HACER FILOSOFÍA

¿Hacerse buenas preguntas entra en el examen?

20.11.2020 | por Andrés Jimenez Abad

HACER FILOSOFÍA

El 19 de noviembre se celebraba por iniciativa de la UNESCO el Día Mundial de la Filosofía. Al mismo tiempo circula el rumor de que se piensa restringir, aún más, la presencia de esta asignatura en los currículos escolares.

No hace mucho, medio en serio, medio en broma, preguntaban en un programa de radio a un oyente por el nombre de un filósofo de actualidad y, tal vez por aquello tan reiterado del “partido a partido”, citó al Cholo Simeone.

Ya nos hemos acostumbrado a escuchar que se hable de la “filosofía” de un entrenador, de un club deportivo, de un banco o de una marca comercial; y desde luego, si contemplamos los rigores de la actual pandemia o las trifulcas y maniobras que nos ofrece a diario la vida política, por ejemplo, más de uno habrá pensado en que hay que tomarse ciertas cosas “con mucha filosofía”...

Desde luego, esa “filosofía” de Diego Simeone se puede extender más allá de la competición deportiva y elevarse a categoría de comportamiento universal: vivir el momento presente con los pies en el suelo, con esfuerzo, con honestidad y con modestia no deja de ser un gran consejo.

El ser humano o, si se quiere, todo hijo de vecino, hace muchas cosas a lo largo de su vida: trabaja, va al supermercado, forma una familia, participa en política o no, se enamora, pinta, escucha música, toma decisiones…, o se prepara para afrontar la azarosa situación sanitaria y económica presente del mejor modo posible. Pues bien, muchos, cuando reflexionan racionalmente sobre estas actividades, se encuentran haciendo filosofía sin saberlo. Pero hay otros que se toman en serio eso de “saber”.

Recuerdo la pasión con la que un alumno me preguntaba hace poco por el reciente éxodo de refugiados que llegan a Europa en estos años recientes y por sus causas, y que, al ofrecerle yo algunas razones de tipo económico y político, repuso:

-No, no. Eso es trivial. Lo que me pregunto es por qué el ser humano es capaz de algo así.

¿Nuestro sistema educativo ofrece un ámbito de cultivo a los jóvenes que “quieren saber”? Se cuenta que D. Miguel de Unamuno comentó con sorna de cierto personaje público de la época que era capaz de decir tonterías en cinco idiomas. Y por supuesto que está bien que la educación actual cifre su nivel de calidad en la incorporación de los idiomas o de las TIC, por ejemplo. Pero no estaría de más que también incluyera la oportunidad de plantearse los asuntos de la vida -los ordinarios y los de mayor calado- para que nuestros jóvenes reflexionaran con fundamento acerca de su alcance y su sentido. No basta con encogerse de hombros, lanzar exabruptos o con repetir tópicos al uso… ni siquiera haciéndolo en varios idiomas y en formato digital.

Escribía José Antonio Marina que filosofar es vivir de manera consciente, reflexiva y responsable. Por ello, añadía, necesitamos luchar contra la “estúpida idea de que la filosofía no sirve para nada”. Y concluía que esa supuesta “inutilidad” era un elogio envenenado. Pienso lo mismo.

La filosofía quizás no sea “útil”, pero es hoy más necesaria que nunca, posiblemente. Es un gran antídoto contra elementos tóxicos diversos como el fanatismo, el dogmatismo, la superstición o la simpleza. Desarrolla a su vez importantes “antitoxinas intelectuales” (la expresión es del propio Marina): la capacidad crítica, la autonomía, la sensatez, la visión de conjunto, la capacidad de hacerse preguntas inteligentes y la valentía de atreverse a buscar soluciones a esas preguntas.

Recuerdo por ejemplo una ocasión en la que un profesor amigo se encontraba explicando en clase la importancia de plantearse el proyecto de vida personal, y el sentido mismo de la vida. De pronto, al fondo de la clase, se alzó una mano:

–Y eso, ¿entra en el examen?

Hay un viejo dicho pedagógico que afirma que “lo que no se evalúa se devalúa”, y sería bueno que lo meditaran despacio algunos responsables de la política educativa antes de incurrir en un tremendo disparate. Es evidente que plantearse el sentido de la propia vida, o de la vida humana en general, no es cosa que se resuelva contestando a una prueba de examen al uso. Pero Sócrates sugería algo muy juicioso cuando afirmaba que una vida sin examen, sin reflexión, no merecía la pena ser vivida.

Me viene a la memoria una de mis primeras experiencias como docente. Acababa de aterrizar en mi primer destino, en un instituto del norte de España. A los dos meses, por el mes de noviembre precisamente, me tocó conversar con una alumna de 16 años, a la que intentaba convencer de que luchara contra su adicción a una droga dura, a lo cual repuso:

-¿Y para qué voy a dejarlo, si nadie me ha enseñado nunca nada mejor?

Es verdad que la única respuesta posible no es la que pueda encontrarse en los libros de filosofía. Pero también lo es que quien desee comprender y ayudar a un joven que mastica su desencanto se encuentra haciendo filosofía sin saberlo.

No sería bueno que nuestra sociedad les dejara sin la capacidad de hacerse grandes preguntas y de buscar y hallar las respuestas.

Andrés Jiménez Abad.