Platón (427-347 A. Jc.)

ÍNDICE

Introducción: Vida, época y escritos

  1. Metafísica: la ‘teoría de las ideas’
    1. Las ideas
    2. El mundo material
  2. Antropología
    1. Dualismo. El origen y las partes del alma
    2. El conocimiento
  3. Ética y política
  4. Conclusión. Visión de conjunto


Platón (427-347 A. Jc.)

Introducción: Vida, época y escritos

Ateniense, de familia aristocrática, su verdadero nombre era Aristocles, pero todo el mundo le conocía por su apodo, Platón (cargado de espaldas). Su primer maestro, al parecer, fue Cratilo, seguidor de Heráclito, pero a los 20 años conoció a Sócrates, de la mano de Adimanto y Glaucón, sus hermanos, y se convirtió en su seguidor más entusiasta. La muerte de su maestro, en 399, supuso un golpe emocional e intelectual para él. Desde ese momento se planteará trabajar por la reforma de la polis.

Tras una ausencia de unos 5 años vuelve a Atenas y se cree que escribió sus primeras obras, pero pronto emprende un largo viaje por distintos lugares del Mediterráneo, yendo a parar a la Magna Grecia. Allí conoce a los pitagóricos y sufre una dura experiencia política en Siracusa, donde acabó siendo vendido como esclavo.

A los 40 años funda una escuela, la Academia, en la que enseña durante 20 años con gran éxito. En el frontispicio se leía: Nadie entre aquí si no sabe geometría (matemáticas). Se enseñaba filosofía, matemáticas y astronomía. Pero en el fondo latía un afán de formar hombres para el buen gobierno de la ciudad. A los 60 años retorna a Siracusa, pero vuelve a fracasar en el intento de instaurar sus ideas políticas. Sus últimos años los dedica nuevamente a la Academia, donde somete a revisión su propio pensamiento.

Su enseñanza era de dos tipos, oral (esotérica), que cultivó con su círculo más íntimo, y de la que casi nada se sabe; y escrita (exotérica), de la que nos han llegado numerosos libros en forma de diálogo, porque consideraba que el pensamiento es algo vivo y se construye en la conversación, nunca en un monólogo ‘muerto’ e inamovible. El personaje central de los Diálogos es siempre Sócrates, pero el personaje histórico irá dando paso con el tiempo al portavoz de las ideas de Platón, lo cual ha complicado bastante la distinción posterior entre el pensamiento del maestro y el del discípulo.

Se puede establecer una correspondencia entre la evolución del pensamiento platónico y la figura de Sócrates, tal como figura en los Diálogos:

I. Diálogos socráticos. El personaje principal es Sócrates, y expresa el pensamiento del maestro, aunque poco a poco va dejando paso al del discípulo. Destacan, entre otros: Apología de Sócrates, Critón, Protágoras, Gorgias…

II. Diálogos de madurez (“segunda navegación”). Aunque el personaje central sigue siendo Sócrates, ya no es sino el portavoz de la doctrina platónica, la cual va cobrando notable entidad. Citaremos, entre otros: Fedón, Fedro, La República, El Banquete.

III. Diálogos críticos. Se produce aquí una importante novedad: Sócrates va dejando de ser poco a poco el paladín victorioso de los diálogos anteriores y se le ve vacilar. Incluso sale mal parado en algún caso. En realidad, asistimos a una severa revisión crítica por parte de Platón acerca de su propio pensamiento. Pueden citarse: Timeo, Parménides, El Sofista, Las Leyes…

La filosofía de Platón, partiendo de una reivindicación apasionada de la figura y de la enseñanza de Sócrates, y a través de diferentes etapas, presenta una doble e indisoluble finalidad: la reforma de la vida política y el conocimiento sistemático de la verdadera realidad de las cosas.

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1. Metafísica: la ‘teoría de las ideas’

Hemos visto que Sócrates indagó cómo debía ser la verdadera ciencia, un saber necesario, inmutable y universal, y por ello objetivo, susceptible de ser cultivado por todos, ajeno a pareceres, intereses y manipulaciones.

Un saber de este género, piensa Platón, tiene que tener un objeto adecuado; la ciencia ha de tener como objeto de estudio lo universal, inmutable y necesario. Sócrates ya dio pistas inequívocas cuando se refería a la esencia de las cosas. Pero las cosas de este mundo nuestro, material y sensible, son cambiantes, singulares y contingentes (existen, pero podían no haber existido, son así, pero podía haber sido de otro modo, y probablemente lo serán…) Por lo tanto, saber acerca de ellas no es propiamente una ciencia, un saber seguro. Si hay ciencia (y lo insoportable de la vida cuando se vive en la ignorancia y la confusión así lo pide), tiene que existir su objeto propio. Debe haber realidades auténticas y plenas, inmutables, necesarias y universales. A estas realidades las llama Platón ideas (=’esencias’ o ‘formas’).

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Platón

a. Las ideas

Estas ideas no son actos o meros contenidos del entendimiento, no son puras elaboraciones mentales, conceptos; son correlatos objetivos de estos, realidades subsistentes, independientes de quien las piensa, eternas y trascendentes al mundo sensible y material, inmateriales por lo tanto, y sólo accesibles a la inteligencia: inteligibles.

En sentido estricto, no ocupan un lugar en sentido físico (material), pero se hallan en una “región” inaccesible a los sentidos aunque accesible a la inteligencia: en las regiones celestes, “más allá de la luna” (se aprecia en esto un intento de hacer ‘imaginable’ lo que quiere decir Platón).

Hay tantas ideas como cosas y propiedades de las cosas, como conceptos podemos tener. Todas ellas forman un orden jerárquico. En el rango inferior están las que tienen una relación directa con el mundo material y sensible, como las de movimiento, peso, extensión, longitud, color…, y también las ideas de las cosas materiales, como la idea de piedra, de árbol, de madera, de agua… Inmediatas a éstas, las ideas matemáticas como la de exactitud, la de proporción, la de deducción, la de límite, la de igualdad, etc.; después las ideas puras como belleza o justicia, ideas morales, metafísicas o estéticas. Y a la cabeza de toda la jerarquía está la idea de Bien, que es lo más perfecto, la realidad suprema que puede ser descubierta y comprendida por la inteligencia, fuente del ser, de la bondad, de la verdad y de la inteligibilidad de todas las demás ideas. Platón la compara al sol. Así como éste da calor, luz y vida a las cosas en el mundo material, así la idea de Bien en el mundo ‘espiritual’. Ella sostiene a todas las demás. El Bien es el verdadero Dios, que está en todo y por encima de todo.

Platón

Las ideas guardan relación, por una parte, con la inteligencia, en cuanto que son su objeto, y fundamentan la verdad y la ciencia, y por otra parte, con las cosas del mundo material, en cuanto que las ideas, como verdadero ser, lo comunican a las cosas, haciéndolas ser lo que son. Las cosas, de suyo, no tienen un ser verdadero, porque no es pleno. Las cosas son, y son lo que son, porque imitan o tienen alguna relación con las ideas. Así, si hay un objeto bello es porque la belleza está presente en él, y tanto más bello será cuanto más participe de la belleza. Y si un acto es justo, es porque guarda relación con la justicia, y así ocurre con todo lo demás.

Platón
M. Escher, Charco

En suma, las ideas son el fundamento y raíz de toda verdad y de todo valor. Reflejadas en las cosas, las hacen ser lo que son; intuidas por la inteligencia, hacen conocer a ésta el ser, la realidad en la que las cosas consisten, más allá de lo casual, aparente, superficial. Pero además, son la meta más valiosa, la cima de toda noble aspiración humana, son tanto ideas como ideales de la vida, que marcan el sentido a la actividad de todo ser, y sirven de referencia para la vida.

Será sabio el que, más allá de las realizaciones concretas, parciales y limitadas que percibe en las cosas cotidianas y materiales, es capaz de percibir lo que son realmente, su idea o esencia. Sólo él comprende de verdad lo que las cosas son. El más sabio es el que descubre en qué consiste el bien auténtico. En el fondo, todo hombre aspira a conocerlo y a vivirlo.

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b. El mundo material

Tan eterna como las ideas, existía fuera de ellas la materia informe, en que todos los elementos están caóticamente mezclados, y que, en contraposición con las ideas, es raíz y principio de limitación, imperfección, pasividad, desorden, temporalidad y multiplicidad.

Dadas, por una parte, la materia inerte, caótica e imperfecta, y por otra las ideas perfectas, pero inmutables, nunca hubieran entrado en relación entre sí para dar lugar a este mundo. Además, para la mentalidad griega, los seres perfectos y divinos no pueden ‘mancharse las manos’ entrando en contacto con lo material, con la imperfección; la distancia entre lo humano y lo divino es insalvable.

Por eso, Platón trae a escena a un ser que es principio de actividad, e intermedio entre las ideas y las cosas. En el diálogo Timeo, Platón lo denomina Demiurgo, que significa hacedor, artesano. Es un ser individual, semidivino, distinto de las ideas y que las contempla habitualmente y, aunque inferior a ellas, es superior a los dioses tradicionales y a todo ser material. Es eterno también, inteligente, bueno. Quiso difundir el bien del que disfrutaba y comunicarlo. Actuó entonces sobre la materia, sacándola de su desorden para llevarla a un estado de orden relativo, parcial. Para ello se sirvió de las ideas como modelos o ejemplares, al modo en que un escultor infunde en el mármol la imagen del modelo que tiene ante sí. Así, este mundo visible es reflejo del mundo superior de las ideas. Si en él hay imperfecciones es porque la materia, esencialmente limitada y limitadora, se resiste a su acción. Es ella la causa del mal y de las imperfecciones y desórdenes de este mundo (he aquí un vestigio de la doctrina pitagórica).

El cosmos visible se asemeja a un organismo vivo, dotado de un “alma” que se encuentra en su centro pero lo penetra todo, dando vida y realidad a todas las cosas “como imagen sensible del Dios invisible sólo asequible a la mente” (Timeo, final).

Acerca de la relación entre el mundo visible y el invisible, Platón acude a dos teorías o propuestas: la imitación y la participación. Según la primera, las cosas sería como copias o imágenes que imitan a su modelo, las ideas, como reflejos. Con esta teoría parece explicarse la inconsistencia de las cosas materiales, pero se hace imposible tener un conocimiento cierto de lo cotidiano. Con la teoría de la participación se sugiere que las cosas “toman una parte” de la realidad de las ideas, de ahí su limitación y perfección sólo relativa. Aquí las cosas presentan mayor consistencia que la de las meras imágenes o reflejos, pero existe el inconveniente de explicar cómo pueden “tomar parte” de las ideas sin mermarlas o disminuirlas; y además, si cada cosa toma una parte, esa parte sería distinta de la que toman las otras cosas, con lo que se ve comprometido su parentesco ontológico. Estas y otras objeciones a la teoría de las ideas se presentan en los diálogos del periodo crítico. Se ha dicho que el propio Platón es su propio y más temible crítico.

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2. Antropología

En la visión platónica del hombre se perciben con claridad las influencias de Sócrates y del pitagorismo. Guarda una relación muy estrecha, un cierto paralelismo, con su visión del mundo. La escisión metafísica entre las realidades divinas e ideales y las cosas materiales es un evidente dualismo, que ahora veremos también presente.

a. Dualismo. El origen y las partes del alma

El hombre, tal y como lo conocemos aquí, ofrece una estructura dualista, de alma y cuerpo, en la que una y otro tienen origen y propiedades distintas y contrapuestas. Propiamente hablando, el hombre es su alma, y el cuerpo es algo accidental en él, al que el alma se une temporalmente para poder cumplir un castigo o destino de purificación en este mundo material y sensible. Unas veces Platón compara al hombre con la nave y el piloto, otras con el caballo y el jinete, o el carro y el auriga, y otras con una cárcel, donde el alma está prisionera. Pitagorismo claro, así pues.

Platón

El alma es triple. A veces se habla de tres almas, a veces de tres partes del alma. La racional reside en la cabeza, es la que piensa y razona, dirige y gobierna al hombre. Las otras dos son sensibles, una es noble, la irascible, y reside en el pecho; la otra es baja y torpe, sujeto de tendencias concupiscibles (deseos desordenados) con las que se busca satisfacer las necesidades animales del hombre, y reside en el vientre. El alma racional es inmortal. Preexistía a su unión con el cuerpo, en la región celeste donde, en compañía de los dioses y otras almas era feliz contemplando las ideas. Se asemeja a un auriga (la razón) que conduce un carro alado, tirado por dos caballos, uno blanco dócil y noble, y otro negro, indómito y díscolo. El segundo hace al auriga perder el control del carro y precipita al alma fuera de su camino celeste, de su vida feliz.

Así, por cierta falta cometida –que Platón no especifica pero sí constata- el alma fue condenada a dejar su morada celeste y a purificarse de su culpa en este mundo. Para ello se le asignó un cuerpo, que será como su cárcel.

Al trasponer los linderos entre el mundo de las ideas y el mundo material, el alma olvida todo lo que sabía de su vida anterior. No es que desaparezcan por completo todos los conocimientos poseídos; permanecen como dormidos en el fondo, fuera de la conciencia. Están olvidados, pero no perdidos.

Adormecida en su cárcel, el alma cuenta sin embargo con unas ventanas, los sentidos corporales, que le pueden poner en comunicación con su entorno inmediato. El alma va despertando y aprendiendo a mirar por ellos, pero sólo ve los objetos singulares, variables y dispersos del mundo material. Pero como este mundo está modelado según las ideas que el Demiurgo ha plasmado, sus objetos evocan como sombras aquellas realidades supremas, y así estas imágenes sensibles hacen revivir en el alma, no sin turbación, una realidad para la que estaba como predispuesta.

Porque conocer es, en Platón, recordar (toría de la reminiscencia, o anámnesis). Es el recuerdo revivido de las ideas contempladas en la vida anterior. Enseñar no es comunicar conocimientos nuevos, sino “enseñar a mirar con los ojos del alma”, ayudar a despertar los conocimientos dormidos en el alma, conduciéndola a la consideración del mundo inteligible y sobre todo a la idea de Bien, cima de la realidad.

Platón

La vida humana es un destierro durante el cual el alma experimenta la añoranza o nostalgia de “algo más” que presiente pero que no encuentra a su alrededor. Ese deseo de “más”, de la posesión del Bien, es el amor, mitad riqueza, mitad pobreza. “Cuando el hombre vislumbra la belleza de aquí abajo y se acuerda de la belleza verdadera, a su alma le crecen alas y siente deseos de volar. Pero al advertir su impotencia, eleva como un pájaro los ojos al cielo, deja a un lado las ocupaciones del mundo y ve cómo le llaman insensato. Ese es el más magnífico de los tipos de entusiasmo.” (Fedro)

La vida es una catarsis, una purificación del alma, en la que la aspiración a lo inmaterial se debe ir imponiendo sobre las inclinaciones sensibles. La muerte está llamada ser una liberación. Pero si el alma no ha logrado purificarse, se verá otra vez sometida a una nueva reencarnación.

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b. El conocimiento

Es cierto que la comprensión de lo que las cosas son, en su momento álgido, es un recuerdo que llena el alma de entusiasmo. Pero eso no ocurre de repente, sino que es fruto de un proceso, a lo largo del cual el alma asciende desde el conocimiento sensible, que es la ocasión para que el alma racional acceda al conocimiento verdadero, el intelectual.

Distingue así Platón varias formas de conocimiento, que son como etapas de un camino:

1) La fase más básica y elemental es la de la opinión (doxa), que no es todavía conocimiento verdadero, sino mera percepción sensible. Es el conocimiento de lo mudable, de lo que ha tenido un principio. Se compone de dos momentos o modalidades:

A) La conjetura (eikasia), que es el conocimiento de meras imágenes, y que da lugar a suposiciones.

B) La creencia o parecer (pistis), que es un conocimiento o percepción de aspectos sensibles y por lo tanto aparentes de las cosas. Aquí se situaría la Física, que no es propiamente ciencia sino mera descripción de aspectos físico-materiales.

2) Después es cuando se accede a la ciencia (episteme), conocimiento ya más serio y riguroso, que tiene por objeto seres inmutables y eternos: las ideas. Pasa también por dos fases o modalidades:

A) La razón discursiva (dianoia), proceso trabajoso que parte de hipótesis imaginativas en las que se apoya y deduce conclusiones inteligibles. Es propio de las Matemáticas (Geometría).

B) La intelección o comprensión (nous, noesis) es el punto culminante, en el que se contempla, como un hallazgo buscado y presentido, la verdad de las ideas. La ciencia que aparece entonces es la sabiduría propiamente dicha, culminación de la dialéctica, proceso lógico (método) que guía todo el esfuerzo del alma por conocer (más bien reconocer) la verdad y, sobre todo, el Bien.

El amor, que primero es nostalgia, va animando al alma en este camino, y es despertado a su vez con cada nuevo hallazgo en forma de entusiasmo. El alma, así, se va purificando y “espiritualizando” (pasa también por varias fases relativas al conocimiento de la belleza que culmina asimismo en el conocimiento del Bien).

Este proceso, que ha de servir para orientar y organizar los asuntos prácticos de la vida (no sin otro notable esfuerzo de adaptación por parte del hombre sabio, que será sin duda incomprendido y maltratado por los demás), es didácticamente expuesto por Platón mediante una alegoría: el llamado “mito de la caverna”, en el que también se puede percibir una evocación de la figura de Sócrates.

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3. Ética y política

El proceso de purificación lleva a una participación del bien en la vida humana, mientras ésta dura, y cuya expresión más neta es la virtud. La virtud es manifestación de la ‘salud del alma’, y supone una especie de orientación global al bien, que aporta armonía, orden y belleza a la vida. A cada parte del alma le corresponde una virtud fundamental o ‘cardinal’, raíz de otras muchas.

Platón

La ciencia, conocimiento perfecto, nos lleva al descubrimiento de las realidades plenas que deben guiarnos. El amor puro es la noble aspiración de alcanzar esos ideales. La virtud viene a regular la conducta práctica, convirtiéndose en el medio purificador que lleva a la consecución de la vida plena y feliz.

Platón

En Sócrates era manifiesta la vinculación entre ética y política, porque el hombre no tiene dos vidas diferentes y ha de ser congruente, porque es la misma sabiduría la que marca a la vida su dirección. La polis era el abrigo y la patria moral del hombre, la vida moral de éste se jugaba en el gobierno de la polis; la justicia en la polis era a su vez fruto del cultivo de la virtud por parte de cada ciudadano.

En Platón la vocación política venía a ser también una especie de reivindicación de la figura y la enseñanza de Sócrates. El sabio, el que conoce el bien, es el más adecuado para dirigir a los ciudadanos hacia el bien. La ciudad es semejante al alma humana. Hay un paralelismo estricto entre el alma y la polis, entre ética y política.

Distingue tres clases o estamentos sociales, según la función que desempeñan en la ciudad de acuerdo con sus aptitudes:

- Los gobernantes, que dirigen a los ciudadanos a la consecución del bien común, y cuya virtud propia es la sabiduría o prudencia. Los filósofos serían los más adecuados para ejercer de gobernantes (de otro modo: los gobernantes deben ser sabios, filósofos, conocedores del auténtico bien).

- Los guardianes, poseedores de la fuerza, que sirven a la polis con el ejercicio de las armas, defendiéndola de sus enemigos externos e internos. Su virtud propia es el valor o fortaleza.

- Los artesanos o productores, encargados de la manutención y abastecimiento de la polis, cuya virtud propia es la templanza, la moderación de los afanes de lucro y de los placeres. (Los dos primeros grupos no tendrían propiedad privada, ni siquiera familia propia, los artesanos sí).

La justicia será la armonía entre todos los estamentos, cuando cada uno cumpla adecuadamente y sin interferencias su tarea, y sirva al bien general. De ello se seguirá el bien de toda la ciudad.

Platón distingue varias formas de gobierno. En La República, parte de una forma ideal de gobierno, la aristocracia, que es el gobierno de los mejores, a saber, los sabios. Ellos son los mejores en sabiduría y en virtud, su mira es el bien común de la ciudad. Pero como todo lo vinculado a este mundo, la forma ideal de gobierno está sujeta a degeneración. El primer paso consiste en que la pasión y la fuerza de los guerreros se imponen sobre la sabiduría de la razón. Es la timocracia, el gobierno del estamento militar, que asume una función para la que no está capacitado. Otra variante degenerada, que surge de la anterior cuando los gobernantes empiezan a buscar su provecho y riqueza, es la oligarquía, el gobierno de unos pocos, que, faltos de virtud y codiciosos en exceso, acaparan las riquezas del país, empobreciéndose el resto de los ciudadanos. Esta situación precipita la toma del poder por estos últimos, instaurándose la democracia, o gobierno de todos. Por su parte, tampoco ellos tienen aptitudes para el gobierno, pero, además, cuando todos mandan nadie obedece, y se genera antes o después la anarquía, el desgobierno más absoluto. Pero en esta situación, los más audaces aprovechan la situación y se instaura la tiranía, en la que finalmente el más astuto gobierna despóticamente, generando el más funesto de los regímenes políticos. La ciudad, por último reacciona ante la opresión, y vuelve a encomendar a algún hombre prudente las riendas de la ciudad, con lo que vuelve a iniciase el ciclo, partiendo otra vez de la aristocracia.

En Las Leyes, sin embargo, Platón cambia radicalmente la utopía por el realismo. Asume que por encima de la voluntad del gobernante, incluso del filósofo, tiene que haber una ley objetiva. Desaparece el comunismo de riquezas, de hijos y mujeres, se permite la propiedad privada y se obliga a gobernantes y guerreros a formar una familia. Finalmente, se inclina por modalidades mixtas de gobierno, mezcla de monarquía y democracia, diferenciándose las funciones de los distintos gobernantes.

Platón

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4. Conclusión. Visión de conjunto

Destacaremos del pensamiento platónico algunos puntos fundamentales:

- Aunque la teoría metafísica de Platón se conoce con el nombre de Teoría de las Ideas, sería erróneo afirmar que estamos ante un idealismo. Con este nombre se conocen las posturas filosóficas que otorgan a las ideas y esquemas racionales un predominio completo sobre la realidad. Pero no es este el caso de Platón, que sostiene que las ideas no son producto de la razón humana, sino realidades que la sobrepujan. Las realidades (las ideas) son lo que son, con independencia de lo que se piense de ellas. Las realidades no dependen ni de la voluntad ni del conocimiento del hombre. La filosofía platónica es un claro realismo. La verdad y el bien son objetivos.

- El conocimiento humano, eminentemente racional, es capaz de acceder a lo que las cosas son, puede elaborar una ciencia objetiva y universal.

- Destaca el dualismo metafísico y antropológico, en el que el espíritu sería bueno y la materia la responsable del mal y del desorden. Tiene una visión negativa de esta vida en la medida en que es una penosa catarsis, y el alma yace encerrada en la cárcel del cuerpo, al que desprecia; pero a la vez sostiene que la realidad es buena, ya que su cúspide y fundamento, en el fondo, es el Bien.

- Su doctrina de las virtudes ha pasado a ser la teoría clásica por excelencia.