Crónica del Encuentro

La presencia y aportación del profesor Iñaki Ilundáin, filósofo y director del Centro Superior de Estudios Teológicos "San Miguel Arcángel" de Pamplona, ha permitido afrontar de manera integral una cuestión nada fácil, que se halla latente a lo largo de toda la historia de la filosofía y que ofrece múltiples facetas.

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Dividió su exposición en dos momentos. En el primero se refirió a "la experiencia del mal".

I.- El punto de partida, tomando como referencia la narración del libro del Génesis, se halla en el hecho de que el pecado, entendido como presencia del mal en la naturaleza y el comportamiento del ser humano que afecta por entero a su condición, es de la responsabilidad del individuo, y aunque puede venir motivado por alguna forma de tentación, determinadas circunstancias y una cierta disposición previa por su parte, se excluye el fatalismo.

El pecado efectuado por el hombre supone una aportación de mal en oposición a la armonía y orden de la creación, trae como efectos una fractura de ese orden y a la vez da lugar a las acusaciones y al engaño. La verdad se oculta, se hace difícil.

Heidegger sugiere la existencia de dos modos de entender al ser humano, como criatura y como sujeto. La filosofía medieval considera al hombre sobre todo como "criatura" que ha recibido el ser, mientras que la moderna lo ve como "sujeto" (principio de sí, no portador de un ser recibido, es la pretensión de ser el origen de todo).

El origen del mal se muestra como insondable, injustificable. Sin embargo, nos rebelamos ante ese misterio -"misterio de iniquidad", al decir de San Pablo- y queremos comprender. En Rm. 7 y 8 se muestra una polaridad entre la "ley del pecado" y la "ley de la gracia", muy luminosa para entender en lo posible el misterio del mal.

La incidencia del mal sufrido se muestra de modo muy claro en tres experiencias significativas: La impotencia, la fragilidad y el sufrimiento de la injusticia o de la ofensa.

1) La experiencia de la impotencia ("querer" no equivale a "poder") pone de manifiesto la finitud, el límite -algunos señalan aquí el "mal metafísico"-. ¿Por qué experimentamos como mal el límite? ¿No sería esto mismo ya, acaso, una presencia del mal?

La gracia ayuda a comprender la finitud como capacidad de perfección, como don de Dios, positivo y real, efectivo. Tener una perfección de modo limitado incorpora un cierta positividad: la finitud humana sería la de un ente abierto al todo, al infinito de algún modo, y esto es bueno. Esto, además, es patente "por la línea del recibir" (el don de la gracia) que por la del "hacer" (imposible autosuficiencia). Aunque no puede verbalizarlo, obviamente, el niño experimenta como un bien el recibir ayuda, "bendice" el don, el ser fundado.

2) La fragilidad. Es quizás la expresión por antonomasia de la finitud. Tenemos experiencia de la contingencia que nos define, en la que se agudiza la conciencia de nuestra dependencia, el ser fundados. Como en el caso de la impotencia, la fragilidad puede percibirse como algo malo (desde la "ley del pecado" que responde a un deseo desmedido de autosuficiencia). Pero en la vida hay una forma especial de "hacer" que es el "dejarse hacer" (Platón, Fedón: alcanzo mi verdadera medida en el entusiasmo, cuando me dejo "arrastrar"). Esto también aparece en la experiencia estética: uno se deja embargar por la belleza y, por lo tanto, por la fuente del ser.

3) El sufrimiento causado por ofensas o por la injusticia. Sócrates se refirió directamente a esto: es preferible padecer la injusticia a cometerla. ¿Es esto posible, venciendo el mal que la injusticia provoca en nosotros?. El hecho es que el dolor nos "curva", "cierra" nuestra subjetividad sobre sí misma.

Desde la lógica del pecado ("tinieblas"), juzgar como bien la gravedad del daño es difícil. El soberbio ve en cualquier daño una grave ofensa; el humilde no; más bien al contrario. Y entonces cabe preguntarse si es posible aquí la virtud: ¿puede esta vencer la potencia del mal? Pero desde la apertura a la gracia sí es posible. Gracias al don de Dios podemos aceptar como un bien el propio don de Dios. Es lo propio de un corazón contento que dice "gracias" (Von Balthasar). Hay aquí una "pasividad constitutiva" que nos eleva, un convertirse en un puro sí que es gratitud y consentimiento.

La vivencia de esta finitud, del límite y la dependencia, puede ser desgraciada, dentro de la lógica del pecado, pero también puede ser luminosa desde la lógica y la apertura a la gracia. "Poder crecer" es algo bueno. En la conciencia del límite se produce una síntesis o complementariedad de actividad (que no se cumple plenamente) y de pasividad (viendo el límite como capacidad para el don).

II.- El segundo momento trajo a consideración "el mal de los buenos" y el de "los malos". Hablamos aquí del "mal hecho, cometido".

Situación 1. "Hago el mal que no quiero y no puedo hacer el bien que quiero". El "mal de los buenos". El mal a veces nos atrae aunque queremos el bien. Podemos apreciar varios grados a este respecto:

1) Veo el bien y no quiero o no puedo hacerlo. El egoísmo es aquí la actitud fundamental (D. von Hildebrand), frente a la otra, contrapuesta a ella, el respeto.

Aristóteles se refiere a la "akrasía", la impotencia. Hay aquí un conflicto de deseos: no veo en acto sino en potencia el bien que quiero hacer. Tomás de Aquino coincide aquí y habla de un conflicto en la voluntad acerca de deseos contrapuestos, es la lucha interna.

También entra aquí el "cansancio del donante": "Ya no puedo más, tras mucho esfuerzo. Se ha perdido el "frescor" del bien, se cae en la conformidad con la mediocridad y se desiste de crecer. Hay una conformidad con lo inferior y se tiende a legitimarlo.

2) Esto puede degenerar en un hábito o una actitud: veo lo mejor y hago lo peor voluntariamente. Aquí se ha perdido la sensibilidad hacia el bien. Se actúa mal "por fastidiar". Es un comportamiento mezquino, no se busca la excelencia, ni siquiera el bien.

3) Un tercer nivel sería la presencia del mal ya arraigado, la maldad en la persona: prefiero el mal que me domina y rechazo el bien. La naturaleza aparece como corrompida, desviada. Se disfruta de la crueldad y se cae en la indiferencia, en el cinismo, en una ceguera culpable.

En todo este proceso se pone de manifiesto la lógica perversa del mal, el avance de la "ley del pecado".

Pasamos a otra situación (Situación 2): "El mal de los malos". Nos asomamos al abismo de la lógica del pecado en las personas esclavizadas por el mal. Es aquí donde podemos situar "la blasfemia contra el Espíritu Santo", la aversión y el odio a Dios, el pecado como mal ante Dios y contra Dios (Cfr. Pieper, El concepto de pecado), la soberbia.

Es "lo inconcebible", encierra alto de irracional. Todo se pervierte cuando está animado por la soberbia. Nos hallamos ante el "misterio (diabólico) de iniquidad", el deseo de matar todo lo bueno, al inocente.

Tomando algunas sugerencias de Marion (Cfr. "El mal en persona") podemos afirmar que, así como el bien es difusivo y "beneficia", el mal destruye y provoca destrucción. Hay una transmisión destructiva. "Preferir la nada que produzco al don infinito que recibo". (Cfr. Plauto: Sinaria. "Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando no tiene en cuenta al otro".)

Tener "experiencia de pecado" es posible cuando se tiene experiencia de una gracia, se valora y comprende a la luz del bien, del don recibido.

¿Por qué esto es posible? ¿Qué ay en el ser humano que nos hace falibles...? En la naturaleza se aprecia una "falla interna", a la que Paul Ricoeur llamaba "posibilidad de caer". Pieper afirma que el origen de ello está en la voluntad "en cuanto procede de la nada"; en suma, en nuestra finitud.

Pero también hay posibilidad del bien, de acoger a Dios: la gracia como plenitud sobreabundante de la que somos capaces. María es aquí el prototipo y expresión más nítida: el que más ama es el más libre.

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La presencia del mal en nuestra naturaleza pasa también por la incitación diabólica. No implica anulación del libre albedrío en el ser humano, pero sí una apelación al narcisismo, a la soberbia, al afán de autosuficiencia (bastarse a sí mismo) que anida en una naturaleza espiritual capaz de autodeterminarse.

Sirvió como ocasión para reflexionar acerca de esta tensión clamorosamente presente en la naturaleza caída del hombre la película "Pactar con el diablo" (Devil's Advocate, Taylor Hackford, 1997).

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Como tema para el próximo Encuentro, en Salamanca, se acordó elegir “HOMO PATIENS. El sufrimiento y la naturaleza humana”.