El helenismo
(Siglos III a. Jc. – s. III d. Jc.)
- LA DISOLUCIÓN DE LAS POLIS
- ESCUELAS FILOSÓFICAS PRINCIPALES
Lucio Anneo SÉNECA (4-65 d. Jc.)
EL NEOPLATONISMO
FILÓN DE ALEJANDRÍA (15 a. Jc.- h. 50 d. Jc.)
PLOTINO (204-270 d. Jc.)
Alejando Magno: 336-323 a. Jc.
Epicuro: 341 apr. - 270 apr. a. Jc.
Pirrón (escepticismo): 360-270 a. Jc.
Zenón de Citium (estoicismo): 341-260 apr. a. Jc.
Biblioteca de Alejandría: 284 a. Jc.
OTROS CIENTÍFICOS Y MATEMÁTICOS:
Euclides: 330-275 a. Jc.
Arquímedes: 287-212 a. Jc.
Aristarco de Samos (heliocentrismo): s. III a. Jc.
ROMA:
Cicerón: 106-43 a. Jc.
Séneca: 2-65 d. Jc.
San Justino mártir: 105-165 d. Jc.
Marco Aurelio: 121-180 d. Jc.
Plotino (neoplatonismo): 205-270 d. Jc.
1. LA DISOLUCIÓN DE LAS POLIS
La "polis", la ciudad, era para el griego una forma de vida en común, la más natural y perfecta para el hombre. En la ciudad existen profundas raíces éticas que configuran y dan acogida, misión y sentido al ciudadano. Pero la hegemonía de Macedonia sobre el mundo heleno, consolidada por Alejandro Magno que extenderá su imperio por casi todo el Oriente, supondrá la desaparición de las polis como entidades de carácter moral, intrínsecamente vinculadas a la vida de los hombres. En esta dilatada época, Alejandría, situada en el delta del Nilo, se sumará a Atenas como foco luminoso de cultura, y poco a poco irá desplazando a esta.
Pero lo más importante y decisivo es que al fundirse griegos y asiáticos en un todo único, en un "macroestado” de dimensiones ingentes -el Imperio-, lo social dejará de ser una dimensión esencial de la autorrealización personal, para convertirse en una realidad "ajena" a la vida de los individuos. La polis deja de ser el referente moral por excelencia. La ética (la orientación de la vida hacia el bien y lo que es justo) se desconecta de lo político y se encapsula dentro del ámbito de la vida privada. El individuo ya no tiene un vínculo esencial con su polis, está desarraigado, en cierto modo alejado y perdido respecto del núcleo en el que toman las decisiones “políticas”, que dejan de afectarle de manera inmediata. Además, desde Oriente llegan culturas, gustos, cultos y costumbres que se ofrecen como pautas de comportamiento.
La ciudadanía ya no es una categoría moral de primera magnitud; el desarraigo hace que los individuos se sientan "cosmopolitas", ciudadanos de todas partes pero a la vez de ninguna en concreto; sin costumbres propias, sin referencias morales y religiosas, sin vecinos, sin connaturales, sin próximos en quienes reconocer algo de la propia originalidad e identidad.
Como consecuencia de lo anterior, la vida y la felicidad serán tarea exclusivamente individual. Algo que tiene que hacer cada uno a solas, a expensas de sí mismo. La felicidad no es fruto de la vida compartida con los próximos, mis vecinos y compatriotas, a los que ya no me debo. Ya no me debo más que a mí mismo. ¿Y la “política”? No es asunto que me ataña. De las cosas comunes se encarga "el Estado". Ha nacido el individualismo, la soledad moral.
En este contexto sólo cabe ya una "felicidad privada". El individuo es un ser autárquico, llamado a valerse exclusivamente por sí mismo. La filosofía vuelve así a los asuntos humanos y se hace sabiduría práctica para llegar a ser feliz por uno mismo.
La tarea del "filósofo" pasa a ser la de proporcionar al individuo un código de conducta que pueda hacerle feliz. Es un director del espíritu que enseña lo que se necesita saber sobre el propio destino, lo que hay que hacer o dejar de hacer para ser feliz. Saber es "saber vivir" y esto significa “autarquía”; se trata, por decirlo así, de un saber práctico "de emergencia", que pretende orientar al individuo para que se baste a sí mismo.
2. ESCUELAS FILOSÓFICAS PRINCIPALES
Este es el ideal común de las tres grandes corrientes que recorren el periodo helenístico precristiano: epicureísmo, estoicismo y escepticismo. Tres viejas “tentaciones” o inclinaciones intelectuales y morales que se reproducen una y otra vez a lo largo de la historia. No es de menor importancia el neoplatonismo, que versionará a Platón en clave filosófico-religiosa y que dejará una dilatada estela en el pensamiento medieval y renacentista.
Para los epicúreosla realidad máximamente individual y saludable es el placer. (“hedonismo”). Pero se trata, no de entregarse sin medida a todo tipo de satisfacciones sin control, sino de un cálculo de ventajas e inconvenientes: vivir con el máximo posible de placer y a la vez con el mínimo posible de dolor. Tal cosa, a la larga, ha de realizarse con moderación, para que determinados placeres no arruinen o estraguen por completo el deseo de autosatisfacción.
La “virtud” consiste para el epicúreo en saber acertar con el cálculo más adecuado de los ingredientes para vivir lo más placenteramente posible. Su horizonte vital se reduce a: “Yo, mis placeres y mi mundo.” Sin embargo, la contención y el equilibrio que Epicuro adoptó en su vida no serán precisamente la norma predominante entre sus continuadores. Entre los seguidores de las enseñanzas de Epicuro en la Antigua Roma figura el poeta Horacio, cuya famosa declaración Carpe diem ("aprovecha el día") ilustra su filosofía y en su Carta a Tibulo se confiesa orgulloso de ser Epicuri de grege porcum (“un cerdo de la piara de Epicuro”). También se consideran seguidores de Epicuro Lucrecio, Virgilio y Diógenes Laercio.
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Para los estoicos -corriente filosófica iniciada por Zenón de Citium-, en cambio, se trata de "no querer demasiado" para que lo exterior no se convierta en una fuente de profundas frustraciones. Hay que lograr la inalterabilidad (apatía), guiándose con la razón, absteniéndose de placeres que excitan para no llenar, y soportando dolores que de un modo u otro no dejarán de venir.
El destino empuja irremisiblemente los acontecimientos, por lo que “lo inteligente” es plegarme voluntariamente a él para no verme contrariado; por lo demás, lo que haya de ocurrir vendrá infaliblemente. La virtud consistirá aquí en comportarse de manera “racional”, siguiendo los dictados férreos de la naturaleza. Lo mejor es no hacerse ilusiones que luego dañan más al no cumplirse. La apatía es la única forma de alcanzar la imperturbabilidad del ánimo. Su lema es “abstine et sustine” (abstente y soporta).
Además de Zenón destacan los estoicos romanos Séneca, el emperador Marco Aurelio y un esclavo, Epícteto. Más adelante nos detenemos brevemente en el pensamiento de Séneca. El estoicismo era en sus inicios una corriente que se oponía al epicureísmo, pero ambas plantean en el fondo un mismo horizonte de inmanencia.
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Algo parecido hacen los escépticos, tras los pasos de Pirrón. Se trata de no asumir compromisos con nada ni con nadie. La única actitud propia del sabio es la suspensión del asentimiento, la renuncia a la verdad: Todo es opinable, nada es seguro, nada merece mi compromiso ni mi adhesión.
Queda aún otra gran corriente dentro de este panorama: el Neoplatonismo (Filón, Plotino, Porfirio, entre otros), que merece una mención aparte. La vuelta al pensamiento de Platón se va a caracterizar aquí por algo notable: su dimensión religiosa. Lo que se busca es orientar la vida, no simplemente hallar explicaciones teóricas. No basta con saber, lo que se busca son respuestas a los grandes problemas de la vida, del mal y de la muerte. Lo que se busca en el platonismo es salvación. De esta corriente nos referiremos con algún detenimiento a dos autores: Filón de Alejandría y Plotino.
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El Helenismo es un periodo de brillantez vacua. De estética, dispersión y pesimismo. De expectativas clausuradas por falta de proyectos de envergadura, por la inseguridad que produce vivir sin raíces y sin vínculos. De individualismo y soledad. Aunque a todo eso se le quiera llamar autosuficiencia (autarquía).
Lucio Anneo SÉNECA (4-65 d. Jc.)
Séneca nació en Córdoba, pero desde muy joven se formó en Roma con maestros estoicos, llegando, tras varios años de destierro, a ser preceptor del emperador Nerón. Pero las relaciones entre ambos se enfriaron cuando este empezó a mostrarse despótico y arbitrario. Nerón le obligó a quitarse la vida. El maestro se resignó a ello de manera estoica (no podía ser de otra manera). De entre su extensa obra destacan sobre todo las Cartas morales a Lucilio y De la brevedad de la vida.
Séneca es el filósofo pagano cuyas ideas sobre Dios y sobre el sentido de la vida posiblemente se hayan acercado más al cristianismo. Tertuliano llega a considerarle “hombre con frecuencia nuestro” (lástima que Tertuliano acabara fuera de la Iglesia…). Es en todo caso el filósofo estoico que más influjo ha tenido en la posteridad.
En cuanto a su doctrina, considera que la filosofía es un saber ordenado a vivir rectamente haciendo honor a lo divino que hay en el hombre. Homo res sacra homini es una de sus sentencias más conocidas. Su preocupación se dirige sobre todo a la moral y al tema de Dios, cuya existencia le parece palmaria, si bien acerca de su esencia no llega a posicionarse con claridad. De todos modos parece estar más próximo a la concepción de Dios como un ser personal que a una visión panteísta, aunque en algún lugar lo llama “alma del mundo”. Escribe en una de sus cartas a Lucilio:
“Dios está cerca de ti, está contigo, está en tu interior. Reside en nuestro interior un espíritu santo que observa y que guarda como en depósito el bien y el mal que hacemos y nos trata según le hayamos tratado. Sin este Dios nadie es hombre de bien. Hay ciertamente un Dios en todos los hombres de bien. Pero ¿quién es este Dios? Nadie sabe decirlo.” (Carta 41)
En cuanto al alma, la considera “una partícula del espíritu divino inmersa en el cuerpo humano”. De ahí que debamos aspirar a volver a nuestro origen y considerarnos peregrinos en este mundo, desprendidos de las cosas que nos puedan atar a él. El ideal del sabio senequista no es tanto el logro de la imperturbabilidad frente al destino -la tesis típica de la escuela- cuanto encontrar la fuente de la paz interior. El sabio es libre y señor de sí mismo, aprecia más la amistad que las riquezas. Desprecia al vulgo masificado por ser un “pésimo intérprete de la verdad”.
El único bien es la virtud, aunque no llega a despreciar los placeres y la riqueza si se sabe hacer buen uso de ellos, puesto que pueden contribuir a una vida feliz. La virtud suprema es la sabiduría, que consiste en vivir conforme a la razón y a orden natural de las cosas. Fruto de ella es la imperturbable serenidad y el señorío del sabio sobre las vicisitudes de la vida. En cuanto a la libertad, llega a decir que consiste en identificarse con la voluntad divina: Deo parere libertas est.
EL NEOPLATONISMO
Desde el siglo II a. Jc. las escuelas filosóficas tienden fácilmente al eclecticismo. Alejandría se consolida como el centro principal de la actividad filosófica. La búsqueda de seguridades frente a la permanente amenaza del escepticismo motivará la reorientación del pensamiento a temas y planteamientos propiamente religiosos. En esta línea destaca sobre todo el Neoplatonismo, que asumirá propósitos que van más allá de la consideración teórica para penetrar sin disimulo en pretensiones netamente teológicas y religiosas, que suscitarán el interés y el debate con los primeros pensadores cristianos.
FILÓN DE ALEJANDRÍA (15 a. Jc.- h. 50 d. Jc.)
Personaje de alta alcurnia social, miembro de una próspera familia judía afincada en Alejandría y cercano al mundo greco-romano. Judío creyente de la diáspora, conocedor de la Sagrada Escritura a través de la versión de los Setenta. Desde joven se dedicó a la filosofía y a una vida de reflexión. Pero se considera propiamente un teólogo y estudioso de las Escrituras, las cuales pretende armonizar con el saber filosófico de su tiempo. Llamará la atención de autores cristianos como Clemente de Alejandría, Orígenes y san Ambrosio, influyendo en ellos.
Su pensamiento se nutre del pensamiento platónico por un lado y de las Sagradas Escrituras por otro. Considera que es en la Biblia donde se halla la verdad plena sobre Dios y sobre el mundo, por lo que considera que la filosofía ha de estar a su servicio:
“La filosofía es el esfuerzo por alcanzar la sabiduría, y esta es la ciencia de las cosas divinas y humanas y de las causas de estas. Por lo tanto, la filosofía ha de considerarse sierva de la sabiduría.”
Su interpretación de la Escritura es más bien alegórica y simbólica -como se dirá más adelante, el espíritu vivifica y la letra mata-.
En relación con el tema de Dios, Filón recupera la visión platónica de la trascendencia de lo divino respecto de lo sensible. Dios es la realidad suprasensible más excelente, simple e incorruptible. Este Dios, como se ve en las Escrituras, existe y es por completo trascendente, creador, incomprensible e inefable para el hombre, porque se encuentra fuera de las categorías del espacio y del tiempo. Él es el Uno y el Todo.
Está por encima de toda determinación, forma y concepto humano; solo podemos saber de Él de manera parcial y negativa: incorpóreo, único, simple… Como se le dice a Moisés, “es El que es”: el Ser por excelencia, el ser que es, ha sido y siempre será, y que hace que todas las demás cosas sean.
En lo que respecta al mundo, Filón es el primero e introducir en el marco filosófico la noción bíblica de creación: “Dios no es solamente Demiurgo sino también Creador”, afirma aludiendo al Timeo platónico. Introduce también la noción de “Logos”, pero de manera ambigua: puede referirse al “mundo inteligible”, lo primero producido por Dios como modelo del mundo creado, inmaterial y trascendente, pero a veces es visto como una sustancia intermedia e inmanente, una causa instrumental o eficiente, el “orden natural” (idea presente entre los estoicos), mediadora entre Dios y las criaturas.
Presentes en el Logos, se hallan las Ideas, los pensamientos divinos, arquetipos del mundo sensible. El Logos sería imagen perfecta de Dios y las Ideas modelos particulares de las cosas.
El ser humano está dotado de un alma racional y del Espíritu divino (cfr. Gn. 2, 7) que le hace inmortal. Es un microcosmos, un ser más cercano a la materia, que se halla atrapado en ella por el cuerpo (principio material), pero que dotado de un alma (principio intelectual oracional) y de un principio espiritual e inmortal (nous). Este nous es al cuerpo humano lo que el Logos “divino” es al cosmos, y una cierta presencia de la divinidad en el hombre. La ética y el sentido de la vida estriban en elevarse y orientar la vida a la unión íntima con Dios.
De Filón, junto con Aristóbulo, judío alejandrino como él, proviene la suposición que dio en llamarse el “robo de los filósofos”, elaborada para explicar las semejanzas e incluso coincidencias parciales entre la Biblia y la filosofía griega y a la vez resaltar la superioridad y anterioridad de la primera sobre la segunda. Pitágoras y Platón, principalmente, habrían conocido en sus viajes los libros de Moisés y de los profetas, apropiándose de sus doctrinas.
Filón, como ya se ha apuntado, acude a la alegoría para acomodar el sentido literal de la Biblia con interpretaciones un tanto forzadas, haciéndolas coincidir con las enseñanzas de los filósofos. Con ello pretende subordinar la filosofía a la Escritura Sagrada y al mismo tiempo justificar el uso de aquella en beneficio de la doctrina “teológica”. Así, del episodio de las dos mujeres de Abrahán, Sara y Agar, señora y sierva respectivamente, obtiene un paralelismo entre la Biblia y la filosofía que cuajaría en la tópica expresión: La Filosofía es “ancilla Theologiae”.
PLOTINO (204-270 d. Jc.)
El neoplatonismo es el canto de cisne de la filosofía antigua, se ha escrito. Con Plotino suena su acorde final. Se formó en Alejandría, donde tuvo conocimiento de la filosofía platónica y del pensamiento de Filón. El año 244 se instaló y fundo escuela en Roma. Su discípulo Porfirio recopiló su obra en el tratado de las Enéadas (seis grupos de escritos, de nueve tratados cada uno). Su principal intención era religiosa: enseñar el camino que conduce a la unión íntima con Dios. Tal aspiración se asienta sin embargo en una explicación racional de la realidad, en una filosofía.
Su convicción central es que todo procede un Primer Principio, el Uno, y todo debe volver de nuevo a él. Para el ser humano este retorno es posible por medio de la contemplación y la unión mística.
I. El mundo en su conjunto: del Uno a los seres materiales.
Plotino concibe el conjunto de los seres escalonados en varios planos.
1. En la cumbre, por encima y más allá de todos los seres, esencias y determinaciones está el UNO, principio del que proceden todas las cosas. Es la primera hipóstasis (sujeto real). Plotino subraya su trascendencia, está por encima de todos los conceptos que podemos formular acerca de las cosas. Es “el Ser” común a todos los seres, sin limitación ni delimitación alguna. “Si existe la multiplicidad es necesario que antes exista la unidad”. Es el Bien supremo y por excelencia: Es el Bien que se encuentra por encima de todos los bienes.
Es imposible definirlo ni formar de él una idea positiva, es inefable. Es la simplicidad absoluta, carece de toda división, composición y pluralidad. “No puede ser ninguna cosa existente, sino que es primero que todas ellas” (III 8,8). Perfectísimo (infinito), autosuficiente, eterno, acto puro y autocreador (¡!). Lo más adecuado es referirse a él con expresiones negativas (“decimos lo que no es, no podemos decir lo que es” V 5,4). En el sentido en que Plotino entiende lo divino (incluye ahí las ideas, los astros, las divinidades de la cosmología griega…), el Uno está por encima de “lo divino”. Solamente se puede llegar a él por medio de un conocimiento intuitivo y místico: el “éxtasis”.
2. Todo procede del Uno gradualmente. En sentido descendente y procedente del Uno se encuentra la INTELIGENCIA (Nous) o Espíritu, la segunda “hipóstasis”, que contiene el “mundo de las ideas”. El bien es difusivo, y la perfección es fecunda. “Tenemos el ejemplo del fuego, en el que hay un cierto calor que constituye su esencia y otro calor que proviene de este cuando ejerce su actividad característica” (V 4,2). La Inteligencia procede del Uno por emanación eterna y necesaria, como efecto y como imagen suya. Por un lado, la Inteligencia contempla al Uno y por otro se contempla a sí misma. Da lugar a un número indefinido de Ideas distintas, que son arquetipos y modelos de todas las cosas (cfr. V 6,6).
3. La Inteligencia se asemeja al Demiurgo platónico; de su poder y fecundidad procede la tercera hipóstasis, que es el ALMA UNIVERSAL, puente intermedio entre el mundo inteligible y el sensible. Conoce por un lado el mundo de las ideas, de la Inteligencia, de forma discursiva, mediante imágenes y conceptos. A su vez es fecunda también, comunicándose a la materia y dando lugar a todos los seres particulares del mundo sensible, en cada uno de los cuales está presente. De la unión de la “parte inferior” del Alma universal con la materia -que hasta ese momento era inerte, tiniebla y “no ser”- surge el mundo sensible en toda su diversidad.
En el Alma se contienen las “rationes seminales” de todos los seres; ella produce, da vida y gobierna el universo corpóreo en su conjunto. El mundo es como un inmenso animal y en él está presente la belleza, la armonía y el orden.
Por otra parte, la materia es como la antítesis del Uno, el residuo, lo último en su degradación y su extremo opuesto, la fuente de la multiplicidad y la que hace que el mundo esté compuesto de contrarios. Ella es el principio y origen del mal.
II. Antropología.
El hombre se compone de un elemento material y corruptible, que es el cuerpo, y de otro espiritual e inmortal, el alma. Forman un todo, pero cada parte permanece separada de la otra en su esencia y en su operación. El alma proviene del mundo suprasensible y se halla unida de forma “violenta” y accidental al cuerpo, tendiendo a separarse de él. Pero a la vez es la forma y estructura que organiza el cuerpo.
Todas las almas proceden del Alma universal, pero las que se apartaron de la contemplación del mundo inteligible fueron encerradas en cuerpos materiales, aunque sin mezclarse con ellos. El alma es la esencia del hombre, su principio de unidad. El hombre es propiamente su alma, que presenta tres formas distintas: alma intelectiva, nous, con la que el hombre puede contemplar el mundo inteligible, la racional, dianoia, con la que participa y se vincula al Alma universal, y la sensitiva (aiszetiké) que es propiamente la que se une al cuerpo como forma y le confiere operaciones y funciones sensitivas y vegetativas. Hay almas más sumergidas en la materia que otras y por ello son menos perfectas que estas. Todas ellas tienden a separarse del cuerpo para retornar a su estado primitivo. “El deseo humano no debería limitarse a estar sin culpa, sino a ser Dios” (I 2,6). Para ello deberán purificarse.
III. El retorno a la unidad.
El fin del proceso de emanación divina es el retorno a la unidad, que se realiza sobre todo a través del hombre. Tiene lugar a través de la virtud, liberándose el hombre de lo sensible. Así como el “pecado” del hombre estriba en la adición de elementos extraños que apartan al alma de la unidad, la purificación es la separación respecto de todo lo sensible y de lo diverso, una supresión de diferencias: de la materia, las sensaciones, los razonamientos y la misma intelección para volver al Uno, que está en nosotros. En ello consiste la virtud, que es fruto de un esfuerzo individual: querer llegar para así conseguirlo. Contemplar el Espíritu y vivir su vida. La identidad con el Uno se logra en el éxtasis: “adherirse a esa luz y contemplarla por sí misma”. “Cuando el alma cobra un intenso amor por el Uno, se desprende de toda forma” (VI 7,34). El alma se llena del Uno asimilándose a Él. “Nos hacemos lo que contemplamos”.
Comenta Guillermo Fraile: “Su contemplación del Uno tiene mucho de parecido con los procedimientos utilizados por el budismo para llegar a la aniquilación de la conciencia, e incluso de la propia personalidad. Ese contacto intelectual con el Uno es un simple estado de inconsciencia, contemplando una idea abstracta, lo cual es todo lo contrario de la contemplación cristiana.” (Historia de la Filosofía, T. I, pág. 743, nota) Este mismo autor advierte que el Uno de Plotino no es Dios, sino que responde al mero concepto abstracto de Ser, como lo común a todos los seres. Hay en efecto una confusión entre el ser ontológico y el ser lógico, atribuyendo existencia al ser abstracto concebido por la mente. “En sentido lógico, el Uno de Plotino es la máxima indeterminación. Pero no puede identificarse con la nada en sentido ontológico, pues esto equivaldría a pretender sacar de la nada todos los seres, incluso el de Dios.” (Ibíd, págs. 729-30, nota 36)
Aunque su discípulo más cercano, Porfirio fue un duro oponente del cristianismo, la filosofía de Plotino y el neoplatonismo en general sirvieron de inspiración a numerosos filósofos medievales, tanto cristianos -empezando por el mismo san Agustín- como musulmanes.