APÉNDICE AL TEMA 1

APÉNDICE AL TEMA 1

1.- BLAISE PASCAL (1623-1662), matemático y filósofo.

El Memorial es una hoja, fechada el lunes 23 de noviembre de 1654, que parece recoger un experiencia íntima, mística incluso; fue tan importante para él que la describió con frases contundentes en un pergamino y lo cosió en el forro del dobladillo de su casaca. Un criado descubrió después de su muerte, en el forro de su último abrigo, el pequeño pergamino doblado y escrito por su mano.

Comienza con la palabra "feu" (fuego) escrita en grandes letras mayúsculas, y relata una visión experimentada por Pascal. Incluye la frase: "¡Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no el de los filósofos y los sabios!" y añade más adelante: "El Dios de Jesucristo: solo por los caminos que enseña el Evangelio se le puede hallar".

He aquí el texto completo:

“El año de gracia de 1654. Lunes 23 de noviembre, día de San Clemente papa y mártir y de otros en el martirologio. Víspera de San Crisógono mártir, y de otros.

Desde aproximadamente las diez y media de la noche, hasta aproximadamente las doce y media.

FUEGO. “Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob” (Ex 3, 6) y no de filósofos y sabios. Certeza. Certeza.
Sentimiento. Alegría. Paz.
Dios de Jesucristo.
Deum meum et Deum vestrum (Jn 20,7) “Tu Dios será mi Dios” (Rut 1, 16)
Olvido del mundo y de todo, excepto de Dios.
No se encuentra sino en los caminos indicados por el Evangelio.
Grandeza del alma humana.
“Padre justo, el mundo no Te ha conocido, pero Yo te he conocido” (Jn 17, 25)
Alegría, alegría, llantos de alegría.
Yo me he alejado.
Derelinquerunt me fontem aquae vivae [me abandonaron a Mí, que soy la fuente de agua viva] (Jr 2, 13)
“Dios mío, ¿seré yo abandonado?” (Mt 27, 46)
Que yo no esté nunca separado de Él por toda la eternidad.
“Esta es la vida eterna, que te conozcan a Ti solo Dios verdadero,
y a aquel a quién has enviado, Jesucristo” (Jn 17, 3)
Jesucristo. Jesucristo.
Yo me he separado, he huido de Él, lo he renegado, crucificado.
Que no esté nunca separado de Él.
No se conserva sino por los caminos enseñados por el Evangelio.
Renuncia total y dulce.
Completa sumisión a Jesucristo y a mi director.
La alegría eterna por un día de prueba en la tierra.
Non oblviscar sermones tuos [No olvido tus palabras](salmo 118, 16) Amén.”

La radicalidad de esta contraposición ha de entenderse en su contexto histórico, como referida a la concepción de Dios ofrecida por Descartes -contra quien se posiciona intelectualmente Pascal- y por el racionalismo en su conjunto: “Religión es vivencia; filosofía es teoría; correspondientemente, el Dios de la religión es vivo y personal; el Dios de los filósofos, vacío y rígido”, escribe J. Ratzinger, refiriéndose a esta antítesis pascaliana. (El Dios dela fe y el Dios de los filósofos. Introducción).

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2.- Juan Pablo II: Encíclica ‘Fides et Ratio’ (14-09-1998)

“La fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y en definitiva, de conocerle a Él, para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo.” (Ibídem. Introducción)

Una teología sin “horizonte metafísico” no podría rebasar el límite de la experiencia religiosa subjetiva. Y la razón no podría elevarse al conocimiento de la causa primera del ser y de su relación fundante con las realidades contingentes. (Cfr. Fides et Ratio, nn. 81-85)

Privada la razón de la ayuda de la revelación divina, corre el peligro de perder de vista su meta final: la novedad y la profundidad del ser. Privada la fe de la aportación racional, corre el peligro de reducirse a mera efusión sentimental, mito o superstición, dejando de ofrecer así una propuesta universal. (Ibídem, n. 48 a)

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3.- Lectura recomendada:

ANTONY FLEW: UN LUGAR PARA DIOS
Por Jesús Amado Moya, catedrático de física.

El 9 de octubre de 1845 John H. Newman fue recibido en la Iglesia Católica. Su conversión constituyó un auténtico terremoto. De no menor conmoción fue la “conversión” al teísmo del filósofo inglés Antony Flew (1923-2010). Hasta 2004, año en que anunció públicamente en un debate celebrado con ocasión de un simposio en la New York University su retractación de la incredulidad, se le consideró el paladín más ferviente, sincero y clarividente del ateísmo. Así lo atestiguaban más de 30 obras (Dios: una investigación crítica, La presunción de ateísmo, Teología y falsificación…)

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Su retractación originó una reacción de sus anteriores correligionarios ateos que rayó en la histeria, y que en alas de Internet se difundió en forma de insultos, caricaturas grotescas e insinuaciones veladas como el declive de sus facultades mentales o la manipulación por extraños. A todo ello Flew dio cumplida respuesta con su obra Dios existe, publicada en 2007, tres años antes de su fallecimiento. (Ed. Trotta, 2012)

Si en el mundo anglosajón la “conversión” de Flew tuvo un eco tan amplio (a favor y en contra), en España apenas halló eco el “caso Flew” en los medios. Silencio que se prolonga hasta el momento actual. Curiosa asimetría mediática la que se da en todo lo relacionado con Dios o la religión.

Pero, volviendo a la evolución del pensamiento de Flew, en mi opinión lo más relevante de dicho acontecimiento es la influencia que tuvo en él el mundo de los conocimientos científicos. Cuando parece que tiene carta de naturaleza la oposición entre ciencia y fe, una persona relevante de la esfera intelectual viene a demostrarnos dos cosas. Primera, que no sólo no existe oposición entre ambas formas de acceso a la Verdad, sino que el diálogo entre ambas es posible y fructífero. Y segundo, que la Filosofía constituye el “puente” idóneo, básico en dicho diálogo entre la Ciencia y la Teología. A la Filosofía compete estudiar propiamente el sentido más profundo de la realidad -de Dios, del hombre, del mundo- en la medida en que la razón puede hacerlo con sus solas fuerzas. Por otra parte, la Filosofía presenta también una considerable capacidad de integración de los saberes y de consideración de realidades que rebasan el campo de lo experimentable.

Volvamos a la narración de los hechos, extraídos de la citada obra de este profesor de las universidades de Aberdeen, Keele y Reading. Con 19 años ingresó en la universidad de Oxford con una conciencia clara de su ateísmo, pues él mismo declara que desde años antes defendía ante sus compañeros la idea de que la existencia de un Dios omnipotente e infinitamente bueno era incompatible con la existencia del mal.

Durante sus años de doctorado en Filosofía acudió frecuentemente al Socratic Club, un activo foro de debates entre ateos y cristianos presidido por el famoso escritor cristiano C.S. Lewis. Es allí donde leyó su trabajo “Teología y falsificación”, manifiesto ateo que llegó a convertirse en la publicación filosófica más veces reimpresa en el siglo XX.  (…)

A la abundante producción literaria vino a sumarse en Flew la participación crítica frecuente en debates públicos sobre temas relacionados con la religión. Desde la existencia de Dios hasta la implicación de la cosmología del Big Bang, pasando por temas como ¿Qué significa “Dios te ama”?, ¿Es coherente el concepto de Dios?, ¿Sobre quién recae la carga de la prueba?, Flew reconoce que aquellos debates le ayudaron a perfeccionar más su propia dialéctica y le permitieron conocer a muchos rivales creyentes dignos de respeto.

Sobre lo que acabó creyendo y por qué, dice Flew en su libro Dios existe: “Es hora ya de que ponga mis cartas sobre la mesa, esto es, de que exponga mis propias opiniones y las razones en las que se apoyan. Creo ahora que el universo fue traído a la exis­tencia por una Inteligencia infinita. Creo que las intricadas leyes de este universo manifiestan lo que los científicos han llamado la Mente de Dios. Creo que la vida y la reproducción tienen su origen en una Fuente divina.

¿Por qué creo ahora esto, después de haber expuesto y defendido el ateísmo durante más de medio siglo? La breve respuesta es la siguien­te: tal es la imagen del mundo que, en mi opinión, ha emergido de la ciencia moderna. La ciencia atisba tres dimensiones de la naturaleza que apuntan hacia Dios. La primera es el hecho de que la naturaleza obe­dece leyes. La segunda es la dimensión de la vida, la existencia de seres organizados inteligentemente y guiados por propósitos, que surgieron de la materia. La tercera es la propia existencia de la naturaleza. Pero no es solo la ciencia la que me ha guiado. También me ha ayudado la reconsideración de los argumentos filosóficos clásicos.

Mi alejamiento del ateísmo no fue ocasionado por ningún fenóme­no o argumento nuevo. A lo largo de las últimas dos décadas, todo mi marco de pensamiento ha estado desplazándose. Este desplazamiento ha sido una consecuencia de mi continuo examen de los hechos de la naturaleza. Cuando finalmente llegué a reconocer la existencia de Dios, no se trató de un cambio de paradigma, que sigue siendo el que Platón atribuye a Sócrates: «debemos seguir la argumentación hasta dondequiera que lleve».

Se podrá preguntar cómo yo, un filósofo, me atrevo a hablar de asuntos tratados por los científicos. La mejor respuesta a esto es otra pregunta: ¿Se trata aquí de ciencia o de filosofía? Cuando estudiamos la interacción de dos cuerpos físicos —por ejemplo, dos partículas subató­micas— estamos haciendo ciencia. Cuando preguntamos cómo es que pueden existir esas partículas —o cualquier otra cosa física— estamos haciendo filosofía. Cuando extraemos consecuencias filosóficas de datos científicos, estamos pensando como filósofos”.

Flew desarrolla en su libro acertadas reflexiones en capítulos de títulos tan sugerentes como: “¿Quién escribió las leyes de la naturaleza?”, “¿Sabía el universo que nosotros veníamos?”, ¿Cómo llegó a existir la vida?”, “¿Salió algo de la nada?”, “Buscando un lugar para Dios”, y “Abierto a la omnipotencia”.

Finalicemos con sus mismas palabras: “El descubrimiento de fenómenos como las leyes de la Naturaleza ha conducido a científicos, filósofos y otros a aceptar la existencia de una Mente infinitamente inteligente. Algunos aseguran haber establecido contacto con esta Mente. Yo no lo he hecho; no todavía. Pero, ¿quién sabe lo que podría ocurrir en el futuro? Quizás algún día pueda oír una voz que dice: “¿Me oyes ahora?” (pág. 133).