Reflexión filosófica y teoría de la evolución

Reflexión filosófica y teoría de la evolución





(Tomado de: Collado González, Santiago, Teoría de la Evolución, en Fernández Labastida, Francisco – Mercado, Juan Andrés (editores), Philosophica: Enciclopedia filosófica on line, URL: http://www.philosophica.info/voces/evolucion/Evolucion.html)

La filosofía es una disciplina que busca alcanzar una perspectiva global frente a la realidad. No hay nada que pueda escapar a la mirada de la filosofía en su intento de encontrar la síntesis o conexión con la globalidad de lo real, es decir, cómo cada porción de lo real encaja en el amplio paisaje de la realidad [Polo 1995: 21].

Su vocación es enfrentarse con las preguntas más radicales. La filosofía es una disciplina que busca los principios o causas primeras de la realidad. Esta es la manera más exigente de adoptar una perspectiva global. Decir que la filosofía trata de alcanzar los principios de la realidad de la que se ocupa equivale a decir que lo que se espera de la filosofía es que ofrezca respuestas últimas sobre los problemas que se plantea, que no es lo mismo que decir que se espera de ella respuestas definitivas.

Lo anterior no significa que la filosofía sea una especie de disciplina independiente o al margen de lo que el conocimiento ordinario o científico ofrecen a nuestro entendimiento. No existe una filosofía pura e incontaminada con cuestiones que son consideradas de menor importancia o superficiales. Toda filosofía auténtica debe estar bien enraizada en lo que se sabe, sea cual sea el método o la vía por la que se nos ha hecho presente dicho saber.

Por tanto, la peculiaridad y también dificultad del conocimiento filosófico consiste en su aspiración a conseguir una perspectiva global. Dicha aspiración hace que la filosofía no siempre se pueda discernir con facilidad de doctrinas a las que podríamos llamar pseudofilosofías. También se podría hablar de la existencia de pseudociencias. Dichas pseudo-doctrinas tienen como verdadero punto de apoyo y se alimentan en gran parte de ideologías a las que sirven de portavoz. Es normal que la pseudofilosofía y la pseudociencia aprovechen las limitaciones propias del conocimiento científico para tratar de llenar sus huecos con consideraciones que, con frecuencia, encierran una componente ideológica. La biología, con su complejidad, sus temas y su grado actual de desarrollo, es un campo abonado para este tipo de pseudodoctrinas.

Por otra parte, no hace falta justificar la necesidad de hacer una filosofía de la biología. Es suficiente constatar que dicha filosofía es inevitable, como lo prueban las numerosas publicaciones y los trabajos realizados en esta disciplina.

Aquí no se va a tratar el problema fundamental de la filosofía de la biología, que es la vida. Solamente se abordarán, y de manera muy breve, algunas de las cuestiones filosóficas que ha suscitado la teoría de la evolución. Algunas de ellas comparecen de manera implícita, o a veces explícitamente, sustentando los debates a los que se ha hecho referencia anteriormente.

Teoría de la evolución y evolucionismo

Es importante distinguir entre Teoría de la evolución, que aquí hemos presentado como una teoría de carácter estrictamente científico, y el Evolucionismo.

Toda ciencia se encuentra asociada a un método que puede ser más o menos explícito o definido. El método no consiste simplemente en un conjunto de reglas operativas sino que incluye elementos de muy distinto tipo y alcanza una gran complejidad en la ciencia real. En todos los casos, el uso de un método siempre comporta una reducción en el ámbito abarcado de la realidad estudiada. Esta reducción es especialmente necesaria si se quiere alcanzar uno de los objetivos que persigue la ciencia empírica y que consiste en controlar, de alguna manera, la realidad: ciencia empírica es «aquella actividad humana en la que se busca un conocimiento de la naturaleza que permita obtener un dominio controlado de la misma» [Artigas 1999: 15].

La reducción metódica que determina el modo en que contemplamos con esa ciencia la realidad, lo que observamos y lo que dejamos fuera de nuestra consideración, es completamente necesaria para alcanzar los objetivos de la actividad científica. Los problemas surgen cuando se olvida que emplear un método implica reducción o, simplemente, se afirma de una manera positiva que sólo es real aquello que se hace presente a través de un método particular, por muy complejo que sea. Esa afirmación, en realidad, lo que hace es otorgar un carácter global, que es propio de la filosofía, a una ciencia particular. El problema radica en que este modo de proceder deja fuera de la realidad, de una manera arbitraria, aspectos que son reales pero no capturables por dicho método. Como esos aspectos omitidos o negados pertenecen a la realidad, antes o después reclamarán su presencia en nuestro conocimiento y, entonces, se ofrecerán para ellos explicaciones inadecuadas por que no se ajustan al método con el que se explican. También se creará una situación propicia para que se ofrezcan respuestas ideológicas a los problemas que surgen como consecuencia del mencionado desajuste. La disciplina que trata de abarcar la totalidad desde su método particular se desliza por la pendiente del reduccionismo y, entonces, con propiedad se le puede añadir al nombre de dicha disciplina el sufijo “ismo”.

Evolucionismo significaría, en este contexto, una cosmovisión en la cual el mundo natural se contempla y explica en su totalidad a través del método desarrollado por la teoría de la evolución. Esta pretensión, que puede constatarse en algunos autores actuales, no es en absoluto legítima [Artigas-Giberson 2007]. La situación es paralela, aunque con sus propias características, a la que se derivó del nacimiento de la mecánica. La física del siglo XVII constituyó una verdadera novedad en el modo de entender la realidad natural y trajo consigo multitud de beneficios para la humanidad. Pero junto con la disciplina científica también se desarrolló un modo de pensar globalizante, y por tanto de carácter filosófico, que recibió el nombre de mecanicismo o filosofía mecánica. El nacimiento de una nueva ciencia en la que se ofrecen resultados satisfactorios y respuestas a problemas antes no resueltos, y en la que se abren perspectivas de alcanzar nuevos e importantes conocimientos, constituye siempre una ocasión para incurrir en un reduccionismo. La ocasión será tanto más tentadora cuanto más poderoso sea el método y más espectaculares sean los resultados alcanzados con la nueva ciencia.

El mecanicismo ejerció una gran influencia en el pensamiento durante tres largos siglos. Entró en crisis como consecuencia del avance de la misma ciencia física. El evolucionismo, como reduccionismo, también ejerce en la actualidad gran influencia en muy diversos ámbitos y está presente en los escritos de algunos divulgadores científicos que han conseguido hoy en día gran audiencia.

Incurriría en un reduccionismo evolucionista, por tanto, el que quisiera explicar toda la realidad desde los elementos metódicos que emplea la teoría de la evolución. Pretender explicar con la teoría de la evolución todos los fenómenos de nuestra experiencia, incluyendo realidades tan humanas como el amor, por ejemplo, la realidad de Dios, la moral, etc., sería constituir a dicha teoría en una especie de filosofía en la que necesariamente habría que introducir elementos ajenos a la misma. La experiencia de la mecánica es muy ilustrativa de lo que entraña la pretensión de abarcar toda la realidad con un método científico. En el caso de la mecánica no sólo se vio que era insuficiente para asumir un papel que es propio de la filosofía, sino que ni siquiera sirvió para explicar toda la realidad de su propio tema: la del movimiento físico.

La confusión de la teoría de la evolución con el evolucionismo es frecuente y ha dado lugar a controversias como la que ha enfrentado el darwinismo con el creacionismo o, más recientemente, con el “Diseño Inteligente”. Las pugnas de este tipo no llegan nunca a ningún puerto porque, ordinariamente, la discusión se centra en aspectos de ámbito filosófico. Este es precisamente el ámbito que los contendientes no pueden alcanzar al pretender mantenerse dentro de la ciencia. El recurso a ideologías, al menos implícito, hace el acuerdo imposible.

La distinción anterior guarda relación con la acusación dirigida por algunos contra la teoría de la evolución de que no es propiamente ciencia sino filosofía. Esta acusación no equivale a lo que señalan autores como Artigas cuando dicen que toda ciencia tiene una serie de presupuestos filosóficos. Lo que en realidad dicen es que las afirmaciones que caen dentro del tema de dicha ciencia son de ámbito filosófico y no están sustentadas por un método propiamente científico. En la base de esta acusación está el no tener suficientemente en cuenta la distinción que estamos comentando y entender por teoría de la evolución alguna de las formas de evolucionismo.

Los problemas con los que se tuvo que enfrentar la filosofía, especialmente durante la primera mitad del siglo XX, en relación con el llamado “problema de la demarcación”, es decir, el problema de la determinación de si algo es ciencia o no lo es, ha llevado a adoptar criterios más bien amplios y llenos de matices en la delimitación de lo que constituye a una disciplina como ciencia. Si se exigiera por ejemplo que una teoría, para que fuera científica, tuviera que poseer capacidad predictiva, como ocurre con la Física, entonces efectivamente habría que poner entre paréntesis o negar la cientificidad de la teoría de la evolución. El mismo Dobzhansky afirma: «Los que pretenden que la predicibilidad es esencial para una teoría científica pueden burlarse de la teoría de la evolución por considerarla anticientífica» [Dobzhansky 1983: 405-406]. Hoy se pone más bien el énfasis en la sistematicidad como peculiaridad de la ciencia [Hoyningen-Huene 2008], y no se pretende establecer una demarcación de sus límites tan precisa que se niegue la consideración científica a disciplinas que sí lo son, aunque su método no responda a un paradigma tan neto y bien establecido como el de las matemáticas o la física, por ejemplo.

El debate sobre el naturalismo surge también en este contexto. El naturalismo, en su acepción más común y fuerte, defiende que toda la realidad se resuelve y se explica por leyes naturales: naturalismo ontológico. Algunos críticos de la teoría de la evolución la han acusado de ser naturalista. También en este caso parece que es mas justo acusar de naturalismo, en este sentido fuerte, al evolucionismo. Por otra parte parece justificado defender que sólo se puede recurrir a leyes naturales cuando se quieren explicar fenómenos que no se salen del ámbito de la naturaleza material. Defender esto último sería defender lo que podría llamarse naturalismo metodológico. La ciencia es legítimamente naturalista en este último sentido, es decir, cuando no se erige a sí misma como un conocimiento de carácter global, lo cual es específico de la filosofía.

Evolución y finalidad

La teoría de la evolución ha sido un incentivo poderoso para la reflexión filosófica desde sus primeras formulaciones. Hoy en día se publican numerosos estudios que llevan la etiqueta de filosóficos y que se centran en el ámbito de la biología. Gran parte de ellos, directa o indirectamente, abordan temas relacionados con la evolución. Por una parte están los problemas epistemológicos relacionados con la teoría, de los que ya se ha hecho mención en el apartado anterior y que tienen que ver con la consideración de su estatuto científico. También en el ámbito epistemológico comparece el problema de la reductibiliad de la teoría de la evolución, y de la biología en general, a otras disciplinas como la física. Este tema también tiene implicaciones ontológicas. La adaptación, el papel de la selección natural y su legitimidad como noción no tautológica, el azar, la noción de función, cuáles son las unidades de selección, la emergencia de propiedades, el concepto de progreso en biología y la continuidad evolutiva del hombre respecto al resto de los animales, son algunas de las otras muchas cuestiones relacionadas con la evolución que son objeto de la reflexión filosófica en la actualidad. No nos es posible abordarlas en este escrito de carácter enciclopédico. Sí es oportuno considerar aquí, aunque sea brevemente, el hecho que el trasfondo de la mayoría de las cuestiones planteadas gira en torno a la reflexión sobre las causas de la evolución.

La reflexión sobre las causas, especialmente cuando se centra en las causas más radicales o primeras de cualquier realidad, es genuinamente filosófica y obliga a adoptar un enfoque que es global, el propio de la filosofía. Un peligro que, directa o indirectamente, está presente en la consideración de las causas de la evolución es pretender ofrecer soluciones que deben darse desde una perspectiva global, esto es filosófica, con elementos propios del método científico y que, por tanto, no tienen ese alcance. Por ejemplo, la afirmación del azar como principio motor de la evolución, en la manera en que lo propone Monod [Monod 1987], por ejemplo, incurre en una reducción de este tipo. En realidad, el azar forma parte de un mecanismo que, por sí sólo, no es capaz de dar explicación de la evolución desde un enfoque global.

Este tipo de reduccionismos son con frecuencia contestados desde la misma ciencia. El mismo Dobzhansky afirma: «No pienso que la teoría biológica moderna de la evolución se base en el “azar” hasta el grado que lo teme Auden o que lo afirma Monod. Lo conocido y lo desconocido de esta cuestión merecen una consideración detallada» [Dobzhansky 1983: 394-395]. En el mismo documento afirma lo siguiente: «La adaptabilidad mediante la cultura y el lenguaje simbólico transmitido de forma extragénica se ha desarrollado en una única especie —el hombre. Llamar a esto “azar” es una solución sin sentido. El atribuirlo a la predestinación es incompatible con todo lo que se conoce acerca de las causas que producen la evolución. La analogía con la creatividad artística es, por lo menos descriptivamente, más adecuada, ya que no se oponen diferencias obvias a lo contrario» [Dobzhansky 1983: 422-423]. La búsqueda de las causas más profundas conduce la reflexión que lleva a Dobzhansky a ver la analogía con la creatividad artística la mejor manera de expresar sus ideas sobre las causas de la evolución. Pero la misma noción de creatividad que él emplea tiene grandes limitaciones y presenta problemas cuando se atribuye a la selección natural. La sinceridad que mueve su reflexión queda patente en las siguientes palabras: «Ni aparecimos por azar ni estábamos predestinados a aparecer. En evolución, el azar y el destino no son alternativas. Tenemos aquí una ocasión en la teoría científica, en la que debemos invocar algún tipo de dialéctica hegeliana o marxista. Precisamos de una síntesis de la «tesis» del azar y de la «antítesis» de la predestinación. Mi competencia filosófica es insuficiente para esta tarea. Imploro la ayuda de colegas filósofos» [Dobzhansky 1983: 419].

El debate sobre las causas en la naturaleza es tan antiguo como la filosofía. Las reflexiones acerca del movimiento centran las reflexiones de los primeros filósofos griegos. Los frutos más maduros de esta reflexión se encuentran en la doctrina Aristotélica de las cuatro causas: material, formal, eficiente y final. La evolución del pensamiento posterior a Aristóteles incide de una manera u otra en el modo en que dichas causas son entendidas. La ciencia experimental, desde su nacimiento, ha tenido una importante repercusión en esta comprensión. En el ámbito de la biología tiene una importancia particular el modo en que se ha entendido la causa final. La finalidad, su modo peculiar de causar o su inexistencia como causa es una constante en la reflexión filosófica. El nacimiento de la mecánica, por ejemplo, modificó de una manera sustancial el modo de entender las cuatro causas y, de una manera particular, la causa final. El efecto de esta modificación es importante tenerlo en cuenta para entender la orientación que han seguido muchos de los debates de carácter filosófico en torno a la teoría de la evolución.

El cambio más importante introducido por la mecánica respecto de la causa final radica en que se empezó a contemplarla como causa externa a la naturaleza. Para Aristóteles la finalidad está en la naturaleza de las cosas, lo cual era para él especialmente patente en los seres vivos. Esta perspectiva se mantiene en los grandes maestros medievales que ven en la finalidad una vía para acceder a la existencia de Dios: el argumento de la finalidad. El cambio de perspectiva introducido por la mecánica llevó también a una reformulación apenas perceptible del argumento de la finalidad. El argumento de la quinta vía de Santo Tomás, el de la finalidad, ya no es el argumento teleológico empleado por Paley (1743-1805) para demostrar la existencia de Dios. Ambos entienden de manera distinta la naturaleza y sus causas. El argumento de Paley lleva a afirmar la existencia de un Dios que es la explicación de la complejidad de los seres vivos, pero que causa desde fuera. El ejemplo que emplea de complejidad es la que ostenta un reloj: el orden que manifiestan sus piezas no puede ser explicado por “causas naturales”. Las causas del argumento de Paley ya no son las causas aristotélicas. En particular es distinta la causa final. La finalidad del reloj es externa o extrínseca al mismo reloj: una concepción diferente de la entendida por Aristóteles y la tradición tomista para la complejidad que presenta cualquier ser vivo. En ella es muy importante la noción de naturaleza, en la cual se da una unidad, que podríamos llamar intrínseca, entre la causa formal y la final.

Antes de Darwin el argumento de Paley parecía ser convincente como argumento para acceder a Dios. La filosofía mecánica cumplía de esta manera un papel apologético. Los problemas surgen con Darwin porque su propuesta parece dejar sin fundamento el argumento de la finalidad. Lo que se debe destacar es que el argumento que directamente se ve afectado por la propuesta de Darwin es el sostenido desde la filosofía mecánica. La teoría de la evolución parece ofrecer un modo de explicar la complejidad sin necesidad de recurrir a agentes externos que tengan que diseñar u ordenar los diversos organismos. Esto es inmediatamente interpretado por muchos como una eliminación de la finalidad como causa de la naturaleza. La mecánica pareció borrar la finalidad del mundo inanimado y Darwin, para muchos, consiguió hacer lo mismo en el mundo vivo. Pero eliminar la finalidad es dejar sin base uno de los argumentos más importantes de acceso a Dios. La ciencia, se afirma desde estas posiciones, ha ido arrebatando el papel causal de agentes sobrenaturales a favor de la ciencia. Ayala, por ejemplo, afirma: «Los avances científicos de los siglos XVI y XVII habían llevado los fenómenos de la materia inanimada —los movimientos de los planetas en el cielo y de los objetos físicos sobre la Tierra— al terreno de la ciencia: explicación por medio de leyes naturales. Del mismo modo la selección natural proporcionaba una explicación científica del diseño y la diversidad de los organismos, algo que había sido omitido por la revolución copernicana. Con Darwin, todos los fenómenos naturales, inanimados o vivos, se convirtieron en tema de investigación científica» [Ayala 2007: 24-25].

Las palabras de Ayala no presuponen explícitamente la expulsión de Dios de la racionalidad pero pueden dar pie a pensar que Dios queda recluido al mundo de lo subjetivo y que, por tanto, en el mejor de los casos, no hay incompatibilidad entre Dios y la ciencia porque pertenecen a ámbitos que no tienen puntos en común: la tesis del doble magisterio que defiende Ayala y también Gould, por ejemplo.

Estos peligros se derivan de una visión finalista pasada por el filtro del mecanicismo. Es suficiente leer un texto de Tomás de Aquino para constatar que en su propuesta la finalidad no explica la complejidad de una manera externa sino desde la propia naturaleza y, por tanto, a través de las leyes naturales: «La naturaleza es, precisamente, el plan de un cierto arte (concretamente, el arte divino), impreso en las cosas, por el cual las cosas mismas se mueven hacia un fin determinado: como si el artífice que fabrica una nave pudiera otorgar a los leños que se moviesen por sí mismos para formar la estructura de la nave» [S. Tomás de Aquino, Comentario a la Física de Aristóteles, libro II, lectio 14, n.8]. Tomás de Aquino no se opone a un naturalismo metodológico.

El pluralismo causal de la tradición realista es más rico que el que se deriva de la filosofía mecánica y sobre el que se apoyan todavía muchos de los debates que tienen que ver con la finalidad y las causas en general. El pluralismo causal se enfrenta a los monismos de diverso signo que han sido propuestos como explicación causal de la evolución, los más importantes de tipo materialista. La propuesta de la tradición realista no se enfrenta a un naturalismo metodológico como el que es patente en las palabras de Ayala citadas anteriormente. La filosofía de la tradición realista asume todo lo que la ciencia puede decir en su ámbito, pero encuadra la finalidad, como causa, en un contexto más amplio del que corresponde al método científico.


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