SABER MANDAR: CALMA Y ENERGÍA (II)
Calma, energía y entereza. Tres actitudes o disposiciones ineludibles para ejercer la autoridad en la educación. Tres ingredientes de la necesaria firmeza que ello conlleva.
Se ha dicho que la calma es la majestad de la fuerza. Ha de ser la condición necesaria que ha de preceder a todo mandato. Cuando los nervios fallan no se está en condiciones de ejercer la autoridad. Calma: es mejor hablar que gritar, reprender sin insultar ni humillar, mandar sin atropellar, atendiendo al ritmo de maduración del niño o del joven, a su temperamento (si es muy primario y perdemos la calma tendremos una mala contestación casi asegurada, si es muy secundario puede sentirse herido, o “guardárnosla” ahondando en sentimientos de revancha, y la herida perdurará por bastante tiempo, y en todo caso se interpretará que estamos descargando nuestro mal humor o prepotencia, sin entender otros motivos e intenciones).
También hay que estar atentos a las circunstancias (conviene no emplear el mismo tono en público o en privado, no aludir a cosas que le hieran o humillen particularmente, no se debe corregir cuando hay demasiada tensión emocional…)
No hay que pedir imposibles, seguramente convendrá disimular ciertos fallos de poca importancia para intervenir sólo en el momento más oportuno. Conviene reducir las órdenes al mínimo. No se trata de controlar y ahogar las energías naturales del niño o del joven, sino de orientarlas al mayor bien. María Montessori decía que hay que observarlo todo, y corregir poco y a su debido tiempo.
No hay que asfixiar las energías naturales, la iniciativa. Cuando un niño o niña se siente asfixiado, aplastado por un aluvión de normas y reproches, se encoge, pierde autoestima, se pone a la defensiva y cae con facilidad en el disimulo y la mentira, adquiere un hastío devastador frente a toda norma, deber y principio.
Como es lógico, esto se aprende. A veces nos pasaremos, otras nos quedaremos cortos… Pero debemos poner todo nuestro cuidado en actuar con la mejor intención y no perder los estribos ni las formas... ni el cariño.
Hablemos ahora de la energía. Se trata de saber hacerse querer y respetar. Ha de ir acompañada de respeto, tacto y condescendencia. La energía, volvemos a insistir, no estará en gritar, insultar, mirar de forma amenazante… Se trata de:
a) Mandar sin suplicar. Convendrá dulcificar algunas órdenes, pero ha de haber órdenes. La obediencia no se mantiene ante una persona insegura de sí misma, carente de determinación en las decisiones de importancia. Es un modo de dar valor a lo que es preciso hacer.
b) Mandar sin discutir. Cuando no conviene detenerse en explicaciones o no existe seguridad de ser entendido en ese instante por el niño, no hay que aceptar réplicas. Se debe buscar otro momento, más sereno, para aclarar en privado la situación.
c) Mandar con claridad. Directrices claras y adaptadas a la edad, la inteligencia y receptividad del niño. Evitar expresiones ambiguas o que carezcan de la necesaria convicción.
d) Mantener lo mandado. No cambiar las órdenes a capricho, ni emplear diferente rigor según el humor que se tenga en cada momento, ni establecer diferencias injustas. Desigualdades y rectificaciones desconciertan. Una vez tomada una medida hay que mantenerla; la falta de perseverancia en esta actitud debilita la autoridad. Si el niño no merecía una corrección, por ejemplo, no había que habérsela impuesto, y si la merecía debe cumplirla. Hace falta entereza para no claudicar ante una momentánea pérdida de afecto. La tendencia a modificar las órdenes hace pensar que éstas dependen del capricho del educador.
Calma para no pasarse de la raya de manera irracional y abusiva; y firmeza para no pararse antes de tiempo y caer en la veleidad y en la indecisión. La firmeza bien administrada da seguridad.
Nunca se insistirá lo bastante en la importancia de cuidar mucho las condiciones mencionadas. Esmerarse en ello, no cansarse de intentar actuar así no sólo es educativo para nuestros hijos o alumnos. Evidentemente, nosotros mismos, educadores, nos estaremos autoeducando, puesto que estaremos puliendo nuestro propio carácter.
(Publicado en el semanario La Verdad el 3 de noviembre de 2023)