TEMA 1.- LA PREGUNTA POR EL FUNDAMENTO DE LA REALIDAD. MITO. TEOLOGÍA NATURAL Y TEOLOGÍA SAGRADA.

TEMA 1.- LA PREGUNTA POR EL FUNDAMENTO DE LA REALIDAD. MITO. TEOLOGÍA NATURAL Y TEOLOGÍA SAGRADA.

1. LA PREGUNTA POR EL FUNDAMENTO DE LA REALIDAD.

“La existencia del ser al que llamamos ‘Dios’ constituye un antiguo rumor que se resiste a ser acallado. Ese ser no es un fragmento del mundo. Más bien sería causa y origen del universo. Con todo, forma parte del rumor el hecho de que en ese mundo descubrimos rastros de ese origen, lo cual viene a respaldar la fuerza del rumor.” (R. SPAEMANN, El rumor inmortal) Es propio del hombre ser un buscador del Absoluto. Se trata de un signo de la vida intelectual, que Emmanuel Kant (1724-1804) consideraba como característica inevitable: Dios es el concepto más difícilmente alcanzable, pero al mismo tiempo el más inevitable de la razón especulativa humana. En la solución de ese problema el hombre compromete su vida entera en una determinada orientación, y fundamenta su conducta.

Es un hecho a veces tozudo que sin un sentido, sin trascendencia, la vida humana se viviría en rigor para nada –seria una “vida intrascendente”-; por lo que todo en ella se convertiría en irrelevante, y la existencia humana misma vendría a ser un cierto absurdo, lo cual haría insoportable el vivir.

El psiquiatra vienés Viktor Frankl escribe: “Mi definición de religión es igual a la que ofreció Albert Einstein, y que dice lo siguiente: ‘Ser religioso consiste en haber encontrado una respuesta a la pregunta: ¿cuál es el sentido de la vida?’. Hay todavía otra definición, propuesta por Ludwig Wittgenstein, que dice lo siguiente: ‘Creer en Dios es comprobar que la vida tiene un sentido’.”

Si esto es así, plantear el sentido de la vida humana -del cual, por otra parte, dependen todos los demás asuntos-, tiene mucho que ver con el tema de Dios, con la existencia de un Ser Supremo, fundamento último de lo que existe, y con la posible relación entre ese Ser Divino y el ser humano. La universalidad del hecho religioso insinúa una aptitud religiosa connatural al hombre en virtud de su apertura a los últimos porqués.

La Filosofía, por todo ello, no puede sino preguntarse por Dios. De hecho, históricamente, todos los filósofos han afrontado el problema de Dios, de un modo o de otro. Platón pensaba que es miserable y mezquino el hombre que no está dispuesto a reflexionar en profundidad sobre esta cuestión, que, de ser verdadera, constituye al fin y al cabo lo más importante; más aún, lo único que realmente importa (Fedón, 85 b).

Este Dios por el que la Filosofía se interroga vendría a ser el mismo del que hablan en general todas las religiones. Es famoso un escrito íntimo de Blaise Pascal, el Memorial, en el cual contrapone el Dios del que hablan ”los filósofos y eruditos” con el Dios al que adoran las grandes religiones monoteístas de tradición semita (el “Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. Ex 3,6). (Nota 1) Como es sabido, en nuestros días Joseph Ratzinger ha defendido justamente lo contrario, a saber, que son el mismo Dios, al igual que el lucero matutino no es otro que el lucero de la tarde. (Nota 2)

Sin embargo hay que advertir que, aunque se dirijan al mismo Dios, se trata de dos planteamientos diferentes (aunque no excluyentes). Hablar de Dios (sería lo propio de la filosofía) no es lo mismo que hablar a Dios (tal y como ocurre en la religión). Su modo de considerarlo es distinto, ciertamente, pero complementario.

Las religiones aspiran a una relación “salvadora” que comprende toda la vida –no solo la racionalidad- y orienta el obrar moral, abarca toda la existencia, teniendo muy en cuenta la cuestión del “más allá de la muerte” y su relación con esta vida.

La Metafísica es la parte de la Filosofía que estudia racionalmente los últimos porqués de la realidad; se dirige a la inteligencia y busca sobre todo explicaciones racionales a preguntas como: ¿Por qué existe algo y no más bien nada…?, ¿por qué hay una diferencia radical entre el bien y el mal?, ¿qué es lo que de verdad hace feliz al corazón humano y por qué; especialmente en un mundo como este, a menudo golpeado por el sufrimiento y la injusticia?...

Son asuntos que interesan especialmente a la llamada “Teología Natural” o “Teología Metafísica”, distinta de la “Teología sagrada o sobrenatural”, la cual se basa en la posible revelación del Ser Divino al hombre y que este acoge por medio de la fe.

‘Dios’ no es empíricamente verificable como lo son muchas cosas que podemos conocer con nuestra inteligencia y nuestros sentidos; pero ¿se puede llegar a Dios a través de aquello que sí lo es?

La existencia de Dios no es inmediatamente evidente. Si lo fuera, no haría falta demostrar su existencia y algunas de sus principales “cualidades”. Pero, ¿se puede demostrar racionalmente esto último? No nos referimos aquí a la experiencia religiosa -es importante recalcarlo- sino a la filosofía, que es el saber racional primero. De ello trataremos a lo largo de estas reflexiones.

2. EL HECHO RELIGIOSO

Desde mucho antes de que el ser humano empezara a sistematizar el conocimiento racional en la antigua Grecia, con la aparición de la filosofía y de la ciencia (en el siglo VI a. Jc.), parece que hay algo en la realidad que ha empujado a la afirmación de seres divinos y a la necesidad de comunicarse con ellos de algún modo, desde los primeros vestigios de lo humano en la prehistoria.

El ser humano no puede explicarse sólo desde sí mismo. Necesita ser “explicado” desde algo que le trasciende o le supera de algún modo (no puede ser de naturaleza inferior, porque de lo menos perfecto no puede brotar lo más perfecto, lo que lo supera, porque, como suele decirse, de donde no hay no se puede sacar).

La religiosidad, en su brotar desde el interior, viene motivada por ciertas experiencias vivenciales profundas e íntimas: el asombro ante lo real, la conciencia de la propia singularidad y la necesidad de saber si respondemos a algún propósito, la experiencia del nacimiento y el origen de la vida, la contemplación de la belleza, el surgir de tantas preguntas acerca de la realidad, la expectativa de la muerte, la necesidad una “salvación” frente a la experiencia de vulnerabilidad, de la injusticia, del mal, del propio egoísmo o del error...

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Todo ello se traduce en el deseo de saber, en el afán de ser favorecido ante los fenómenos adversos, en la adecuada orientación de la vida para merecer un destino favorable, en la necesidad de “hacer algo” para “comunicar” con la fuente del destino y que propicie la felicidad en la medida en que esta sea posible, de compartir con otros nuestros miedos, deseos y esperanzas.

Entendida como saber, la religión es un tipo de reflexión y una forma de orientar la vida por medio de la relación con un Ser supremo o Divinidad, a quien se atribuye el origen y el fundamento del mundo y de la propia existencia. Se habla aquí de una relación vital con Dios. Dicha relación tiene que ver con la salvación, es decir, la explicación y la superación del mal en todas sus manifestaciones, junto con la orientación de la propia existencia a su plenitud, en esta vida y después de la muerte.

La religión se basa en una forma específica de fe (la “fe religiosa”). La fe, en general, es la aceptación de un dato no evidente en virtud de la confianza que se tiene en un testigo a quien se reconoce una autoridad en el asunto. Consiste en fiarse de alguien que sabe, que no se engaña ni nos engaña.

Hay una “fe meramente humana”, que se da en todos los órdenes de la vida y que consiste en creer o confiar en alguien acerca de lo que no tenemos evidencia: un amigo que nos cuenta un suceso que ha presenciado, un médico que nos ofrece un diagnóstico de una enfermedad, un profesor que nos explica las investigaciones que se han realizado acerca de un fenómeno natural o histórico, etc.

Lo propio de la fe religiosa es que se reconoce una autoridad divina en el testigo a quien se cree, bien por que se cree que es Dios o porque habla en su nombre o lo representa. (Nota 3)

La religión –entendida como una relación entre Dios y el hombre relativa a “la salvación” de este último- está basada en las creencias (fe religiosa) y en una espontánea intuición, mas no por ello sería de suyo irracional, en el sentido de “contraria a la razón”.

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Desde sus orígenes prehistóricos se registra una compartida convicción en el ser humano acerca de que Dios existe y actúa en la vida de los hombres -aunque sea ocultándose y a la vez revelándose a través de los fenómenos de la vida y del cosmos- y se hace presente en lo íntimo de la conciencia humana. Es un hecho que la humanidad, siglo tras siglo, tiene una cierta idea de Dios; muchos hombres, incluso, sin cultura intelectual alguna, se han sentido oscura pero fuertemente convencidos de que el nombre de Dios (en cualquiera de sus variantes) se refería a un ser realmente existente; y hoy innumerables seres humanos mantienen la misma convicción.

De hecho, lo “normal” parece haber sido que el ser humano es religioso de alguna manera. Esta “normalidad” es independiente del grado de cultura, de la aptitud emotiva, de la edad o del sexo. Desde que tenemos noticia de los primeros seres humanos, encontramos vestigios religiosos; a lo largo de la historia la creencia en la divinidad y las prácticas de culto han estado presentes entre hombres y mujeres de una y otra latitud y época, tanto entre los campesinos como en las facultades de ciencias, con independencia de razas, edad, tradiciones… Aunque esta convicción no sea totalmente unánime ni coincidan sus modalidades concretas, lo generalizado de la misma hace legítimo, e incluso necesario, preguntarse seriamente si tiene o no algún fundamento (Nota 4). Esto es tarea de la fenomenología y la filosofía de la religión.

3. EL MITO.

No se conoce ningún grupo humano que, ya sea recogidos por escrito en libros sagrados o conservados en la memoria colectiva, carezca de mitos.

El mito es un relato, una narración, generalmente de carácter sagrado, que cuenta acontecimientos situados en un tiempo pasado, más o menos lejano, con el fin de ofrecer de forma simbólica y ejemplar alguna enseñanza para la vida.

Tiene una potencialidad asombrosa, por su capacidad de unir a los hombres y a los pueblos bajo creencias, sentimientos, valores y tareas comunes. De hecho, el futuro (un proyecto social, cualquier iniciativa de envergadura) se construye donde los hombres se encuentran mutuamente, animados por convicciones capaces de configurar la vida.

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Unas veces los mitos hablan del origen del mundo, otras del comportamiento moral o del destino final tras la muerte, algunas del secreto de la felicidad, otras en fin, de los ideales por los que merece la pena entregar la vida y el trabajo, de la identidad de los pueblos... Hay en todo esto una cierta “sabiduría del corazón” que ofrece lecciones para la vida.

No se trata de explicaciones exactas y lógicamente rigurosas, pero la aureola de ejemplaridad con la que se revisten puede dar sentido a determinadas situaciones, fases de la vida, acontecimientos... No se sirven en sentido estricto de la razón, sino de la imaginación y de los sentimientos. Hablan “al corazón”. Y esto también forma parte de nuestra vida y de nuestro conocimiento. ¿A quién no le gusta que durante una seria explicación de clase de repente surja una anécdota, un ejemplo divertido o sugerente que nos hace más cercano –y “real”– lo que se nos explica? ¿Quién de niño no aprendió sus primeras lecciones importantes acerca de la vida a través de los cuentos? ¿Por qué calan tan hondo determinadas series, películas o personajes de ficción entre los hombres y mujeres de todo tiempo y lugar?

Algunas religiones se han expresado a través de este tipo de narraciones simbólicas. Sin embargo, también es una forma muy recurrente de presentar hoy productos para el consumo, o para argumentar sobre determinadas posturas políticas o ideologías, se da habitualmente en el mundo del espectáculo... En todos estos ámbitos, algunos hoy de gran impacto y difusión, hallamos referentes de comportamiento que hablan al corazón y que no dejan indiferente, que de forma simbólica y persuasiva dicen lo que hay que hacer, cómo hay que comportarse (o no comportarse), a quién hay que seguir...

Aristóteles considera que si los griegos desarrollaron los primeros el saber racional, ello fue a impulsos de una riquísima gama de narraciones míticas que les hablaban del mundo y de la vida, del destino y de la felicidad. Por eso llega a decir que “el mito era en cierto modo una forma primitiva de filosofía”.

El mito, sin embargo, no se atenía (no se atiene) a las exigencias de la verdad, del logos. Hundía sus raíces en la costumbre, en las vivencias emocionales heredadas de los antepasados y que conferían unidad y tradición, es decir identidad, a determinados pueblos. Frente a las religiones mitológicas, el cristianismo -heredero de la tradición hebrea enfrentada a las idolatrías pero no exenta de reminiscencias míticas también- se presentará a sí misma en el contexto helenístico como una “religión del logos”.

4. LA PREGUNTA RACIONAL POR DIOS

Así pues, ¿se puede afirmar la existencia de Dios también con la razón? ¿Es razonable que Dios exista? ¿Es la “hipótesis” de Dios una postura racional?; más aún, ¿existe la posibilidad e incluso la obligación intelectual de afirmar que Dios existe? ¿Y podemos saber qué es lo que define a Dios, cuál es su esencia, aunque sea de forma limitada? Afirmaba Emmanuel Kant que el concepto de Dios es el más difícilmente alcanzable, pero al mismo tiempo el más inevitable para la razón humana.

Aquí estaría el problema fundamental de lo que llamamos la “teología racional”, natural o filosófica. Aunque el hecho religioso es difícil de negar, Dios mismo no es evidente, es necesario demostrar su existencia. Pero la finalidad de esta demostración no es de suyo suscitar la fe en Dios, como si la fe dependiera de la claridad racional. Ciertamente, esto puede ayudar a “creer” (con la fe, ya que la razón pretende entender lo que se cree, en lo posible), pero se trata de dos ámbitos diferentes, de dos formas de conocimiento –razón y fe- autónomas (a la vez que congruentes porque, al tratarse de aproximaciones al conocimiento de la realidad, si ambas son acordes con ésta, nunca podrán contradecirse entre sí).

La doctrina cristiana es una doctrina religiosa en la que la razón no es excluida sino aceptada, aunque su fundamento es, no un raciocinio, sino un "hecho", un acontecimiento (la encarnación del “Logos”, de la Divinidad) que los cristianos insisten en que es histórico: Dios se ha introducido en la historia humana y le ha conferido un significado distinto a través de una persona, Jesucristo, que da a lo humano otro valor y que queda constituido como centro del cosmos y de la historia humana.

El punto de partida de esta religión es que Dios se manifiesta en Jesucristo ("revelación") y cada hombre o mujer queda en libertad de aceptarle ("fe") o no. Sin embargo, para los cristianos (católicos) la aceptación del dato revelado, la fe, no se presenta como enemiga o rival de la razón. Se trata de un "obsequio razonable" (razonable no significa 'totalmente racional', sino coherente desde el punto de vista lógico y hasta cierto punto explicable).

A diferencia del mito, no es una simple narración simbólica que apela a los sentimientos, sino que se brinda también al entendimiento, que ofrece y reclama explicaciones. De hecho, el acceso racional a Dios está definido dogmáticamente. “Lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo, a través de sus obras…” (Rm 1,20). Cfr. C. Vat. I, Dei Filius; DS 3004; CIC n. 36).

Es preciso distinguir la diferente índole del conocimiento racional y de la fe:

  • El conocimiento racionalse alcanza con el solo trabajo de la inteligencia humana, que busca relaciones de causa y efecto a partir de los datos proporcionados por los sentidos. Se apoya en la evidencia racional que puedan ofrecer los datos.
  • El conocimiento de fe consiste en la acep­tación de un testimonio, no evidente en principio, apoyándose en la autoridad que se reconoce en alguien (un ‘testigo’) que lo presenta. Es decir, se cree en primer término en alguien y esa confianza lleva a aceptar lo que ese alguien dice. Cuando el testigo humano habla en su propio nombre, nos encontramos ante un acto de fe natural o meramente humana. Si el testigo es Dios mismo o se presenta como portavoz de la divinidad, entonces el acto de fe es de índole sobrenatural: se cree al mismo Dios que habla a través de un hombre. Lo que se admite no es evidente en ninguno de los dos casos; si se admite es por la confianza que merece el testigo.

En el caso de la fe cristiana también se exige una congruencia con lo que ya se conoce racionalmente. A las condiciones que hacen al testigo creíble se les llama "motivos de credibilidad" (el testigo no se engaña, no miente, y su testimonio es coherente con otras verdades conocidas).

Así pues, se distingue entre ambas formas de conocimiento, razón y fe; pero se insiste en su armonía y colaboración. (Nota 5)

Hay datos que se alcanzan exclusivamente por la razón (datos, por ejemplo, relativos a las ciencias empíricas). Hay otros que se alcanzan sólo por fe (son los llamados "artículos de fe": la Trinidad de personas divinas, la Encarnación de la segunda de ellas...) Y hay otros que pueden obtenerse por ambas vías (reciben el nombre técnico de "preámbulos de la fe": la existencia de Dios, la inmortalidad y espiritualidad del alma, la dignidad originaria de todo ser humano, la creación del mundo...) En éste último caso la aceptación no tiene lugar a la vez por ambas vías: en el momento en que algo ya resulta evidente, no tiene lugar la fe. Por eso, la fe cristiana pretende alcanzar el entendimiento de lo que se cree en la medida en que ello sea posible.

El acto de fe, no obstante, presenta un mérito en todo caso, tanto porque se trata de un acto libre como en el caso de aquellas verdades que son patentes para la razón por el amor con que se acogen.

La Metafísica es la cima de la Filosofía (Nota 6). Se pregunta “¿qué significa existir?”, e intenta responder con rigor racional a esta pregunta. Pero de ella se sigue otra que es el género de explicación máximo al que aspira la razón humana: “¿Por qué existe algo y no más bien nada?”, “¿cuál es el fundamento de la realidad?”.

La rama de la filosofía que se centra en el estudio racional del tema de Dios es la Metafísica y, más en concreto una de sus modalidades, la Teología Natural o Teología Metafísica. Ésta se dirige a Dios en cuanto primera causa de las cosas del mundo, en cuanto Ser y fundamento de toda la realidad. No pretende dar forma intelectual a convicciones religiosas para suscitar la conversión a la fe, aunque eventualmente puede ayudar en esa tarea, sino que, más propiamente, procura llegar a una comprensión racional acerca de Dios, su existencia y su naturaleza, según el método y rigor propios de la metafísica. Es denominada también Teodicea. (Nota 7)

La Metafísica estudia los entes en tanto que entes, sus propiedades y estructuras, y lleva consigo necesariamente la pregunta por la causa de aquellos. La Causa primera (o última, según de donde partamos) de todo ente es a lo que se llama Dios.

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Platón y Aristóteles. Fragmento de La Escuela de Atenas. Rafael.

El vocablo teología surgió con una acepción puramente filosófica ya entre los filósofos griegos (que obviamente no conocían la Teología sobrenatural).

Quizás sea preferible el nombre de Teología natural por cuanto da razón más perfecta de su objeto y contenido. Es teología, es decir, tratado de Dios; y es natural, o sea, adquirida por las solas luces o fuerzas de la razón natural. Ya hemos señalado que es una parte de la Metafísica; a partir de la ratio entis se alcanza la causa primera del ser de todas las cosas. No se accede a Dios secundum quod in se est, según lo que es Dios en su esencia (esta perspectiva es propia de la Teología sobrenatural), sino como causa de las cosas.

La Teología sobrenatural es una ciencia obtenida con la ayuda sobrenatural de la Revelación. Mientras la Teología sobrenatural estudia a Dios sub ratione Deitatis, en su vida íntima por así decir, inalcanzable por la razón sin auxilio de la Revelación divina, la Teología natural versa sobre Dios en cuanto Ser y Causa de los entes.

Son genéricamente diferentes, aunque pueden colaborar fructíferamente. Por decirlo de modo gráfico, con la Teodicea no se pretende dar forma intelectual a convicciones o creencias, sino llegar a una intelección y comprensión estricta de Dios, dentro de lo posible.

La Metafísica no excluye otros modos de acceder a Dios, pero les dota de una base racional (o razonable) firme. Permite, entre otras cosas, evitar posibles ambigüedades en las que pueden incurrir otras modalidades de ascenso a Dios (por ejemplo, además de la fe, la via pulchritudinis y la via cordis). A su vez, estos otros modos complementan las vías filosóficas expresando aspectos que escapan a la elaboración especulativa.

NOTAS


1.- Al parecer Pascal lo escribió tras un accidente en el que casi milagrosamente salvó la vida. Su vida personal estuvo muy vinculada al movimiento jansenista de Port Royal, de ahí en gran medida su proximidad al fideísmo. Véase el texto completo del Memorial en el apéndice primero de este tema. El Dios en el que creemos es sin duda el mismo al que se refiere la Metafísica… y mucho más.

2.- “La fe cristiana de los primeros tiempos tenía que decir cuál era su Dios… Optó por el Dios de los filósofos frente a los dioses de las otras religiones. La respuesta fue ésta: ni Zeus, ni Hermes ni Dionisos o cualquier otro. Ninguno de los dioses que adoráis, sino únicamente aquel a quien no dirigís vuestras oraciones, el dios supremo, el dios del que hablan vuestros filósofos... Cuando hablamos de Dios nos referimos al ser mismo, a lo que los filósofos consideran el fundamento de todo ser… Esta elección significa una opción a favor del Logos frente a cualquier forma de mito,… basado en la costumbre y la tradición. (Joseph Ratzinger: Introducción al cristianismo, pág. 117)

3.- El término “fe” se utiliza en varios sentidos diferentes que conviene distinguir: a) Como actitud (confianza hacia el testigo). b) Como acto de aceptación o asentimiento. c) Como dato o contenido aceptado. d) Como virtud teologal, la gracia que Dios concede y que mueve a la voluntad para asentir a algo no evidente.

4.- Desde el punto de vista objetivo, en las religiones hallamos normalmente unas creencias (doctrina, más o menos sistemática), unas normas de comportamiento (una moral) y unas prácticas rituales (culto).

5.- Ver Apéndice, nº 2: Juan Pablo II. Encíclica Fides et ratio.

6.- La ciencia vendría a ser el conocimiento racional sistematizado. Busca descubrir y explicar la esencia de las cosas y sus causas. La filosofía sería la “ciencia primera”, según esto, pues se trata de aquel saber racional que busca las causas más radicales o últimas de las cosas.

7.- Este nombre fue acuñado por Leibniz en 1710 con su publicación Ensayos de Teodicea sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal. Con esta obra Leibniz pretendía defender o justificar a Dios, demostrando que la existencia del mal en el mundo no se opone a la justicia, sabiduría y bondad divinas.