David Hume (1711-1776)

David Hume (1711-1776)

1. CONTEXTO HISTÓRICO


La Inglaterra en la que se desarrolló el Empirismo estaba marcada por las disputas entre partidarios del Parlamento y defensores de la monarquía absoluta. La burguesía estaba a favor de un Parlamento que disminuyese las diferencias con la nobleza, que seguía manteniendo sus privilegios medievales. Este enfrentamiento se convirtió en Guerra Civil, y acabó con la ejecución del rey Carlos I y la proclamación de la República (Dictadura de O. Cromwell). Tras varios años, ésta se disolvió para dar paso de nuevo a una monarquía absoluta, que más tarde (1688) también fue reemplazada por una monarquía parlamentaria y constitucional en la figura de Guillermo III de Orange, en lo que se conoce como la Revolución Gloriosa. Esta nueva monarquía llevó a Inglaterra a convertirse en una primera potencia económica, a partir de un extraordinario impulso de expansión comercial.

Mientras tanto, en Francia, la monarquía de Luis XIV (reinante de 1671 a 1715) alcanzaba su cúspide, para derrumbarse de forma abrupta con sus sucesores, Luis XV y Luis XVI, ya en pleno siglo XVIII. A la vez que crecía el descontento en Francia con el absolutismo de los borbones y los privilegios políticos de la nobleza, reunida en torno a la corte del monarca francés, se extendía una ola de entusiasmo creciente provocada por la ciencia renacentista, que culminará en la figura de Isaac Newton (1642-1727). A lo largo del siglo XVIII el movimiento ilustrado, una corriente intelectual que debe mucho al Empirismo y al Racionalismo, cobrará un auge decisivo, que marcará el tiempo venidero.

Datos biográficos

David Hume nació en Edimburgo (Escocia) en 1711. Vivió un tiempo en Francia, donde publicó su principal obra. Como no obtuvo ningún éxito, divulgó en obras menores sus principales ideas. Sus obras más conocidas son el Tratado de la naturaleza humana (obra amplísima que pasó inadvertida), la Investigación sobre el entendimiento humano y la Investigación sobre los principios de la moral. En 1744 solicitó una cátedra de ética y psicología en la Universidad de Edimburgo, pero fue rechazado.

En 1745 comenzó su Historia de Inglaterra, que alcanzaría un éxito considerable. Viajó a París, donde trabo amistad con Voltaire y Rousseau. Participó de los ideales de la ilustración. Muere en su ciudad natal en 1776.

Hume es el más radical de los empiristas, lleva los principios del empirismo hasta sus consecuencias últimas: si nuestro conocimiento procede todo de la experiencia, entonces sólo nos muestra hechos particulares y contingentes. Sólo conocemos nuestras impresiones.

2. UN PRECEDENTE INMEDIATO: GEORGE BERKELEY (1685-1753)


George Berkeley (Dysert, Irlanda, 1685 - Oxford, 1753) estudió en Dublín, donde se ordenó como sacerdote anglicano, y llegó a ser obispo de Cloyne. Se formó en la tradición de Locke y conoció el platonismo y el nominalismo, pretendiendo utilizar la filosofía empirista para hacer apología de la religión frente al materialismo, el escepticismo y el ateísmo. Su obra principal es el Tratado sobre los principios del conocimiento humano (1710).

David Hume (1711-1776)

El pensamiento de Berkeley puede considerarse como un proceso de radicalización de las tesis críticas de Locke, que podemos resumir en tres puntos:

1.- SÓLO CONOCEMOS IDEAS. Las ideas no son representaciones de una realidad exterior y distinta de ellas: ¿cómo es posible distinguirlas de la realidad, si a la realidad sólo se puede llegar mediante las representaciones, las ideas? Para saber que son sólo "representaciones" de la realidad, es preciso estar en condiciones de acceder a "lo representado" por ellas por otro medio, y advertir así su distinción mutua. Pero si sólo es posible acceder a la realidad mediante las ideas, entonces sólo conocemos de las cosas lo que nuestras ideas o representaciones nos ofrecen. Dicho de otro modo y en definitiva, en rigor, sólo accedemos a las ideas, no a las cosas. Es imposible mantener su mutua diferencia y distinción.

2.- Así pues, en rigor, SER ES SER PERCIBIDO ("ESSE EST PERCIPI"). Y por lo tanto sólo podemos afirmar que las cosas "son" ideas. De las cosas no es posible afirmar sino lo que conocemos. Pero conocer es "representar", "utilizar ideas" y no "cosas" distintas de ellas. Con ello, se niega la existencia (extramental) de los cuerpos (como realidades independientes de nuestro conocimiento).

3.- Y así también, podemos afirmar que si el "ser" de las cosas es "ser percibido", entonces "percibir" es el ser propio de la mente que conoce, que percibe. LA MENTE, EL YO, ES UN PERCIBIR, es elaborar ideas: las cosas son representaciones de la mente, y la mente es representar. Por lo tanto, sólo existe la mente (al menos de momento...)

El origen de esas ideas que la mente "recoge" o capta no puede estar en el mundo externo, ya descartado. Pero como tampoco caben ideas innatas al espíritu, es preciso concluir que su origen está en Dios. DIOS ES LA CAUSA DE NUESTRAS IDEAS. Y suponemos también que es quien nos causa o crea a nosotros. Hay dos sustancias y son espirituales: Dios y la mente o alma.

3. EL PENSAMIENTO DE DAVID HUME


Teoría del conocimiento. Crítica al innatismo. Origen y clasificación de las ideas.

Frente al punto de vista racionalista, los empiristas defienden que todo nuestro conocimiento tiene su origen en la percepción, negándose a aceptar que existan elementos cognoscitivos en nuestra mente anteriores a la experiencia (negando por tanto el innatismo en el conocimiento).

El racionalismo consideró que el conocimiento humano descansa en ciertos principios e ideas que se encuentran en nuestra mente y que no pueden explicarse a partir de la influencia del mundo exterior ni del poder de nuestra imaginación; Descartes llamó innatas a las ideas de este tipo y creyó que todo el saber humano podía construirse deductivamente a partir de dichas ideas. Frente a este punto de vista, la tesis característica del Empirismo es que no existen ni elementos ni principios cognoscitivos innatos y que nuestra mente es como un papel en blanco en el que va escribiendo la experiencia.

Todos los empiristas aceptan este punto de vista, aunque es Locke quien primero criticó el innatismo racionalista. Básicamente, los argumentos que empleó son los dos siguientes:

  • Si existiese algún conocimiento innato sería superfluo enseñar y todos lo poseeríamos desde la infancia, pero esto no ocurre así, pues hasta los principios lógicos necesitan aprenderse para que estén en nuestra mente.
  • Si existiese algún conocimiento innato todos los hombres lo poseerían, pero esto parece falso, como se ve en el caso de los dementes y de los niños, que son incapaces de argumentar siguiendo la lógica.

David Hume, en concreto, reduce nuestros conocimientos –en cuanto a su origen y modalidad- a dos tipos de percepciones: «Todas las percepciones de la mente humana se reducen a dos clases, que yo llamaré impresiones e ideas».

  1. «A aquellas percepciones que entran con la máxima dureza y violencia podemos llamadas impresiones; bajo esta denominación comprendo todas nuestras sensaciones, pasiones y emociones tal y como hacen su primera aparición en el alma». Hume llama impresiones, pues, al conocimiento inmediato e intuitivo de algo externo o de algo interno. Las impresiones se distinguen por su viveza.
  2. «Con el nombre de ideas designo las imágenes de aquéllas (las impresiones) en el pensamiento y en la razón». Así como los clásicos distinguían entre los sentidos externos y los internos (imaginación, memoria...), Hume distingue entre impresiones e ideas. Las ideas serían lo equivalente a la imaginación, porque sólo indirectamente proceden del exterior: son las imágenes débiles que retenemos cuando ya no estamos en presencia del objeto conocido. Las ideas, pues, proceden todas de alguna impresión previa.
David Hume (1711-1776)
Para Hume, impresiones e ideas pueden ser a su vez “simples” (un color, un aroma) y “complejas” (una manzana, un paisaje...)
Tipos de conocimiento en cuanto a su contenido

De la clasificación de las percepciones, Hume deriva los tipos de conocimiento que podemos tener –en función de su contenido-:

  1. Conocimiento de hechos (cuestiones de hecho): Los hechos son datos de nuestra experiencia. Sólo es posible conocer hechos mediante las impresiones; sólo éstas son un conocimiento directo de lo exterior y de lo interior. Este conocimiento, sin embargo, es siempre particular y contingente porque la experiencia sensible sólo conoce casos singulares.
  2. Relaciones de ideas: una vez que nos hemos formado ideas (a partir de las impresiones), podemos relacionarlas entre sí. Este tipo de conocimiento se realiza, por así decir, en nuestro interior, pues no necesitamos asomarnos a la realidad para saber, por ejemplo, que el todo es mayor que las partes, o la proporción que se da entre el radio y el perímetro de una circunferencia. Con sólo analizar estas ideas sabemos que ambas proposiciones son verdaderas sin ir a comprobarlo de forma experiencial. Es lo propio de las matemáticas.

Todo lo demás son meros “pensamientos”, pero no “conocimientos” en sentido estricto.

4. LA CIENCIA Y LA CAUSALIDAD


Aristóteles definía la ciencia como un «conocimiento necesario (riguroso) por causas", que nos permite saber el porqué de las cosas. El principio de causalidad, según el cual “todo lo que comienza a ser tiene una causa", era, por consiguiente, la base del conocimiento científico.

Como hemos visto, las ideas son elaboraciones de la mente comparables a las imágenes de la fantasía. Por eso Hume establece que sólo son verdaderas aquellas ideas que se corresponden con una impresión; todas las demás son invenciones de la razón formadas mediante la combinación de unas con otras. El principio de causalidad -fundamento de la ciencia- es, en principio, una ley formulada por la razón que se presentaba como inmediatamente evidente. Por eso Hume va a estudiarlo con detalle, pues de su validez depende todo el conocimiento humano.

David Hume (1711-1776)

¿Qué impresiones están en la base del principio de causalidad? El análisis de Hume es el siguiente: cuando una bola de billar choca con otra observamos que la primera se para y la segunda se pone en movimiento; pero no observamos -es imposible- que se produzca una transmisión de fuerzas de una a otra bola. Cuando ponemos agua en el fuego observamos que al poco tiempo comienza a hervir, pero tampoco vemos que el calor se transmita de un lado a otro.

¿Por qué decimos entonces que una bola causa el movimiento de la otra o que el fuego hace hervir el agua? Si somos rigurosos, dice Hume, lo único que hemos observado ha sido lo siguiente: lo que solemos llamar causa es siempre anterior en el tiempo a lo que llamamos efecto; entre ambos también parece darse una relación de contigüidad en el espacio, pero nunca hemos observado propiamente la causalidad, la acción de un objeto sobre otro.

Es cierto que el principio de causalidad nos impulsa a predecir el futuro, pero del futuro no hemos tenido ninguna impresión puesto que aún no se ha dado. En resumen: el principio de causalidad no tiene fundamento en ninguna impresión; su fundamento, en realidad, se reduce a una asociación de hechos, debido a tres situaciones:

- Continuidad en el tiempo entre dos fenómenos.

- Contigüidad en el espacio entre la supuesta “causa” y el “efecto”.

- Regularidad de esta continuidad y esta contigüidad en la supuesta “producción del efecto”.

Hume concluye su análisis afirmando que el principio de causalidad no puede ser admitido como válido, pues en el fondo no es un principio científico y riguroso, sino que lo hemos formado por un hábito o una costumbre: algunos fenómenos son continuos, contiguos y regulares, pero nada más. Sólo hablamos de un “modo de explicarnos” los fenómenos al que nos hemos habituado.

David Hume (1711-1776)
Según Hume, nada hay en el sol y en la tierra que asegure, en virtud de su naturaleza, que siempre el sol vaya a aparecer por Levante y a ocultarse por Poniente. La realidad como tal no es accesible más allá del dato singular. Hasta hoy ha sido así, pero mañana….

La distinción entre impresiones e ideas y la relación que Hume establece entre ellas le lleva a afirmar que sólo la intuición sensible es válida y fuente de conocimiento; las ideas, en cambio, son meros “pensamientos” cuyo valor ha de ser contrastado mediante la experiencia.

Pero entonces no podemos formular ningún principio general, ninguna ley de alcance universal, porque las impresiones se refieren siempre a casos particulares. Dicho de otro modo: podemos pasar de una impresión a otra impresión, pero no de una impresión a una supuesta realidad objetiva de las cosas, que garantice el que sean como son y no de otro modo. Nada hay que asegure, en virtud de su naturaleza, que siempre el sol vaya a aparecer por Levante y a ocultarse por Poniente. La realidad como tal no es accesible más allá del dato singular: Hasta hoy ha sido así, pero mañana, ya veremos.

5. LA POSIBILIDAD DE LA METAFÍSICA


Descartes y los racionalistas habían concretado el contenido de la metafísica en tres tipos de realidades o sustancias: la res cogitans o yo, la res extensa o cuerpos y la res infinita o Dios. Una vez que Hume ha elaborado su teoría sobre el conocimiento, va a estudiar qué realidades podemos conocer con certeza.

a) La existencia de los cuerpos (cosas, sustancias)

El empirismo de Hume es radical y a la vez consecuente. Podemos pasar de una impresión a otra: a este fenómeno le acaba de seguir de hecho este otro, y tal vez ha sido siempre así hasta ahora, pero no podemos apoyamos en el principio de causalidad (que según Hume carece de valor) para afirmar que del primero se vaya a seguir necesariamente el segundo y que siempre vaya a ser así.

Niega Hume, entonces, que podamos conocer la existencia del mundo exterior. Descartes, y también otros empiristas como Locke, decían que la realidad es la causa de nuestras sensaciones, es decir, se servían del principio de causalidad. Pero ahora que Hume lo ha criticado, la conclusión anterior no puede mantenerse porque se pretendía pasar de una impresión (la sensación) a una realidad (el modo de ser de las cosas, su naturaleza), no a otra impresión, al mero hecho de la experiencia. No hay sustancias en la realidad, sólo “cualidades” (accidentes) que se presentan a nuestra experiencia. ¿De dónde “cuelgan” esas cualidades? Si a una cosa le quitas sus cualidades, no queda nada (que podamos percibir sensiblemente), no hay sustancia alguna “debajo” de los accidentes.

Hume está diciendo -nada menos- que no podemos salir de nosotros mismos: conocemos nuestras impresiones subjetivas, pero no podemos saber qué ni cómo las ha producido. En conclusión: no es científico afirmar que el mundo existe (y que es de una determinada manera). De hecho, la ciencia no puede hacer afirmación universal y necesaria alguna. Ha de limitarse a confirmar que los hechos (de nuestra experiencia) ocurren de tal modo, e incluso con una regularidad que puede medirse matemáticamente..., pero no tiene por qué ser siempre así, al margen de lo que captamos.

b) La existencia de Dios

Los racionalistas afirmaban la existencia de Dios mediante el argumento ontológico (“si Dios es perfecto, entonces existe”) y a partir de la afirmación de que la idea de Dios era una idea innata. Pero Hume no admite la existencia de tales ideas, luego tampoco admite la demostración de la existencia de Dios a partir de ellas.

Locke, por su parte, se basaba en el principio de causalidad, siguiendo de forma muy similar la argumentación clásica: si el mundo es contingente, tiene que haber un ser necesario que lo haya causado. Para Hume este argumento, basado en el principio de causalidad, carece de fundamento. La causalidad no es un dato real que podamos conocer, es sólo un modo habitual de explicarse ciertos fenómenos de nuestra experiencia. Ni Dios es accesible a nuestros sentidos ni podemos afirmar que de él dependan determinados efectos de los que partir en una demostración por medio del principio de causalidad. La existencia de Dios es, pues, indemostrable.

c) La existencia del sujeto pensante

No podemos conocer si existen el mundo y Dios, pero parecería evidente que hay un sujeto que conoce. Desde Descartes la existencia del sujeto se consideraba la primera verdad, la más evidente, aquélla de la que podía derivarse incluso un criterio de certeza. Para conocer al sujeto no había que demostrar nada, no había que usar el principio de causalidad, sino que se captaba mediante una intuición (intelectual) inmediata: si hay pensamiento (incluso aunque fuera falso), debe de haber un sujeto pensante.

Hume, sin embargo, no admite la verdad del cogito cartesiano. Porque Descartes afirmaba lo siguiente: si pienso, hay un yo no pensado que es quien piensa, un yo pensante; precisamente por no ser pensado sino pensante su existencia es evidente, ya que la duda afecta a lo pensado.

Contra esto, Hume argumenta que no conocemos la realidad sino nuestras impresiones e ideas; la realidad, por ser exterior al ‘pensamiento’, es siempre desconocida. Por tanto, podemos estar seguros de lo que sentimos (dolor, placer, certeza, miedo, tristeza, etc.), es decir, conocemos nuestras impresiones subjetivas, pero de ahí no podemos pasar a una supuesta realidad (el yo) que haga de sujeto o sustrato de dichas impresiones.

David Hume (1711-1776)

En consecuencia, Hume niega validez a la verdad más firme de la filosofía moderna, al cogito. Somos conscientes de un haz de impresiones sucesivas en el tiempo, pero no sabemos si existe un sujetofijo, permanente. ¿Por qué, entonces, pensamos que somos los mismos que ayer o que hace cinco años?, ¿de dónde surge la idea de la identidad personal, que es constante a pesar de las mil impresiones que continuamente se suceden en nosotros? La razón de esa conciencia de la identidad personal es, a juicio de Hume, la memoria; la memoria nos permite retener impresiones pasadas y volver a hacerlas presentes; ésta es la causa de que creamos que existe un sujeto permanente: confundimos sucesión con identidad. No hay sustancialidad alguna en el yo. Hume lo expresa así:

“El yo o persona no es ninguna impresión, sino aquello a lo que se supone que nuestras impresiones e ideas se refieren. Si alguna impresión originara la idea del yo, tal impresión habría de permanecer invariable a través del curso total de nuestra vida, ya que se supone que el yo existe de este modo. Sin embargo, no hay impresiones constantes e invariables. Dolor y placer, tristeza y alegría, pasiones y sensaciones se suceden unas a otras y nunca existen todas al mismo tiempo.”

“Yo”, “alma”, “Dios”, “sustancias”, “cosas”... todo eso son nombres, palabras que convencionalmente aplicamos a determinados conjuntos de impresiones, o a meras suposiciones o pensamientos sin fundamento real. No es posible conocer la existencia del mundo, de Dios y del sujeto, menos aún su esencia (no tendría sentido). La conclusión se impone por sí sola: la metafísica no es posible, no es una ciencia.

6. EL FENOMENISMO ESCÉPTICO. BELIEF


Las consecuencias que se derivan de este pensamiento son de lo más amplias. Según Hume no es posible conocer la realidad: la realidad está fuera de nosotros, no es, por tanto, ninguna impresión. Sólo conocemos fenómenos, apariencias, es decir, lo que aparece ante el pensamiento. Por eso la filosofía de Hume suele considerarse un fenomenismo escéptico. Fenomenismo porque no conocemos más que lo que aparece ante la conciencia; y escéptico porque lo conocido no es la realidad como tal, o si lo es, no podemos saberlo. Para vivir, sin embargo, nos basta con la mera creencia (Belief) de que las cosas son así, aunque no se trate de un conocimiento indudable.

Pero Hume da por válidas las Matemáticas, y la razón es que es una ciencia que no trata de conocer la realidad sino que sólo se ocupa de ideas y de relaciones entre ellas. Respecto de la Física, que sólo ofrece probabilidades, es también optimista: el valor de la ciencia de la naturaleza reside en su utilidad, pues nos permite prever el futuro, hacer predicciones útiles para la vida. La Física no es una ciencia rigurosa, pero nos sirve para manejamos en la vida.

Respecto de la metafísica, afirma Hume:

«Cuando, persuadidos de estos principios, recorremos las bibliotecas, ¡qué estragos deberíamos hacer! Tomemos en nuestras manos, por ejemplo, un volumen cualquiera de Teología o de Metafísica escolástica y preguntémonos: ¿contiene algún razonamiento abstracto acerca de la cantidad y el número? ¿No? ¿Contiene algún razonamiento experimental acerca de los hechos y cosas existentes? ¿Tampoco? Pues entonces arrojémoslo a la hoguera, porque no puede contener otra cosa que sofismas y engaños».

Ahora, ni la filosofía clásica ni la moderna valen nada. A la pregunta "¿qué existe?", Descartes contestaba: "Dios, el mundo -extensión- y el yo -pensamiento-". Locke respondía del mismo modo, pero graduándolo según distintos modos de certeza (del yo hay certeza intuitiva; de la existencia de Dios, certeza demostrativa; de la existencia de los cuerpos, certeza sensitiva). Berkeley responde: "Dios y yo (el alma, la mente)" tan solo. Hume finalmente sostiene que no hay certeza alguna de que exista Dios, ni el yo ni el mundo. Lo único que "hay" son las vivencias o impresiones (fenómenos) del sujeto -un sujeto por lo demás muy problemático-:

- El "yo" no es más que un "haz de impresiones" que se suceden en continuidad.

- El "mundo" (las cosas, los cuerpos) no puede ser alcanzado cognoscitivamente, tan sólo puede ser "supuesto" por la creencia, a la que incita un hábito o impulso natural de agrupar las impresiones en núcleos, eso que llamamos "cosas".

- Dios es un ser desconocido e incognoscible, hacia el que resulta imposible toda forma de acceso, salvo la creencia misma, que es más suposición que conocimiento.

La ciencia, y no digamos nada de la metafísica, tiene como único fundamento la costumbre, y en ésta se excluye toda necesidad. A lo sumo cabe una cierta "universalidad de hecho", una generalidad debida a que existen en todos los hombres, al parecer, las mismas o parecidas impresiones y sentimientos.

7. LA ÉTICA: EL EMOTIVISMO


Y lo mismo habrá que decir de la Moral. ¿Cuál puede ser su fundamento? No hay acciones que presenten de suyo una relevancia ética, un valor moral. No son en sí mismas ni buenas ni malas. Son simples "hechos" en los que no es posible constatar empírica o analíticamente ninguna exigencia de deber, de bondad o responsabilidad intrínsecas, válidas para todos de manera necesaria.

Las doctrinas éticas de la filosofía clásica se basaban en la verdad y en la realidad; si conocemos qué son las cosas y qué somos nosotros mismos, podremos vivir de acuerdo con la naturaleza humana y con la de las cosas. Así surgió, por ejemplo, la teoría de la ley natural (que insta a tratar a las cosas de acuerdo con su naturaleza y su valor).

Hume, como todos los filósofos modernos, estaba muy preocupado por la ética; pero después de lo visto, queda claro que su doctrina no puede apoyarse en la realidad, ya que ésta es desconocida. Además la razón sólo nos dice cómo sonlas cosas de hecho, y lo mismo las acciones, pero no puede indicamos cómo debe ser nuestra conducta, porque las leyes y los principios éticos no son ni relaciones de ideas ni cuestiones de hecho. No es posible pasar del ser al deber: el primero se refiere a las cosas, el segundo al sujeto. La ética, pues, no es asunto de la razón, ya que la razón no puede justificar ese “salto”. (Nota 1)

Cuando actuamos, encontramos pasiones, voliciones y sentimientos, no juicios racionales; esto quiere decir que si se dirige la atención sobre uno mismo, se encuentra un sentimiento de aprobación o desaprobación hacia la acción en sí.

Nos encontramos aquí con un hecho, pero este hecho no es objeto de un juicio racional. Es objeto del sentimiento, no de la razón. Y se encuentra en nosotros mismos, no en el objeto o en el hecho exterior como tal. Por ejemplo, la penetración de un puñal en el cuerpo de un hombre es un hecho físico, no hay en él mismo nada que la razón deba encontrar reprobable. Es mi sentimiento quien lo encuentra, pero lo encuentro en mí mismo, en quien lo siente, no en el hecho exterior.

La ética se fundamenta, pues, en el sentimiento, no en el juicio de la razón. De todos modos, Hume no cree que esto signifique que cada uno tenga una moral distinta; a su juicio, los sentimientos son tan universales como suele decirse de los juicios de la razón, ya que «todo lo que contribuye a la felicidad de la sociedad merece nuestra aprobación».

En resumen, la ética de Hume es emotivista y utilitarista: lo que nos produce una sensación de agrado y es útil para todos es lo bueno; lo contrario es lo malo. En ella el deber moral no tiene otro fundamento. (Nota 2)

David Hume (1711-1776)

Si hay un cierto acuerdo al respecto entre los hombres es sólo una cuestión de hecho: en una cierta comunidad o cultura se valoran las acciones del mismo modo porque todos tienden a reaccionar de la misma manera, seguramente por la costumbre, las creencias, la educación... Pero bien podría ser de otra manera. De hecho así ocurre en otras culturas, donde se valoran las cosas de diferente modo.

Lo que garantiza que en una comunidad se valoren moralmente las acciones del mismo modo, y se prefiera en ella el bien al mal, la virtud al vicio, es un sentimiento común de simpatía existente entre las gentes, que tienden a estimar lo que favorece o es más útil para el bienestar social, y reprueban lo que pueda perjudicarlo.

No existe un fundamento objetivo en la naturaleza de las cosas para una moral universal, común.

NOTAS


1.- Pretender pasar del "ser" (los simples hechos de experiencia) al "deber ser", a la norma moral, no sería más que una falacia, la "falacia naturalista", según la expresión del filósofo moralista G.E. Moore.

Volver al texto

2.- Son un problema, por ejemplo, los sentimientos mayoritarios equivocados. A Hume se le puede objetar que un mayoritario sentimiento de odio hacia los negros no convierte a los negros en malas personas, y que una mayoritaria simpatía hacia los nazis no los convierte en buenos. En realidad, sólo podemos reconocer -y corregir- sentimientos no fiables cuando disponemos de un criterio (racional) fiable. Sólo podemos condenar con justicia al racista y al neonazi desde un criterio objetivo, independiente del sentimiento. Y esto nos exige tomar en cuenta la realidad de las cosas, su naturaleza y su valor; y eso corresponde a la razón. Si no, sería imposible evitar el relativismo y el subjetivismo.

Volver al texto