TEMA 6.- LOS ATRIBUTOS ENTITATIVOS DE DIOS

TEMA 6.- LOS ATRIBUTOS ENTITATIVOS DE DIOS

1.- LOS ATRIBUTOS DIVINOS.

Llamamos atributo divino a una perfección divina conocida racionalmente por demostración quia (o por la fe) y predicada analógicamente de Dios. Pueden ser considerados sinónimos los términos “propiedades”, “atributos” y, en suma “perfecciones”. Con este último término -“perfecciones”- se quiere significar que lo que predicamos propiamente de Dios tiene un fundamento real en Él. (Nota 1)

En sentido estricto, se llaman atributos divinos todas las perfecciones de la “esencia física” de Dios, aquellas que no se identifican -en nuestro modo de concebir limitado- con el constitutivo formal de Dios. Son conceptos que podemos atribuir a Dios y que exponen de manera más clara y pormenorizada para nosotros lo que significa la “esencia metafísica” de Dios: el acto puro de ser subsistente. Al profundizar en los atributos divinos asistimos al despliegue lógico de lo que significa para Dios “ser”.

Dentro de la esencia física, Tomás de Aquino distingue entre los atributos entitativos y los operativos, según que hablen más propiamente del ser -cómo es- o del obrar divino -cómo actúa Dios-.

Nos hallamos ante una distinción no real sino de razón, y cuyo fundamento no está en Dios sino en nuestro modo de acceder a Él partiendo de los entes causados.

Las cinco vías desembocan en un mismo término bajo aspectos diferentes, pues aunque se trata de un mismo Dios, es a la vez Motor inmóvil, Acto puro, Causa eficiente no causada, Ser necesario, Ser en plenitud e Inteligencia suprema. Podría decirse que en estos predicados supremos está contenida en germen toda la teología filosófica de Tomás de Aquino, tanto en lo relativo al Ser divino como a su Actuar.

Sobre la naturaleza de Dios, tomada de modo absoluto, deduce Santo Tomás brillantemente cinco atributos entitativos principales: Simplicidad, Perfección, Infinitud, Inmutabilidad y Unidad. (S. Th., I, qq. 3-11) A través de todos ellos se muestra como trascendente, distinto e infinitamente superior al mundo.

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2.- LA SIMPLICIDAD DE DIOS.

Santo Tomás inicia sus reflexiones acerca de los atributos entitativos de Dios por la Simplicidad. Piensa que es el menos inapropiado, aunque es una noción “negativa”; y es que, hablando en propiedad, conocemos de Dios más lo que “no es” que lo que es. Simplicidad significaausencia de composición. Dios es “uno”, pero no por la “unificación de elementos o partes”, como ocurre en un compuesto, sino en el sentido de que excluye radicalmente cualquier composición o estructura de partes: unitario.

En la base de las cinco vías resalta la composición real de las cosas: móvil-movimiento; potencia-acto; operante-operación; materia-forma; esencia-existencia; participante-participado; perfectible-perfección; medio-fin... En la cumbre de estas vías se descubre una simplicidad máxima: Motor inmóvil que es Acto puro sin potencia; Causa eficiente no causada en Identidad de operación y operante; Identidad de esencia y existencia en el Ser Necesario; Participación de lo perfectible en la Perfección del Ser por esencia y en plenitud; unidad de medio y fin en el Intelecto que es fin de sí mismo.

Si bien se mira, lo primero que la inteligencia humana comprende, aunque sea implícitamente, es que debe ser excluida de Dios la composición, ya que esta implica que los elementos componentes están mutuamente en potencia, es decir, que no son aún lo que pueden llegar a ser con más plenitud mediante su complexión. Dios es Acto puro, perfección subsistente en plena simplicidad.

Esta simplicidad de Dios implica ausencia de todo tipo de composición:

a) La composición hilemórfica (de materia prima y forma sustancial) ya que Dios es incorpóreo. (Nota 2) La corporeidad implica potencialidad, puesto que se daría en una manera de ser espacial, limitada, susceptible de división. Por otra parte, los cuerpos vivos lo son por la acción de una forma vital en ellos: el alma. Ser cuerpo no es lo más perfecto.

b) La composición de sustancia y accidentes. Dios no puede hallarse en potencia respecto de un añadido o determinación accidental que le perfeccione.

c) La composición de esencia y acto de ser. En Dios no hay distinción real entre ambos, ya que su esencia es precisamente ser.

Todo ser compuesto es causado, ya que dos cosas o elementos que son de suyo diversos no pueden darse en unidad a no ser que una causa las una.

En las criaturas materiales, en la medida en que son más complejas advertimos que es mayor su perfección (así, el animal es más complejo que la planta, y esta lo es más que el mineral). Pero la simplicidad divina no puede ser concebida al modo de las cosas materiales, en las cuales ninguna de sus perfecciones es pura y total perfección y la adquieren al entrar en complexión recíproca. La complejidad es en este caso y por así decirlo, la perfección de lo imperfecto, de lo que no se basta a sí mismo. Pero en el Ser supremo, Acto puro, la simplicidad es máxima unidad y perfección. La simplicidad divina no es ausencia de contenido sino infinita riqueza, sin límite y en perfecta unidad.

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3.- LA PERFECCIÓN DIVINA. LA BONDAD DE DIOS.

Perfección significa que algo no carece de cosa alguna que le pertenezca; perfecto es aquello cuyo ser es pleno y completo, lo que no tiene ninguna deficiencia en su ser actual. El acto supone perfección; la potencia, carencia y déficit. “Todo ser es perfecto en cuanto está en acto; en cambio es imperfecto en cuanto está en potencia. Así pues, Aquél que no tiene potencialidad alguna, sino que es Puro Acto, es preciso que sea perfectísimo. Tal es el caso de Dios.” (Tomás de Aquino, Summa contra Gent., I, 28)

Una cosa obra en tanto en cuanto está en acto, pues tiene en acto la perfección que comunica a su efecto por medio de su operación, pues nadie da lo que no tiene. Dios, Causa eficiente primera y Acto Puro, es perfectísimo. Posee la perfección de todas las cosas creadas, ya que es la causa universal de todas las cosas. Dicho de otro modo, siendo Causa eficiente primera del ser, de la verdad, de la bondad y de toda otra perfección en los entes creados, no hay en las criaturas perfección alguna que no exista también en Dios de modo eminente.

También puede esto verse en que el ser (esse) es acto de todos los actos, aun de las mismas formas. Es condición que hace efectiva toda perfección que se da en los entes, por ser la actualidad de todo. Las cosas son perfectas en cuanto tienen ser. En consecuencia, el Ipsum Esse subsistens posee de modo perfecto toda la perfección del ser. De ahí que la perfección de todas las cosas ha de hallarse en Dios. (Nota 3)

Las perfecciones puras -es decir, las que no implican potencialidad o imperfección: Ser, Bien, Verdad, Belleza, Sabiduría...- se hallan en Dios formalmente, constituyendo su esencia. Y como se encuentran propia y formalmente en Dios y en las criaturas, todo ser creado guarda una semejanza con Dios, ya que la semejanza es la conveniencia en la participación de una misma forma. Las perfecciones mixtas, por su parte -aunque también de manera eminente-, se encuentran en Él solo virtualmente, es decir, en cuanto tiene el poder de producirlas.

Dios es Perfección suprema, la misma Perfección subsistente. Como todas las perfecciones existen en Dios de modo eminente, no pueden aumentar al crear Dios las cosas. La creación no añade ninguna perfección a Dios; las criaturas no aumentan la Perfección divina, se limitan a participar de ella. El mundo no limita ni añade nada a Dios porque es causado totalmente por Éste. No tiene más ser que el que recibe de Dios.

Pero como nuestra inteligencia es limitada, no podemos expresar en un solo concepto toda la riqueza de contenido del Ser divino, y por ello es preciso expresarlo de manera sucesiva a través de múltiples conceptos y grados.

Y así, del hecho de que Dios es universalmente perfecto se sigue que es totalmente Bueno, ya que la bondad acontece al ser según la perfección de este, la cual lo hace apetecible. Bueno es lo que todos apetecen. Las cosas son apetecibles en la medida en que son perfectas, pues todo busca su perfección, como afirman Aristóteles y Santo Tomás. La perfección es designada también por los términos ”bonitas” (bondad) y “nobilitas” (nobleza).

Dios es Suprema Bondad subsistente porque es el Ser por esencia, Ser subsistente, y Acto puro: “El bien más propio de todo ente es ser en acto; pero Dios no sólo es un ente en acto, sino que es su propio ser. Por lo tanto no es bueno, sino la Bondad misma. (Cfr. C.G. I, 38). Él es Bueno por esencia y todo lo demás lo es por participación: con su perfección abarca todas las perfecciones.

También Dios es Bueno por ser el fin último de toda criatura. El bien tiene razón de causa final, ya que es lo que se busca y apetece, a lo que se tiende en el orden de lo creado. El fin particular de algo es un bien particular (algo que es bueno por participación, porque “tiene bien”); pero el fin universal de todas las cosas es un bien universal (bien universal es lo que es bueno de suyo, por su esencia; no “tiene” el bien, “es” el bien). Todos los bienes del universo son bienes por participación, son buenos parcialmente. Y lo son porque participan del Bien por esencia, del Bien pleno, Dios. Él es el Bien que es fin de todo el universo. Además ha de ser extrínseco a éste: nada creado -ni la creación misma en su conjunto- puede ser el fin último.

Dios, la Causa primera, no obra por ningún fin, sino que comunica su perfección, que es su bondad. Correlativamente, lo propio de toda criatura es dirigirse o tender a conseguir su perfección, la cual es participación y semejanza de la Perfección y Bondad divinas. Todas las criaturas tienen su fin último en Dios, Bien por Esencia, causa de todo bien particular y de todo apetito de bien.

El bien se funda en el acto de ser, es positivo, y el mal, que es lo opuesto al bien, es privación o negación. No se llama malo a ser alguno por lo que tiene de ser, sino por lo que le falta.

En el caso del ser humano, todos quieren -queremos- ser felices, todos apetecemos la felicidad, que es participación y comunión en el Bien perfecto, el único en que se alcanza el perfecto aquietamiento del apetito y en el que la capacidad de amar se actualiza plenamente.

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También puede incluirse aquí otro atributo divino: la Belleza, que es una variante de la Bondad. Hablando en general, la bondad y la belleza se basan en la esencia de los entes (y ambas, en cuanto atributos divinos, en la Esencia perfecta de Dios), pero difieren conceptualmente: mientras que el bien se refiere al apetito -la voluntad o los afectos-, ya que bueno es lo que todas las cosas apetecen, como ya hemos dicho, lo bello se refiere al conocimiento, pues bello es lo que agrada al ser percibido en virtud del esplendor o claridad de su proporción formal y su armonía. En Dios se da una infinita riqueza de perfecciones en la plena unidad de su Esencia: Dios es la Suprema Belleza, la máxima Proporción y Armonía. Por consiguiente, en conocer y amar a Dios reside la máxima felicidad para el ser humano, ya que todas las perfecciones que nos agradan y atraen en las criaturas de hallan eminentemente en Dios, sin limitación alguna.

4. DIOS ES INFINITO, INMENSO Y OMNIPRESENTE.

Infinito es lo que no tiene límites. Considerada de modo lógico, la infinitud tiene un carácter negativo; es falta o ausencia de finitud. Pero de manera real, la infinitud es algo eminentemente positivo (es la “negación de toda negación” o límite). (Nota 4)

En cuanto Ser subsistente y Acto puro, Dios es plenitud de perfección, perfección sin límites. Eso significa precisamente infinitud. (Nota 5) Si Dios tuviera el ser recibido, sería limitado, pero al tenerlo (serlo) por esencia, ha de tenerlo en toda su plenitud. Y si Dios es infinito en su ser, lo es también en toda perfección (que si es algo, es ser).

No debe confundirse de ninguna manera la infinitud del Acto puro con la indeterminación de la materia prima, que es pura potencia. La materia reclama ser determinada por alguna forma sustancial; Dios, al contrario, no puede ser determinado en modo alguno, ya que tiene todo lo que en absoluto se puede tener por ser Perfecto.

Infinitud divina, actualidad pura y omniperfección son conceptos completamente idénticos, aunque puede hacerse entre ellos alguna precisión lógica (el primero expresa de modo negativo lo que expresan los otros dos de manera positiva).

De la Infinitud divina se derivan la Inmensidad y Omnipresencia de Dios. La Inmensidad expresa que Dios está en todos los lugares sin estar medido por ellos; no está sujeto al espacio. Si en Dios no hay límites, no puede ser abarcado por nada. Dios es pura simplicidad, no hay “cantidad dimensiva” alguna que circunscriba o delimite a Dios. Está en todas las cosas que son y pueden ser, abarcándolas y a la vez trascendiéndolas. La Omnipresencia es la presencia efectiva de Dios en todo ente.

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Los conceptos de Inmensidad y Omnipresencia no son estrictamente sinónimos. Si Dios no hubiese creado, seguiría siendo Inmenso, al no estar limitado por ninguna extensión; pero la Omnipresencia se refiere a la relación entre Dios y las cosas creadas.

Dios, causa essendi, otorga el ser a las cosas, y su presencia permanece en las cosas creadas de manera constante mientras existen, de lo contrario los entes -que no se bastan a sí mismos para existir- decaerían en la nada.

  • Dios está “per essentiam” en todas partes y en todas las cosas, en todo lo que tiene ser y según el modo en que participa en el ser. Pero como el ser es lo más íntimo de cada cosa, su acto más radical y profundo, Dios está íntimamente presente en todas las cosas de acuerdo con la esencia de estas. Volveremos sobre este punto más adelante.
  • Esta presencia es también “per potentiam”, ya que todo está sometido a su poder (a su potencia activa); así mismo, todas las cosas obran porque Dios las hace actuar según su capacidad específica.
  • También se afirma que Dios está presente en las cosas “per praesentiam”, queriéndose decir con ello que todo está patente a su conocimiento, nada se le oculta.

Por todo ello se le atribuye también a Dios la ubicuidad, que significa que está en todos los lugares, pero, en sentido estricto, no como quien los ocupa, sino dando ser a cada lugar. Su trascendencia -de la que luego hablaremos- perdura porque está presente “como lo está la causa en aquellos efectos que participan de su bondad”. (S. Th., I, q.43, a.3)

5. DIOS ES INMUTABLE Y ETERNO.

El obrar sigue al ser y el modo de obrar sigue al modo de ser. Por lo tanto, si Dios es el Ser subsistente, será también la Actividad subsistente: su ser consiste en su obrar. Por ello ejerce toda acción sin pasar de la potencia al acto, por lo cual es Inmutable. Y si lo es, como veremos ahora, es también Eterno, ya que llamamos Eternidad a la duración del Ser inmutable.

Todo movimiento es un paso de la potencia al acto, pero Dios es Acto puro, sin mezcla de potencialidad, luego es inmutable. No sufre las mutaciones que apreciamos en el mundo creado: sustancial, generación, corrupción, aumento o disminución, alteración, movimiento local.

Todo sujeto de mutación está compuesto de potencia y acto. Al ser Dios simplicidad pura y Ser subsistente, no está sujeto al movimiento, al cambio, a diferencia de las criaturas, que sí son susceptibles de cambios diversos e incluso de volver a la nada si Dios retira su acción conservadora de ellas (aunque Dios no cambie sus designios, obra de una vez para siempre).

La Inmutabilidad divina no es pasividad ni ausencia de vida; no es la inmovilidad de algo inerte; antes bien, es plenitud de vida y de acción. Es actividad viviente pero inmutable: causar no implica necesariamente en el agente un paso de la potencia al acto, cuando la causalidad es trascendental y no predicamental. A Dios, Acto puro y Causa primera, le compete en grado sumo el vivir como un modo de riqueza esencial, autoposesión y sobreabundancia.

Una importante inferencia que se extrae de la inmutabilidad divina es la Eternidad, la autoposesión perfecta del Ser. La eternidad “mide” lo que es inmutable. Ello importa mucho -como contraste y como afán- al ser humano, sumido en el “paso del tiempo”, sujeto a la temporalidad. El tiempo está ligado al movimiento, es su medida, e implica sucesión de momentos que fluyen: surgen, no duran, desaparecen: “pasan”. Este “pasar” determina el modo de ser y existir de toda criatura, en la cual todo lo que es fluye, discurre “poco a poco”, nada perdura para siempre. El tiempo afecta a las criaturas, es una de sus dimensiones constitutivas inherentes. La temporalidad es “ser dejando de ser”, como decía San Agustín.

El Ser absolutamente inmutable, Dios, no es en sucesión, y no tiene principio y fin. La definición de eternidad acuñada por Boecio no puede ser más atinada: interminabilis vitae tota simul et perfecta possesio, la perfecta, total y simultánea posesión de una vida interminable. La eternidad es un presente pleno, que no pasa y se desvanece, sino que permanece, perdura. Es el modo de la duración de la plenitud divina, una duración no sucesiva (tota simul). La eternidad sigue a la inmutabilidad de Dios como la temporalidad sigue a la mutabilidad de la criatura.

Dios no solo es eterno: es la Eternidad misma. En el Ser Subsistente, la plenitud de la Vida divina es un presente siempre actual, que no “llega a ser”, no “discurre” y no “deja de ser”: no hay en él pasado (lo que ya fue pero no es) ni futuro (lo que será pero no es aún).

6. LA UNIDAD Y UNICIDAD DE DIOS.

La unidad se refiere a la condición de indiviso. Es una propiedad trascendental de todo ente. Ser ente y ser uno en el fondo son lo mismo: todo ente es uno, por ser único su acto de ser. Afirma Santo Tomás de Aquino: “Uno no significa otra cosa que ente indiviso... Todo ente, o bien es simple o bien compuesto. Si es simple, es de hecho indiviso e indivisible. Si es compuesto, no tiene ser mientras sus elementos constitutivos estén separados; sólo existe y es el ente que es cuando, unidos, constituyen el compuesto.” (S. Th., I, q.11, a.1)

La unidad de Dios es de simplicidad (no es la unidad que se da en un ente compuesto). La suya es una unidad máxima, va más allá de la mera indivisión: Dios es simple, ni en acto ni en potencia admite especie alguna de división porque no hay en Él composición ninguna.

Ya Plotino, subrayando implícitamente con ello la trascendencia divina, consideró a Dios como el Uno, una realidad que nos supera y no podemos comprender ni abarcar. Permanece constantemente idéntico a sí mismo. Los demás seres derivados y emanados de su Unidad son compuestos, limitados, múltiples. (Nota 6)

Pero la Unidad del Ipsum Esse subsistens implica también la Unicidad. Dios es Uno y Único. (Nota 7) No puede haber más de un Dios verdadero, ya que no puede haber dos plenitudes de ser (se limitarían en su diferencia respectiva, con lo que a uno le faltaría lo que posee el otro). No es posible en Dios la multiplicidad esencial ni la entitativa; en la primera se afirman varios individuos dentro de la misma especie, y en la segunda la existencia de varios seres distintos esencialmente dentro de la misma perfección del ser. Santo Tomás aporta tres demostraciones de la unicidad divina en la Suma teológica (Nota 8), y hasta diecisiete en la Suma contra Gentiles.

7.- LA TRASCENDENCIA DIVINA, DISTINCIÓN RESPECTO DEL MUNDO.

A manera de reflexión final, y a la luz de todo lo anterior, podemos afirmar que de los diferentes hallazgos de las cinco vías y de lo hallado hasta el momento en la profundización en la esencia de Dios, se sigue que Dios es trascendente al mundo, distinto e infinitamente más perfecto que él. “Por los efectos, escribe Santo Tomás en la Suma contra Gentiles, conocemos que Dios es y que es causa de otros, supereminente y separado de todos.” (C.G., III, c. 49, n. 2270) Podemos conocer que Dios es bueno, sabio, justo, etc.; pero no comprehender cómo dichos atributos son in divinis.

En cuanto Acto puro y Motor inmóvil, Principio absoluto y Causa primera, Ser necesario e infinito e Inteligencia suprema, no se encuentra sometido a la contingencia y la mutabilidad. No es causado en manera alguna. Es suprema simplicidad, infinitamente perfecto, inmutable y eterno, omnipresente, uno y único. No hay en Él composición alguna ni entra en composición con otros seres. Es distinto de cada uno de los seres del universo y del conjunto de todos ellos, el mundo.

La trascendencia se pone claramente de manifiesto cuando se considera que Dios es Infinito en perfección y que origina el ser. A diferencia de las causas agentes creadas (Nota 9), no limita su acción a “transformar” para producir sus efectos. Abarca -más allá de la adquisición o pérdida de la forma sustancial- lo que es supuesto y acto de todas las formas: el ser, la existencia.

La trascendencia se sigue de la Infinitud de Dios, el Cual es siempre, posee y abarca en sí todo el ser, contiene y a la vez supera cuanto existe. Dios es Absoluto, no depende de nada, se halla desligado de nexos de dependencia hacia ningún otro ser.

Además de esta trascendencia ontológica de Dios sobre el mundo, cabe hablar también de una trascendencia noética, ya que la esencia divina nos supera completamente. De hecho se conoce a Dios como un ser “ignoto”, que no podemos definir ni comprender plenamente. Quién es Dios en su esencia permanece en el misterio. Acudiendo a un ejemplo gráfico, acontece algo semejante a quien se asoma al mar por primera vez: lo descubre como inmenso, pero no lo abarca ni lo conoce profundamente.

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Si se advierte esto, se ve que no es factible la pretensión de los racionalistas, incluido Hegel, que pretenden abarca (encerrar) a Dios en los límites de las concepciones de la inteligencia humana.

Es por todo ello razonable que la inteligencia se abra a la posibilidad de una revelación por parte de Dios mismo acerca de su esencia.

Con lo dicho anteriormente se puede ver también la imposibilidad de sostener coherentemente el panteísmoen cualquiera de sus modalidades, ya que existe un abismo ontológico de diferencia entre Dios y el mundo creado. Escribe Leonardo Polo: “El ser que se dice creado se distingue realmente de la nada y por ello es ‘extra-nihilum’; sin embargo, el ser creado se distingue mucho menos de la nada que de Dios.” (Nota 10) Dios no es algo de lo existente, sino que está infinitamente por encima de toda existencia (se entiende aquí la existencia como “sistere extra causas”, propia de lo que subsiste tras ser producido por su Causa, es decir de los entes finitos).

El panteísmo niega la trascendencia de Dios. Existen diversas versiones, como ya se vio más arriba: panteísmo emanatista (Plotino, neoplatonismo, Giordano Bruno, Avicena...), panteísmo evolutivo materialista (Diderot, D’Holbach, T. Huxley, R. Dawkins...), panteísmo propiamente dicho tanto parcial (Dios sería forma del mundo: estoicismo) como total (Dios es la totalidad del mundo: Spinoza, Hegel...).

Dios no es “parte del mundo”, ya que al ser Causa Primera y Ser subsistente y por esencia, no puede formar parte de un compuesto, no puede ser finito. Está “sobre todo el universo”, otorgándole su consistencia y sus determinaciones. El mundo no es parte de Dios ya que en Dios, por ser absolutamente simple, no hay partes. Dios no es el ser de los entes, sino su causa. Tampoco es la totalidad de lo que existe; si se diera tal identificación, no habría imperfección ni potencialidad alguna en el mundo: no sería posible la contingencia, la temporalidad, la mutabilidad... que, sin embargo, es patente que se dan en el mundo.

El mundo participa del ser de Dios, pero no es Dios. Dios es todo, pero no todo es Dios. Dios es todo por esencia; el mundo es todo por participación. Dios no es un “Todo diverso del todo creado”, sino que él es el Todo fundante; Dios funda todas las cosas como reales, sin anular por ello la realidad de todo lo demás, que participa de Él. Hay plena alteridad entre Dios, “El que es” Subsistente, y todas y cada una de las cosas que tienen ser por participación, pero no son el ser.

Tras todo lo dicho, y reafirmada la trascendencia de Dios respecto del mundo creado, hay que añadir que, sin embargo, ese mismo ser trascendente es a la vez inmanente, está profundamente presente en las cosas, ya que las origina y mantiene en su ser (Nota 11). Al darle el ser, la acción divina atañe a lo más hondo del ente finito. “Mientras una cosa tiene ser, es preciso que Dios esté presente en ella, conforme al modo de ser de esta. Pero como el ser es lo que hay de más íntimo en cada cosa, lo más profundo..., Dios está en todas las cosas y de una manera íntima.” (S. Th. I, q.8, a.1)

La presencia divina en todo ente es de índole inmaterial; su sentido estriba en la dependencia esencial misma que todo ente tiene respecto de la Causa Eficiente Suprema. La Trascendencia de Dios significa que Éste es enteramente independiente del mundo, no necesita de él; y la Inmanencia a la que aludimos no es otra cosa que la necesaria dependencia radical que cada ente y el mundo en su conjunto tienen respecto del Ser.

San Agustín expresaba la relación profunda de inmanencia y trascendencia del hombre (y análogamente en las demás criaturas, salvadas las diferencias) con respecto a Dios, cuando afirmaba que Dios es “más íntimo a mí que mi propia intimidad, a la vez que lo más alto y superior que pueda haber en mí” (“Tu autem eras interior intimo meo et superior sumo meo.” Confesiones, III, 6, 11)

El ser de cada ente es creado y sostenido por Dios, pero cada ente lo tiene como suyo propio, tal como le ha sido dado, y la presencia íntima del Creador en la criatura no priva a esta de su ser propio. De igual modo ocurre con las operaciones; la causalidad divina causa las operaciones de las criaturas, pero no les priva de ser sujetos de su propio ser, naturaleza y actuar.

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Por ello, de manera harto sorprendente, la presencia íntima de Dios en todo cuanto depende radicalmente de él -y según su específico modo de ser como ya hemos dicho-, permite concebir la interioridad del alma humana como un camino practicable y privilegiado para buscar y encontrarse con Dios íntima y enjundiosamente. Esto es muy próximo a la experiencia mística, pero no deja de ser una evidencia racional, como lo corroboran hombres y mujeres de profunda y luminosa vida interior como Plotino, San Agustín o Santa Teresa de Jesús, entre otros muchos.

Sin embargo, esta relación íntima y profunda entre el ser humano y Dios no ha de entenderse como un mero ensimismamiento o como un adentrarse para “conectar con el todo cósmico” en una especie de fusión en la que se disuelve la identidad del sujeto humano. Más bien, el encuentro íntimo con Dios, lejos de ir en detrimento del ser personal, es un ahondamiento en él mediante una forma de relación dialógica -“de tu a tú”- con Dios, en Quien lógicamente hay que suponer y se atisba asimismo una realidad personal. En Dios hay vida, y desde luego en su forma más eminente. Si la existencia y la vida personal es en el ser humano una dignidad y una excelencia, la analogía nos lleva a reconocer en Dios -de manera eminente- la índole personal.

NOTAS


1.- Se trata de propiedades de la naturaleza divina y por consiguiente comunes a las tres personas de la Trinidad Santísima. En este sentido, las “relaciones” intratrinitarias no tendrían razón de “atributo”.

2.- “Es evidente que (Dios) no es un cuerpo, porque es necesario que el Primer Ente sea en acto y de ningún modo en potencia. Aunque en un solo y mismo ser que pasa de la potencia al acto, la potencia tenga prioridad de tiempo con relación al acto, sin embargo, absolutamente hablando, el acto es anterior a la potencia, pues lo que existe en potencia no se convierte en acto sino por medio de un ser que esté en acto. Ya se ha demostrado (cfr. S. Th. I, q.2, a.3) que Dios es el Primer Ente, luego es imposible que haya en Dios algo en potencia.” (S. Th., I, q.3, a.1)

3.- Los racionalistas (Descartes, Leibniz, Spinoza...) identifican la perfección con la esencia, no con el ser. Todos ellos intentan demostrar la existencia de Dios basándose en que la existencia sería una de las perfecciones o atributos de la esencia. Descartes, por ejemplo, concibe la existencia de Dios como idea o esencia perfectísima. Santo Tomás y Kant critican el “argumento ontológico” al afirmar que la existencia es “extraesencial”.

4.- No nos referimos aquí al concepto matemático de “infinito”, que es aquello que puede ser concebido sin término: una extensión indefinida, la serie de los números... Es un infinito potencial, no real en acto. Más aún, es un mero ente de razón sólo existente en la mente.

5.- Dios no es su mismo ser porque sea infinito, sino al revés: es infinito porque es su mismo ser y no es limitado por potencia (esencia) alguna; ni por forma, ni por materia ni por sujeto alguno. Duns Escoto y Nicolás de Cusa, sin embargo, ponen la infinitud como el constitutivo real de Dios del que derivan todas las perfecciones divinas. Pero se puede objetar a esto que la Infinitud se deriva del Ser subsistente y de la Aseidad (ser por Sí) de Dios. El Ser por sí no puede hallar límites en modo alguno, ni por un sujeto receptor ni por una causa productora.

6.- De Plotino se puede decir también que cae en un panteísmo emanatista. Pero es un panteísmo especial, porque sostiene que el Uno permanece substancialmente íntegro, a pesar de su donación.

7.- Son posiciones contrarias a esta el politeísmo, para el que hay diversidad y hasta multitud de dioses; el dualismo (afirma la existencia de un dios del bien y otro del mal, generalmente identificado o vinculado con la materia. Pero el mal no es radical: mientras que el bien es un trascendental, el mal no lo es) y el henoteísmo (se afirma que hay un Dios supremo y diversos dioses inferiores).

Otro asunto muy diferente es el misterio de la Santísima Trinidad. Dios en sí mismo es uno en esencia y trino en personas. Al conocimiento de Dios Uno puede llegar la razón humana por medio de las criaturas, mientras que la Trinidad rebasa las fuerzas naturales del entendimiento creado. En la Suma Teológica, Santo Tomás comienza por el tratado “De Deo Uno” (qq. 2-26), de acuerdo con un orden lógico, pues en él concurren la razón y la revelación, y se remonta posteriormente a la consideración del misterio de la Trinidad Santa (qq. 27-43), privativo de la Teología sagrada, ya que solo es accesible por la luz de la divina revelación. El tratado de Dios Uno es como un “preámbulo” para el de Dios Trino.

8.- Por su simplicidad, por su perfección infinita y por la unidad del mundo y de su gobierno.

9.- Según el Liber de causis (obra anónima de inspiración neoplatónica, posiblemente de Proclo, pero atribuido por mucho tiempo a Aristóteles), se llama “causas segundas” a las que se limitan a transformar, a dar forma, a las cosas; y “Causa primera”, infinita, a la que origina el ser de las cosas. La Causa Primera es Dios, creadora de causas segundas -las criaturas que ejercen como agentes-, a las que sostiene en el ser y en el obrar de acuerdo con su naturaleza respectiva. Esto nos permite hablar de una “trascendencia causal” por parte de Dios, cuyo causar es irreductible al cualquier modalidad del causar finito de las criaturas.

10.- Cfr. POLO, L.: Presente y futuro del hombre. Rialp, Madrid, p. 139.

11.- No estamos aquí ante un panteísmo. La presencia inmanente de Dios en todas las cosas es una presencia causal, no esencial. Dios está presente como lo está la causa en el efecto. Un efecto, en este caso, al que otorga el ser y al que sostiene en éste.