Los grandes filósofos islámicos

AVICENA (s. XI) Y AVERROES (s. XII)

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

1.- FILOSOFÍA ÁRABE ORIENTAL

2.- FILOSOFÍA ÁRABE (SEMÍTICA) OCCIDENTAL

3.- LA LLEGADA A OCCIDENTE DE LOS ESCRITOS DE ARISTÓTELES



Los grandes filósofos islámicos

INTRODUCCIÓN

Durante la etapa helenística, Aristóteles es conocido en occidente como “físico” (biólogo) y como maestro de lógica. Así es como le conocerá la mayor parte de los autores cristianos de los primeros tiempos. El filósofo por excelencia, tanto para los paganos como para los cristianos, será Platón. En Atenas, el Liceo mantiene una existencia relativamente discreta hasta que en 529 el emperador bizantino Justiniano ordena su cierre. Los estudiosos atenienses se trasladaron, llevando consigo las obras de Aristóteles, a otras ciudades del cercano oriente: Gaza, Damasco, Antioquía…

Y así, en las comunidades cristiano-nestorianas de Siria y Persia permanecerá latente el aristotelismo hasta que, con el paso del tiempo, en torno al siglo X y el XI, algunos sabios musulmanes (Al Farabi, Avicena…) se interesen por el aristotelismo en Bagdad. En el siglo XII Al Andalus conocerá el florecimiento de la filosofía aristotélica de manos de nombres como Averroes, y del discípulo de este último, el judío Maimónides.

La paradoja del Islam transmisor del helenismo

Ha sido motivo constante de reflexión de historiadores de la cultura el hecho de que el islamismo, que durante siglos se ha enfrentado al culto mundo helenizado del Imperio de Oriente, haya sido precisamente el gran transmisor de la cultura griega clásica a Occidente. Es paradójico y misterioso que la fuerza del islamismo, que emancipó aquel mundo del dominio de Constantinopla, como en revancha de la conquista de Alejandro Magno que un milenio antes había absorbido todas aquellas tierras en la civilización helénica, crease en el Medievo las condiciones para un retorno de la cultura griega a Occidente.

Es paradoja y misterio sobre todo porque lo originario del Islam surge de un puritanismo nómada expresamente hostil a la civilización y a la técnica urbana de los “infieles” y convencido de que Alah se complace en elegir “a los iletrados del desierto”. En la historia multisecular del mundo islámico se reiteran los movimientos de renovación del primitivo puritanismo, y en este ambiente surge la secular acusación a los cristianos de “infieles”, de haber creado una dogmática trinitaria y cristológica como contaminación, politeísta e idolátrica, de la antigua y tradicional fe en Dios -abrahámica y monoteísta- por culpa de la filosofía de los griegos. Permanece siempre en la tradición islámica la reacción religiosa frente a la filosofía, vista como un modo de mundanidad, como tentación corruptora de la “sumisión a Dios” (Islam) proclamada por el profeta Mahoma.

Pero dentro del mundo islámico surgen minorías intelectuales que contactan con la cultura clásica que ha pervivido en las antiguas cristiandades nestorianas, originarias de Siria y desplazadas en el siglo VI hacia Persia por presión política de Bizancio, en las cuales se recogen los documentos del Liceo ateniense, y que traducirán al árabe (los escritos de Aristóteles y de algunos neoplatónicos pensando que eran de Aristóteles). Los árabes conocen, así pues, a Aristóteles, no por traducción directa del griego sino a partir de versiones siríacas.

El aristotelismo adquirió así gran relevancia entre minorías árabes (y también sirias y judías), un tanto racionalistas y críticas, con más o menos cautelas, para con la confesionalidad mayoritaria islámica. De hecho los filósofos aristotétlicos árabes mantendrán siempre tensas rleaciones con la ortodoxia fideista musulmana.

Ciertas élites cultas islámicas que en la historia no llegaron a imponerse, que ocuparon especialmente cargos relevantes en la corte del califato de Bagdad y luego en la del de Córdoba, son las que transmitirán y darán a conocer la obra de Aristóteles a Occidente, hasta entonces sólo en muy pequeña parte al alcance de los estudiosos.


Así pues, a la vez que tenía lugar la aparición y expansión de la religión fundada por Mahoma (570-632), filósofos nestorianos procedentes de Antioquía y de formación aristotélica –herederos de los que tuvieron que abandonar Atenas en 529- tradujeron las obras del Estagirita al siríaco y más tarde al árabe. También fueron traducidas algunas obras neoplatónicas que había sido atribuidas a la pluma de Aristóteles.

El primer contacto de la filosofía griega con la fe islámica produjo el Kalam (que significa arte de discutir), primero en Damasco y luego en Bagdad y Basora, a principios del siglo VIII, produciéndose una tensión entre una visión literal del Corán y la interpretación racionalista de los seguidores del Kalam, los llamados mutazilíes. Estos últimos trataban de abrir un espacio al cultivo de una reflexión filosófica al margen del Corán (negaban, entre otras cosas la creación, la providencia divina, la inmortalidad del alma individual y su libertad). El Kalam puede considerarse como la “primera teología musulmana”; suscita también una interpretación del Corán de carácter fideista y místico, en la que destaca una visión determinista.

Será sin embargo la reflexión acerca del aristotelismo, sobre todo, lo que dará lugar una filosofía propiamente dicha y de cierta entidad. Pueden distinguirse dos grupos y momentos claramente definidos: La filosofía islámica oriental, en torno a los siglos IX-XI, y la occidental, en el siglo XII.

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1.- FILOSOFÍA ÁRABE ORIENTAL

Las primeras grandes figuras de la filosofía musulmana oriental, basada en el aristotelismo y el neoplatonismo, aparecen a partir del siglo IX: Al Kindi (796-874), Alfarabi (872-950) y sobre todo Avicena (980-1037).

ALFARABI (872-950)

Alfarabi ofrece una mezcla de neoplatoniso y aristotelismo. Se le vincula al sufismo [El sufismo aparece en torno al año 800, por influencia de monjes cristianos en el Islam. Imita la vida ascética cristiana y busca llegar al éxtasis y launión con Dios.]. Se centra en la Metafísica, que considera la ciencia del ser en cuanto ser. La distinción entre esencia y existencia y, como consecuencia de ella entre ser contigente (o posible) y ser necesario le llevará a elaborar una demostración de la existencia de Dios.

La existencia vendría a ser un accidente de la esencia en el ámbito de los seres creados. Esecia y existencia son distintas: los seres naturales son contingentes porque no están esencialemnte dotados de existencia: pueden poseerla o verse privados de ella. Si existen, su existencia ha de haber sido recibida de alguna causa, a la que, en última instancia, le pertenece esencialmente el existir y por lo tanto no puede perderlo. Esta causa es Dios.

El mundo es eterno, o más precisamente, eternamente producido por Dios. A partir de Dios Uno, por emanación –concepto que toma del neoplatonismo y que vendría a ser como un fluir necesario que parte de Dios, de modo parecido a como la luz o el calor son irradiados a partir de un foco o las ondas concéntricas en el agua a partir de un impacto- surgen escalonadamente hasta diez inteligencias, que residen en otras tantas esferas concéntricas en las que se insertan los astros del firmamento y en cuyo centro se halla, como producto último, la Tierra. La 9ª inteligencia es el Entendimiento Agente, generador de nuestro mundo sublunar, compuesto de materia y forma. Dicho Entendimiento, a la vez, mueve al entendimiento humano a conocer las formas de las cosas.

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AVICENA (980-1037)

Nacido en Persia, movido desde joven por amplísima curiosidad, acopia un extraordinario saber enciclopédico, en letras, matemáticas, física, derecho y teología. Médico de profesión de inmenso prestigio. Una de sus obras, titulada Canon en su versión latina, se convirtió en clásica por todas partes en la enseñanza de la medicina. Su vida fue la de un hombre de acción, con una vida pletórica de aventuras, viajes y ejercicio de cargos políticos. Su vasta obra literaria, más de 250 tratados de las más diversas materias, fue escrita, según afirma, en momentos de ocio que encontraba por la noche.

Los grandes filósofos islámicos

En la segunda mitad del siglo XII gran número de sus obras fueron traducidas. En Toledo, hacia 1180, se llevó a cabo la traducción de un primer grupo de sus escritos, extraídos de su obra principal, el Libro de la curación (en 18 volúmenes), que en parte trata de lógica, filosofía de la naturaleza y de metafísica.

Su obra, muy influida por Alfarabi, fue la primera gran síntesis especulativa que llega a Occidente sobre la filosofía griega, y en especial sobre Aristóteles. Su filosofía, profundamente penetrada de neoplatonismo y de una exégesis del Corán en clave secularizada (de corte racionalista esotérico) tuvo extraordinaria acogida en Occidente. Numerosas tesis aristotélicas, filtradas a través de elementos neoplatónicos e islámicos, no hallaron dificultad en imponerse en el mundo medieval.

Para Avicena lo primero entendido del “ente o la “cosa” es su esencia. La decisiva distinción entre esencia y existencia –que toma de Alfarabi- llega a Occidente por Avicena, aunque entendida por él en sentido “esencialista”: propiamente, lo más perfecto del ente no es el ser -el existir- sino la esencia; el ser aparece como un predicado último añadido a la esencia, un "accidente" sobrevenido.

Coherente con este planteamiento, distingue también entre el ser posible y el ser necesario según sea la esencia de cada ente. Así, los entes finitos son contingentes, no necesarios, sólo posibles, pues no deben su existencia a su esencia: “la existencia es algo que se atribuye a las cosas y les es dada como un predicado accidental, extrínseco a lo que son, como lo blanco y lo negro... La existencia no es pues un atributo que venga exigido por ciertas clases de esencia sino que es algo que les sobreviene”.

Pero hay un ser que sí es necesario -Dios- porque su esencia, a diferencia de todos los demás, da razón de su existencia. En Dios no hay distinción sino coincidencia entre esencia y existencia. Dios no puede no-existir.

La metafísica de Avicena tiene por centro la explicación de lo múltiple a partir de lo uno, Dios. Dios es uno y necesario; lo múltiple es contingente.

En cambio, la metafísica tomista, siguiendo el trazado aristotélico, procede en sentido contrario: parte de lo múltiple y alcanza lo uno; parte del ente material sensible, no discute su acto de ser (no lo considera como algo “accidental” o adventicio) porque sea contingente, sino que, precisamente, entiende que es lo más perfecto del ente y lo que funda todas las perfecciones de su esencia. Y, al final de su recorrido racional, la metafísica del ser llega al Uno necesario -es la 3ª vía de santo Tomás- que da razón de la existencia de los entes plurales contingentes.

La inversión operada por la metafísica esencialista de Avicena, en lugar de considerar que el constitutivo metafísico de la realidad es “el ser”, estima que el constitutivo es la “razón de ser” (la solidez de su esencia, por así decir): si algo no da razón de su ser, el ser o existir es algo accidental o adventicio (esta concepción volverá a verse entre los filósofos racionalistas, siglos después).

¿Cuál es, entonces, la relación entre el mundo y Dios? ¿Se trata de una relación de necesidad o de libertad, de emanación o de creación?

A estas preguntas, fundamentales para los pensadores medievales, Avicena responde combinando a Aristóteles con el neoplatonismo: el mundo es a la vez contingente y necesario; contingente en cuanto que la existencia actualizada de las cosas de este mundo no es en virtud de su esencia, sólo es “posible” (contingente). Sin embargo, el mundo es necesario porque Dios -de quien recibe la existencia- no puede dejar de actuar según su naturaleza y viene originando el mundo desde toda la eternidad. Sería contradictorio que la existencia del mundo proviniese de un acto de la voluntad divina, ya que Dios dejaría de ser “el ser necesario”:

“El principio (origen, causa) de todas las cosas es su esencia necesaria (de Dios), pero este ente necesario “necesita” de todo lo que existe después de él... Si, por el contrario, colocásemos esta nueva disposición, no en su esencia, sino, como algunos suponen, en su voluntad, habría que preguntarse entonces cómo se originaría esa voluntad a partir de la esencia. Dios es invariable, y al ser necesario por sí mismo, lo es en todos sus aspectos. Por tanto, no se puede admitir que el fluir de todas las cosas sea por medio de una decisión concebida por él, de modo semejante a nuestras decisiones. Pues en este caso él tendería hacia algo que no era él mismo, lo que supondría introducir lo múltiple en su esencia. Es por tanto preciso reconocer que él está acompañado de la existencia de todo aquello que de él procede”.

Avicena concibe a Dios como pensamiento del pensamiento (como ya decía Aristóteles), que produce necesariamente –por emanación, al modo de una idea que brota del pensamiento- la primera Inteligencia, y ésta, por un proceso descendente necesario y no libre, emana la 2ª inteligencia, y así sucesivamente, hasta que la décima, en lugar de emanar otra nueva, lo que hace es estructurar el mundo terrestre según la dualidad materia-forma, siendo la materia el fundamento de la multiplicidad y de la individuación. El proceso va de lo uno y perfecto a lo múltiple, imperfecto y material.

Estamos ante la composición hilemórfica de Aristóteles, pero reformulada en un contexto neoplatónico: la 10ª inteligencia –el Entendimiento Agente- infunde las formas en la materia prima del mundo. Entre dichas formas se encuentran también las almas incorruptibles e inmortales de los individuos, que son infundidas en los cuerpos por el entendimiento agente. Éstas resultan también “iluminadas” por él, que les infunde las formas abstractas de las cosas, dando lugar al conocimiento.

La cosmología aristotélica inspira la de Avicena, en la que también se incluyen algunos elementos neoplatónicos. El universo, que es finito y eterno, se encuentra dividido en dos mundos, el sublunar y el supralunar, reproduciendo de esta forma en cierto modo el dualismo platónico, cada uno de ellos con características distintas.

Avicena, con su sistema platonizante, no concibe el universo como procedente de Dios creador sino como resultado de un conjunto de emanaciones (de ideas que sucesivamente proceden unas de otras) que en una última fase, la décima, entran en contacto con la materia. Si esto ocurre en el plano ontológico, en el plano gnoseológico la décima inteligencia hace que el intelecto posible -o pasivo- de cada hombre, irradiando sobre él su luz, pase de la potencia al acto.

Las doctrinas de la emanación, a pesar de contraponer al Uno y a lo múltiple de inicio, son inmanentistas. No hay en el fondo una radical diferencia entre Dios y los seres finitos. El Dios de Avicena, en concreto, es necesario, pero a la vez es también “necesitante”, dependiente también de sus “criaturas” de algún modo. La doctrina del emanatismo ofrece el panorama de una necesidad que encadena tanto a las cosas naturales como a Dios mismo, sin que exista una distancia radical entre aquéllas y Éste. El inmanentismo panteísta es difícil de evitar.

Las tesis de Avicena ejercerán un influjo importante sobre los pensadores cristianos de la plenitud medieval. En concreto, peculiarmente, destaca un doble problema filosófico:

  1. La índole de la relación esencia-existencia.
  2. La unicidad del entendimiento agente: ¿hay pluralidad de entendimientos agentes, uno en cada persona o, más bien, el universo posee un alma única?

Poco después de la muerte de Avicena surge en el Islam oriental La figura prominente de Algazel (1058-1111), que personifica la reacción musulmana contra la filosofía –especialmente polemizará con la filosofía de Avicena-. Tras una época de estudio filosófico, opta finalmente por una postura religiosa drástica que se posiciona contra la razón y la filosofía, utilizando para ello argumentos racionales cuanto lo estima necesario. Cae en el fideísmo y sostiene un rígido voluntarismo divino. Con su postura negacionista y de religiosidad intransigente, se apagará por completo la filosofía musulmana oriental.

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2.- FILOSOFÍA MUSULMANA (SEMÍTICA) DE OCCIDENTE

Los grandes filósofos islámicos

AVERROES (1126-1198)

Averroes, ”el Comentador”, como se le conoció en el siglo XIII, nace en Córdoba, sede y centro del califato en la España musulmana, y en una época de gran auge cultural árabe, tanto filosófico como científico y literario. Fue jurista, médico, pero sobre todo un gran comentador de Aristóteles y metafísico. En algunas de sus obras reproduce en su totalidad obras decisivas de Aristóteles como la Física, la Metafísica, el De anima, el De coelo, y los Analíticos primeros comentando párrafo a párrafo.

Averroes polemiza contra lo que entiende que son falsas interpretaciones de Aristóteles, en especial las de Avicena. Tuvo enorme aprecio por la filosofía de Aristóteles, convencido de que era la verdadera filosofía. Pero así como el aristotelismo de Avicena no suscitó especial oposición de los cristianos -quizá por su confesado deseo de conciliar religión con fe- no pasó lo mismo con el de Averroes. Su confianza sin límites en la razón le acarreó el destierro y la prohibición de sus obras en el mundo islámico, así como encarnizadas disputas sobre el averroísmo en las aulas universitarias de la cristiandad durante el siglo XIII.

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En concreto, se pueden destacar entre sus tesis principales las siguientes:

a) La eternidad del mundo, lo cual, obviamente, suscitó la oposición de las autoridades islámicas y, un siglo después, de las cristianas. Ofrece una interpretación de Aristóteles en clave inmanentista y panteísta, en la que no faltan elementos neoplatónicos emanatistas.

Sostiene Averroes la eternidad de la materia. Dios, Motor inmóvil, “crea” desde toda la eternidad. Propone una sistema cosmológico de hasta 38 esferas en cuyo centro se halla la Tierra, compuesta por los cuatro elementos clásicos. Las formas sustanciales de las cosas no son infundidas por una inteligencia separada, sino que son “extraídas” de la materia prima.

b) No hay más verdad que la de la filosofía. Lo que expone el Corán no son más que símbolos imperfectos de la verdad acomodados a las mentes sencillas e ignorantes de las gentes.

Se le atribuye la doctrina de la "doble verdad" (no tiene por qué darse congruencia entre las afirmaciones de la fe y las de la razón), aunque propiamente fue mantenida un siglo más tarde entre los averroístas parisinos. En realidad, su postura sobre la relación entre la fe y la razón presenta una confianza ciega en esta última.

Afirma que existen tres categorías de hombres:

  1. El vulgo, creyente, que se apoya en la letra del Corán y vive de una fe simple, de una aceptación simple y acrítica, sin pruebas ni explicaciones racionales.
  2. Los teólogos, que acompañan su fe con alegorías y con argumentos meramente probables, sin base crítica.
  3. Los filósofos (Aristóteles es a su juicio la máxima expresión de la filosofía), que emplean en su reflexión argumentos necesarios y demostraciones. Su rigor lógico les sitúa por encima de los demás hombres y les capacita para interpretar el Corán, no literal ni alegóricmente, sin con interpretaciones y argumentos racionales.

Afirma Averroes que el Corán “milagrosamente” se adapta a estos tres tipos de entendimientos, pero sólo el filosófico penetra en la verdad. Si difieren la letra del Corán y la verdad filosófica, ésta ha de ser sostenida, haciéndose una interpretación acomodada o alegórica del Coran para que concuerde con aquella.

c) Negación de la inmortalidad del alma individual. Existe un dobe entendimiento separado, eterno e inmortal; dos entendimientos pues, ambos comunes a todos los seres humanos: el Entendimiento Agente, que es Dios mismo, el cual actúa sobre un Entendimiento Material o Pasivo, propio de la humanidad (vendría a ser algo así como el saber humano acumulado a lo largo de la historia y compartido por toda la especie); ambos son imperecederos.

Cada hombre posee a su vez una “vis imaginativa”, un etendimiento individual, pasivo y perecedero. No hay alma inmortal individual, así pues, sino una especie de alma única del universo emanada de Dios, separada e incorruptible -el intelecto pasivo- que es el saber colectivo de la humanidad, el cual es puesto en acto en cada individuo por el intelecto agente, que es –como ya se ha dicho- el mismo intelecto divino.

Su influencia será muy grande, sobre todo en el siglo XIII, donde Santo Tomás de Aquino y los llamados “averroístas latinos”, encabezados por Siger de Bravante, polemizarán sobre el sentido y alcance de las principales tesis del Comentador.

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MAIMÓNIDES

Otro autor que merece ser mencionado junto con los grandes autores árabes es el hebreo Maimónides (1135-1204), judío sefardí, nacido también en Córdoba, pero que tuvo que expatriarse a Egipto tras la invasión almohade.

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Su Guía de los perplejos es un precedente de las “Sumas” cristianas del siglo XIII. Muy en particular, será estudiada e influirá en el pensamiento de Tomás de Aquino. En ella,Maimónides distingue tres grupos de seres creados:

  • Los minerales, las plantas y los seres vivos (incluyendo al hombre), compuestos de materia y forma perecederas.
  • Las esferas y las estrellas, en las cuales la forma es permanente.
  • Los seres dotados de forma, pero sin materia, como son los ángeles.

Prueba la existencia de Dios a partir de argumentos aristotélicos y afirma su unidad e incorporeidad. Admite la creación como un acto conforme a la esencia divina, el cual abarca todos los seres, su fin es Dios mismo y por lo tanto su duración es ilimitada.

El alma es una en esencia, pero tiene cinco facultades: la fuerza vital, los sentidos, la imaginación, el apetito (pasiones y voluntad) y la razón (libertad y entendimiento).

El entendimiento es la facultad que caracteriza al hombre, pero las demás le son comunes con la mayor parte de los animales. El etendimiento humano puede ser pasivo (entendimiento material que sufre la acción de la vida orgánica, es inseparable del cuerpo e individual) o activo (adquirido o comunicado, separado del cuerpo). Es la parte inmortal del hombre y por eso el hombre debe encaminar todos sus actos a obtener la perfección suprema de esta facultad mediante el conocimiento de Dios; conocer y amar a Dios es el fin último de la vida.

Habla del estado profético, constituido por una iluminación superior a lo que cada uno puede aspirar, que produce el máximum de ciencia y dicha, entendiendo la profecía como una emanación de Dios que se extiende por medio del intelecto a la facultad racional y después sobre la facultad imaginativa.

El hombre es libre y la libertad es una función de la inteligencia. Concibe a la inteligencia o intelecto como forma del alma humana, es inmortal porque no necesita del alma para sus operaciones, sino que lo entiende como separado absolutamente del cuerpo. Esta libertad puede por sus solas fuerzas realizar el bien desinteresadamente.

Afirmará finalmente que el conocimiento de la resurrección de los cuerpos se debe a la fe y la razón no la puede demostrar, aunque tampoco negar, y la admite como un milagro compatible con la creación.

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3.- LA LLEGADA A OCCIDENTE DE LOS ESCRITOS DE ARISTÓTELES

La conquista en 1085 de Toledo por el rey Alfonso VI de León y la tolerancia que los reyes castellanos practicaron con mahometanos y judíos, facilitaron desde el siglo XII la traducción de obras del latín al árabe y a la inversa, y un comercio cultural que permitió el renacimiento filosófico, teológico y científico, primero de España y luego de todo el occidente cristiano. Toledo abrió las puertas a todos y a ella iban llegando los estudiosos del Occidente cristiano en busca del “saber desconocido”.

El rey Alfonso X y el arzobispo navarro Ximénez de Rada –que regirá la diócesis de Toledo de 1208 a 1247- impulsarán la Escuela de traductores, que trabajará en la traducción “inter linguas” de numerosas obras escritas en hebreo, árabe, latín y griego. A dicha escuela seguirán otras (en el Monasterio de Ripoll, en Pamplona, Tarazona, etc.) La traducción al latín de las obras de Aristóteles (especialmente sus obras de metafísica, antropología y ética) y su inmediata llegada a las escuelas de la cristiandad europea -las universidades- supondrá un choque cultural de primerísima magnitud.

Este fue el acontecimiento filosófico más importante al inicio del siglo XIII, junto con la aparición de las universidades: el paulatino descubrimiento de la Física (o Filosofía de la naturaleza) y la Metafísica de Aristóteles a través de sus comentaristas árabes. La novedad de tales obras consistía en que ofrecen una “explicación racional” del mundo y del hombre independiente de las verdades cristianas y de un neoplatonismo que no siempre mantuvo clara la delimitación entre la filosofía y el saber revelado, puesto que se había dedicado prioritariamente a esclarecer en lo posible las verdades recibidas de la revelación.

BIBLIOGRAFÍA:

CRUZ HERNÁNDEZ, MIGUEL: Historia del pensamiento en el mundo islámico. Alianza, Madrid.

FORMENT, EUDALDO: Historia de la Filosofía. II. Filosofía medieval. Palabra, Madrid. (Págs. 145-187)

RAMÓN GUERRERO, RAFAEL: El pensamiento filosófico árabe. Cincel, Madrid.