Naturaleza humana: ¿cuerpo o algo más?

Conclusiones sobre el transhumanismo, X Encuentro Sócrat3.99

22.11.2020 | por Dan

Naturaleza humana:  ¿cuerpo o algo más?

Los transhumanistas piensan la naturaleza humana evolutivamente y la reducen a lo material: la naturaleza humana es su corporalidad biológica. Sabemos que esa corporalidad es modificable en la evolución. ¿Podemos, y debemos, actuar sobre el proceso evolutivo humano?, ¿o por el contrario debemos abstenernos de tal intervención? O, ¿habría formas maneras de modificar la naturaleza humana, de hacer evolución artificial, que no fueran “inmorales”, que no pasaran necesariamente por la idea matriz del transhumanismo: la eugenesia?

Nuestras reflexiones apuntaban a la noción de naturaleza humana como clave para resolver estos dilemas. Pero la comprensión de esta noción debe tener en cuenta dos claves que nos ofrecía Liliana en su artículo sobre los derechos humanos:

  • Comprensión teleológica de la naturaleza humana
  • Lo natural en el hombre no se limita a lo corporal, a lo material

Personalmente creo que hay que pensar más a fondo la teleología: ¿qué es tener un fin –de modo natural–? ¿No hay una cierta teleología –¿natural?, entendiendo esta como lo corpóreo– en el transhumanismo? La evolución no deja de ser un proceso teleológico, aunque el bien que ordena ese proceso no sea el bien completo de la vida sino un cierto bien parcial suyo: la persistencia en el ser o la supervivencia, y además lograda como adaptabilidad al medio. Puede que la vida, no solo la del hombre sino también la vegetal y animal, tenga más fines e incluso superiores o más esenciales que la supervivencia, pero solo ella es el fin que da al movimiento evolutivo una finalidad.

Esta finalidad evolutiva se incorpora a la finalidad perseguida por el transhumanismo como el marco en el que se plantean sus fines. Estos fines, aunque dependen de la voluntad humana en cuanto que son decididos por ella, se fijan como una prolongación del proceso evolutivo en cuanto proponen la mejora de la naturaleza humana. Surge así la pregunta de qué continuidad hay entre la teleología evolutiva y la del transhumanismo –la muerte como enfermedad a curar, la eliminación de los sufrimientos, etc.– ya que el transhumanismo es la pretensión de cumplir los fines biológicos deshaciéndose de la propia biología humana: ¿apunta la biología humana más allá de sí misma, a fines, como la supervivencia que no se pueden conseguir biológicamente sino solo a través de la tecnología?

Por otra parte, el transhumanismo plantea la cuestión de la relación del hombre con su corporalidad mediante la pregunta sobre la legitimidad de convertir la corporalidad humana en objeto del obrar humano. En una operación médica el cuerpo es objeto del obrar humano. ¿Qué diferencia hay entre la curación y la mejora o modificación del cuerpo? La evolución y los avances científicos nos hacen descubrir que la corporalidad no es una realidad tan fija como pudiera pensarse. Por otra parte, la corporalidad es esencial en el hombre y su modificación puede llevar a generar diferencias muy importantes entre los seres humanos en base a sus capacidades psicofísicas que pueden poner en peligro la unidad y confianza entre nosotros generando dos razas humanas, una superior y otra, inferior. Una línea de desarrollo en esta dirección, es la profundización del sentido en que el cuerpo pertenece al yo, al sujeto humano, a la persona. Hay autores como, Husserl, que defienden la conciencia tiene una dimensión corporal: las cinestesias como sensaciones de la propia corporalidad. Cabe, por tanto, un tratamiento de la corporalidad humana –e incluso también de la animal y la vegetal– que la distingue de los meros cuerpos físicos. La corporalidad puede ser un modo de conciencia –Husserl– o la conciencia tener una dimensión corpórea –Merlau-Ponty–. La conciencia, con sus dos direcciones: hacia lo otro –intencionalidad– y hacia sí misma, parece ser lo característico humano, y podría no ser exclusivo de sus dimensiones no corpóreas. De este modo el cuerpo humano –y también el animal y el vegetal– deja de ser un cuerpo entre otros cuerpos físicos, para ser sujeto corporal.

Por otra parte, la teleología define el ser, la esencia, pero hasta cierto punto. La teleología es una orientación pero no una determinación de curso concreto de los acontecimientos. En el hombre, además, es una orientación en libertad, lo que permite que sea concretada de muy diversas modos. El carácter orientado, teleológico, del ser humano prohíbe ciertos cursos, ciertas líneas de desarrollo que son incompatibles ocn la orientación general humana, pero abre margen para muchas otras líneas que cumplen de diversas maneras esa orientación. Estas concreciones son las verdades prácticas, que no deben ser entendidas como verdades halladas por la inteligencia y que luego se ejecutan, sino que solo son alcanzables en la decisión, en la práctica. En caso contrario, serían verdades teóricas sobre la práctica, y el actuar humano, una pura técnica. La verdad práctica es la decisión en la que acertamos en una situación concreta con la decisión que nos lleva a cumplir, a satisfacer la orientación teleológica de nuestra naturaleza. Pero esa teleología no es conocida en la práctica como un conocimiento teórico de nuestra propia naturaleza, de nuestro ser teleológico. Este conocimiento es posible pero es fruto de un estudio teórico, filosófico en el que pueden discutirse los bienes que nos corresponden en cuanto humanos. Pero hay un conocimiento práctico de esta orientación teleológica del ser humano a través de nuestros deseos: en la experiencia vamos comprobando los fines que nos satisfacen y de los que no, o de los que nos satisfacen más que otros. Muchas veces el descubrimiento de estos fines humanos no se da hasta que no los perseguimos y conseguimos y experimentamos –no necesariamente en un sentido sensorial– en qué medida cumplen nuestras aspiraciones. Por el conocimiento que tenemos de los fines de la naturaleza humana es aproximado, general y no tanto una lista de los bienes concretos que pueden saciarnos. Esa concreción se lleva en la vida práctica en una búsqueda mediante el deseo, mediante nuestros deseos.

En esa experiencia de persecución de nuestros deseos se nos revela que los fines que planta el transhumanismo dejan fuera muchas posibilidades de auténtica realización humana. Los seres humanos podemos aspirar a bienes distintos de la pervivencia, el placer, el bienestar, la inmortalidad, la salud, etc. No es la biología la que apunta más allá de sí misma sino todo el hombre el que se orienta a bienes superiores a los biológicos. El hombre puede plenificarse en el sacrificio que puede llegar a dar la propia vida, en el amor como búsqueda del bien de los demás, en la humildad, en las virtudes humanas como propio perfeccionamiento moral, en el trabajo bien hecho, etc. Eso plenifica más, sacia más mis deseos, que los bienes propuestos por el transhumanismo, que en el fondo siguen un paradigma excesivamente biológico.

En esta línea es muy interesante el comentario de Andrés: “me niego a que un fin, uno de los bienes de la vida humana sea la inmortalidad”. A lo que aspiramos es a la eternidad que es plenitud, presente, todo dado al mismo tiempo, no la sucesión infinita. Esta experiencia la tocamos a veces cuando nos absorbemos en una tarea que nos plenifica y es como si no pasara el tiempo. Si esto es así, la muerte puede ser natural en el hombre porque podría ser el paso a otro estadio en que alcanzáramos esa eternidad ya que la existencia presente parece incompatible con una eternidad propiamente dicha. 

Por último quisiera señalar la importancia de la cultura en este debate sobre la naturaleza humana. Pensamos mucho sobre la naturaleza pero poco sobre la cultura. Pero precisamente la naturaleza no existe sin cultura. La naturaleza sin cultura es tan real como el cuerpo sin el alma. El cuerpo sin alma, ¡no es cuerpo! Precisamente porque ya no está vivo, no es cuerpo sino cadáver. La naturaleza sin cultura, ¡no es naturaleza, no es real! Tanto el cuerpo como la naturaleza son partes no independientes, partes abstractas que no existen por sí solas, sino que requieren de lo anímico y de la cultura, respectivamente, para ser concretas y poderse dar en la realidad. El alma y la cultura tampoco pueden darse por sí solas: el alma es siempre el alma de un cuerpo, lo que lo anima y vivifica. El “de” está siempre incluido, su carácter relativo al cuerpo animado le es esencial. Y el caso de la cultura es análogo: la cultura es naturaleza humanizada. Es la apropiación que el hombre, como ser naturalmente libre, hace de su propio ser y de la orientación teleológica de este. La cultura es la persecución y desarrollo de los fines humanos marcados por la orientación teleológica natural. 

El alma y la cultura son la parte “formal”, mientras que el cuerpo y la naturaleza son la dimensión “material”. Es decir, el cuerpo y la naturaleza son el principio que funda una multiplicidad de posibilidades de desarrollo, de las cuales son definidas con precisión y realizadas por el “principio formal” correspondiente. La tecnología, de la que se quiere servir el transhumanismo para superar la biología y llegar a la salvación del hombre, es una dimensión cultural –aunque no la única–. Por eso debemos pensar la cultura: qué formas le son posibles, cuáles son las fuentes de su legitimidad, cómo se desarrolla, cómo se da en ella la concreción de la orientación al fin natural que ella realiza, que funciones cumple, etc.

Dan

PD.: Aunque estas opiniones son personales no hubieran sido posibles sin la participación de todos los miembros del grupo, quienes en realidad son los que me aportaron muchas de las ideas que aquí están expresadas, aunque no se pueda atribuirles la hechura con la que aquí se presentan.