TEMA 6.- LA ESTRUCTURA METAFÍSICA DEL ENTE (III): LA ESENCIA Y EL SER O EXISTENCIA.

El estudio en profundidad de lo que significa existir nos lleva a ahondar en la estructura constitutiva de los entes. Una forma de hacerlo es la distinción entre dos tipos de consideraciones: si el ente es y qué es, An est? y Quid est? Estamos hablando de la existencia y de la esencia como dos dimensiones propias de todo lo real.

TEMA 6.- LA ESTRUCTURA METAFÍSICA DEL ENTE (III): LA ESENCIA Y EL SER O EXISTENCIA.

Avicena vio con claridad que se trata de dos cuestiones muy diferentes: no es lo mismo el que una cosa sea y qué sea esa cosa. Y como lo primero, la existencia, no es la esencia (sustancia), afirmaba que era un accidente de la cosa. Averroes critica esta afirmación, muy razonablemente. Si la existencia es un accidente, no estamos ante dos principios realmente distintos, sino ante dos modos del mismo ser (de la esencia).

Tomás de Aquino, a través de la estructura de acto y potencia, planteará la distinción real entre esencia y existencia. El ser, la existencia, no es de suyo algo limitado: el ser es, y no incluye en sí mismo un "no-ser" que lo limite, pues sería contradictorio. Sin embargo, constatamos en nuestra experiencia habitual el hecho de la limitación en los entes; y como una limitación no se puede respaldar en un principio de perfección como es el acto de ser, debe de haber otro principio distinto -que no sea ni el ser ni la nada, pues la nada no es-, ha de ser un cierto tipo de potencia. Esa potencia es la esencia, la restricción y limitación que experimenta el ser al recaer en un ente concreto, al que corresponde un tipo o modo de ser, distinto de otros.

Las cosas no son el ser sino que tienen un modo de ser, no son la realidad sino que tienen un cierto grado o parte de realidad. "Extensivamente", cada ente no agota todas las posibilidades de ser, hay muchas otras realidades, entes, distintas de él. "Intensivamente", el ser de cada ente no agota toda la hondura y perfección del ser, toda su "intensidad": realidad física, vida, sensibilidad, racionalidad, etc.

Cada ente realiza ciertas posibilidades de ser, tanto extensiva como intensivamente. Esas posibilidades realizadas en cada ente, sus determinaciones, diseñan su fisonomía, su contorno distintivo. El "esse" -acto de ser, existir- es poseído por cada ente según el modo que le es propio -"essentia", esencia-; la esencia restringe el ser a un modo de ser determinado -ser hombre, perro, agua, lápiz, roble, etc.-. El ente no es su "esse", no es el "esse" que tiene (parcialmente), el "esse" del que participa. (Nota 1)

Tomás de Aquino, así pues, sostiene la distinción real entre esencia y existencia, entre esencia y acto de ser. El ser aporta la perfección radical al ente, y su limitación le viene conferida por la esencia. El principio de no contradicción (Nota 2) exige esta distinción real. Se trata de dos principios contrapuestos por su función en el ente. La relación entre la esencia y la existencia se corresponde a la vez con una relación entre participante y participado y con una estructura de potencia y acto.

La distinción real entre esencia y existencia (o ser) permite entender la dependencia de la criatura respecto del Creador. Veamos cómo.

Sólo Dios es Acto Puro, perfección ilimitada y subsistente por sí misma; las criaturas, por el contrario son limitadas, tienen el ser recibido de Dios, están compuestas de potencia y acto. Esto sólo es posible si la esencia y el acto de ser -únicos principios constitutivos que afectan a todas las criaturas- son realmente diversos. De otro modo, la finitud de lo creado sería metafísicamente inexplicable.

Si la distinción esencia-acto de ser no fuese real, el acto creador no dejaría ninguna huella en la estructura constitutiva de lo creado. La dependencia de la criatura hacia el Creador y por así decir su punto de encuentro es precisamente el ser.

Esta dependencia es radical: sin el ser las criaturas no serían nada; el efecto propio e inmediato de la acción creadora y conservadora es el ser de cada ente, que constituye una semejanza con el Ser divino. La dependencia se extiende a cada una de las perfecciones del compuesto, que se comportan como potencia respecto del ser.

Se trata además de una dependencia íntima, porque el ser es lo más profundo e íntimo de cada cosa; más intimo que su misma esencia es el acto que lo hace subsistir; lo más íntimo y radical en cada cosa no son sus ‘contenidos’ sino su realidad.

Esencia y existencia

TEMA 6.- LA ESTRUCTURA METAFÍSICA DEL ENTE (III): LA ESENCIA Y EL SER O EXISTENCIA.

Santo Tomás parte de la metafísica aristotélica, que considera central la estructura de potencia y acto, constitutiva de las cosas creadas y del movimiento (cambio). La composición de acto y potencia, y el movimiento mismo -que es paso de la potencia al acto-, revela en las cosas una finitud o limitación ontológica: encierra pluralidad y potencialidad; y un ente que tiene algo de potencia no es perfecto.

Todo ente creado está compuesto de potencia y acto. En Aristóteles, los entes o sustancias manifestaban esta composición en la estructura “materia-forma”: un ente subsiste, es sustancia, porque la forma actúa sobre la materia, aportando una serie de cualidades definitorias. “Ser” y “ser algo” (tener forma) en Aristóteles es lo mismo.

Pero Santo Tomás niega esto. No basta la acción de la forma para que un ente sea real, exista. La existencia es “algo distinto” de la forma. La esencia define a un ente, pero el ser no, porque no es una nota constitutiva de la esencia. (La noción de “isla maravillosa”, por ejemplo, por muchas que sean sus perfecciones, requiere además, para ser real, la existencia. Si no, sólo existiría, a lo sumo, en la mente.)

El ente se define como “lo que es”: es un compuesto de esencia (“lo que”) y de existencia o ser (“es”). La “perfección de la esencia” es de otro tipo diferente a la “perfección de existir” (Nota 3) y depende de ella.

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En la composición de un ente real hay algo más radical aún que la forma: el acto de ser, la existencia, ante la cual la forma se comporta como potencia. La existencia o acto de ser es aquello por lo que una esencia existe y realiza operaciones.

La distinción real entre esencia y existencia revela una limitación ontológica en las cosas. Las cosas tienen ser, -un modo de ser- pero no son el ser, no lo agotan.

 El acto de ser, la existencia, es el verdadero “acto de los actos” y condición de toda perfección, porque todo se comporta ante él como una potencia. Además, es lo más íntimo, profundo y radical en cada cosa, es su mismo subsistir. El ser da realidad a las notas, las operaciones, la actividad y las cualidades esenciales; y éstas, en su caso, y porque existen, estructuran a la materia y dan lugar a un ente (material o corpóreo).

Así pues, la esencia restringe o especifica al ser a “ser de tal modo” (isla, piedra, sombrero, planta, hombre…); además, la esencia, cuando entra en composición con la materia, también especifica a ésta, pero recibe de ella a su vez una individualización: Sócrates no es sólo hombre, es este hombre (“estos huesos, esta carne”, dirá Tomás). (Nota 4) Además, no hay contradicción en que pudieran existir entes inmateriales; porque para ser ente, en sentido estricto, basta la composición esencia–existencia. Por ello es posible que existan seres cuya esencia no requiere la materia como condición indispensable o suficiente para existir: “formas” que subsisten sin necesidad de informar o estructurar a una materia. Bastaría con que tuvieran existencia propia. Pero habrá que probar que tales sustancias o entes no materiales existen.

La composición de los entes implica, como ya se dijo, una limitación en su perfección, una finitud. La composición de esencia y existencia, y la distinción real de ambas en un ente, implica que de las notas esenciales de éste no se sigue necesariamente su existencia real; no es un ser necesario. Existe, pero podría no haber existido. Es lo que se llama contingencia.

Pero todo ser contingente es causado. Si existe pero podría no haber existido, su existencia se debe a una causa. Como escribe Santo Tomás: “Elementos de suyo diversos (esencia y ser) no pueden constituir un ente real a menos que una causa los una.” Esta es una de las formulaciones más lúcidas del principio de causalidad (que ya había sido vislumbrado por Platón y Aristóteles con relación al movimiento, y por San Agustín, Alfarabi y Avicena con relación a la no necesidad de las cosas creadas).

Acerca de la esencia

Entre los diez predicamentos o categorías existe uno, la sustancia, que es la base y el fundamento de todos los demás y, por lo tanto, del ente singular y concreto. A su vez, como acabamos de exponer, la sustancia finita está compuesta por dos principios -la esencia y el ser- que se comportan entre sí como la potencia y el acto.

Concretamente, la potencia propia e inmediata del acto de ser, que integra junto con él la sustancia, configurándola en una específica modalidad de ser, es lo que hemos venido llamando esencia.

El ser hace que todas las cosas sean entes, y la esencia determina el modo en que cada una de ellas es. De ahí la escueta y precisa definición: esencia es aquello por lo que una cosa es lo que es.

En sentido estricto, la esencia corresponde principalmente a la sustancia (forma sustancial): designa la capacidad de ser de un modo u otro (sustancia y accidentes), pero, hablando propiamente, sólo es lo que subsiste, lo que es en sí (la sustancia); los accidentes sólo son en la sustancia.

En cuanto principio de operaciones, si es el caso, la esencia se denomina más propiamente "naturaleza". Y así, a cada naturaleza corresponden un tipo de operaciones específicas.

En cuanto la esencia es significada por la definición de una cosa se la llama "quididad" (quidditas). Así, el hombre es definido como "animal racional". Por su esencia, los entes se incluyen en un género y una especie, ya que estos agrupan a las realidades que tienen un modo de ser semejante (en la definición de hombre, animal racional sería la especie, animal el género y racional la diferencia específica).

En cuanto que es conocida, la esencia se puede referir a muchos individuos, y entonces hablamos de un (concepto) "universal". Esta consideración lógica de la esencia, en cuanto pensada, es lo que en otro lugar se denominó también "sustancia segunda".

Finalmente, en su relación estructural dentro de la composición del ente, según hemos desarrollado más arriba, la esencia indica el principio en el que se recibe el acto de ser de un ente (potentia essendi), al cual "contrae" a un modo determinado. La cosa recibe el ser en la esencia y por la esencia.

A su vez, la esencia sólo existe por el ser, "ya que, antes de tener el ser, no es nada, sino sólo en el entendimiento del Creador, donde por cierto ya no es criatura, sino la misma esencia creadora" (Sto. Tomás, De potentia, q3 a5 ad 2). Dios, al crear, produce entes de la nada, es decir, un acto de ser limitado por su propia esencia; no dos cosas diversas, que primero hace y después une, sino un ente: una sola cosa, limitada, compuesta de potencia (esencia) y acto (esse).

Esencia, materia y forma: los entes materiales

Forma y materia se incluyen en la esencia, y se relacionan entre sí como acto y potencia. Materia y forma no son entes, sino principios esenciales de las cosas, por lo cual lo que subsiste es el compuesto de materia y forma -la esencia- actualizado por el acto de ser. Santo Tomás rechaza explícitamente la postura de Averroes, para quien la esencia de las cosas corpóreas estaría constituida sólo por la forma, sin incluir la materia.

La forma -la forma sustancial- es el primer acto que adviene a la materia para constituir la sustancia. Dicha forma halla en la materia un sujeto en el que se apoya. La forma sustancial, como principio determinante de la esencia, limita o restringe el acto de ser. A su vez, la materia restringe la forma a unas determinadas condiciones, lo que acentúa de algún modo dicha restricción y la individualiza.

La esencia de los entes corpóreos es una, aunque compuesta por dos elementos -materia y forma-, debido a que la relación entre estos dos es la de potencia y acto. De acuerdo con esta unidad constitutiva (metafísica), la separación o desintegración de ambos provoca en un ser vivo su corrupción, su muerte o desintegración, es decir un cambio radical de naturaleza, un cambio sustancial.

TEMA 6.- LA ESTRUCTURA METAFÍSICA DEL ENTE (III): LA ESENCIA Y EL SER O EXISTENCIA.
TEMA 6.- LA ESTRUCTURA METAFÍSICA DEL ENTE (III): LA ESENCIA Y EL SER O EXISTENCIA.

La forma da unidad a la esencia, ya que su función es estructurar y determinar a la materia. Así, los distintos elementos que constituyen un cuerpo orgánico, bien se trate de un animal o una planta, están unidos en cuanto que forman parte de una unidad superior, que proviene de la forma vital (el alma) que anima y estructura dicho organismo. La forma sustancial del compuesto es única -por ello forma parte de una sola especie-. Es esta única forma sustancial la que concede al compuesto todas sus determinaciones; y así el hombre, en virtud de su alma -forma sustancial- es cuerpo, es viviente, es animal y es humano.

Además, "la forma da el ser" al ente, es como el “vehículo” o cauce por el que el acto de ser actualiza al ente en su integridad, y la materia participa del ser a través de la forma en cuanto que es actualizada por ella. Por ello, los compuestos de materia y forma se corrompen y "desintegran" cuando pierden la forma sustancial y ésta deja de estructurarlos y dotarlos de operaciones, y así pierden el ser. La generación, por su parte, acontece cuando adviene una nueva forma en la materia.

Sin embargo, es importante advertir que en las sustancias corpóreas la forma no tiene el ser en sí misma, sino sólo en cuanto que actualiza a la materia; quien posee el ser es el compuesto, la esencia completa. Forma y materia no existen separadamente.

El ser de cada ente es acto con respecto a la esencia, de modo análogo a como la forma lo es de la materia. Los dos actos, ser y forma sustancial, ven restringida su propia plenitud por el sujeto que los recibe. Obviamente, existe una diferencia fundamental: la forma determina a la materia, atrayéndola a su propio modo de ser; y el ser actualiza pero no determina a la forma, sino que es determinado por ella. La razón es que la materia prima es completamente indeterminada, carece de contenido actual, y por ello la forma la determina a ser materia de esta especie o de aquella otra. El ser, en cambio, no carece de contenido actual, al revés, posee todos los actos de manera eminente. Por ello, la forma determina al ser en un sentido opuesto a como determina a la materia: al ser, limitando su actualidad; a la materia, confiriéndosela.

El caso del ser humano es distinto, sin embargo, al de los seres meramente corporales ya que la forma sustancial humana (el alma racional) no agota su función en animar -estructurar y dar vida- a la materia -al cuerpo-, sino que realiza operaciones que trascienden lo biológico-orgánico, como son entender y amar, por ejemplo. Y como el obrar sigue al ser y el modo de obrar sigue al modo de ser, es preciso concluir que el alma humana posee un ser propio que rebasa la animación corporal: si realiza operaciones que rebasan lo material es que su ser rebasa lo material. En otras palabras, por ser espiritual, el alma humana tiene el ser como algo propio, y por consiguiente en el hombre el ser es del alma, que lo da a participar a la materia. Escribe Tomás:

“El alma tiene existencia subsistente, puesto que ésta no depende del cuerpo, ya que está por encima de la materia corporal –como lo demuestra el que realiza operaciones inmateriales como entender y amar-. Pero el alma admite al cuerpo en su propia existencia y lo hace partícipe común de la misma, de forma que no hay más que una existencia común al cuerpo y al alma, que es la existencia del hombre.” (De spiritualibus creaturis, a. 21; cfr S.Th. I, 76 a. 1, ad 5)

“El ser de las otras formas no existe sino en composición con la materia, pues no rebasan la materia en el ser ni en el obrar. Por el contrario, consta que el alma racional rebasa la materia en el obrar, porque realiza alguna operación prescindiendo de todo órgano corpóreo cual es la de entender. Luego su ser no existe únicamente en la composición de la materia. Por lo tanto, su ser, que era el del compuesto, permanece en ella al corromperse el cuerpo y, reparado el cuerpo en la resurrección, vuelve a tener el mismo ser que permaneció en el alma.” (Suma contra Gentiles II, c. 81)

El caso del alma humana es muy peculiar, en efecto, ya que siendo espiritual -como manifiestan sus operaciones más excelentes- su naturaleza está ordenada a un cuerpo -y así lo manifiestan sus operaciones orgánicas-.

Por otra parte, por la fe tenemos noticia de la existencia de criaturas totalmente espirituales, los ángeles. Éstos, aunque son espíritus puros, están también compuestos de esencia y acto de ser (Nota 5), por lo que tienen un modo de ser limitado. Sólo Dios, Ser subsistente -Ipsum Esse subsistens-, carece de composición; es el único cuya esencia es su mismo ser.

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El acto de ser, acto último del ente

Las criaturas, entes finitos, limitados, presentan una perfección común a todas ellas, el ser (esse), que trasciende a toda otra perfección -la cual se comporta hacia él como la potencia respecto del acto-. El ser se encuentra realizado en cada perfección, aunque de manera análoga: todo acto presupone el ser y lo manifiesta, aunque de modo distinto y peculiar, en grados diferentes. Y así todas las criaturas están compuestas de un acto (el ser), que incluye y sostiene de modo eminente todas sus perfecciones, y de una potencia (la esencia), que lo restringe o limita a un grado o tipo determinado. El acto de ser de las criaturas es semejanza del Ser divino, y se halla limitado o restringido en cada cosa por una potencia, la esencia.

De suyo, el acto de ser no incluye en sí ninguna limitación -el ser sólo puede ser limitado por algo distinto, la nada, que, obviamente, no existe-. Pero los demás actos, a diferencia del ser, se constituyen ya como modos de ser concretos, limitados, constituidos como una potencia en relación con el ser. Tienen ser, no son el ser. Son o existen, pero según una modalidad concreta u otra, y en este sentido decimos que tales actos –como esencia– limitan al ser como una potencia a su acto.

A partir de Duns Scoto, la metafísica efectuó un giro hacia el esencialismo –y, como réplica a este esencialismo surgirán, siglos más tarde, el existencialismo y el nihilismo-, y olvidó -si es que fue entendida realmente- la noción de ser como acto irrestricto (y correlativamente, la de la esencia como "potentia essendi"). Autores como Suárez, Leibniz, Wolff o Kant, entre otros, pasaron a entender el ser, la existencia, no como acto sino como mera cuestión de hecho (se pasó del "esse ut actus" al "esse in actu"), como efectividad (Wirlichkeit); y correlativamente, la esencia fue concebida como algo "autónomo" con relación al ser, como posibilidad, como "no-contradicción" o inteligibilidad (posibilidad = pensabilidad). El ser se subordinará entonces a la esencia, sobre todo en sistemas que conceden prioridad al pensamiento sobre la realidad, de manera que es el acto racional de la mente el que otorga "realidad" a lo inteligible, a lo pensable: una realidad pensada ("todo lo racional es real", dirá Hegel).

Al no admitir la distinción real ni la relación acto-potencia en la estructura "ser-esencia", se rechaza una estructura metafísica con entidad propia, constitutiva de los entes. Como consecuencia, si "algo", una esencia, se da en la realidad de hecho, una de dos: o bien es inexplicable (contingentismo radical, sinsentido -Sartre o Nietzsche, por ejemplo-), o bien obedece sólo a una acción directa e "injustificada" de Dios, y lo que constituye a los entes es su dependencia estricta e inmediata de Dios y de su "absoluta y libérrima omnipotencia" ("Absoluta Potentia Dei" en Ockham, ocasionalismo en Malebranche, etc.).

Así, las cosas finitas no tendrían consistencia ontológica al ser privadas de estructura constitutiva interna; y la existencia sería más un "estado" que un "principio" (Nota 6). Estaríamos ante un contingentismo radical: no hay una naturaleza ni un acto de ser que justifiquen que las cosas sean, y que sean lo que son, de un modo estable y consistente, salvo, en su caso, la acción directa de Dios. Y por el hecho de ser creadas, todas las cosas serían igualmente contingentes.

Ahora bien, si el ser es un acto condicionado por la esencia a la que actualiza -tal es la postura tomista- puede haber esencias que, una vez creadas y según lo que en ellas ha puesto el acto creador, reclamen de suyo una mayor permanencia en el ser que otras, es decir, habrá criaturas con un mayor o menor grado de contingencia/necesidad. Así, los ángeles y el alma humana, que son espirituales e inmortales, gozan de mayor consistencia ontológica que los seres corruptibles.

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La distinción real metafísica de Tomás de Aquino no presenta al ser y la esencia como "res et res", sino como coprincipios entitativos diversos. El ser no es ni una categoría abstracta ni un mero factum, sino el acto de ser -el principio constitutivo radical y fundante- del ente singular y concreto.

Volviendo al planteamiento del doctor angélico, y recapitulando, el ser puede designarse con propiedad como acto último y más radical del ente, acto de todos los actos y perfección que hace real toda perfección, porque todas las cosas y cada una de sus perfecciones o actos no son más que modos de ser, formas que poseen limitadamente (por participación) el acto radical de existir sin el que nada serían. El ser es acto de todos los demás actos, ya que actualiza a cualquier otra perfección, haciéndola ser. La forma sustancial es el acto primero de la esencia; pero a su vez toda la perfección de la esencia deriva del esse, acto último y acto de todos los actos del ente.

NOTAS


1.- El ser está participado en y por la esencia de cada cosa. Participar es "partialiter habere". "Aquello que es algo totalmente, no participa de ello, sino que lo es por esencia. Pero lo que es algo de forma parcial, lo tiene como recibido, y se dice propiamente que participa de ello." (Tomás de Aquino, In I Metaph., lectio 10) En el caso del ser, los que participan de él lo poseen según grados y siempre limitadamente, y no agotan lo participado. Por ello se comprende que el ser subsiste fuera -y también dentro, parcialmente- de los entes que participan de él.

2.- "Una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto".

3.- San Anselmo de Canterbury (1033-1109) no tiene en cuenta esta diferencia, según observa Sto. Tomás, a la hora de ofrecer su famoso argumento a favor de la existencia de Dios: "Dios es el ser más perfecto que el cual no se puede pensar ningún otro. Ahora bien, si Dios es perfecto, no puede faltarle la perfección de existir, no solo en el pensamiento, sino también en la realidad."

4.- La materia individúa a la esencia en la medida en que está afectada por el accidente cantidad. El principio de individuación es la materia cuantificada (signata quantitate). La materia aquí singulariza al ente (a la esencia) porque está afectada por la cantidad, que es un accidente, el cual sobreviene al ente completo. Debe decirse, así pues, que la cantidad se origina en la materia en la medida en que ésta se ve actualizada por la forma.

5.- En ellos también se da una composición entre sustancia y accidentes, puesto que realizan ciertas operaciones -entender y amar- realmente distintas de su ser y sustancia. Por otra parte, la individuación de los ángeles no puede deberse a la materia; cada una de las formas angélicas constituye "eo ipso" una esencia individual que agota toda su especie. Ya escribía Aristóteles que "las cosas que no tienen materia son todas absoluta y esencialmente unidades." (Metaf. VIII c.6)

6.- La existencia le sería dada a la esencia "desde fuera" y todo sería igualmente (y radicalmente) contingente. A la esencia se le adscribe en el Racionalismo la plenitud del ser, ya que ella -en términos de inteligibilidad o pensabilidad- sería lo primero que se concibe en un ente, y de ella depende el porqué de la existencia del ente. En Wolff la existencia se concibe como un accidente, un modo o consecuencia de la esencia: "Quod possibile est, ens est". Para Leibniz, la existencia es "complementum possibilitatis". El ser pierde su carácter de fundamento de la realidad y queda reducido a un mero factum. Heidegger dirigirá hacia aquí su profunda crítica del "olvido del ser" y de la "diferencia ontológica" (Heidegger desconocía la doctrina tomista, pero era especialista en la de Escoto).