Emmanuel Kant (1724-1804)
Introducción: La Ilustración. Claves de una época del pensamiento
- La autonomía de la Razón
- Ideal del hombre ilustrado
1. El pensamiento de Emmanuel Kant. Planteamiento
- “Dos cosas conmueven mi ánimo…”
- El “giro copernicano” y “lo trascendental”
2. La Crítica de la Razón Pura y la fundamentación de la ciencia
- Los juicios y la ciencia
- La “Estética trascendental” y las Matemáticas
- La “Analítica trascendental” y la Física
- La “Dialéctica trascendental” y la Metafísica
3. La Crítica de la Razón Práctica. Fundamentación de la moral
- Una ética formal y a priori
- Desarrollo del sistema moral kantiano

"Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes, cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la reflexión:
el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mi interior."
(Emmanuel Kant)
INTRODUCCIÓN: LA ILUSTRACIÓN. CLAVES DE UNA ÉPOCA
“La Ilustración se presenta en Francia con el carácter de una renovación a fondo de todas las estructuras del pasado, aspirando a una transformación radical del individuo y la sociedad. El optimismo y la confianza en el poder del hombre, la razón y la ciencia, se traduce en una aspiración a un porvenir mejor, a un progreso indefinido, a una sociedad ‘ilustrada’, libre de prejuicios, fanatismos y supersticiones, fraternal, igualitaria, benéfica, democrática y feliz. Para alcanzar este ideal, los ‘filósofos’ piensan que hay que remover dos grandes obstáculos, contra los cuales centran sus ataques… la Iglesia y la monarquía, el altar y el trono.”
(G. Fraile, Historia de la Filosofía, t. III, pág. 870)
Para todo observador atento, salta a la vista que la revolución francesa (RF, 1789) es mucho más que un golpe de Estado o un mero acontecimiento político. Sus protagonistas la consideran “la cuna de la libertad del mundo” (Desmoulin), el “espectáculo de todos los pueblos” (Danton), el instante de la re-creación del mundo, como mundo plenamente humano: “todo comienza bajo el cielo” (St. Just). Tras la RF, el orden de las ideas y de las mentalidades, de las leyes y de las costumbres, e incuso el espíritu mismo de los pueblos, reciben un impacto sustantivo. La RF arrastra consigo una nueva mentalidad, un cambio de presupuestos para la vida y para el pensamiento. Pero ¿cuáles son las claves ideológicas del espíritu revolucionario?
Un supuesto decisivo: la autonomía de la Razón

Las raíces inmediatas de la mentalidad revolucionaria se encuentran en la Ilustración, corriente cultural dominante en el siglo XVIII, en la que se aglutinan el deísmo, el naturalismo a ultranza, el sesgo inmanentista de la filosofía moderna, la difusión de la Enciclopedia, la expectación ante la “nueva ciencia” y el activismo de la burguesía y de las logias masónicas.
La expresión más exacta de esta convulsión de los pensamientos puede resumirse en el ideal de la autonomía de la Razón. La razón humana se da a sí misma sus propias leyes y contenidos, es la soberana del orden natural, el único a nuestro alcance, no acepta por encima de sí autoridades humanas ni divinas. Emancipada de “prejuicios” (los dogmas de la religión revelada, autoridades morales…), la razón alcanza por fin, en este momento, su “mayoría de edad”, su autosuficiencia y su poder, su claridad. Es “el siglo de las luces”.
Se trata de una razón que, partiendo de cero, va construyendo el saber en un progreso incesante e irreversible, jalonado por una ciencia libre de servidumbres. Es el ideal prometeico del hombre que sólo se debe a sí mismo y es sólo para sí mismo. ’Razón’ se escribe con mayúsculas, es la “diosa Razón”, el umbral y el motor de la felicidad universal.
El ideal del hombre ilustrado
Para los ilustrados, la autosuficiencia es la definición cabal del verdadero hombre, del hombre libre. Este ideal presenta dos modalidades, diversas pero en el fondo emparentadas, que influirán decisivamente en el pensamiento y en la concepción del mundo contemporáneo.
a) El ideal de la autosuficiencia del hombre culto

Es el “humanismo científico”, señalado por el aprecio y la preocupación por todo aquello que el hombre puede hacer (dominar, crear, conseguir, triunfar…). El hombre llega a su plenitud por medio de su libre pensamiento, por el triunfo de la razón en el dominio de la naturaleza y en el orden social, por el incremento del saber. Sin embargo, en este humanismo late e incluso se proclama el escepticismo más profundo acerca de las cuestiones últimas y trascendentes: Dios, el alma, el sentido último trascendente de la vida.
Hay un paradigma representativo de este ideal humanístico: Isaac Newton (1642-1727). Newton no fue un “ilustrado”, pero su talante y sus descubrimientos fascinan a los ilustrados y los enciclopedistas sin excepción.

b) El ideal de la autosuficiencia del hombre “natural”. La "conciencia".
Es el humanismo inspirado en Jean Jacques Rousseau (1712-1778). Supone una reacción contra el ideal de la “cultura” y la “civilización” de sus coetáneos ilustrados.
La cultura “aliena” al hombre, rompe el equilibrio que le fuera concedido por la naturaleza, impide la espontánea inclinación al bien que reposa en la conciencia individual.
La naturaleza confiere al hombre (individuo) una conciencia moral justa. El hombre es “bueno por naturaleza”, es la civilización -basada en la propiedad privada- quien le ha corrompido. Pero como es imposible el retorno al primigenio “estado de naturaleza”, se exige un “pacto social” entre los hombres que dé lugar a la creación de una “Voluntad General” absoluta, expresión de la conciencia soberana del pueblo y representada por el Estado democrático, al cual debe sumisión toda voluntad individual: “la voz del pueblo es la voz de Dios”.

b) El ideal de la autosuficiencia del hombre “natural”. La "conciencia".
Es el humanismo inspirado en Jean Jacques Rousseau (1712-1778). Supone una reacción contra el ideal de la “cultura” y la “civilización” de sus coetáneos ilustrados.
La cultura “aliena” al hombre, rompe el equilibrio que le fuera concedido por la naturaleza, impide la espontánea inclinación al bien que reposa en la conciencia individual.
La naturaleza confiere al hombre (individuo) una conciencia moral justa. El hombre es “bueno por naturaleza”, es la civilización -basada en la propiedad privada- quien le ha corrompido. Pero como es imposible el retorno al primigenio “estado de naturaleza”, se exige un “pacto social” entre los hombres que dé lugar a la creación de una “Voluntad General” absoluta, expresión de la conciencia soberana del pueblo y representada por el Estado democrático, al cual debe sumisión toda voluntad individual: “la voz del pueblo es la voz de Dios”.
En adelante, Estado e individuo serán los dos polos entre los que se organizará la vida en todas sus dimensiones. Una razón autosuficiente e infalible garantizará el orden social, la libertad de los individuos, la prosperidad económica y la felicidad universal. Pero para eso deberá acabar con todos sus enemigos (precisamente para ello, Dr. Joseph Ignace Guillotin, diputado en la Asamblea Nacional, recomendará a ésta una forma higiénica, democrática y eficiente de servir a la soberanía de la razón y del poder).
1. EL PENSAMIENTO DE EMMANUEL KANT. PLANTEAMIENTO
“Dos cosas conmueven mi ánimo…”
La filosofía de Emmanuel Kant (Königsberg, 1724-1804) es uno de los momentos más significativos del pensamiento filosófico moderno; a ella se vuelve continuamente, puesto que en la obra de Kant confluyen los planteamientos de las filosofías precedentes (racionalismo, empirismo) y las líneas abiertas por la física de su tiempo (Newton); y de ella parten también la mayor parte de las corrientes posteriores, singularmente a través del idealismo alemán (Fichte, Schelling, Hegel).
La filosofía de Kant es también una filosofía “de su tiempo”. Probablemente la Ilustración no pudo encontrar un sistema tan perfilado para pensarse a sí misma. Kant es, por excelencia, el filósofo del Iluminismo.
El contexto histórico de la filosofía kantiana viene marcado, por un lado por el avance de la Ilustración a lo largo del siglo XVIII, al que acompaña el declive de la dinastía borbónica (Luis XV -rey de 1715 a 1774- y Luis XVI -rey de 1774 a 1793-) y el final de la monarquía misma. Por otro, en Alemania (Prusia, para ser más precisos) la Ilustración se da la mano con el reinado de Federico II el Grande (1712-1786), monarca famoso por su afición a la ciencia, y por el estilo autoritario de gobierno que se conoce con el nombre de "Despotismo ilustrado" ("todo para el pueblo pero sin el pueblo). Prusia se va convirtiendo en una importante potencia militar y política en Europa, aspirando -especialmente frente a Austria- a hacerse valer en el concierto internacional.
Pero volvamos al ámbito filosófico. Seguidor de Christian Wolff, quien a su vez lo fuera de W. Leibniz, Kant se inició en el marco de la filosofía racionalista. Pero la lectura de Hume le “despertó” de su “sueño dogmático” y puso ante él la consideración central de la experiencia en el ámbito del conocimiento, al mismo tiempo que la necesidad ineludible de sortear el escepticismo al que conduce el fenomenismo humeano. En efecto, la filosofía empirista de Hume dejaba sin fundamento epistemológico la ciencia y la moral.
Pero Kant no puede concebir que las realizaciones y logros de la físico-matemática de Newton (“el cielo estrellado sobre mí…”) queden tan brutalmente en entredicho. Y lo mismo ocurre con la Ética. Kant ha leído atentamente a Rousseau, el “romántico” enamorado de la conciencia natural. De fuertes convicciones pietistas (“la ley moral dentro de mí…”), Kant no se resigna a la anarquía moral que se desprende de la crítica empirista a una ética objetiva.
* * *
La tarea que pondrá sobre sus espaldas será nada menos que la fundamentación de la objetividad de la ciencia y de la moral:"Dos cosas llenan el animo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes, cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado sobre mi y la ley moral en mi interior." (Crítica de la Razón Práctica)
Ello no será posible sin tener en cuenta la experiencia, y en esto la influencia de Hume se dejará sentir permanentemente. Pero será preciso también encontrar una fuente de necesidad y universalidad, tanto para el conocimiento especulativo del entendimiento, como para el práctico de la voluntad moral. Y aquí se manifiesta Kant como la expresión más aquilatada del pensamiento ilustrado, porque va a encontrar esa fuente y fundamento en las leyes inherentes a la autonomía del sujeto.
El “giro copernicano” y “lo trascendental”
He aquí lo más significativo del pensamiento de Kant. La clave en torno a la cual se estructurará todo su pensamiento y que será punto de referencia indudable para todos sus continuadores: es la subjetividad del sujeto –sus estructuras lógicas, las leyes lógicas conforme a las cuales éste conoce- la que brinda al objeto su objetividad –es decir, la que le confiere su condición de ‘objeto de conocimiento’ científico propiamente dicho, poseedor de universalidad y objetividad-.
Si hasta el momento el conocimiento humano buscaba en el objeto conocido la confirmación de la verdad y consistencia de sus contenidos, si la verdad era la adecuación de nuestro conocimiento a la cosa conocida, y si, en suma, el sujeto “giraba alrededor” del objeto mostrando su dependencia epistemológica, Kant propondrá un nuevo modo de entender el conocimiento.
La ‘atenencia a los objetos’, propia del “realismo ingenuo” de la metafísica tradicional y coronada en el empirismo con la más absoluta infecundidad, tiene que dejar paso a una nueva y más cabal fundamentación del conocimiento y de la ciencia.
El racionalismo –a través del cual concibe Kant los esfuerzos seculares de la metafísica- encuentra en la propia razón sus contenidos o ideas innatas, y así la conexión entre conocimiento y realidad se establece de modo inmediato o, por mejor decir, “dogmático”. Las discusiones interminables de los metafísicos, debidas al dogmatismo de fondo en el que incurren, han impedido, según Kant, que la Metafísica haya emprendido “el camino seguro de la ciencia”.
El empirismo, por su parte, apoyado enteramente en la experiencia, y elaborando una crítica sistemática del conocimiento que no tolera ir más allá de las impresiones sensibles, se ha visto reducido al escepticismo más estéril.
Pero la ciencia natural (físico-matemática), obligando -de acuerdo con un “bosquejo” previo diseñado por la razón- a que la naturaleza responda a sus preguntas, parece haber conocido mejor suerte.
¿No será entonces necesario tomar al sujeto como punto de partida y fundamento del conocimiento? ¿No habrá ocurrido que, por haber fundado el saber en los objetos, e incluso en las cosas mismas en cuanto tales, la razón haya incurrido en saberes inseguros y aparentes?
Lo mismo que Copérnico abrió nuevas perspectivas a la astronomía, invirtiendo la relación de giro entre el sol y la tierra, Kant procederá a un verdadero “giro copernicano” (como dice el propio Kant) en el ámbito de la filosofía. Ya no será el sujeto el que dependa del objeto, sino el objeto el que encuentre en aquél su foco y fundamento: la subjetividad del sujeto fundará la objetividad del objeto.
Serán las estructuras lógicas del sujeto cognoscente, comunes a todo el género humano, las que brindarán fuerza y objetividad a los contenidos del conocimiento, las que, mediante su labor organizadora y sintética, conferirán a éstos necesidad y universalidad.

Acaba de inaugurarse en filosofía el “punto de vista trascendental”.
¿A qué llama Kant ‘trascendental’?: “Llamo trascendental a todo conocimiento que se ocupa en general no tanto de objetos (de hechos, de entes) como de nuestro modo de conocerlos, en cuanto este conocimiento debe ser posible ‘a priori’. ‘A priori’ aquí significará independiente de la experiencia, es decir, universal y necesario, en cuanto que no depende de una confirmación u observación sensible, particular y contingente. (Una ley científica, por ejemplo, rebasa los límites de la concreción experiencial, puesto que es válida de antemano para todo posible fenómeno de experiencia).
Kant invoca entonces la figura del "sujeto trascendental", que es, como él dice, "el sujeto que hace la ciencia". Es el sujeto trascendental, con sus formas o reglas lógicas –y no el yo empírico con sus estructuras psicológicas y su inevitable sesgo de subjetivismo-, quien impone sus leyes al objeto conocido, constituyendo a éste como tal –como objeto conocido-.
La autonomía del sujeto (trascendental) será la clave kantiana para la fundamentación del saber teórico o especulativo –la ciencia- y del saber práctico –la moral-.
2. LA CRÍTICA DE LA RAZÓN PURA Y LA FUNDAMENTACIÓN DE LA CIENCIA
Uno de los dos hechos admirables e inconmovibles de la conciencia es, según Kant, “el cielo estrellado sobre mí”, es decir, la física newtoniana, escaparate de la regularidad maravillosa y necesaria de las leyes de la naturaleza.
En la Crítica de la Razón Pura, su obra nuclear, de 1781, Kant intenta averiguar cuáles son las condiciones por las que el conocimiento humano hace posible la existencia de enunciados científicos.
Con este fin someterá a un riguroso examen o “crítica” (=investigación) a la razón y a su capacidad: ¿Es verdaderamente capaz nuestra razón y nuestro conocimiento de acceder a datos que presenten verdadera objetividad y rigor científico? Para ello dirigirá su atención a las matemáticas, la física y la metafísica, y más precisamente a la sensibilidad (‘Sinnlichkeit’), al entendimiento (‘Verstand’) y a la razón (‘Vernunft’), facultades a las que han de referirse, respectivamente, aquellas presuntas ramas de la ciencia.
Los juicios y la ciencia
Pero antes es preciso analizar a qué ha de llamarse “enunciado científico”. Los juicios o enunciados pueden ser, según el pensador regiomontano, de dos tipos:
- ANALÍTICOS: Son aquellos en los que el predicado no añade ningún contenido que no esté dado ya en el sujeto (tautologías, definiciones, etc.): P. ej., "el círculo es redondo", "el cuadrilátero tiene cuatro lados", etc.
- SINTÉTICOS: Juicios en los que el contenido del predicado añade datos no derivados necesariamente del sujeto: “la puerta es marrón”.
Los juicios analíticos son siempre a priori, es decir, presentan necesidad y universalidad con anterioridad a toda experiencia, presentan validez “de antemano”. Pero no son propiamente enunciados científicos porque no permiten al aumento de nuestro saber. Simplemente lo explicitan.
Los juicios sintéticos pueden ser a su vez de dos tipos:
- A POSTERIORI: derivados de la experiencia. Aunque permiten el incremento de nuestros conocimientos, no llegan a constituir enunciados científicos, pues siempre se tratará de aportaciones singulares y contingentes, no extensibles a la generalidad del saber (P. ej., “esta mesa está coja”).
- A PRIORI: son aquellos que rebasan el ámbito de la experiencia y presentan por ello una universalidad y una necesidad previas a toda comprobación empírica. Pero con ellos se obtienen nuevos conocimientos que incrementan el saber. Se trata en este caso de verdaderos enunciados científicos (P. ej., “el calor dilata los cuerpos”).
Así, la cuestión acerca de la fundamentación de la ciencia se resuelve en estas otras: “¿Cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en las matemáticas y en la física? ¿Son posibles en la metafísica?”
La Crítica de la Razón Pura “es un tratado sobre el método, no un sistema sobre la ciencia misma. Traza, sin embargo, el perfil entero de ésta, tanto respecto de sus límites como respecto de toda su articulación interna”. Para promover una ciencia rigurosa y segura se impone proceder antes a una crítica o examen de la razón, instrumento de la ciencia, presuntamente.
La Crítica de la Razón Pura se estructurará en tres partes esenciales:
- ESTÉTICA TRASCENDENTAL, en la que se plantea la fundamentación de las matemáticas mediante la crítica de la sensibilidad.
- ANALÍTICA TRASCENDENTAL, en la que se pregunta por el fundamento de la física mediante la crítica del entendimiento (Verstand).
- DIALÉCTICA TRASCENDENTAL, que se centra en el análisis de la razón (Vernunft) y de su disposición natural hacia la metafísica, mostrando su imposibilidad como verdadera ciencia.
“Para dejar sitio a la fe”, afirma, y para defender la moralidad, Kant verá la necesidad de “suprimir el saber y el dogmatismo de la metafísica, es decir, el prejuicio de que se puede avanzar en ella sin una crítica de la razón pura”, lo cual “constituye la verdadera fuente de toda incredulidad” y el “gratuito andar a tientas”, el “irreflexivo vagabundeo” de la ciencia cuando prescinde de la crítica.
La ESTÉTICA TRASCENDENTAL y las matemáticas
Kant estudia en este apartado la sensibilidad (“aiscesis”, en griego; de ahí “estética”). La sensibilidad nos ofrece ‘intuiciones’, impresiones que las cosas, suponemos, producen en ella. Son las sensaciones o ‘intuiciones empíricas’. El objeto indeterminado de una intuición recibe en Kant el nombre de FENÓMENO.
En el fenómeno se advierten dos dimensiones: la materia y la forma. La materia constituye el contenido de la sensación, es lo dado en ella, lo visto, lo oído, etc. Pero ese contenido se constituye en objeto de la sensibilidad porque cumple o se adecua a las estructuras propias de la sensibilidad, que son dos, espacio y tiempo, las cuales confieren al fenómeno su forma.
Espacio y tiempo no son “datos” captados por el conocimiento sensible, sino condiciones puestas por éste a lo dado en la experiencia. Son FORMAS A PRIORI DE LA SENSIBILIDAD, también llamadas por Kant “intuiciones puras”.
El conocimiento sensible es la primera fase de nuestro conocimiento, el punto obligado de partida, como en Aristóteles: “Todo conocimiento parte de la experiencia”. “Pero no todo en él es fruto de la experiencia”, ya que el conocimiento se constituye por lo que el sujeto aporta al mismo, incluso a nivel sensible, como es el caso de las formas a priori de espacio y tiempo.
Y todo aquello que no venga dado en un espacio y un tiempo quedará inevitablemente fuera de nuestro conocimiento. Todo verdadero conocimiento está limitado por el ámbito de lo “fenoménico”, de lo “espacio-temporal”, lo sensible; y no lo puede rebasar. Sólo conocemos fenómenos, lo que aparece de las cosas, no lo que éstas son en sí mismas (noúmeno), lo que en ellas pueda haber de suprasensible o de trascendente.
Pero el conocimiento sensible, que permite al geómetra o al matemático la determinación a priori del espacio y del tiempo, y brinda así fundamento a la ciencia matemática, no ofrece a nuestro entendimiento verdaderos objetos de conocimiento, pues los fenómenos sensibles exigen una más precisa y más completa determinación y estructuración para dar lugar a un conocimiento científico del mundo natural: necesitan ser “conceptualizados” y ordenados por el entendimiento.
Los objetos de la ciencia propiamente dichos requieren el doble elemento de lo empírico y lo trascendental: de lo dado en la experiencia sensible y de lo puesto por las reglas a priori o conceptos del entendimiento. La fórmula más precisa de Kant al respecto dice así: “Los pensamientos sin intuiciones (sensibles) están vacíos, pero las intuiciones sin los conceptos son ciegas”. La elaboración realizada por la sensibilidad -el fenómeno- se brinda así como material de una síntesis más profunda, que realiza el entendimiento.
De igual modo, las matemáticas son un elemento integrante y decisivo de la moderna física, cuya mejor expresión es la obra de Newton. Pero esta ciencia natural será examinada por Kant en la Analítica trascendental, mediante la consideración de las funciones del entendimiento.
La ANALÍTICA TRASCENDENTAL y la física
Los fenómenos sensibles (‘intuiciones’), primer peldaño del conocimiento humano, constituyen a su vez el material del conocimiento intelectual. Es un proceso de “síntesis”, que opera sobre los fenómenos de la sensibilidad, en el que el entendimiento (Verstand) aplica sus formas a priori: los conceptos o categorías. Según Kant, hay 12 conceptos o categorías del entendimiento, tantas como tipos de juicio, que se agrupan en cuatro clases: 3 de cantidad, 3 de cualidad, 3 de relación y 3 de modalidad.
A las elaboraciones del entendimiento (“fenómenos” + “categorías”), Kant las denomina OBJETOS DEL ENTENDIMIENTO, y son ellos los que propiamente constituyen los contenidos de la ciencia, del conocimiento objetivo y riguroso. En ellos hay un fundamento empírico -el fenómeno- y una ‘síntesis (=elaboración) a priori’ -la categoría del entendimiento-, aplicada sobre el fenómeno.

Los objetos de nuestro conocimiento intelectual constituyen el ámbito propio de la física (newtoniana). Esta ‘verdadera ciencia’ requiere, no lo olvidemos, tanto el elemento sensible (la intuición o fenómeno), como el intelectual (la categoría o concepto), que confiere necesidad y universalidad a priori al objeto del conocimiento.

Las representaciones de nuestra experiencia son sintetizadas por las formas a priori de nuestro conocimiento. Todo verdadero conocimiento se encuentra dentro de la ‘experiencia fenoménica’, a la que se limita y que en ningún caso puede rebasar. El uso de las categorías no puede rebasar los límites de la experiencia. Solo podemos entender lo que procede de una representación sensible.
Lo que se encuentra ‘más allá’ recibe en Kant el nombre de “NOÚMENO” (es la cosa en sí, que escapa a nuestro conocimiento). No podemos referirnos al noúmeno más que de forma negativa: es aquello de lo que no tenemos intuición sensible y que abastece (suponemos) el material de nuestra experiencia. Ir más allá del uso empírico de las categorías es caer en la “apariencia trascendental”. Son los ‘objetos’ (aunque en rigor no merecen este nombre) de la Metafísica, cuya dilucidación corresponde a la ‘Dialéctica trascendental’.
La DIALÉCTICA TRASCENDENTAL y la metafísica
Nuestra razón (Vernunft) puede, no obstante, actuar a un nivel más alto que el mero entendimiento: Los conceptos científicos pueden ser regulados y conducidos por ideas más generales aún, cuya utilidad es grande pero meramente hipotética, ya que carecen a su vez de un fundamento empírico. Se trata de lo que Kant denomina “IDEAS de la razón”, que no son más que supuestos o suposiciones que “unifican” y sistematizan nuestros conceptos o categorías; de ningún modo son datos de la ciencia porque no se basan en representaciones fenoménicas, no tienen una base empírica.
Kant llama “uso puro” (ilusorio) al que se da cuando la razón intenta conocer al margen de la experiencia. Sí cabe, no obstante, un uso “hipotético” de las ideas de la razón:
- Es útil conducirnos científicamente como si todos los fenómenos u objetos físicos pertenecieran a una unidad –a la que llamamos ‘mundo’- en la que suponemos que existe una congruencia interna. A la luz de esta idea del “mundo en su totalidad” las ciencias físicas tienden a adquirir un contorno científico más preciso.
- Es útil suponer también que todos los fenómenos psíquicos pertenecen a un núcleo integrador –el yo- que les confiere unidad, como si procedieran de esta sustancia, el alma.
- Y también es útil suponer que todos los objetos en general están referidos como a su origen y a su fin a una inteligencia, causa o ser supremo, un ente originario –Dios-.
Estas son las tres ideas fundamentales de la razón pura: MUNDO, YO, DIOS, que se corresponden con los tipos posibles de sustancias o zonas de la realidad en la metafísica racionalista (y empirista). Según Wolff y Kant, la Metafísica estaba compuesta de tres partes: Cosmología (estudio de los cuerpos, las cosas del mundo), Psicología (estudio del yo o alma) y Teología natural (estudio de Dios)
Es perfectamente válido y legítimo que nuestra razón haga uso –un uso meramente regulativo, "lógico"- de estas tres ideas (y en esto consiste el ‘buen uso de la razón pura’); pero por desgracia nuestra razón es “perezosa” y tiende a hacer un mal uso de las ideas, considerándolas como realidades (cosas en sí) que se pueden conocer, lo cual es un proceder engañoso y falaz: es como si la razón pudiese ir más allá de la experiencia, haciendo un uso “trans-fenoménico” de sus conceptos o ideas. Es lo que Kant llama la "apariencia trascendental". Pero esto ni es científico ni es posible. Sí, es posible que existan Dios, el yo (alma) y el mundo, pero estarían en el campo del noúmeno, de lo incognoscible: no puede demostrarse ni que existen ni que no existen. No se pueden conocer porque de ellas no tenemos intuición sensible alguna. Sólo son “supuestos hipotéticos”. Y esto es lo que no tiene en cuenta la metafísica. En ella no son posibles afirmaciones sintéticas a priori –ni negaciones, en suma, ‘juicios’-.
La metafísica no posee fundamento científico (trascendental). Con ello, Kant incurre en un claro y consciente agnosticismo. La metafísica es sólo una inclinación o tendencia que obedece a un impulso interior –una necesidad moral- de nuestra razón.
Así concluye la Crítica de la Razón Pura. La autonomía del sujeto trascendental, en uso de las formas a priori del conocimiento, ha permitido la fundamentación de la ciencia físico-matemática, al tiempo que la descalificación de la metafísica.
3. LA FUNDAMENTACIÓN A PRIORI DE LA MORAL. CRÍTICA DE LA RAZÓN PRÁCTICA (1788)
La razón en Kant presenta dos facetas: la teórica y la práctica. Con la primera elabora el conocimiento científico; con la segunda, el conocimiento y la acción moral.
Tras la crítica de Hume a la moral, haciéndola consistir en un ‘resorte psicológico’ sin universalidad ni necesariedad, en un mero ‘asunto de sentimientos’, Kant, que se reconoce fuertemente impresionado por la conciencia de las leyes morales en su interior (en parte debido a las afirmaciones de Rousseau acerca de la conciencia moral), va a intentar salvar y fundamentar sólidamente la moral frente a la crítica del empirismo y a la disolución de las costumbres (el irracionalismo pasional de unos y la separación de Dios por parte de otros).
Para ello busca fundarla con validez universal en la misma razón, pero ahora se trata de la razón práctica, no de la razón teórica. Quiere una ética formal a priori: desinteresada, universal, necesaria, autónoma. Rechaza todo tipo de “ética material”: la bondad moral no puede basarse en sentimientos de agrado, ni en la búsqueda de fines interesados. Uno actúa con rectitud moral sólo cuando lo hace por puro amor al deber. En esto consiste la moral formal.
¿Qué es lo que pone la razón práctica en el obrar moral?, no los fines, no los estímulos (que tienen su origen fuera de ella y por lo tanto harían de ella una razón “heterónoma”, dependiente). ¿Qué, entonces? El aspecto imperativo, lo que hay de deber.
¿Cómo hay que obrar, entonces, para que la acción sea moralmente recta? Sólo por amor al deber, que es lo mismo que por amor a la razón misma. La moralidad no está en la realidad, sino en la voluntad –razón práctica-. Y la voluntad, si se escucha sólo a sí misma, siempre es buena.
Pero veamos el desarrollo del sistema moral kantiano:
1.- Se parte de un hecho: la existencia de la ley moral, patente en la conciencia (psicológica). Hay que estudiar su naturaleza:
2.- Se trata de un IMPERATIVO CATEGÓRICO:
- Distinto de las MÁXIMAS DE LA RAZÓN (principios prácticos de valor meramente subjetivo, no imperativos; p. ej.: "Cuenta hasta 100 antes de contestar".)
- Distinto también de los IMPERATIVOS HIPOTÉTICOS (imperativos válidos sólo para el ámbito técnico-pragmático; son preceptos, no leyes, porque no son universales. En ellos se basan las ‘éticas materiales’: “si quieres esto, haz aquello…”; p. ej. Si quieres tener amigos, sonríe.)
El imperativo categórico es un imperativo o ley incondicionado, que obliga a toda voluntad, que sólo puede provenir de la razón, la cual le dota de carácter universal y necesario (a priori). La voluntad está así en dependencia exclusiva del imperativo categórico. Y éste puede formularse así: “obra de tal modo que la norma de tu conducta pueda ser tenida como norma universal”. Otra formulación que ofrece Kant -de manera un tanto sorprendente, puesto que no ha desarrollado una ontología de la persona- es: "Trata a las personas siempre como fines y nunca como medios".
3.- La única norma moral es cumplir el imperativo categórico. De este modo, la moralidad reside en la voluntad (razón práctica), no en la realidad. Las acciones son buenas porque están mandadas por la razón práctica, se obra por amor al deber. (Nunca al revés: las acciones no son mandadas por ser buenas en sí mismas).
4.- En consecuencia, la moral implica la autonomía soberana de la voluntad. Esta autonomía es, para Kant, una exigencia de la dignidad de la persona: la persona individual es fin para sí misma, no debe estar sometida a normas ajenas a su (buena) voluntad. La ‘heteronomía’ implica esclavitud.
5.- De este modo, la ética formal a priori de Kant es universal y es autónoma.
6.- Pero de la existencia de la ley moral se derivan tres importantísimos postulados (un postulado es una ‘exigencia moral’, un ‘tiene que haber, o tiene que ser así’; no es en sentido estricto una demostración):
1º) La libertad (si existe el deber, es porque se es libre –de seguirlo o no-).
2º) La inmortalidad del alma (un deber irrealizable es contradictorio; como el hombre no puede realizarlo plenamente en esta vida, tiene que haber otra).
3º) Dios (el deber, de suyo, no siempre da felicidad; sería injusto que tuvieran igual recompensa al final de su vida el hombre moral y el inmoral. Luego ha de haber un remunerador justo en la otra vida, Dios).
Postular, como hemos dicho, no es lo mismo que demostrar. Son tres realidades que ‘tienen que darse o existir’, porque lo contrario sería inconcebible para la razón práctica. Pero no es algo que podamos constatar empíricamente, condición para que algo sea realmente conocido, según Kant. Esta necesidad moral contenida en los postulados nos llevaría a menudo a pensar erróneamente que podemos conocer que hay un Dios, el alma y el mundo.
4.- EL IDEALISMO TRASCENDENTAL KANTIANO. BALANCE E INFLUENCIA
Encontramos en Kant varias aportaciones sustantivas, que han pesado decisivamente en el pensamiento posterior. Entre ellas cabe destacar el poder ordenador que reserva al entendimiento en el ámbito de la elaboración científica.
Este papel, sin embargo, tiene que ceder ante sus propios límites, y dejará un espacio a la ‘praxis’, en la que se deciden las cuestiones últimas que acosan a la existencia humana. La razón práctica se pronuncia finalmente más allá de los límites autoasignados por la razón pura teórica a su quehacer determinante de los objetos de conocimiento. La ciencia sólo es consistente dentro de los límites de la experiencia (de lo fenoménico). Más allá está el reino de la libertad y de la moralidad, ajena a la necesidad que rige los fenómenos naturales. (Aquí por "naturaleza" Kant entiende el "conjunto de los fenómenos").
En el ámbito de la razón especulativa, se mantiene la polaridad inevitable entre la atenencia a lo dado en la experiencia, el material fenoménico que aporta la intuición empírica y que constituye el punto de partida de todo conocimiento, y la legalidad a priori impuesta por el sujeto, las categorías del entendimiento, que confieren al objeto conocido su formalidad de tal.
Debido a esa irreductible polaridad, la autonomía del entendimiento no es plena. Dentro de estos límites, no obstante, es posible la ciencia físico-matemática. Y la razón teórica regula los elementos del conocimiento científico mediante los ideales de la razón (las ideas), que constituyen el único campo de la metafísica. La crítica de la razón pura teórica establece la demarcación entre lo que la razón puede y no puede hacer (‘uso fenoménico’ y ‘extrafenoménico’ de las ideas de Dios, mundo y yo). Limitado así su campo, la razón ayuda al conocimiento y lo corona (pero funcionando en el campo del “como si”, de las meras suposiciones).
Es en su vertiente práctica donde la razón mostrará su verdadera autonomía, al postular la existencia de Dios, la inmortalidad del alma y la libertad como requisitos que respaldan el hecho incuestionable de la moralidad. El “noúmeno” no permite el acceso inquisidor de la razón especulativa o teórica, pero sí la disposición efectiva de la praxis moral, que resulta, así, en cierto modo, superior a aquélla.
Sin embargo, como ha dicho R. Verneaux, las disposiciones morales, a pesar de todo lo que diga Kant, no pueden sustituir a las pruebas cuando lo que se busca es la verdad.
La orientación marcada por el ‘giro copernicano’ de Kant "condiciona la realidad" a la estructura del sujeto, un sujeto que no lleva al relativismo subjetivo porque no es el ‘individuo de carne y hueso’, el “yo empírico”; y que no cae en el panteísmo y el pampsiquismo porque no es el “sujeto absoluto” (Hegel), es decir, Dios o la Naturaleza. Pero ¿de qué sujeto real se trata? ¿Quién es realmente el “sujeto trascendental”? Kant responde: “el sujeto que hace la ciencia”. Es decir, en el fondo, una abstracción, una generalidad ambigua.
Una metafísica basada en postulados y una ciencia respaldada en un sujeto abstracto pueden ser rechazadas en cualquier momento –y lo mismo lo ‘formal a priori’–, porque su fundamento resulta bastante insuficiente, artificial y por lo tanto insatisfactorio. La filosofía postkantiana -positivismo, materialismo dialéctico, vitalismo, existencialismo…- dará buena cuenta de esta profunda ambigüedad.
El intento de mantener la total autonomía de una razón teórica que otorgue fundamento al objeto en su totalidad, y no sólo en cuanto conocido, dará lugar al idealismo absoluto (especialmente el de Hegel), del cual el “idealismo crítico o trascendental” de Kant sólo será ya un precedente menos radical.
ANEXO:
ALGUNOS TEXTOS SOBRE LA ILUSTRACIÓN
E. KANT: ¿Qué es la Ilustración? (1784)
“La Ilustración consiste en el hecho por el cual el hombre sale de la minoría de edad. Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad, cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento, sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro. Sapere aude! (‘atrévete a saber’) ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! He aquí la divisa de la Ilustración.”
D. DIDEROT: Voz ‘Enciclopedia’, de la Enciclopedia o diccionario razonado de las ciencias, las artes… (1751)
“La Enciclopedia no podía ser otra cosa que el intento de un siglo filosófico. He dicho esto porque una obra tal exige en todos los campos una audacia mayor de cuanta se ha tenido en los siglos pusilánimes. Es necesario examinarlo todo, removerlo todo sin excepción y miramientos, atreverse a ver… Es necesario arrojar las viejas puerilidades, destruir las barreras que la razón ha levantado y devolver a las ciencias y a las artes una libertad que les es preciosa… Por qué no introducir al hombre en nuestra obra como está situado en el universo? ¿Por qué no hacer de él un centro común?”

Marqués de CONDORCET: Boceto de un cuadro histórico sobre los progresos del espíritu humano. (1793)
“Llegará un momento en que el sol no alumbrará sobre la tierra más que a hombres libres, los cuales no reconocerán más señor ay maestra que la Razón, y en que los tiranos y los esclavos, los sacerdotes y sus instrumentos no existirán más que en la Historia y en los teatros”
J. - J. ROUSSEAU: Emilio (1762)
“Conciencia, conciencia, instinto divino, inmortal y celestial voz, guía seguro de un ser ignorante y limitado, juez infalible del bien y del mal, que hace al hombre semejante a Dios…”