TEMA 11.- LOS TRASCENDENTALES, “NOMBRES” DEL ENTE

En el conocimiento metafísico del ente, cabe aún considerar algunos aspectos derivados necesariamente de este, otros modos de referirse a él, que se conocen como sus propiedades trascendentales.

Históricamente el tema de los trascendentales tiene precedentes claros en Grecia (Pitágoras, Parménides, Platón, Aristóteles, Plotino…) Aristóteles, al tratar de la unidad subrayó perfectamente su identidad metafísica con el ente. En el corpus aristotelicum queda también clara la trascendentalidad del verum y del bonum, aunque no esté tan explícitamente formulada.

El tratamiento más sistemático del tema se configura en el ámbito de la filosofía escolástica en los inicios del siglo XIII. El primer tratamiento explícito se encuentra en la Summa de bono (1236) de Felipe el Canciller. La elaboración filosófica más acabada parece ser obra propia de Santo Tomás de Aquino.

Las nociones trascendentales y los predicamentos

A nuestro alrededor observamos una gran variedad de cosas: árboles, casas, libros, hombres... A primera vista, bastantes de ellas tienen poca relación entre sí; y, sin embargo, todas ellas poseen algo en común: todas esas cosas «son» de un modo u otro, todas son entes.

Como ya es sabido, la entidad de un objeto (el ser algo real, que “hay” algo) es lo primero que captamos al conocerlo. Lo primero que concibe el entendimiento, como lo más conocido, y en lo que resuelve todos sus demás conceptos, es el ente.

En efecto, primariamente, percibimos cualquier realidad como algo que guarda una referencia al ente. Todo lo que nos rodea, o es un ente, o un aspecto o propiedad suya. Por eso, la noción de ente se halla incluida en todos nuestros conocimientos, de modo similar a como la idea de vida ilumina todas las nociones del biólogo.

No podemos conocer ninguna perfección que sea ajena al ente, pues fuera de él sólo hay lugar para la nada. Sin embargo, al conocer no basta con decir «ser» o «ente», sino que es preciso delimitar más: ser hombre, ser caballo, ser bueno, etc. Nuestro progreso en el conocimiento de la realidad consiste en ir determinando las diversas clases de entes y en ir haciendo explícitas las características y propiedades de éste, de aquél o de todos los entes en general.

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Pero por otra parte, nada puede añadirse al ente que no sea de algún modo ente, como algo extraño a su naturaleza, porque cualquier naturaleza es así mismo algún tipo de entidad. De ahí que las demás nociones no signifiquen algo ajeno al ente, sino un modo especial suyo o una propiedad. El leopardo, por ejemplo, es un ente, una especie de ente; pero al pronunciar esa palabra -y el concepto que ella implica- aludimos a algo que nuestra concepción de ente no incluía de forma expresa; y lo mismo ocurre cuando decimos que una cosa es buena, verdadera, hermosa, etc.

Ese avance en nuestro conocimiento del ente puede hacerse de dos modos:

a) Las nociones predicamentales (categorías) son las que expresan un modo particular de ser: ser en sí (sustancia), o en otro (accidentes); ser grande o pequeño (cantidad), rubio o moreno (cualidad), etc. Las nociones predicamentales se refieren sólo a un género de cosas, con exclusión de otras. Según estos modos de ser se enuncian los diferentes géneros de las cosas: la sustancia no añade al ente alguna diferencia nueva respecto al carácter de ser del ente sino que expresa un especial modo de ser: el ente por sí (per se); y en los demás géneros, los accidentes, se expresa el modo de ser en otro.

Se trata de «modos de ser» que se excluyen de manera recíproca: lo que es sustancia no es accidente; la cantidad no es cualidad, ni relación, ni alguna otra de las propiedades accidentales. Estos conceptos pueden llamarse predicamentales, porque se encuadran en los predicamentos o categorías, que son los géneros supremos en los que se divide la realidad creada.
b) Los conceptos trascendentales son los que designan aspectos que pertenecen al ente en cuanto tal. Estas nociones se predican de todo aquello a lo que se puede aplicar el calificativo de ente y tiene la misma amplitud universal que esta noción; expresan un modo que se sigue del ente en general, algo que conviene a todas las cosas. Por eso se llaman trascendentales: porque trascienden el ámbito de los predicamentos; por ejemplo, el bien no se restringe sólo a la sustancia, sino que se encuentra en todos los demás géneros (las cualidades, la cantidad, las acciones, etc., en cuanto que son, son buenas). (Nota 1)

Deducción metafísica de los trascendentales

¿Cuántas y cuáles son esas nociones trascendentales? ¿Qué es lo que se puede predicar de todo ente en cuanto tal?

A) Considerado en sí mismo, sin compararlo ni ponerlo en relación con ningún otro, se puede decir de cualquier ente que es una cosa y que es uno.

- De modo positivo, lo único que conviene a todo lo que existe es tener una esencia, por la que es de un modo u otro. El ente sin más, en abstracto, no se da; hay diamantes, árboles, jilgueros, hombres, cada uno con un modo de ser específico, resultado de su esencia. Esa contracción de todo ente a un modo determinado de ser es lo que en metafísica se significa técnicamente con el término res («cosa»). «Cosa» y ente no gozan de una sinonimia perfecta, pues mientras «el nombre de ente se toma del acto de ser, el de res se refiere a la quididad o esencia del ente» (Tomás de Aquino, De Veritate, q.1, a.1, c), implica su restricción a un grado y modo de ser específicos y concretos.

-Negativamente, cualquier cosa es unum, goza de una cierta unidad; y si la pierde, dividiéndose, deja entonces de ser ese ente, originando otros. Se dice negativamente porque implica indivisión.

B) Considerado en relación con otros, podemos advertir en cualquier ente dos atributos opuestos: su distinción respecto a los demás, y la conveniencia entre unas cosas y otras.

b') Atendiendo a la distinción de los entes entre sí, afirmamos que cada uno de ellos es «algo» (aliquid). Cada cosa difiere de las demás.

Algo en su sentido más técnico es aliud quid, «otro qué», otra naturaleza. En dependencia de las nociones de ente y unidad, acentúa la distinción y separación de un ente con respecto a los demás: este ente es otro en relación con aquél.

Como opuesto a la nada, “algo” manifiesta que la entidad es lo contrario de la nihilidad. Todo ente es, por así decirlo, una excepción a la nada (no de un modo real, porque para ello sería necesario que el puro no-ser fuese real también; sino de una manera meramente lógica).

b") La conveniencia de un ente con todas las demás cosas sólo puede considerarse en relación a algo que pueda abarcar al ente en cuanto tal y, por eso, a todo ente: el alma intelectiva. El alma es «de algún modo todas las cosas» (quodammodo omnia), por la universalidad del objeto del entendimiento y de la voluntad; surgen de esta relación los tres últimos trascendentales: verum, bonum y pulchrum.

- En su conveniencia al intelecto, el ente es verdadero (verum), en el sentido de que el ente, y sólo él, puede ser objeto de una auténtica intelección. Verdadero implica el carácter de inteligible, de lo que de suyo puede ser conocido.

- En su relación a la voluntad, todo ente se especifica como bueno (bonum), esto es, como amable y capaz de mover al apetito voluntario hacia él. Todo ente, por el hecho de serlo, radicalmente es apetecible, es susceptible de ser querido.

- Finalmente, según la conveniencia del ente al alma mediante una cierta conjunción de conocimiento y de apetito, compete al ente la belleza o hermosura (pulchrum); es decir, que causa un cierto placer cuando es aprehendido. La belleza suele definirse como lo que agrada al ser contemplado. Al ser conocido el ser (verum), no solo puede ser deseado (bonum) sino también contemplado deleitosamente (pulchrum). (Nota 2)

Tenemos así seis nociones trascendentales: «cosa» (res), «unidad» (unum), «algo» (aliquid), «verdad» (verum), «bondad» (bonum) y «belleza» (pulchrum).

De éstas, hay cuatro más fundamentales, que se aplican propiamente tanto a Dios como a las criaturas: son la unidad, la verdad, la bondad y la belleza. «Cosa» y «algo» son trascendentales con respecto a los entes creados -se aplican a todos ellos-, pero propiamente no se predican de Dios:

a) «Cosa» (res) es un concepto trascendental, no se refiere a ninguna cosa determinada y, por lo mismo puede aplicarse a todas. Pero no es, sin embargo, una propiedad del ente, porque no manifiesta ningún aspecto de él. No indica de una manera explícita ni más ni menos que lo que el concepto de ente. Indica sólo el nombre que le conviene atendiendo a la esencia que especifica a todo ente creado.

Por eso, en sentido estricto, la noción de res no puede aplicarse a Dios, que es el mismo Ser subsistente, no recibido en una esencia.(Nota 3) En las criaturas, sin embargo, el nombre res resalta, con mayor vigor que el de ente, la composición y limitación que la esencia produce en el acto de ser.

Por otra parte, cuando se dice cosa, se significa con frecuencia a la sustancia no racional, distinta de la persona, y más propiamente la sustancia inanimada. La esencia humana exige por su propia naturaleza la actualización de todas sus potencialidades, por ello la persona nunca puede ser considerada como una “cosa” en el sentido de algo ya clausurado en su actualización.

Además, la noción de res da lugar a la de realidad. La noción de realidad es abstracta, y se resuelve en el ente: algo es real porque es; de todos modos, a veces se utiliza el término real para indicar de modo explícito que un ente no es de razón, que es extramental, o para contraponerlo a lo aparente.

En la metafísica de inspiración racionalista, el término realidad tiene un significado peculiar: "real" son los hechos, lo fáctico, el orden existencial, que se opone a la «posibilidad» o a la «esencia». En su intento de justificar la necesidad y universalidad del conocimiento metafísico, centran toda la metafísica en el ámbito de la posibilidad lógica de las esencias, reduciendo el ente concreto a un hecho de experiencia que acontece sin más.(Nota 4)

b) En cierto sentido, aliquid podría convenir a Dios. En efecto, Dios es el Otro por excelencia, infinitamente superior y trascendente al mundo. Pero la aplicación de este término a Dios comporta el peligro de poner al hombre o al mundo como punto de referencia absoluto, haciendo de Dios algo relativo (pues Dios se diría otro con relación al universo o al hombre mismo).

La noción de aliquid más bien es propia del ser creatural, donde reina la multiplicidad mientras que la unidad, verdad, bondad y belleza son propiedades del ser y a él se reducen: la graduación con que las criaturas tienen esos aspectos obedece a los grados del ser participado, así como la plenitud de Verdad y Bondad divinas se siguen de la plenitud de su Ser.

Los trascendentales como aspectos del ente.

Los trascendentales, ¿son realidades o nociones? Las dos cosas. En cuanto realidad, se identifican de modo absoluto con el ente: la unidad, la verdad, la bondad, etc., no son realidades distintas del ente, sino aspectos o propiedades del ser.

Son, por decir así, las «propiedades comunes» a todo ente. Del mismo modo que todos los individuos de una especie poseen, por pertenecer a ella, unas propiedades comunes (los hombres tienen entendimiento y voluntad, los leones son mamíferos, la nieve es blanca), todas las cosas, por el hecho de ser entes, son buenas y verdaderas, gozan de unidad, etc.

Por “propiedad” se entiende aquí todo aquello que, no estando incluido en un concepto, se sigue de él de un modo necesario. Aunque todo está implícito en el concepto de ente, no todo se halla en él de manera explícita. Esto último basta para que puedan formarse otros conceptos distintos del de ente, que lo explicitan.

Cuando decimos que el ente es bueno o uno, no le añadimos nada real; expresamos un aspecto que compete a todo ente por el hecho de serlo, por tener el ser: porque el ente es ente, es también bueno, uno, etc. Ente, bondad, verdad son realidades idénticas, cosa que suele manifestarse diciendo que ens et unum (et bonum, et verum... ) convertuntur: que el ente, la unidad, etc., se convierten, son equivalentes.

Trascendentales como nociones distintas a la de ente

Sin embargo, para nuestro conocimiento, las nociones trascendentales no son sinónimos del ente, pues manifiestan de modo explícito aspectos no significados por esa noción. Idénticos como realidades, son en cambio nociones distintas.

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Pues no: lo real es real, y es bueno, verdadero, bello...

Los trascendentales agregan a la noción de ente un nuevo matiz, una perspectiva diversa del ente mismo, pero no desde un punto de vista real, sino según la razón: para nuestro modo de conocer. A la misma cosa, por tener ser, la llamamos ente; por ser cognoscible y amable, se denomina verdadera y buena; por su cohesión interior, decimos que tiene unidad, etc.

No es el único caso. En Dios, que es simplicísimo, todo se identifica: su Ser es su obrar; su Inteligencia y su Voluntad no son facultades distintas, sino el mismo Esse divino. Y sin embargo, al decir que Dios es Todopoderoso, Infinito o Inteligente, nuestras representaciones -aludiendo a una misma realidad- nos dan a conocer aspectos diversos de la riqueza inagotable de Dios. Otro ejemplo: cuando afirmamos que todo espíritu es inmortal, avanzamos en nuestro saber acerca de las sustancias espirituales; pero en realidad la inmortalidad de los espíritus no es algo distinto o añadido a su misma espiritualidad.

¿Qué añaden, pues, en nuestro conocimiento los trascendentales?

1) «Unum» y «aliquid» añaden a la noción de ente una negación: la unidad niega la división interior de cada ente; y el aliquid, la identidad de una cosa con las demás. No agregan realmente nada, sino que manifiestan características que el ente tiene de suyo, como sucede cuando decimos «topo ciego», pues los topos no ven.

2) La verdad, la bondad y la belleza añaden a nuestra noción de ente una relación de razón. Al sostener que la perfección del ente conviene a la inteligencia y a la voluntad, no afirmamos que el ente se ordene realmente a esas facultades, o que dependa de ellas; al contrario, son la inteligencia y la voluntad las que se ordenan a la verdad y al bien, y dependen de ellos en su actuarse. Por eso, la relación de esas facultades al ente en cuanto verdadero y bueno es real; pero la verdad y el bien no dependen de nuestro conocimiento ni de nuestro apetito, pues las cosas son verdaderas y buenas en la medida en que tienen ser, no en cuanto son conocidas o apetecidas. De ahí que la verdad y el bien sean la medida de nuestra inteligencia y voluntad, mientras que no es cierto lo contrario. Y aunque esto no sea tan fácil de apreciar, lo mismo cabe decir de la belleza: algo no es bello porque lo apreciamos, sino que nos deleita porque es bello. “Lo bello no es el placer que sentimos al aprehender ciertas formas, sino lo que hace a estas formas objetos de aprehensión placentera.” (Gilson)

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3) Como ya vimos, tampoco la noción de res añade al ente algo real: res alude propiamente sólo al ente creado, designándolo en cuanto que éste tiene una esencia; y la esencia es un constitutivo que acompaña de modo necesario a cualquier realidad participada.

Por ser, en nuestro conocimiento, nociones distintas a la de ente, los trascendentales nos permiten entender mejor la riqueza del ser de las criaturas, que se manifiesta bajo facetas diversas; así alcanzamos un conocimiento y estima mucho mayores de la realidad que Dios ha creado e incluso del mismo Dios, que es Verdad, Bondad, Belleza subsistentes.

En conclusión, diremos que el ente tiene propiedades distintas de él, no realmente (extensionalmente) sino conceptualmente (intensionalmente). Estas propiedades (unidad, verdad...) son coextensionales con el ente porque todo ente es uno, verdadero, bueno; y todo lo que sea uno, verdadero, bueno... es también ente. Es la coextensión de estas propiedades con el ente lo que las hace trascendentales, pues son comunes a las categorías en las cuales se divide el ente.

Sin embargo, estas propiedades no son cointensionales con el ente, porque el análisis conceptual de cualquiera de ellas no coincide con el del ente o con el análisis de las otras propiedades. En suma, a pesar de que todo lo que es, es también uno, bueno y verdadero, el ser y el ser uno, el ser bueno y el ser verdadero no son lo mismo.

La analogía del ente y de sus propiedades

Ya se ha visto que al ente le conviene una forma de predicación que la Lógica denomina predicación análoga. Como el estudio detallado de la analogía corresponde precisamente a la Lógica, aquí sólo trataremos de ver en qué sentido el ente y los demás trascendentales se predican análogamente de la realidad, y cómo esa analogía tiene por fundamento el acto de ser, del que los entes participan en diversos grados.

Un mismo término se predica análogamente de dos realidades cuando se atribuye a cada una de ellas de manera en parte igual y en parte diversa. Es lo que sucede con el ente, que se predica de todo cuanto es, pero no se refiere a todo de la misma forma. Como en cualquier otra predicación, el fundamento último de la analogía está en las realidades mismas a las que el término análogo se refiere, que son en parte iguales y en parte diferentes. Por eso, si ente se atribuye a Dios y a las criaturas de modo análogo, es porque entre el Creador y lo creado se da cierta semejanza, unida a una no menos clara desemejanza: Dios y las criaturas son (semejanza); pero Dios es por esencia, mientras las criaturas sólo son por participación (desemejanza). También en el ámbito de los predicamentos, ente se atribuye de forma análoga a la sustancia y a los accidentes: ambos son, y por eso pueden llamarse entes (semejanza); pero mientras la sustancia es en sí misma, los accidentes siempre son en otro, es decir, en una sustancia (desemejanza).

El fundamento de la predicación análoga de ente es el acto de ser, pues algo puede llamarse ente en la misma medida en que tiene «esse». Este se posee por esencia o por participación, en sí o en la sustancia, en acto o en potencia... y siempre, en las criaturas, recibido de Dios, que es el Ser subsistente. Tal cual sea la relación de cada cosa al «esse», en esa misma medida puede calificarse como ente: más la sustancia, por ejemplo, que posee el ser en sí; y menos la cantidad, la cualidad, la relación y los accidentes restantes. La raíz metafísica de la analogía es la participación del ser, que Dios posee por esencia y de modo pleno, y las criaturas de forma gradual y según composición (de potencia y acto, de sustancia y accidentes, etc.).

Esta analogía se aplica también a los demás trascendentales, que en realidad se identifican con el ente y tienen como base el acto de ser. La unidad, la verdad, la bondad, la belleza no se apropian de igual modo a Dios y a las criaturas, a los entes más perfectos y a los menos perfectos; sino que competen a todos de la misma forma que el ser: según grados. Dios es infinitamente Bueno, Bello, Verdadero y Uno, mientras que las criaturas poseen esas perfecciones de manera limitada. Y en el ámbito de lo creado, las sustancias espirituales gozan de mayor bondad y verdad, y tienen más unidad -son más simples- que las materiales.

NOTAS


1.- El término «trascendental» ha adquirido en los últimos siglos nuevos significados radicalmente distintos. Uno de los más importantes se lo dio KANT: «Llamo trascendental a todo conocimiento que se ocupa no tanto de los objetos como del modo de conocerlos, en cuanto este modo es posible a priori. El sistema de tales conceptos puede ser llamado filosofía trascendental» (Crítica de la razón pura, A 12/B 25).

2.- Puntualiza Ignacio Yarza, en su Introducción a la Estética (pág. 81 y ss.), que “Tomás, en los textos en los que se ocupa de los trascendentales –el De veritate y el Comentario a las Sentencias– nunca afirma de modo explícito que la belleza sea un trascendental del ente. Sus afirmaciones sobre la belleza son en su mayoría marginales y tienden, siguiendo la tradición, a vincularla al bien. Esto no implica que niegue la universalidad de la belleza, su presencia en todo ente, sino afirmarla más bien como una especificación (derivada) del bien que como una propiedad que añade una perfección conceptual al ente. Más bien las identifica “in re”, aunque las distingue “ratione”… Aun cuando la belleza y el bien sean la misma cosa en el sujeto, la belleza añade al bien la ordenación a la capacidad cognoscitiva por la que ella es tal.”

3.- No se quiere decir con esto que Dios no tenga esencia. Se trata simplemente de que, en Dios, la esencia no es principio limitador del ser: la esencia y el ser divinos se identifican, la esencia de Dios es su ser (Cfr. S.th., 1, q.3, a.4, c.).

4.- Otro modo de entender la realidad es el propio de la filosofía idealista. Aquí la realidad se disuelve en puro pensamiento. El idealismo tiende a poner de relieve las relaciones que enlazan realidad y actividad, entendiendo reductivamente la actividad como actividad del sujeto, que condiciona el presentarse de lo real como objeto. Fichte, por ejemplo, sostiene que «toda realidad es activa y toda actividad es real»; y como el acto surge del Yo, «la fuente de todo lo real es el Yo» (Grundlage der gesamtem Wissenschaftlehre). En sentido análogo, Hegel postula: «Todo lo racional es real y todo lo real es racional» (Grundlinien der Philosophie des Rechts).