TEMA 8.- LA PERSONA, SUJETO SUBSISTENTE

LA PERSONA: LO MÁS DIGNO QUE EXISTE EN LA REALIDAD

La realidad está formada por entes, que podemos considerar en toda su complejidad y en su individualidad. La complejidad del ente viene dada porque se trata de un todo compuesto por principios diversos: sustancia y accidentes, materia y forma, esencia y acto de ser... Pero el ente real es, en suma, un todo, una unidad que subsiste porque todos esos principios constitutivos están estructurados y actualizados en última instancia por un único y el mismo acto de ser.

A. El problema: ¿cómo son los entes en el universo?

Al analizar la estructura metafísica del mundo, nos encontramos con una serie de principios que explican el devenir (acto y potencia), la subsistencia de los sujetos con sus múltiples perfecciones (substancia y accidentes), su modo de ser, materialidad, multiplicación y singularidad (forma y materia), su realidad dinámica (esse). Ninguno de estos principios, desde luego, se presenta aislado de los demás. Todos se unen estructuralmente constituyendo unidades concretas y distintas: los individuos, los entes individuales.

Entre los individuos del universo visible se da una jerarquía de perfección ontológica que culmina en la persona humana. Tanto los hombres como los demás entes, con sus constantes y múltiples relaciones, componen la sinfonía multicolor de este universo. Estamos ante un cosmos de individuos con diversos grados de ser. Para comenzar, nos hacemos una primera pregunta: ¿Qué es propiamente hablando un “individuo”, es decir, un sujeto subsistente, y qué lo caracteriza? Después precisaremos más: ¿Qué significa ser persona?

B. El sujeto subsistente

Los principios del ente entretejen un todo individual cuyo carácter distintivo es la subsistencia, o sea, la posesión intrínseca del acto de ser que actualiza y unifica todo el conjunto. A esta totalidad nos referimos, de modo estricto, cuando hablamos de «ente», pues se trata de una realidad que existe por sí misma como algo completo y acabado, distinto de los demás individuos: el sujeto subsistente.

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Un tren es propiamente un “agregado”, no un ente individual -solo posee unidad per accidens-. Está compuesto por entidades que a su vez son “agregados” también: la locomotora y los vagones, fabricados a su vez con elementos (entes) diversos.

Lo podemos llamar todo o totalidad, por ser un conjunto unitario de partes, no un simple agregado, porque todos los elementos que lo constituyen se comportan como potencias con respecto a un único acto de ser. También puede denominarse compuesto, debido a los diversos principios que lo forman –esse, substancia y accidentes, forma y materia–. Se le llama también individuo (Nota 1), por ser singular, indistinto en sí y distinto de los demás. Y por último puede ser caracterizado como sujeto (sub-jectum, «puesto debajo», suppositum, hypóstasis), a causa de su función como soporte de una naturaleza y unos accidentes.

Equivale a lo que Aristóteles llamaba la “sustancia primera” –“este” árbol-, distinguiéndola de la “sustancia segunda”, que sería la esencia, y que al ser abstraída, en la mente, es universal –“el árbol”; más propiamente, lo que hace que un árbol sea árbol y no otra cosa distinta-.

Todo sujeto subsistente se presenta con tres características fundamentales:

  • Individualidad: sólo los entes singulares y no las esencias universales poseen el acto de ser. Es el ente concreto en su determinación existencial: “este” y no aquél u otro. Sus partes o elementos constitutivos no son otros entes concretos.
  • Subsistencia: tiene el ser en sí mismo y no en otro. Ello significa autonomía en el existir.
  • Incomunicabilidad: como sujeto individual, es propietario único de su acto de ser: sólo él puede ser “él”; lo cual no impide que, en el orden del obrar y de las relaciones (no en el orden del ser), esté constantemente relacionándose, manifestándose, comunicando algo de su propia interioridad. Significa que la persona, singularmente, es intransferible, irreductible a otro.

El acto de ser es el constitutivo metafísico de todo supuesto, de todo sujeto subsistente, ya que lo más propio y radical del individuo es subsistir, que es un efecto exclusivo del acto de ser.

Veamos con un ejemplo cómo podemos comprender un sujeto subsistente a la luz de sus principios metafísicos. La manzana que voy a comer existe, ya que posee en sí misma el acto de ser de un modo determinado (esencia), o sea, con unas ‘perfecciones’ o determinaciones particulares: las de una manzana. Como tiene la esencia o forma universal (naturaleza o quididad) de manzana, comparte las mismas características esenciales de todas las manzanas del mundo del pasado, del presente y del futuro: es un fruto del manzano, de pulpa carnosa, con sabor ácido o algo azucarado.

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Ahora bien, no voy a comer «manzana» en abstracto –que no existe en el mundo–, sino esta manzana, que tiene ser propio, la cual es forma substancial «encarnada» en la materia, y, por tanto, adquiere una extensión o cuerpo propio (materia cuantificada): ocupa un espacio en la mesa, y es singular, única, irrepetible.

Ella –la sustancia– está determinada ahora mismo por muchísimos accidentes: es amarilla, redonda, jugosa (cualidades), grande y gruesa –12 cm. x 10 cm.– (cantidad), de origen valenciano (relación), huele bien (acción), ha recibido un mordisco (pasión), tiene una etiqueta comercial (posesión), está de pie (posición) en mi plato (lugar), esta misma tarde (tiempo). Es actualmente manzana con estas características, pero tiene la potencialidad de convertirse en elemento de mi cuerpo cuando la coma, o de cambiar de posición y lugar o de pudrirse o de ser cortada... una infinidad de posibilidades. Como se ve, todos estos principios contribuyen a acentuar intrínsecamente la unidad concreta del sujeto subsistente: esta manzana, aquí y ahora.

La naturaleza o esencia solo subsiste individualizada, en cuanto que es parte constitutiva de un supuesto, de un sujeto subsistente. Por ello el ser pertenece propiamente al supuesto, al sujeto, no a la naturaleza. La naturaleza del sujeto es la que le capacita para subsistir, pero es el todo, el sujeto, el que subsiste realmente por su acto de ser. (Nota 2)

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Las partes o elementos constitutivos del ente configuran una unidad porque son actualizadas, realizadas, por un único acto de ser, el del ente. El ser funda la unidad del supuesto, del todo. De igual modo, todas las perfecciones y acciones del compuesto han de ser atribuidas a éste, al sujeto subsistente, aunque según el modo de ser de su naturaleza, de su capacidad constitutiva. Por este motivo ningún individuo puede obrar o pretender perfecciones que están más allá de los limites marcados por su especie propia.

Por otra parte, la concepción del individuo como un todo unitario y subsistente hace metafísicamente rechazable el dualismo radical de un Platón o de un Descartes, por ejemplo. De igual modo, el "actus essendi", como acto único del individuo, impide reducir los entes a mera relación (o a un "nudo de relaciones"), como se pretende en el historicismo hegeliano, el socialismo o el marxismo).

C. La persona humana (Nota 3)

Para todos nosotros resulta evidente que los incontables “modos de ser sujetos subsistentes” que hay en el mundo –en el universo– no son del mismo calibre ontológico. Hay una jerarquía: unos son más perfectos que otros. Los animales son «más perfectos» que las piedras, y, entre los animales, el león es «más perfecto» que la hormiga. Por su parte, el hombre es el ente más perfecto del universo material (Nota 4). ¿Por qué? ¿Qué le hace ser tan singular?

La perfección ontológica se mide, como vimos, según el grado de participación en el ser que corresponde al tipo de naturaleza recibida. ¿Cuál es la nuestra? Decía Tomás de Aquino que “el obrar sigue al ser y el modo de obrar al modo de ser”. Pues bien, muchas de nuestras acciones y operaciones –decisiones, pensamientos, hábitos, experiencias estéticas…–proceden de facultades o cualidades operativas espirituales: inteligencia, voluntad, “afectividad espiritual”. Estas potencias operativas específicas trascienden lo material y manifiestan por lo tanto un grado de ser muy perfecto; radican en una naturaleza espiritual, que trasciende la materia y sus límites de espacio y tiempo, y que en un individuo se singulariza con una forma sustancial infinitamente superior a la de los demás entes del mundo: el alma racional (Nota 5).

Por eso Boecio (475-524 aprox.) definió a la persona como substancia individual de naturaleza espiritual (o más bien racional, en el caso de la persona humana (Nota 6)) («persona est rationalis naturae individua substantia»). La persona es una participación del ser en su grado más alto, que es el del espíritu.

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Pero Tomás de Aquino matiza esta definición afirmando que lo constitutivo nuclear de la persona (humana) no es la racionalidad, propiamente, sino el acto de ser que la instala en la realidad, fundamenta todo lo que ella es y la singulariza. Define así a la persona: “Sujeto subsistente en una naturaleza espiritual (o racional, en el caso del hombre)”. La espiritualidad es un modo de ser más intenso. Dios posee de forma plena el Ser subsistente; los ángeles y los hombres (solo) tienen un alto grado de participación en el ser (mayor en los ángeles, que son “sustancias separadas”), el espíritu.

¿Cuál es, pues, el constitutivo esencial o la perfección característica de la persona humana? En la definición el género es «substancia individual» (sujeto subsistente) y la diferencia específica, que determina qué tipo de sujeto es, es la «naturaleza espiritual». La definición no se refiere, por tanto, al «hombre» como especie, sino al ser humano singular, en lo que tiene de único e irrepetible; la especie humana no es persona; sólo son personas Pedro, María, Carlos, Marta... Persona significa, pues, lo que es distinto (sujeto individual) en una naturaleza espiritual. “Persona significa lo que es perfectísimo en toda la naturaleza, a saber, lo subsistente en la naturaleza racional.” (S.Th. I, q. 29. a. 3) El término persona nombra indeterminadamente no una naturaleza en el plano de la esencia, sino a aquellos entes subsistentes que por tener esta naturaleza racional tienen dominio sobre sus actos y también vida personal propia.

Y, ¿cuáles son los principios que individualizan al hombre? Por un lado, el acto de ser mismo, que es único y exclusivo de cada cosa: el ser de este hombre no es el mismo que el de aquél. El acto de ser es el auténtico núcleo de la índole personal, tanto de su dimensión espiritual como material. Pero también, según Sto. Tomás, lo son «esta carne, estos huesos y esta alma» (S. Theol. I, 29, 4c): tanto el cuerpo como el alma reales y concretos distinguen a cada uno de nosotros de los demás. (Nota 7)

Este constitutivo metafísico radical de la persona humana (el acto de ser personal) es la fuente de sus excepcionales características. En primer lugar su rica naturaleza, que abraza a la vez lo espiritual y lo corpóreo material: El ser humano es una unidad sustantiva de materia prima y forma sustancial (el alma racional). Es único e irrepetible, fin en sí mismo, subsistente inmortal (Nota 8), se “realiza” a si mismo en su interioridad, autoconciencia, libertad y autodeterminación. Sociable por naturaleza, está abierto a la comunión de personas, atravesado de trascendencia, de aspiración a lo infinito y a la dicha plena, abierto a la verdad y a la belleza, al bien moral; en una palabra, abierto a toda la realidad: capaz de conocerla y amarla, de actuar aportando belleza y orden. Es “alguien” -no simplemente algo-, capaz de configurar el contenido y la orientación de su propia vida, y necesitado de sentido, llamado a una plenitud de ser.

La fe añade que cada ser humano es creado a imagen y semejanza de Dios; por ello es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma (Conc. Vat. II). Cada persona tiene, entonces, una dignidad infinita y un valor absoluto. No es algo, sino alguien, llamado a la interlocución y comunión con Dios.

De este modo, la persona humana se presenta como la culminación del universo visible, corpóreo, la síntesis perfecta de los principios que lo estructuran: como ser capaz de proyectar su propio futuro, vive en una perenne y dinámica tensión de potencialidad y actualidad, de autosuperación y autotrascendencia; es una sustancia singular, personal, perfeccionada por accidentes de todos los niveles ontológicos; es la máxima expresión de la composición hilemórfica por la unidad tan especial entre su forma substancial –el alma–, tan superior al mundo en devenir y perecedero, y su materia informada –el cuerpo– (corpore et anima unus); por su esencia espiritual participa del ser del modo más íntimo posible en este mundo. Con razón el alma humana es «de algún modo todas las cosas» (Aristóteles): se caracteriza por su apertura máxima a lo real.

Dios, ser personal.

La definición y el concepto de persona se pueden atribuir analógicamente a Dios, a los ángeles y a los hombres. La persona se predica de Dios analógicamente, negando las imperfecciones que comporta en las personas creadas –y el modo imperfecto y limitado en que las perfecciones se dan en éstas-. La persona divina significa el subsistente distinto en la naturaleza divina. Algo análogo se puede decir de los ángeles, subsistentes en naturaleza angélica (y cada uno, según Santo Tomás, único en su especie).

En la definición específica de la persona humana, la diferencia está en lo individual, que lo es por la materia corpórea o corporeidad: “persona, en la naturaleza humana, significa esta carne, estos huesos, esta alma, que son los principios que individualizan al hombre” (S. Th. I, q. 29, 4). “En cambio, lo distinto pero incomunicable en la naturaleza divina solo puede ser la relación, puesto que en lo divino todo lo absoluto es común e indistinto” (De Potentia, q. 9, a. 4, in c.). “Así pues, solo por las relaciones se distinguen entre sí las personas (divinas)”. (S. Th. I, 36, 2 in c.). “…Es lo mismo la relación y el subsistente distinto en naturaleza divina.” (De Potentia, q. 9, a. 4 in c.).

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Las tres personas divinas son Dios de manera absoluta o común, pero por la relación, el Padre no es el Hijo, el Padre no es el Espíritu Santo, y el Hijo no es el Espíritu Santo. He ahí “lo distinto” en Dios. (Nota 9) Por ello, Santo Tomás infiere que la definición de la persona divina, como subsistente distinto en naturaleza divina, es equivalente a relación subsistente. La persona divina significa la relación, que es el subsistente distinto en la esencia divina.

En el caso de Cristo, Verbo encarnado, la naturaleza humana es asumida por el esse personal del Verbo. En Él, la unidad de la persona requiere la unidad del ser, si bien en el querer y en el obrar se manifiesta una doble naturaleza. Cristo es una única persona, la divina, a la que se unen dos naturalezas, la divina y la humana. En Cristo hay un solo acto de ser que es el divino, y por ello la Virgen María es Madre de Dios por ser Madre de Jesucristo, en el que no hay más que una persona que es la divina.

Según esto, también habrá de afirmarse que las acciones y operaciones humanas de Cristo proceden por un lado, inmediatamente, de su naturaleza de hombre, pero quien las realiza es su Persona, porque el sujeto de toda acción es el supuesto, el sujeto subsistente.

NOTAS


1.- Individuo (del latín in + divisum, «no dividido»): literalmente, lo que es indivisible, uno en sí mismo. En sentido genérico “individual” se aplica a todo lo que es (substancia o accidente); pero en el sentido estricto en que lo usamos aquí, “individuo” se refiere al sujeto subsistente, o sea, al ente concreto en su determinación existencial, que, en cuanto tal, no se puede dividir en otros entes concretos, sino sólo en partes no subsistentes por sí mismas; indistinto en sí y distinto de los demás entes.

2.- Santo Tomás, a propósito de la Encarnación, entiende que la naturaleza humana de Cristo –aunque es singular y perfecta en cuanto naturaleza- no constituye una hipóstasis, un sujeto subsistente, al no incluir por sí misma el acto de ser. Hay distinción real entre esencia y existencia en la naturaleza humana. El acto de ser es el constitutivo ontológico del supuesto, del sujeto, que es la Persona Divina de Cristo.

3.- Históricamente, la noción de persona –desconocida propiamente en la filosofía helena- se perfila a lo largo de las reflexiones de los Santos Padres y las formulaciones de los concilios en los primeros siglos del cristianismo a propósito de la Trinidad Divina y del Verbo Encarnado: S. Cirilo de Alejandría, S. León Magno, Nicea, Éfeso…, hasta la definición cristológica del concilio de Calcedonia (a. 451).

4.- También son personas los ángeles y Dios, sujetos inmateriales y espirituales, que obviamente superan al hombre en perfección.

5.- El alma humana es una sustancia espiritual dotada de ser o existencia propia, y por ello puede subsistir independientemente del cuerpo (tras la muerte), pero comunica dicha existencia a éste, ya que también es la forma que lo estructura y vivifica. El alma humana es una sustancia incorpórea que al mismo tiempo es esencialmente la forma de un cuerpo. El ser del hombre, su único acto de ser, le viene dado a través de su alma (el compuesto existe sólo a través de la forma). “Sólo hay una existencia, que es la del alma, para el conjunto de la sustancia humana individual, incluida la forma, la materia y todos los accidentes individuantes.” (E. Gilson)

6.- La racionalidad es específica del ser humano; implica una forma de conocimiento y tendencia que actúa fundamentalmente de forma discursiva, razonando, por así decir, “poco a poco”. En esto se distingue de Personas dotadas de naturaleza superior, los ángeles y Dios, cuyo conocimiento es inmediato y sumamente más profundo.

7.- La unidad intrínseca del supuesto, en virtud de su único acto de ser, hace que no quepa distinguir propiamente entre individuo (humano) y persona en las criaturas racionales, en el ser humano, contra el parecer, por ejemplo de J. Maritain. El motivo es que la individuación se extiende a toda la esencia humana -materia y espíritu-, y el ser del alma actualiza también al cuerpo, viniendo así a constituir la raíz de todas las operaciones personales.

8.- La inmortalidad le viene dada por su índole espiritual, que trasciende lo biológico –sin que por ello deje de serle esencial la estructuración y animación del cuerpo-. El alma humana tiene existencia (esse) subsistente, no depende del cuerpo. “Su ser no existe únicamente en la composición con la materia. Por lo tanto, su ser, que era el del compuesto, permanece en ella al corromperse el cuerpo y, reparado el cuerpo en la resurrección, vuelve a tener el mismo ser que permaneció en el alma.” (T. Aquino.  S. C. Gentiles, c.81)

9.- Cada relación posee el Ser divino de un modo propio, y así el mismo ser subsistente (Ipsum Essse subsistens) es afectado por diferentes relaciones. En términos teológicos, el Padre es el ser paterno, el ser subsistente cualificado y diversificado por la relación de paternidad. El Hijo es el ser filial, el ser subsistente afectado y diversificado por la relación de filiación. El Espíritu Santo es el ser subsistente modificado y diversificado por la espiración pasiva.