TEMA 9.- EL PRINCIPIO DE NO CONTRADICCIÓN: LA LEY SUPREMA DEL ENTE ("DE DONDE NO HAY...")

Principio: aquello de lo que algo procede de algún modo. (En sentido más estricto, principio es aquello de lo que algo procede en su ser. Vendría a ser sinónimo de causa).

Primeros principios: son explicitaciones de las exigencias ontológicas del ente expresadas en forma de juicio. Leyes universales del ser.

En el conocimiento humano existen unas verdades primeras, que son fundamento de todas las demás certezas. Así como «ente» es la primera noción de nuestra inteligencia, incluida en cualquier idea posterior, hay también un juicio naturalmente primero, que está supuesto en todas las demás proposiciones:

"Es imposible ser y no ser a la vez y en el mismo sentido"

Así, por ejemplo, al afirmar que una cosa es de tal modo, se presupone, en efecto, que no es lo mismo ser eso que no serlo: si decimos que ayudar a los demás «es» bueno, es porque no es lo mismo «ser bueno» o «no serlo».

El lenguaje popular está lleno de las huellas de este principio: “quieres hacerme creer que lo blanco es negro”, “hay una diferencia como de la noche al día”, "lo que no puede ser, no puede ser"... Este juicio surge de modo natural en la inteligencia; de la experiencia directa de lo que es y de lo que no es, salta esa advertencia.

Aunque se utilice en todos los sectores del saber humano, este principio básico hace referencia al ser, y por eso corresponde a la Metafísica, ciencia del ente en cuanto tal, poner de manifiesto todo su alcance. Al considerar esta verdad suprema, estamos ahondando en una de las características más evidentes y fundamentales del ser.

Se presenta como un principio gnoseológico (relativo al conocimiento), ya que afecta al conocimiento en toda su amplitud, pero en cuanto a su fundamento, se trata de un principio ontológico, pues afecta en su más íntima raíz a la realidad entera, es como una ley fundamental e inmutable de toda la realidad.

Aristóteles puso de relieve que estos principios deben ser tratados en Metafísica ya que tienen la misma amplitud y universalidad que el ente. Otros autores prefieren ocuparse de ellos en el marco de la Lógica porque tales principios son reguladores de toda actividad racional. Conviene, empero, advertir que antes de presidir el funcionamiento de nuestra mente, y precisamente por ello, tienen el valor de leyes objetivas del ente.

El primer principio acerca del ente

Ese juicio primero se llama principio de no-contradicción, porque expresa la condición fundamental de las cosas, es decir, que no pueden ser contradictorias.

Este principio se funda en el ser, y expresa su misma consistencia y su oposición al no-ser. El ser no se niega a sí mismo.

  • Conocemos este hombre, esa montaña, aquel animal, percibiendo a cada uno como algo que es, como un ente.
  • A continuación se alcanza la idea de «negación de ente» o «no-ser»; con ocasión de que advertimos, por ejemplo, que un objeto que estaba aquí, ahora ya no está, o que este perro no es aquel otro, la inteligencia forma la primera noción negativa, la idea de 'no-ente' (lo distinto, lo que no es…)
  • Una vez aprehendido a partir de las cosas el no-ser, entendemos que un ente no puede ser y no ser, a la vez y en el mismo sentido.
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El principio de no-contradicción expresa así la incompatibilidad radical entre ser y no-ser, fundada en que el acto de ser confiere a todo ente una perfección real, auténtica, que se distingue absolutamente de estar privado de ella.

Se dice «a la vez», porque no hay contradicción, por ejemplo, en que las hojas de un árbol sean verdes en una época del año y marrones o rojizas en otra.

Se añade «en el mismo sentido», pues no es en absoluto contradictorio, pongamos por caso, que un hombre sea sabio en unas materias e ignorante en otras.

Aunque parezca muy obvio, este principio tiene, como veremos, una importancia fundamental en el conocer humano, tanto espontáneo como científico, y en las acciones de la vida, ya que constituye el primer presupuesto de la verdad de nuestros juicios.

La idea de "nada"

Estamos ante algo muy curioso. El origen de esta idea está en una negación que supone una previa posición o afirmación. Aparece así en la constitución del vocablo en muchas lenguas: en italiano se dice niente (=no-ente); en inglés nothig (=no-cosa). La palabra latina nihilum (= neque hilum, que literalmente nos vemos tentados a traducir por “ni pizca”) expresa también la negación de una cosa insignificante (“hilum” es la mota o señal negra de las habas); con esta negación se niega prácticamente todo.

La nada es, en efecto, negación del ente o de la esencia o de la existencia. Pero carecemos de conocimiento sensible de la nada. Y, aunque no imaginable, la nada sí es pensable:

  • por simple vía de concepto, la "nada de esencia" (no ser ningún tipo de ser, no ser "algo" determinado: ni frío, ni caliente, ni templado...)
  • por vía de juicio, la nada de existencia (no existir, no formar parte de la realidad)
  • y por ambas vías, conjuntamente, la nada de ente ("estas cosas no se dan"...)

Una revelación del ente desde la nada no es posible; lo que no es, no es; de la nada, nada sale. Pero, al mismo tiempo, observamos que el ente se nos revela haciéndose más patente y claro en su oposición a la nada. Pareciera que el ente adquiere perfil al destacarlo de la penumbra de la nada. Se configura entonces como algo que “no es nada”.

El ente, según esto, debe tener:

- una consistencia definida, una cierta estabilidad y fijeza: es la esencia apartándolo del primer confín de la nada.

- Y sobre todo una posición de sí propio, una "autoposición", un estar en la realidad: es la existencia, el acto de ser, destacándolo de la otra orilla de la nada.

Aquella originaria fórmula del ente que lo expresaba como "lo que es" se enriquece ahora en su choque con esta nueva “lo que no es una pura nada”. De este conflicto con la nada el ente surge como una posición simultánea: “esente” y existente y se patentiza como algo.

La aliquidad es la misma entidad afirmada en contraposición a la nihilidad.

El término “algo” (aliquid) puede ser tomado en dos sentidos:

- uno primario, trascendental, significando el ente opuesto a la nada,

- y otro secundario y particular, como un ente opuesto a otro ente.

Por pasar -ilegítimamente- de uno de los sentidos al otro, Parménides llegó al monismo y Sartre al nihilismo.

Parménides:

De un principio verdadero: “el ente es y el no ente no es”, obtuvo el falso resultado de la unicidad del ente. ¿Cómo fue ello posible?

Si tomamos en toda su amplitud los términos ente y no-ente, la oposición entre ellos se hace absoluta. Entre ambos no hay medio alguno. De un lado el ente, y fuera de él sólo la nada. Pero la nada 'no es'. Toda dualidad debe considerarse contradictoria. Solo puede haber un ente, un ser. Dos entes tendrían que distinguirse y oponerse. Pero si uno es ser, el opuesto será no-ser, y eso es contradictorio. La unicidad del ente queda afirmada superando toda contradicción.

Platón hizo ver que la oposición no es entre el ente y la nada, sino entre lo uno y lo otro. Es decir que Parménides ha pasado, sin darse cuenta, de la consideración universal y abstracta del ente (del ser) a una particular y concreta consideración de los entes. Se ha jugado con los dos sentidos del término “algo”.

Sartre:

Su 'ontología fenomenológica', desarrollando ideas de Heidegger, establece conclusiones análogas, montando la argumentación sobre el mismo juego inadvertido del doble sentido de aliquidad.

La relativa oposición de sujeto-objeto puede llevarse a un grado de radicalización absoluta. El sujeto tiene conciencia de serlo, es decir, de su distinción respecto a todo lo demás.

Tal es el hombre, sujeto con posibilidad de extrañarse del resto de los seres, de no confundirse con otra cosa, de colocarse 'fuera' del todo. La oposición sujeto-objeto se convierte en oposición hombre-todo lo demás. Si el hombre (sujeto, conciencia) no es cosa alguna, no es nada (de todo lo demás, no es una cosa). Y cargando en este último polo el ente en su integridad queda para el sujeto la nada; aquella oposición equivale a ésta: nada-ente.

Para Sartre, en efecto, hombre-mundo se expresa en la oposición “para si” y “en si”. En esta relación todo el ente está del lado del mundo o del “en si” y no del lado de la conciencia o del “para si”. Este se coloca fuera del ente, "extrañándose y segregando nada o siendo la nada misma". Lo positivo del hombre es relación al mundo, transparencia, no una cosa dada, determinada y cerrada establemente en sí misma, sino pura relación con el “en si” (con las cosas, con el mundo) y, fuera de ello, nada.

Vemos que en Sartre la oposición del “en si” y el “para si”, del sujeto y del objeto, es una oposición meramente relativa cuyos términos son perfectamente compatibles como lo son un ente y otro ente. Sujeto y objeto convienen en el ente -ambos son entes- y se distinguen como lo uno y lo otro. Los dos sentidos de “algo” se han confundido en la ontología fenomenológica de este autor.

Diversas formulaciones del principio de no-contradicción

El primer principio es, ante todo, un juicio acerca de la realidad. Por eso, las formulaciones más profundas de este principio son las de carácter metafísico, es decir, las que se refieren directamente al ser de las cosas; como, por ejemplo, «es imposible que uno mismo admita simultáneamente que una misma cosa es y no es» (Aristóteles, Metafísica, IV, 3, 1005b 25), o «es imposible ser y no ser simultáneamente» (Ibídem IV, 4, 1006 a 3). No se afirma sólo que “lo contradictorio es impensable” -que por supuesto lo es también-, ya que el principio de no-contradicción es la ley suprema de lo real, no un axioma o postulado de la mente para interpretar la realidad: es el ente mismo el que no es contradictorio.

Pero como nuestra inteligencia conoce la realidad tal como es, el primer principio del ente es, de modo derivado, una ley del pensamiento, la primera ley lógica. (Nota 1) De ahí que encontremos otras formulaciones de carácter lógico, que se refieren más bien a nuestro conocimiento del ente: por ejemplo, «es imposible que las afirmaciones contradictorias respecto de un mismo objeto y al mismo tiempo sean verdaderas». (Nota 2)

Es el principio gnoseológico primero porque se apoya en la noción de ente, que es la primera que el entendimiento concibe, y en la noción “no-ente” que es la segunda.

La inteligencia está sometida al principio de no-contradicción: no puede conocer al ente como contradictorio, porque el ente no lo es. Ciertamente, es posible contradecirse al pensar o al hablar, pero esto sucede sólo en la medida en que nos apartamos de la realidad, por un defecto de nuestro razonamiento (o por puro "espíritu de contradicción"); y cuando alguien nos hace ver la incoherencia en que habíamos caído, tendemos a rectificar inmediatamente porque, aunque cabe afirmar algo contradictorio, no es posible entenderlo.

Otra formulación es: Ens non est non ens (el ente no es el no ente).

Esta tiene la ventaja de basarse en términos simples y evitar el uso de términos no universalísimos o no enteramente conocidos (como 'simultáneamente', o 'lo mismo').

TEMA 9.- EL PRINCIPIO DE NO CONTRADICCIÓN: LA LEY SUPREMA DEL ENTE

Conocimiento inductivo del primer principio

El principio de no-contradicciónes conocido de manera natural y espontánea por todos los hombres, a partir de la experiencia.

Constituye un juicio per se notum omnibus, es decir, manifiesto por sí mismo a todos; pero no es una sentencia innata que el entendimiento poseería ya antes de empezar a conocer, ni una especie de esquema intelectual para comprender la realidad.

Para emitir este juicio es necesario conocer con anterioridad sus términos, ente y no-ente (Nota 3), nociones que captamos sólo cuando, a través de los sentidos, la inteligencia entiende la realidad externa y aprehende, por ejemplo, el papel (ente), y la mesa como distinta de aquél (la mesa “no es” el papel: “no-ente”). Tratándose de las dos primeras nociones que formamos (ente y no ente), todos los hombres conocen necesariamente y de modo inmediato esta ley de la no-contradicción.

Es una certeza natural, la primera. Uno no “nace” con el principio de no-contradicción; le llega apenas adquiere la noción de ente. Entender o comprender implica distinguir; y en toda distinción se muestra y utiliza la diferencia entre “ser” y “no -ser”.

Como es natural, en los inicios del conocer este principio no se expresa en su formulación universal -«es imposible ser y no ser»-, pero sí se conoce con toda su fuerza y se actúa de acuerdo con él; por ejemplo, un niño sabe muy bien que no es lo mismo comer que no comer, que esté delante su madre o no lo esté, lo amargo y lo dulce..., y obra en consecuencia.

Evidencia del principio y defensa «Ad Hominem»

Por ser el primer juicio, este principio no admite una demostración a partir de otras verdades anteriores. Su indemostrabilidad, sin embargo, no es un signo de imperfección, sino al contrario, porque cuando una verdad es patente por sí misma, no es necesario ni posible probarla. Sólo requiere ser demostrado lo que no es evidente de forma inmediata. Además, si todas las afirmaciones tuvieran que probarse a partir de otras, nunca llegaríamos a unas verdades manifiestas por sí mismas, y todo el saber humano estaría infundado. Para poder demostrar hacen falta principios indemostrables, que no sean ni hipótesis ni postulados, sino certezas naturales primeras.

Defensa del primer principio ante sus negaciones

Aunque el principio de no-contradicción no se puede demostrar recurriendo a otras evidencias más básicas, que no existen, sí cabe defenderlo de forma indirecta, poniendo de manifiesto las incoherencias en que incurre quien lo niega (también se llama demostración ad absurdum).

Estos argumentos tienen un valor indudable, pero no son propiamente demostraciones, pues la fuerza y la certeza del principio no se deriva de ellos, sino de la aprehensión natural y espontánea del ente; son sólo una defensa contra los que lo niegan. Son variaciones de argumentos ad hominem.

Veamos algunas de las argumentaciones que Aristóteles da en su Metafísica:

a) Para negar este principio habría que rechazar todo significado del lenguaje: si «hombre» fuese lo mismo que «no hombre», en realidad no significaría nada; cualquier palabra indicaría todas las cosas o no designaría ninguna; todo sería lo mismo. Resultaría imposible, entonces, cualquier comunicación o entendimiento entre las personas. De ahí que cuando alguien dice una palabra ya está admitiendo el principio de no-contradicción, pues sin duda pretende que ese término significa algo determinado y distinto de su opuesto; en otro caso, no hablaría (cfr. Metafísica, IV, c.4).

b) Llevando hasta sus últimas consecuencias esta argumentación ad hominem, Aristóteles afirma que quien desecha el primer principio debería comportarse como una planta, porque incluso los animales se mueven para alcanzar un objetivo con preferencia sobre otros; por ejemplo, al buscar alimentos (cfr. Ibidem).

c) Además, negar este principio supone aceptarlo, pues al rechazarlo se concede que no es lo mismo afirmar que negar: si se sostiene que el principio de no-contradicción es falso, se admite ya que lo verdadero no es igual a lo falso, aceptando así el principio que se quiere eliminar (cfr. Metafisica, XI, c.5).

La negación del principio de no-contradicción solo cabe bajo esta fórmula: “no me gusta ese principio”. De gustos no hay nada escrito, se puede opinar; pero no es cuestión de gusto, sino de una realidad que es testaruda, es la comprobación de una de las primeras operaciones del uso espontáneo y filosófico de la inteligencia cuando se encuentra con la inagotable riqueza de la realidad.

El relativismo consiguiente a la negación del primer principio.

A pesar de su evidencia, el principio de no-contradicción ha sido negado en la antigüedad por diversas escuelas (Heráclito, sofistas, escépticos) y en la época moderna de modo más radical y consciente, por ciertas formas de filosofía dialéctica (marxismo) (Nota 4) y de relativismo historicista. Son doctrinas que reducen la realidad a puro devenir: nada es, todo cambia. De este modo rechazan la naturaleza estable de las cosas, los entes, la consistencia del acto de ser y sus propiedades. No hay entonces un punto de referencia firme ni un principio de verdad absoluta, y se sostiene que doctrinas opuestas entre sí son igualmente válidas: no es más verdadera una afirmación que su contraria.

Una vez desechado el ente, se suele erigir la subjetividad humana como único punto de apoyo de la verdad. (Nota 5) Lo constitutivo de la realidad sería su referencia a cada individuo: el ser de las cosas se reduce a su ser-para-mí, a la particular valoración y uso que cada persona puede hacer de ellas en los diversos instantes de su vida. Por eso, todas las negaciones del principio de no-contradicción a lo largo de la historia del pensamiento se han caracterizado por un relativismo subjetivista, que atenta contra la realidad de las cosas y contra vida humana en sus vertientes teórica y práctica.

Es sobre todo en el ámbito de la vida moral donde se advierte con mayor claridad la importancia del primer principio, pues al negarlo, realidades como la dignidad de la persona, por ejemplo, no tendrían una naturaleza propia ni unas leyes estables, sino que dependerían del sentido que les confieran los hombres según su arbitrio o deseo; desaparece también la distinción objetiva entre lo bueno y lo malo, y por consiguiente el primer principio en el orden del obrar humano, que prescribe hacer el bien y evitar el mal; quedaría como único motivo y norma de actuación el «yo quiero hacer esto porque lo quiero, y punto».

Función del primer principio en la Metafísica

Por tratarse de la ley suprema del ente, el principio de no-contradicción juega un papel de primer orden en todo el saber humano teórico y práctico, pues nos impulsa a conocer y a obrar evitando la incoherencia. Por ejemplo, es contradictorio que Dios sea infinito y pleno en perfección y que a la vez progrese a lo largo de la historia (concepción hegeliana), y por eso desechamos esa segunda opción; no tiene sentido pensar en el mundo como una materia que se auto-produce (marxismo), pues es contradictorio que algo sea causa de sí mismo -nadie da lo que no tiene-.

De modo especial, el primer principio impulsa el conocimiento metafísico, ya que es el juicio fundamental acerca del ente. El principio de no-contradicción ayuda a descubrir la estructura interna de los entes y sus causas. Por ejemplo, al advertir el carácter espiritual de las operaciones humanas de entender y querer, nos vemos obligados a concluir que el principio de esos actos -el alma- es también espiritual, porque sería contradictorio que un sujeto material realizase acciones inmateriales; o también, la limitación del ser de todas las cosas del universo conduce, en la Teología natural, a concluir en la existencia de Dios, pues sería una contradicción que un universo con todas las características de lo causado (finitud, imperfección, etc.) no tuviese causa. Es el ser de los entes el que obliga al pensamiento a avanzar y profundizar en su conocimiento de la realidad, evitando toda contradicción.

Nuestra inteligencia obtiene los restantes conocimientos en virtud del principio de no-contradicción. Con todo, conviene advertir que así como las demás nociones están incluidas en la de ente, pero no se obtienen a partir de ella mediante un análisis o deducción, tampoco el primer principio, aunque latente en todos los juicios, permite deducir de él los restantes conocimientos humanos: no se conoce propiamente a partir del principio de no-contradicción, sino de acuerdo con él; con sólo este juicio primero, y sin el conocimiento de los distintos modos de ser que nos proporciona la experiencia, el saber no avanzaría. De ahí que el principio de no-contradicción se utiliza casi siempre de modo implícito e indirecto -sin repetirlo cada vez como premisa de un razonamiento-, para desechar lo absurdo y avanzar así hacia las soluciones correctas.

Aunque el cometido del primer principio se va comprendiendo mejor a lo largo del estudio de la Metafísica, se puede entender también viendo cómo los filósofos avanzaron impulsados por la necesidad de evitar la contradicción:

Predecesor del relativismo, Heráclito sostenía que la realidad es puro devenir, negando el principio de no-contradicción: nada es, todo cambia. Parménides quiso fundamentar la verdad del ente -en contra de la disolución de lo real operada por Heráclito, cuyo pensamiento, sin embargo, no conoció- y formuló la célebre afirmación de que «el ser es, el no-ser no es». Sin embargo, al entender este principio de manera rígida e inflexible, rechazó todo no-ser, incluso relativo, declarando así imposible la limitación, la multiplicidad o diversidad, el cambio, etc., y concluyendo que la realidad es un único ente inmóvil y homogéneo.

Platón desarrolló una metafísica que, al admitir la realidad de la privación y al hacer del mundo sensible una participación del mundo de las Ideas, acogía en el ámbito del ser al mundo limitado. Sin embargo, es Aristóteles quien determinó el verdadero sentido del no-ser relativo que hay en las cosas, al descubrir un principio real de limitación: la potencia; y así llegó a formular de manera más matizada la exigencia de la no-contradicción: «algo no puede ser y no ser a la vez y en el mismo sentido».

TEMA 9.- EL PRINCIPIO DE NO CONTRADICCIÓN: LA LEY SUPREMA DEL ENTE
P. Francisco de Vitoria O.P.

Otros 'principios primeros' fundados en el de no-contradicción

Existen algunos principios estrechamente vinculados al de no-contradicción:

a) El principio de tercero excluido: «entre el ser y el no-ser, o entre la afirmación y la negación, no hay término medio». Este juicio significa que una cosa es o no es, sin otra alternativa, y se reduce al principio de no-contradicción: el término medio es imposible, porque debería ser y no ser a la vez. La utilización de este principio es constante en los razonamientos, por ejemplo, bajo la fórmula «toda proposición necesariamente es o verdadera o falsa».

Aunque el ser en potencia parezca un «intermedio» entre ser y no ser, en realidad, es una situación media entre ser en acto o no ser en absoluto. Y también para la potencialidad vale este principio: nada puede ser a la vez en acto y en potencia, y, por eso, no hay intermedio entre ser en potencia y no ser en potencia.

b) El principio de identidad: «el ente es el ente», «lo que es, es lo que es», «el ser es, el no ser no es». Aunque ni Aristóteles ni Santo Tomás hablan de la identidad como primer principio, en ambientes neoescolásticos muchos autores lo mencionan, reduciéndolo casi siempre al de no-contradicción.

En la época moderna se ha concedido gran importancia a este principio, situándolo por encima del de no-contradicción. En muchos casos, sobre todo en los seguidores de Spinoza, con esta ley se intenta afirmar que el mundo es idéntico a sí mismo, homogéneo, no surcado por la división, y que, por tanto, es ilimitado, de forma que no remite a otra causa fuera de sí. Como en el caso de Parménides, pero ahora de modo más radical, esta opinión comporta un panteísmo en el que la criatura sustituye a Dios.

Junto con estos principios fundamentales, a veces se enumeran otros, como el de causalidad («todo que se mueve (cambia) es movido por otro», «todo lo que empieza a ser es causado»), o el de finalidad («todo agente obra por un fin»). En sentido estricto no se trata de primeros principios, ya que en ellos intervienen nociones más restringidas y posteriores a las de ente y no-ente, como son «causa», «efecto», «fin»; por eso presuponen ya el principio de no-contradicción, y tienen un alcance más limitado.

NOTAS


1.- De hecho, los sistemas axiomáticos de lógica formal simbólica incluyen siempre entre los primeros postulados aparentemente convencionales el principio de no-contradicción. Esto confirma su carácter de primera ley lógica.

2.- Cuando se formula: “es imposible que una cosa sea y no sea al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto”, se señala sobre todo, su alcance y dimensión ontológica. Cuando se lo enuncia: ”es imposible afirmar y negar lo mismo al mismo tiempo”, entonces se está haciendo referencia, sobre todo a su dimensión gnoseológica o lógica.

3.- “Lo primero que encuentra el entendimiento es el ente; lo segundo, la negación del ente; de estas dos cosas se sigue la tercera, la división”. Santo Tomás de Aquino, De potentia, q.9,a.7, ad.15

4.- En rigor, la negación del principio de no-contradicción no se puede entender y así lo señala Aristóteles refiriéndose a Heráclito: «Es imposible, en efecto, que nadie crea que una misma cosa es y no es, según, en opinión de algunos, dice Heráclito. Pues uno no cree necesariamente todas las cosas que dice» (Met., IV, 3, 1005 b 25).

5.- Una de las primeras formulaciones de este subjetivismo que acompaña a la negación del primer principio, es la afirmación del sofista Protágoras: «El hombre es la medida de todas las cosas», a la que sigue que «las cosas son según le parecen a cada cual» (Diels-Kranz 80 B 1), repetida a lo largo de la historia de la filosofía de modos diversos.