TEXTOS

APÉNDICE (METAFÍSICA I)

I.- "Los antiguos filósofos poco a poco, y a tientas, fueron entrando en el conocimiento de la verdad. Pues desde el principio, tal vez por su primitiva rudeza, no pensaron que hubiera otros seres fuera de los cuerpos sensibles. Algunos, que admitían el movimiento, no consideraron el movimiento más que a partir de algunos accidentes como la vaporización y la densidad, la unión y la separación. Suponían que la sustancia de los cuerpos no había sido creada, e indicaban algunas causas de estos cambios accidentales, como, por ejemplo, la amistad, la discordia, el entendimiento, o cosas parecidas.

"Posteriormente, otros distinguieron, por el entendimiento, entre forma sustancial y materia, la cual la suponían increada; y observaron también que en los cuerpos hay cambios según sus formas esenciales. Estos cambios los atribuyeron a causas más universales como (...) las ideas, según Platón. Pero hay que tener presente que la materia se contrae por la forma en una especie determinada; así como la sustancia de cualquier especie se contrae a un modo particular de existir por los accidentes que se le añaden, como hombre se limita por blanco. Así, pues, ambos consideraron el ser bajo un aspecto particular, bien en cuanto es este ser o en cuanto es tal ser. De este modo asignaron a las cosas causas agentes particulares.

"Otros progresaron más hasta considerar el ente en cuanto ente; y consideraron la causa de las cosas no en cuanto que son éstas o aquéllas, sino en cuanto que son entes. Así pues, lo que es causa de las cosas en cuanto que son entes, es necesario que sea causa de las cosas, pero no solo en cuanto que son tales cosas por las formas accidentales ni tampoco en cuanto que son estas cosas por las formas sustanciales, sino también en cuanto a todo aquello que pertenece a su ser en el modo que sea. Así, es necesario sostener que también la materia prima fue creada por la causa universal de todos los seres."

Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, q. 44, a. 2.




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II.- "¿Cómo es el mundo? Una estupenda comunión de sujetos subsistentes que, estructurados radicalmente como entes en acto y en potencia, se realizan en continuo devenir y novedad; compuestos de substancia y accidentes, se perfeccionan a sí mismos y perfeccionan a los demás constantemente en múltiples maneras; contando con una esencia o forma determinada, irradian las perfecciones del ser del que participan en una medida particular; constituidos de materia, se multiplican y singularizan en el mundo sensible; actualizados por el acto de ser, escapan de la nada y gozan del misterio de la existencia radicada en la presencia íntima de Dios, «océano del Ser».

La perfección ontológica se mide según el grado de participación en el ser que corresponde al tipo de naturaleza recibida. ¿Cuál es la nuestra? Muchos de nuestros actos segundos –decisiones, pensamientos, amores, experiencias estéticas– proceden de facultades espirituales: inteligencia y voluntad. Estas potencias operativas, que son accidentes necesarios, radican en una naturaleza espiritual, que trasciende la materia y sus límites de espacio y tiempo, y que en un individuo se singulariza con una forma substancial infinitamente superior a la de los demás entes del mundo: el alma racional. Por eso Boecio definió a la persona como substancia individual de naturaleza espiritual («persona est rationalis naturae individua substantia»).

De este modo, la persona humana se presenta como el clímax del universo, la síntesis perfecta de los principios que lo estructuran: como ser «futurible», es decir, capaz de proyectar su propio futuro, vive en una perenne tensión de potencialidad y actualidad, de autosuperación y autotrascendencia; es una substancia singular, personal, perfeccionada por accidentes de todos los niveles ontológicos; es la máxima expresión de la composición hilemórfica por la unidad tan especial entre su forma substancial tan superior al mundo en devenir y perecedero –el alma– y su materia informada –el cuerpo– (corpore et anima unus); por su esencia espiritual participa del ser del modo más íntimo posible en este mundo. Con razón es «de algún modo todas las cosas»: el fin del universo.

El paisaje del mundo es, sí, bello, pero intrínsecamente imperfecto, anclado en la contingencia, con fronteras delimitadas, instigado al cambio, perecedero. Todos los miembros de esta magnífica orquesta, incluyendo a su director, existen de hecho, pero, como entes permeados de potencialidad, accidentalidad y materialidad, cuyo ser no coincide con la esencia, podían no haber existido y algún día dejarán de adornar el mundo. La naturaleza sigue tocando una sinfonía que no ha compuesto, con instrumentos que le fueron regalados. No se explica a sí misma. No reside en ella su origen ni su fin último. No es ella la totalidad de la realidad. No es el Absoluto."

Alfonso Aguiló