Naturaleza humana y cultura: El ser humano, ¿nace o se hace?

Presentación

Naturaleza humana y cultura: El ser humano, ¿nace o se hace?

Hay una naturaleza humana. Sí. La hay. No es una banalidad reafirmarse en lo evidente cuando hay tanto en juego.

Theodor Adorno, uno de los principales representantes de la Escuela de Frankfurt, no tembló al escribir que toda la cultura después de Auschwitz es una basura. A sus ojos, los campos de exterminio creados por el Occidente civilizado con la intención consciente y sistemática de aniquilar en los hombres la conciencia misma de ser humanos, demostraron la posibilidad de reducir al hombre a un no-hombre, a una cosa manipulable. A su juicio, ya no sería posible establecer un límite objetivo entre lo humano y lo inhumano, por haberse convertido en una mera cuestión de palabras. El propio Adorno y otros pensadores hacen extensivo este diagnóstico a otras formas -cruentas e incruentas- de entender lo que es el ser humano, a menudo difuminadas en términos de bienestar, independencia, autorrealización, etc.

El desarrollo de las ciencias y el dominio de la naturaleza han reportado grandes beneficios a muchos seres humanos, pero cada vez son más los que piensan que de poco sirven si ello ha sido al precio de los campos de concentración y de exterminio, de los millones de muertos en guerras y depuraciones, de las bombas nucleares, del hambre y la miseria de miles de millones de seres humanos, del tedio, la soledad y la falta de sentido en las sociedades opulentas.

Hoy la gran cuestión es ésta: ¿Pueden justificar el avance de la civilización, el llamado ‘progreso’ de las libertades y el crecimiento económico global el sacrificio o el sufrimiento de un solo ser humano inocente? Porque si la respuesta es “sí”, entonces también está justificado el sufrimiento y la muerte de todos los seres humanos inocentes si ello resulta de algún modo rentable para el “progreso” y para la calidad de vida del planeta.

Juzgar si la vida humana merece o no la pena de ser vivida, decía Albert Camus, es responder a la cuestión fundamental. Lo demás –si el mundo tiene tres dimensiones, si el entendimiento tiene nueve o doce categorías- viene después. Lo primero es responder a la cuestión acerca de la naturaleza humana, de su valor y de su sentido.

Benedicto XVI ha recordado con especial fuerza que la naturaleza del ser humano debe ser reconocida y defendida. Se trata de escuchar el lenguaje de la creación, cuyo desprecio significaría la autodestrucción del hombre, ya que la técnica que se arroga el poder de transformar la naturaleza humana relativiza también los valores morales. Para esta “razón instrumental”, el ser ha sido sustituido por el hacer. La difusión de términos como “género”, o la difuminación de lo que significa “ser humano”, persiguen en definitiva la emancipación del hombre respecto a la creación y al Creador. El hombre quiere “hacerse” por su cuenta y disponer por sí solo de lo que le afecta. Pero hombre y mujer, erigidos así en nuevos dioses, viven contra la verdad acerca de sí mismos.

La razón puramente técnica es una razón sin "logos", sin un orden objetivo del mundo. La recuperación de la idea de "naturaleza" humana no es hoy una idea pasada de moda. Es una defensa de las personas frente a un proceso de mercantilización de lo humano que no conoce límites. Es urgente redescubrir la naturaleza humana como referencia para nuestro obrar y para nuestra esperanza.