental a la realidad.

a) Apertura al ser y a la verdad. Inteligencia.

La inteligencia es la capacidad o facultad de conocer el ser profundo de las cosas. Supone comprender lo que las cosas son, pueden o deben ser. Ante los hechos, a su alrededor o acerca de sí mismo, la inteligencia se interroga, se hace preguntas: conocer el qué, el por qué, el para qué… Busca saber. Por ella el conocimiento humano se abre a la verdad de todo lo real, a un horizonte de universalidad e infinitud. El alma, decía Aristóteles refiriéndose al entendimiento, es de alguna manera todas las cosas.

b): Apertura y autodeterminación respecto del bien. Voluntad libre.

Lavoluntad libre es la capacidad de disponer de sí mismo con vistas a lo que se sabe que es bueno. Supone una autonomía en el obrar, la posibilidad de disponer de sí mismo confiriendo un contenido y una orientación a la propia vida. Ello significa autodominio(ser dueño de los propios actos, decisiones e iniciativas) y responsabilidad (asunción de las implicaciones y consecuencias de los actos realizados por propia iniciativa). Pero también significa capacidad de darse, amor. Por ella el deseo humano se abre a la universalidad del bien.

c) Contemplación y creatividad. Apertura a la belleza.

La apertura a la belleza es la capacidad estética del espíritu humano. En ella se pone de manifiesto una dimensión que trasciende el puro dato sensible, la apertura contemplativa al mundo mediante un conocimiento gozoso, que revela la creatividad del espíritu humano y que descubre en la realidad un sentido profundo, más allá de lo inmediato, al que también contribuye por medio de la actividad y el gusto artístico. La belleza es morada del ser humano. Su inteligencia, voluntad y afectividad se abren a la belleza -al esplendor de la realidad- y ponen de manifiesto la índole espiritual de la persona.

2.- Relaciones fundamentales propias de la naturaleza humana.

El ser humano es un ser abierto, “en relación”, un “ser con”, un ser “respectivo” o “de encuentro”. Hablamos del dinamismo vital de la sustantividad humana. Podemos hablar así de una apertura existencial a tres ámbitos de relación, a través de los que se distiende, expresa y desarrolla la persona humana:

d) Sociabilidad: apertura a otras personas.

La sociabilidad es la constitutiva inclinación a dar y recibir compartiendo de algún modo la propia vida con otras personas. Es un salir de sí mismo para entrar en relación con otros seres humanos sin merma de la propia identidad e intimidad. La sociabilidad se funda -en el plano de la naturaleza- en una doble tendencia o necesidad humana: la necesidad de recibir o dependencia, y la necesidad e inclinación a dar o efusividad. Esta última capacidad es particularmente significativa, puesto que la persona es constitutivamente don. La intimidad se constituye y se enriquece con aquello que los demás nos dan y sobre todo con lo que nosotros damos (y los demás reciben -recibir, aceptar el don de otro, es también dar-).

Saint-Exupèry escribe en su novela inacabada Citadelle (Ciudadela): “Bendigo este intercambio entre el dar y el recibir que permite continuar la marcha y dar más. Al recibir el pago, se rehace el cuerpo, pero solamente el dar alimenta el corazón.” (Nota 3)

Existe un aspecto esencial de esta dimensión de la naturaleza humana, que es su carácter dialógico, comunicativo, mediado por el lenguaje. El hombre es el animal que habla, es un ser dialógico, capaz de expresar lo que piensa, quiere, siente y vive a los demás. El ser humano es lenguaje. A través de la palabra, no exclusiva pero sí singularmente, manifiesta su intimidad y se abre a la de los demás. Esta capacidad de expresar con precisión su pensamiento, las vivencias de su mundo interior y de su experiencia, hace que el ser humano sea esencialmente un “ser de encuentro”; para él vivir es convivir, comunicarse.

e) Dominio: apertura responsable de la persona hacia el entorno.

El dominio es la relación propia del ser humano con las cosas que forman el entorno natural en que discurre su vida. La apertura al mundo supone una confrontación con seres no personales de los que depende la subsistencia humana, lo que implica para el ser humano una responsabilidad o tarea, un trabajo cargado de exigencias: encontrarse al cuidado de la tierra y de los seres naturales para convertir el mundo en un lugar habitable. (Nota 4) Escribe Saint-Exupèry también en Ciudadela: “…Antes que nada soy aquel que habita. ¡Oh ciudadela, mi morada, te salvaré de los proyectos de la arena, y te ornaré con clarines para sonar contra los bárbaros. Porque he descubierto una gran verdad. A saber: que los hombres habitan y que el sentido de las cosas cambia para ellos según el sentido de la casa.” (Nota 5) El hombre construye casas, por ejemplo, porque necesita proyectar espacialmente su intimidad: mi casa es un ámbito de convivencia, de intimidad compartida. En esto se diferencia precisamente la vivienda humana, por ejemplo, de la madriguera o el nido.

f) Trascendencia: apertura a un sentido último y plenificante, la búsqueda de la felicidad, el ansia constitutiva de la comunión con Dios.

Trascendencia indica aquí la conciencia de la ordenación de la propia existencia a un fin último de plenitud. Es la necesidad de un sentido para la propia vida, el ansia de felicidad y la apertura a esta y a su fuente. Sin un sentido y para qué, sin trascendencia, la vida humana se viviría en rigor para nada, de forma que todo en la existencia se convertiría en irrelevante y la existencia humana misma en un absurdo, lo cual haría insoportable el vivir.

La muerte es indudablemente el término de esta vida, pero hay algo en el ser humano que mira más allá, y que anhela que el horizonte no sea la nada. De no ser así, la vida acabaría siendo algo intrascendente (literalmente: lo que no va más allá), pues “todo sería para nada”. Si sólo se vive una vez, dado que moriremos, y si el más allá es un misterio abierto a un horizonte de esperanza, esta vida no es algo trivial ni repetible, porque tiene fin y porque reclama una finalidad, un para qué culminante.

Estamos ante el ápice de la peculiar teleología que especifica a la naturaleza humana, ante el ámbito del sentido -de la dimensión ética y religiosa del ser humano-, (Nota 6) ante el porqué y el para qué de su vida y de la realidad misma en su globalidad.

C) CORPORALIDAD. Corporalidad y espíritu.

En el ser humano, en su naturaleza constitutiva, es preciso destacar también la corporalidad, dimensión por la cual la persona se expresa y se instala en el mundo material, en un espacio y un tiempo determinados, y se tipifica según una doble modalización recíproca, de varón o de mujer. En el cuerpo encontramos por una parte una dimensión exterior, presente en su índole física y biológica, y por otra una dimensión interior, en cuanto manifiesta y modula la intimidad personal. El cuerpo es también una realidad íntima.

Somos, ciertamente, un organismo biológico. La corporalidad nos sitúa en un aquí y un ahora, supone una concreción física y biológica, material y vital. Pero al considerar numerosos gestos, acciones y dimensiones de nuestro cuerpo, percibimos la existencia deun ámbito interior del que es expresión. Quizás los ejemplos más claros pueden ser el rostro y la mirada, las manos y el lenguaje articulado. Pero pueden añadirse la risa y el llanto, el trabajo, el arte, la sexualidad y tantos otros.

Escribe Leopoldo Prieto: “El hombre es un ser en cuyo cuerpo, y no sólo en su inteligencia y voluntad, se hace patente la presencia de la racionalidad (o del espíritu). La apertura es propia de las entidades espirituales. Ahora bien, la apertura del ser humano a la realidad no es una propiedad exclusiva de su razón. Todo el ser humano, también su cuerpo, participa de algún modo de esta característica.”

Cabe decir con toda propiedad: Mi cuerpo soy yo -como han destacado, entre otros, Gabriel Marcel y M. Merleau-Ponty-, aunque no soy solo un cuerpo. El cuerpo humano es parte esencial de la “densa unidad” de la naturaleza humana.

El cuerpo humano, constitutivo y expresión de la persona, manifiesta además un decisivo modo de ser, masculino y femenino, presente en su constitución sexuada (y sexual) desde la raíz de su configuración cromosómica y genética. Sirve así de cauce a una modalización dual que, pasando por el dimorfismo morfológico -anatomía y fisiología correlativas en el varón y en la mujer-, modula también el modo de sentir, querer y pensar. Y por eso la persona es masculina o femenina.

Racionalidad y corporalidad son dimensiones constitutivas de la persona humana, de su naturaleza, irreductibles entre sí. Presentan sin embargo una vinculación manifiesta y una radical unidad. Intentar vivir sin contar con nuestra dimensión espiritual nos ciega para reconocernos como personas. Intentar vivir sin contar con nuestra dimensión físico-biológica no libera de ataduras, antes bien conduce a lo patológico.

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El ser personal -el espíritu, en definitiva- configura y modula la corporalidad mediante la que se instala y se expresa en el tiempo y el espacio, en el mundo, y confiere a la naturaleza humana una peculiar hondura por la que el ser humano se constituye en una intimidad abierta a lo real. La intimidad es el acto de ser personal sustantivo “desde” el cual cada ser humano se abre a un “con” y un “para qué” por medio de los que su biografía se vincula al mundo y a su Fundamento, relacionándose con los demás, con el entorno y con la Fuente del sentido último.

La expresión y desarrollo de esta apertura no es otra cosa que la cultura, el ámbito específicamente humano suscitado y configurado por el propio hombre -tradición, educación, costumbres, política, derecho, instituciones, arte, lenguaje, trabajo, economía, ciencia, sabiduría, técnica, ocio, moral, religión…- en el cual la persona (ser unitariamente espiritual y corporal, plexo de intimidad y apertura) se afirma, se manifiesta y se cultiva a sí misma y al mundo en el que vive. “La verdadera cultura se completa… en el despliegue de la naturaleza humana, en el cuidado del alma, en la preocupación por las personas, para que crezcan y den fruto.” (F. Hajadj)

BIBLIOGRAFÍA:

BUTTIGLIONE, R., El hombre y el trabajo. Ed. Encuentro, 1984.

CASTILLA DE CORTÁZAR, B., “La persona desde el punto de vista transcendental: Zubiri y Polo”. En Studia poliana, 17 (2015) Págs. 73-100.

CHOZA, J. La supresión del pudor y otros ensayos. Ed. Themata. Sevilla, 2020.

HADJADJ, F.,  Por qué dar la vida a un mortal, y otras lecciones. Rialp, Madrid, 2020.

HEIDEGGER, M., Construir, habitar, pensar. Oficina de Arte y Ediciones. Madrid, 2015.

JIMÉNEZ ABAD, A., “La persona y el sentido de la vida”, en Curso de iniciación a la filosofía. www.filosofiayeducacion.es. [https://www.filosofiayeducacion.es/Tema-9-La-persona-humana-y-el-sentido-de-la-vida-C-156.html]

POLO, L., Quién es el hombre. Rialp, Madrid, 1991.

- Presente y futuro del hombre. Rialp, Madrid,1993.

PRIETO LÓPEZ, L., “Historia de la idea antropobiológica”. En Naturaleza y Libertad, nº 10, 2018. Págs. 253-287.

SAINT-EXUPÈRY, A., Ciudadela. Alba editorial. Barcelona, 1997.

SCHELER, M., El puesto del hombre en el cosmos. Losada, Buenos Aires, 2017.

ZUBIRI, X., Sobre el hombre. Alianza, Madrid, 1986.

NOTAS


1.- Boecio, como es bien sabido, la define como una “sustancia individual de naturaleza racional” y Santo Tomás matiza: “sujeto subsistente en una naturaleza espiritual”.

2.- No entraremos a dilucidar los matices de cada uno de estos dos conceptos; apuntamos simplemente que no son excluyentes y que ambos significan una autonomía en el existir, la autoposesión fundada en un acto de ser personal. Zubiri, por ejemplo, habla de la persona como “una realidad sustantiva que es propiedad de sí misma… propiedad en sentido constitutivo.” (Sobre el hombre, pág. 111). Es una realidad “formalmente suya”.

3.- A. Saint-Exupèry, Ciudadela, pág. 49. Subrayado nuestro.

4.- “…La tierra que el hombre tiene derecho a dominar, está al mismo tiempo confiada a su cuidado. El hombre domina las cosas con el esfuerzo de su cuerpo, que las somete, pero mucho más con el esfuerzo del espíritu, que le muestra el modo en que es justo que las cosas sean sometidas. El hombre no ha creado el mundo, le ha sido confiado para que lo rija según justicia, según el destino que Dios asignó al mundo al crearlo. Tener cuidado de la tierra, para el hombre y por el hombre, es hacerla verdaderamente casa del hombre, la casa de cada hombre y la casa de todos los hombres.” (R. Buttiglione. El hombre y el trabajo, pág. 121. Subrayado del autor). Desde otro punto de vista, en el fondo no muy distante, Heidegger escribe: “El modo  como los hombres somos en la tierra es el habitar… y el rasgo fundamental del habitar es cuidar, velar por.” Subrayado nuestro. En Construir, habitar, pensar. (1951)

5.- A. Saint-Exupèry, Ciudadela, pág. 25. “Ordeno que en la morada se haga un corazón para que uno pueda aproximarse y alejarse de algo. Para que se pueda salir y volver. Pues de lo contrario no se está en ninguna parte… Tú no puedes amar una morada que no tenga rostro y donde los pasos no tienen sentido.” (Págs. 26-7)

6.- A esto apunta el célebre comienzo de Las confesiones de San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón permanece inquieto hasta que descansa en Ti.”