TEMA 7.- LA PARTICIPACIÓN METAFÍSICA: “SER Y TENER”
"En lugar de un único ser, encontramos muchos. En lugar de un ser plenamente perfecto encontramos muchos dotados de distintos grados de perfección. Todos ellos "son seres", ciertamente, pero "no son el ser". Pero entonces no deberían ser -sólo el ser es-, y sin embargo son, existen. Decimos entonces que tienen el acto de ser sin ser el ser." (C. Fabro: Participación y causalidad)
Volvemos a temas y expresiones que ya han aparecido con anterioridad para ahondar en un viejo y debatido asunto: el de la participación en el ser. Así, cuando aludimos al problema de la finitud y a la doctrina del acto y la potencia, se afirmaba que "lo participado" era perfeccionador y actualizante, y que "lo participante" era limitador, y resultaba actualizado y perfeccionado por lo participado.
La articulación que Tomás de Aquino efectúa entre su doctrina del “acto de ser” (o ser como acto) y su doctrina de la “participación” es quizás lo más nuclear y original de su metafísica.
1.- ¿QUÉ ES “PARTICIPAR”? PARTICIPACIÓN MATERIAL E INMATERIAL.
Participar significa “tomar una parte” de algo, por un lado; y por otro “tener parcial o limitadamente” algo que otro sujeto posee de manera plena.
Cuando hablamos de “tomar una parte” suele emplearse el término “repartir”: Un “todo” se fragmenta física o materialmente en diversas porciones, que van mermando la integridad de aquello de lo que se “participa” (una tarta o una herencia, por ejemplo). A su vez, cada parte o porción así obtenida se convierte en independiente de las demás, a la vez que del “todo” del que se participa. Se habla entonces de una participación material o física, que no es la que ahora nos interesa.
Cuando, por el contrario, hablamos de “tener parcial o limitadamente” (una alegría o una tristeza, una noticia o una explicación científica, por ejemplo), se utiliza el término “compartir”. Aquí, hablamos de un “todo” inmaterial, que no merma a causa de la participación; a veces, incluso, puede llegar a enriquecerse o intensificarse cuando se comparte: una alegría, un conocimiento, un sentimiento de pesar, etc. Los participantes, en este caso, no comparten una fracción del todo, sino su totalidad, pero de manera limitada, similar, diversificada según la índole y capacidad de aquéllos. Por otro lado, el “todo” sigue existiendo como tal. Estamos ante un tipo de participación cualitativa, inmaterial, espiritual o “formal”. Es esta concepción la que registrará una profundización metafísica, que pasamos a considerar a continuación.
2.- LOS ANTECEDENTES PLATÓNICO Y ARISTOTÉLICO.
La doctrina de la participación presenta una perspectiva propia, diferente a la del movimiento, a la cual respondía la doctrina de la potencia y el acto. Aquí el problema de partida es más bien el de la unidad y la pluralidad, otro de los grandes asuntos desde la aparición de la Filosofía.
Tras un interesante precedente, el de Diógenes de Apolonia (siglo V a. C.), el pensador de referencia es sin duda Platón.
A) PLATÓN
Junto con la teoría de la “imitación”, el filósofo de Atenas esgrimió el concepto de “participación” verticalmente, por así decir, para explicar la relación existente entre las “Ideas” y las “cosas”, así como la relación entre lo Uno y lo múltiple. Una cosa (barco, piedra, planta, etc.) es bella porque “participa” de la idea o esencia de Belleza. Este individuo es un hombre porque participa de la naturaleza humana, es decir, de la esencia “humanidad”, que es “separada” y está por encima de los individuos que habitan este mundo material y sensible. Así, el fundamento de las cosas sensibles no es algo intrínseco a ellas, sino extrínseco, exterior, la Idea o forma de la que participan.
También las ideas mismas participan en otras que se sitúan más arriba en la escala jerárquica del mundo de las ideas y, en último término, en la idea suprema, el Uno-Bien.
B) ARISTÓTELES
La versión aristotélica de la participación vendría a ser su doctrina de la causalidad. No se refiere a la dependencia con respecto a un Modelo o Forma pura, ni siquiera al Motor inmóvil, sino –de modo horizontal- a la eficiencia de los distintos agentes o causas existentes en este mundo que dan lugar a la generación de otras cosas. Aquí, más que de participación, lo apropiado sería hablar de “comunicación” de las causas eficientes a sus efectos. En todo caso puede decirse que los efectos participan de su causa.
3.- ACTO DE SER Y PARTICIPACIÓN EN TOMÁS DE AQUINO.
La “participación metafísica”, que es aportación específica de Tomás de Aquino, asume y supera las versiones platónica y aristotélica. Consiste propiamente en poseer parcialmente una perfección, y sostiene que una perfección se posee de forma limitada porque se ha recibido (de algo o alguien que la posee en plenitud).
La coronación de esta doctrina metafísica tomista, como veremos, conecta con la doctrina del “ser como acto” o “acto de ser” (actus essendi).
3.1. Participación predicamental y participación trascendental.
Es preciso dejar clara la diferencia entre la participación “formal” o predicamental y la participación “real” o trascendental.
- La participación predicamental es una participación relativa a la esencia (todo hombre o todo caballo participa de la naturaleza humana o equina, respectivamente); en ella, lo participado no existe fuera de los participantes y se da en ellos de modo unívoco: o se es (hombre, caballo, árbol) o no se es. Platón y Aristóteles no van más allá de este tipo de participación.
- La participación trascendental es una participación en el ser. Lo participado (el acto de ser) subsiste en sí mismo, fuera de los participantes, que lo poseen limitadamente y de manera diversa, según grados y modalidades. Así lo afirma Santo Tomás: “Puesto que en las cosas hay que considerar dos principios, su naturaleza y su ser [lo que es y aquello por lo que es], en todos los individuos que pertenecen a una especie [que tienen la misma esencia: todos los hombres, caballos, árboles, etc.] se da una comunidad según la naturaleza; pero no según el ser, ya que el ser es único y exclusivo de cada cosa. Así, por ejemplo, la perfección propia del hombre (su modo de ser o naturaleza, con sus cualidades, relaciones y operaciones) no se halla según idéntico ser en dos hombres distintos.” (In I Sent., d. 35, q.I, a.4, c) En el fondo, la participación trascendental es a lo que se llama Creación.
La producción o causalidad de unas cosas por otras, (participación predicamental dinámica) explica el "fieri", el hacerse, pero no el "esse", el ser de los efectos. La producción del ser de las cosas es la causalidad trascendental, o sea, la creación en sentido estricto, que es expresión de la participación trascendental.
Tomás afirma que el acto de ser de cada ente finito es una participación auténtica del Ser infinito y subsistente, Dios. Así explica la relación vertical ontológica entre los entes creados y Dios. Toda la positividad y perfección de cada ente se explica por el acto de ser que Dios le concede: Dios, Ipsum Esse (el mismo Ser subsistente), causa el acto de ser de la creatura y lo conserva. Este acto de ser es lo más íntimo y radical que hay en cada ente finito. De él dimanan (participan) las demás perfecciones.
Por su parte –horizontalmente, por así decir- la esencia recibe ese acto de ser y lo delimita, como un recipiente ofrece su forma a lo recibido.
El acto de ser de cada ente es una participación directa del Ser subsistente de Dios. A su vez, la forma sustancial y las accidentales participan de su acto de ser propio, como potencias de este. Toda perfección creada, en todas sus modalidades, es, a través de su propio acto de ser, una participación de la Perfección plena de Dios. Dicho de otro modo: los entes finitos ostentan determinaciones y causan (producen efectos) realmente en tanto en cuanto participan de su propio ser, el cual es participación a su vez del Ser infinito y pleno. En esta reflexión se funda la distinción entre Causa Primera creadora (que da el ser) y las causas segundas creadas (que actúan en el orden predicamental, de las formas). Es preciso añadir que la subordinación de las causas segundas a la Causa Primera no disminuye en las criaturas la eficacia de su obrar propio, sino que la fundamenta.
3.2. “Ser” y “tener”.
"Se llama ente -escribe Tomás de Aquino- a lo que de modo finito participa del ser" (De causis, lect. 6, n. 175). El ente es por participación, y el esse del ente es participado, es tenido por cada ente particular según el modo que en cada ser conviene (según su esencia). El ente, así pues, no es el esse del que participa. Sin ser el ser, es. Y por lo tanto, es contingente: puede ser (potencia) pero puede no ser, su ser es limitado.
Los entes finitos tienen el acto de ser, pero no son el ser; poseen el ser de manera limitada –“son por participación”-, no son autosuficientes. Son contingentes, como ya hemos dicho, y tienen ser porque lo han recibido. El Ser del que todos los demás seres finitos participan como de su Causa última es el Ser en Plenitud, el “Ser por esencia”, el Ser mismo subsistente (Ipsum Esse subsistens), Dios, Acto Puro, que no “tiene” ser sino que “es” el Ser. La participación en el ser está en la entraña de la “cuarta vía” demostrativa de la existencia de Dios que, en expresión de Ángel L. González, discurre “de los entes al ser, y del ser al Ser”.
Todo lo que es por participación es causado por lo que es por esencia, tanto en el plano predicamental como en el trascendental.
Es importante destacar que la doctrina tomista de la participación se fusiona con la del acto y la potencia: El acto es a la potencia como lo participado es al participante. Es la potencia lo que explica la limitación de las realidades finitas, porque la potencia limita al acto según su modo y medida. Por ejemplo: Una misma explicación ofrecida a diferentes personas da lugar al hecho de que cada una de ellas la comprenda de manera peculiar, según su capacidad, sus conocimientos previos, sus intereses, estado de ánimo, etc. La perfección participada es el acto de un sujeto en potencia que la recibe, está limitada a la medida de ese sujeto (de su capacidad), y por ello los actos recibidos se diversifican según la naturaleza o esencia. Así, las cosas adquieren el ser de modo diverso: el ser de un hombre y de un caballo no es el mismo, como tampoco lo es el de este hombre y el de aquél.
3.3. Participación de los seres en el Ser.
Este es el caso más fundamental de la participación metafísica, la llamada participación trascendental. La composición de esencia y acto de ser, configura al ente finito o creado como ente por participación, derivado del Ser en plenitud, o Ser por esencia. Aquí se fundamenta la dependencia radical de las creaturas respecto a Dios: por un lado el abismo infinito entre aquéllas y el Creador, y por otro la íntima presencia de Dios en los entes creados.
Como ya se ha indicado, el Ipsum Esse subsistens (el mismo Ser subsistente) es Causa eficiente de los entes finitos, que son por participación, a los cuales crea y conserva en el ser, hallándose presente en lo más íntimo de cada uno de ellos a través de su respectivo acto de ser. Dios está presente en el ser de los entes creados de modo causal (no formal, lo cual derivaría en un panteísmo).
Dios al crear da el ser (y a la vez la esencia que lo delimita) a cada criatura. No se desentiende luego de la criatura (los deístas del S. XVIII y Descartes, por ejemplo, vienen a decir algo de eso..., que Dios crea las cosas y después se desentiende de ellas). Pero tampoco está en ellas como si fuera su forma o esencia. Si Dios fuese la esencia de las cosas, si permaneciera en ellas como su forma (universal, común), las cosas creadas perderían su consistencia e individualidad: sólo serían "como espejitos" que reflejan la realidad de Dios, que es la que de verdad contaría; o meros instrumentos suyos sin protagonismo ni "participación" alguna en lo que hacen; esto es lo que hallamos en el panteísmo/monismo (Heráclito, Spinoza, Hegel...). (Nota 1)
Frente a ello, Santo Tomás afirma: Dios crea y conserva (sostiene) el ser de cada criatura, pero sin restar a ésta su acto de ser propio. Es causa del ser de las criaturas, y permanece en ellas porque el ser de éstas -que es lo más íntimo y profundo de cada ente- "participa" del Ser Divino (el Ser pleno, por esencia). Y mientras participa, sigue siendo, subsiste. El "efecto" participa de la Causa primera, el Ipsum Esse subsistens, Dios, que es causa de su ser; este ser suyo que es "por participación", pero que es lo más radical y propio de cada cosa, fuente inmediata pero real de sus perfecciones. El ser del efecto es sostenido "desde dentro" y permanentemente por el Ipsum Esse, la Causa creadora. (Nota 2)
Y así, el ser de cada criatura "posee de manera limitada" (partialiter) el Ser divino, y depende de Éste, pero son dos seres, y no uno. El ser del efecto es distinto (aunque dependa) del Ser de la Causa. Dios está en la cosa, pero no es la cosa. La participación trascendental no es formal sino causal. Dios no está presente en cada cosa como "forma universal", sino como Causa universal, trascendental y trascendente.
El ente creado es limitado con respecto al acto de ser, tanto extensiva –hay y puede haber muchos más entes- como intensivamente –no agota toda la riqueza de perfección que es propia del acto de ser; hay y puede haber entes más perfectos-.
La presencia causal de Dios en el ser de las cosas es una presencia íntima, hace que brote lo que hay de real en cada cosa, pero sin que la cosa vea menoscabada su autonomía en cuanto poseedora de su ser, de su naturaleza y de su obrar. Esta es la razón por la que se explica también el principio tomista de que "la gracia -la intervención divina (Nota 3) - no anula la naturaleza, sino que la supone y la perfecciona".
3.4. La participación en el orden predicamental.
Hemos dicho que en toda relación potencia-acto hay una participación. Ya nos hemos referido a la participación de la esencia en su acto de ser. Pero, de manera analógica –no unívoca (Nota 4)-, dentro de la esencia de los entes materiales, la relación entre materia y forma es también una cierta participación. La materia participa de la forma sustancial.
Otro ámbito de participación analógica es el que existe entre la sustancia y sus accidentes. Ontológicamente los accidentes son más débiles que la sustancia, porque inhieren en ella, pero puede afirmarse que la sustancia participa de algún modo de los accidentes, ya que son “actos segundos” que la perfeccionan. La sustancia, así pues, es acto y potencia respecto de los accidentes bajo aspectos diversos: es acto en cuanto les da a participar su propio ser, y es potencia en la medida en que ella misma es perfeccionada o determinada por sus accidentes.
Finalmente, aunque se ha observado ya de pasada, también se da una participación de los efectos en su causa, ya que reciben de ella sus determinaciones, y su ser depende del ser de la causa.
4.- Concluyendo...
En suma, la clave de toda la metafísica tomista estaá en la consideración del ser como acto de todos los actos y perfección de todas las perfecciones. Toda modulación de la realidad –sustancial o accidental- es una participación en su respectivo acto de ser y, por medio de él, es manifestación limitada del mismo Dios, el Ser en plenitud y por esencia.
Recogiendo como en síntesis el modo en que se derivan los entes a partir del Ipsum Esse subsistens, puede decirse que la acción divina creadora tiene como efecto inmediato el acto de ser de las creaturas, siendo recibido por la esencia –concreada con dicho ser-, la cual participa del acto de ser que recibe y al que a su vez contrae a un modo determinado de ser. Dios da el ser y con él la esencia (material o no) a cada ente. Si la esencia es compuesta, y está formada por materia prima y forma sustancial, la materia participa de la forma y por medio de ella del acto de ser del ente.
La participación trascendental (del ser por participación en el Ser por esencia) permite concebir sin problema, por un lado, la trascendencia absoluta de Dios (Ipsum Esse) respecto de las criaturas, que dependen de Él; y a la vez la autonomía de éstas, que son sujetos de su propio ser, naturaleza y actuar. Estos últimos no son “prestados” ni meros instrumentos u ocasiones para el obrar divino, son dimensiones propias de cada ente; la participación en el ser es real, consistente. Los entes finitos poseen en sí mismos (aunque no por sí mismos) su principio de ser. Además, así entendida, la trascendencia divina es compatible también con la “inmanencia” o presencia de Dios en lo más íntimo de cada cosa, en su ser.
NOTAS
1.- En las cosas no hallamos algo así como un ser "desprendido" del Ser de Dios -este sería el caso del neoplatonismo, de Avicena, del maestro Eckhart o de Spinoza, por ejemplo-. Las criaturas no serían "scintillae Dei", “chispas del fuego divino” (Eckhart) ni "modos de Dios" (Spinoza). Las cosas reciben de Dios un ser propio, no carecen de entidad, identidad y autonomía.
2.- El Ser está presente en el ser de los entes, y no en los entes, propiamente hablando. El ser del ente no es el Ser, el Ipsum Esse, sino un ser causado por el Ser subsistente, y en el que Éste se halla presente de modo causal. Dios es el fundamento de lo real, origina el ser, que es lo más íntimo a cada cosa. Más aún, como diría San Agustín, Dios, origen y fundamento del ser de cada cosa, es "intimior intimo", es incluso más íntimo -está más en la raíz de la que brota todo lo que hay de real en cada cosa- que el ser mismo de ella. Al mismo tiempo, “Dios, a la vez que da el ser, produce aquello que recibe el ser” [es decir, la esencia]. (Sto. Tomás, De potentia, q. 3, a1, ad 17).
3.- En el caso de la gracia, por otra parte, se trata de una intervención sobrenatural.
4.- Lo participado se da “de algún modo” en los participantes, no del mismo modo ni del todo.