Los sofistas y Sócrates

Introducción. Contexto: Atenas, siglo V

Los sofistas y Sócrates

Atenas, en el siglo V a. Jc., ofrece un gran florecimiento comercial tras el triunfo griego sobre los persas. La figura de Pericles llena este siglo en lo político, y supone una transformación y un esplendor para la Metrópoli que no encontrará ya parangón. La instauración de la democracia en Atenas hace que la retórica, es decir, el arte de hablar con elocuencia, belleza y poder de convicción, cobre un gran auge, ya que los asuntos públicos son debatidos entre los representantes de los demos, o barrios de la ciudad.

La importancia que se atribuye al arte de hablar en público hace que interese conocer los argumentos que permitan vencer en los debates públicos, y formarse en las habilidades dialécticas, la negociación y el arte de conmover y ganar el beneplácito de los auditorios. El brillo y el triunfo político mediante el arte de la palabra se hacen un valor muy preciado.

No sorprende que acudan a Atenas maestros de gramática y de elocuencia, a los que se llamará sofistas, reclamados para educar a los hijos de las familias aristocráticas que han visto menguar su poder político. Por el valor que se atribuye a la labor educativa de los sofistas se les considerará como los sabios por excelencia. Pero tras la derrota de Atenas en su guerra contra Esparta (Peloponeso, 404 a. Jc.), se atribuirá a su influencia y a la orientación educativa que ellos imprimen a la juventud ateniense, el motivo de la decadencia y el desprestigio de la ciudad. "Sofista", entonces, ya no significará "sabio", sino "traficante de apariencias", "charlatán", "em­bau­cador..."

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En el ágora, la plaza pública, se discutían los asuntos importantes de la ciudad y se impartía justicia

En cuanto al contenido de su enseñanza, cabe advertir que el ambiente intelectual ofrecía ya un buen número de explicaciones cosmológicas, que daban a entender que ese tipo de cuestiones era difícil, poco seguro, o por lo menos discutible. Lo humano, lo cercano, empieza a cobrar interés. La filosofía empieza a ofrecer también una vertiente práctica: se piden pautas para saber hablar, saber pensar, saber actuar, saber vivir... Pero la enseñanza de los sofistas y la mentalidad dominante en este momento da más importancia al interés y la búsqueda del éxito social que a la preocupación por averiguar qué es bueno, verdadero y justo. La utilidad y la eficacia importan tanto que la virtud se reduce a la habilidad o destreza en el manejo de las técnicas que conducen al poder ya la riqueza. "Virtuoso" significará "hábil".

CARACTERÍSTICAS COMUNES DE UNA MENTALIDAD

Sintetizaremos los rasgos característicos de la mentalidad ateniense, cada vez más acentuados a lo largo del siglo V por la influencia, al menos en parte, de la enseñanza de los sofistas:

1) RELATIVISMO

- físico: Nada hay fijo y estable.

- moral: No hay cosas ni acciones buenas ni malas en sí mismas, ni hay una norma trascendente de conducta. Subjetivismo: "Las cosas son según le parecen a cada uno" (PROTÁGORAS).

- jurídico: Convencionalismo. La naturaleza no es fuente de leyes inmutables que afecten a la vida social. Las leyes son fruto de un pacto o convención ("nomos"), determinado por el acuerdo general ante los argumentos más convincentes o ante los intereses de la mayoría.

2) ESCEPTICISMO INTELECTUAL

No existen conocimiento seguros, ciertos. Es muy difícil e incluso imposible conocer la verdad, lo que las cosas son y su valor intrínseco. Pero la palabra, de todos modos, se muestra de gran eficacia: "Con la palabra se fundan las ciudades, se hacen los puertos, se impera al ejército y se gobierna el Estado" (GORGIAS). Interesa más convencer de algo a un adversario, que descubrir si es verdadero o justo.

Se piensa que no es posible un saber objetivo, válido para todos. Más bien nos encontramos ante distintas opiniones e ideologías, en las que el criterio de verdad y de bondad es sustituido por el de la eficacia. No nos interesa si de verdad algo es así, sino qué provecho podemos obtener de su uso.

3) INTERÉS HUMANíSTICO

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El hombre y su ámbito de relaciones viene a ocupar el interés principal. Pero no se considera al ser humano en sí mismo, sino aquello que afecta a los problemas prácticos de la vida, y en especial los políticos. Pero no olvidemos que ahora la política no es el ámbito de la convivencia que brinda criterios, entidad y acogida a los ciudadanos, sino, fundamentalmente, la lucha por el poder.

Los sofistas, en particular, se proponen educar a la juventud en el gobierno del Estado y en el logro del triunfo político o el prestigio social, sin atenerse a criterios o principios morales.

Cabe considerar que a los sofistas se les debe la atracción del pensamiento racional sobre la educación, la vida social y los temas característicamente humanos, como la felicidad, el deber, etc. Aunque los fundamentos intelectuales y morales de su doctrina sean poco sólidos en general, y en muchos casos sean claramente disolventes, el ideal educativo que propugnan apunta al cultivo de la "virtud ciudadana" -que ellos entienden en realidad como habilidad política-,a la transmisión de un bagaje de conocimientos y a una educación formal, por así decirlo, institucionalizada.

PRINCIPALES REPRESENTANTES DE LA SOFÍSTlCA

Los sofistas no forman ninguna escuela o línea de pensamiento homogénea. Son una serie de individualidades en las que, no obstante, cabe reconocer rasgos intelectuales comunes, como los ya apuntados. Se suele distinguir entre los llamados "sofistas mayores "y "menores". Los primeros son más conocidos y sus afirmaciones presentan una gran repercusión. Se trata de PROTÁGORAS y de GORGIAS.

PROTÁGORAS (481-401 a. Jc.)

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Se caracteriza por un relativismo físico, al estilo de Heráclito: Nada habría constante en la naturaleza. También por un rotundo escepticismo acerca de la existencia de una verdad universal y objetiva: "las cosas, dice, son según le parecen -o se le muestran- a cada cual". Ya que "el hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son"; es decir, que cada individuo determina el valor y la consistencia que las cosas han de tener, en función del modo en que afectan a su vida. A esta posición se la considera como la primera formulación del antropocentrismo filosófico. De todo ello se sigue una consecuencia práctica de tipo moral, y es que no hay cosas o acciones que sean de suyo buenas o malas, sino según el modo en que le parezcan o le afecten a cada uno.

GORGIAS (483-375 A. Jc.)

Manifiesta el más rotundo escepticismo en materia de conocimiento: "Nada existe. Aunque existiera, no lo podríamos conocer; y aunque pudiéramos conocerlo, no podríamos comunicarlo". Es como decir: ¿Qué más da que las cosas existan o no, que sean de un modo u otro, que haya que actuar de una manera u otra, si de hecho las decisiones privadas y públicas se toman sin tener eso en cuenta? De hecho, cada cual actúa conforme a su interés. Lo que cuenta es lo que se impone, lo que triunfa, lo que decidimos que se haga.

Ahora bien, si estamos ante un mundo de apariencias, en el que todo es opinable, he aquí que tenemos la retórica, el arte de persuadir a los demás de aquello que nos interesa. Sólo la palabra tiene fuerza y es la clave del poder: Con la palabra se gobierna y se vence. Si no es posible acudir a una norma o pauta de conducta objetiva y válida para todos, universal, podemos, gracias a la retórica, al arte de persuadir, utilizar aquellas apariencias u opiniones que pueden sernos más útiles en cada caso. La palabra es la gran dominadora. Gorgias es un claro exponente del pragmatismo de su época... y de otras muchas.

LOS SOFISTAS MENORES

Se trata de una serie de personajes que no alcanzaron ni la fama ni la influencia pública de los anteriores, pero que aportan algunas ideas de interés a esta mentalidad que venimos exponiendo. Destaca la contraposición entre "Physis" y "nomos", entre una 'naturaleza' que se entiende como fuerza, imposición, espontaneidad sin norma, y la 'convención', una norma o ley establecida por el arbitrio o la voluntad de los hombres, sin otra referencia que el acuerdo de intereses. Las leyes de la ciudad no tendrían un fundamento objetivo en la realidad de las cosas, en su naturaleza o modo constitutivo de ser, sino en el acuerdo de intereses de los individuos o pueblos que las establecen. Por eso son distintas de unos lugares a otros y por eso se pueden cambiar en cualquier momento, cuando los legisladores lo decidan. Por lo mismo, toda interpretación posible es válida de antemano.

En conclusión, Atenas está alimentada en su "ethos" (terreno moral, mentalidad, espíritu social...) por un claro pragmatismo (la verdad es sustituida por la eficacia), por una moral del éxito a ultranza, por el individualismo moral. El escepticismo ha minado la pretensión de buscar la verdad, una norma objetiva para la vida de todo ser humano. Cada cual para su propia vida -y los que triunfan para la vida pública- impone su criterio y su pretensión, sin otra pauta que su propia fuerza o habilidad.

CONCEPCiÓN SOFÍSTICA DEL HOMBRE

“La sofística -ha observado Zubiri- ha creído formar a los nuevos hombres de Grecia desentendiéndose de la verdad". Bajo la enseñanza de los sofistas late un modelo de hombre bastante preciso: un "ciudadano del mundo" (cosmopolita) que, desarraigado del entorno nutricio de su ciudad (polís), se emancipa por su habilidad, por su sagacidad y por el grado de poder al que logra encaramarse, de todo tipo de leyes naturales y morales, dioses y costumbres ciudadanas. En cuanto autor de leyes y buscador de su interés, es creador de valores, ya que su voluntad y su capacidad de convicción le hacen "medida de lo que es y de lo que no es".

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Se siente llamado a dominar sobre sus semejantes -con los que no guarda vínculos morales de solidaridad-, y mediante su hacer y su elocuencia busca el prestigio social y el dominio sobre sus conciudadanos.

La educación propiciada por los sofistas trajo consigo una visión antropocéntrica de la realidad, por la que nada en la naturaleza cuenta o tiene valor -ni siquiera "existe" a efectos prácticos- si es ajena a los intereses del hombre. Este es un terreno abonado para la más honda subversión en la vida social y particular: las cosas carecen de valor objetivo, no se tienen en cuenta exigencias emanadas de la "physís' ni vínculos morales debidos a la polís. El hombre aparece como auto-suficiente en la medida en que logra el poder, pero inerme y sin amparo cuando se ve a merced de adversarios más sagaces.

Ni la realidad ni el hombre mismo en cuanto tal presentan consistencia onto-lógica. "El hombre, decía Protágoras, es la medida de todas las cosas"..., pero, ¿quién mide al hombre?... Todo -lo natural, lo social, lo humano- se subordina al arbitrio de quienes de hecho están en condiciones de decidir acerca de lo que vale en la práctica. Cada cual para su vida privada, y el legislador para la pública. Lo que decide es lo que está bien. Lo verdadero y lo falso, lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, son determinados por el legislador, o legisladores, con independencia de normas morales o religiosas superiores a su voluntad soberana.

Los que triunfan por su elocuencia y sagacidad son los que imponen su manera de ver la vida. Los que fracasan en el empeño quedan a su merced. Pero eso ya no es un pueblo, un ámbito de convivencia que brinda valores, identidad y acogida a los ciudadanos. Y ese es el diagnóstico de Sócrates: Atenas padece una terrible enfermedad moral. Su alma ha muerto.

* * * *

SÓCRATES (470-399 a. Jc.)

La aparición de los sofistas trajo consigo, a la par que la decadencia de la democracia, una visión antropocéntrica de la realidad, de manera que nada en la naturaleza sería ajeno a los intereses del hombre, o más propiamente, nada en la naturaleza que sea ajeno a los intereses del hombre merece ser tenido en consideración.

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Sócrates.
Museo del Louvre

Más aún, ni el ser de las cosas ni el hombre mismo en cuanto tal aparecen dotados de consistencia propia: no presentan un fundamento objetivo, invariable, necesario. Todo: lo natural, lo social lo humano, se subordina al arbitrio de quienes de hecho deciden acerca de ello. Ninguna cosa de este mundo es "así" de suyo. Las cosas son como diga quien puede hacerlo. Los hombres -cada cual para sí, y los poderosos para la colectividad- son la medida de las cosas. Los secretos del cosmos son inalcanzables: lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, es determinado por los legisladores. Los que triunfan por su elocuencia y sagacidad son los que imponen su manera de ver la vida.

Escepticismo, relativismo y nihilismo, son "lacras" profundamente impresas en Atenas cuando Sócrates, un ciudadano más bien modesto que vive de su trabajo de alfarero, se lanza a la vida pública. No predica, en principio, doctrina alguna, al estilo de otros sabios; pero su conversación y sobre todo sus preguntas, ponen en serios aprietos a personajes notables y a sofistas. Ni que decir tiene que su actividad despierta la curiosidad y el entusiasmo de un buen grupo de jóvenes amigos, entre los que se encuentra uno de apenas veinte años al que todos cariñosamente apodan Platón. Pero al mismo tiempo se granjea la animadversión de hombres poderosos que no cejarán hasta conseguir su muerte.

Su respuesta camina en la siguiente dirección:

1) Abandono del tema de la "PHYSIS" (su postura sería, a lo sumo, "una más". La herida social y moral es más ­urgente y perentoria.

2) Planteamiento radical del tema del "HOMBRE": Se lanza al "combate" en el terreno más álgido, poniendo, por decirlo así, el dedo en la llaga: la preocupación moral y el cuidado del alma: “Conócete a ti mismo”.

3) Búsqueda de un "saber" que permita conocer las cosas tal como son (método y ciencia).

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El Partenón

I) METODO y CIENCIA EN SOCRATES

SOCRATES, frente a la enseñanza falaz y corrosiva de los sofistas, buscará un método que permita al pensamiento conocer, en un cuerpo sólido de verdades -ciencia, "episteme"-, la realidad de las cosas, en particular las relativas a la vida del hombre en cuanto tal. (No sólo en cuanto a las estrategias para hacerse con el triunfo).
 La preocupación por hallar un método y un cuerpo de verda­des inatacables (ciencia), es en SOCRATES fundamental.

EL MÉTODO

Según ARISTOTELES, debemos a SOCRATES dos adquisiciones importantes en este terreno: la inducción y la definición universal.

a) La inducción

A partir del contacto experimental con las cosas podemos elevarnos a principios generales. En SOCRATES adquiere la ­forma de un diálogo que busca incansablemente la verdad (primera manifestación de lo que desde PLATON se dará en llamar la "dialéctica"), que presenta dos fases o etapas:

  1. Ironía: Momento "negativo"-purificador, tendente a suprimir prejuicios y malentendidos en el interlocutor, llevándole a reconocer su ignorancia real sobre el tema en cuestión: “Sólo sé que no sé nada".
  2. Mayéutica: Momento "positivo"-iluminador, por el que el filósofo ayuda a su interlocutor a que encuentre en su interior la verdad. Revisando distintos casos, situaciones o ejemplos particulares, SOCRATES va remontándose con su interlocutor a la captación de una afirmación de mayor alcance.

Este proceso de inducción tiene así un punto de llegada, un re­sultado final: la obtención de una esencia, recogida en el marco de una de­finición universal.

b) La definición universal

Del examen minucioso de casos y he­chos concretos se busca extraer un denominador común, una serie de notas ­fundamentales que todos puedan reconocer como definitorias de todos los casos y cosas que caen bajo una misma denominación. Esas notas, recogidas en una definición de valor universal -válida para todos los casos- y nece­sario -no puede ser de otro modo-, constituyen la esencia de lo definido: Bien, verdad, valor, justicia, belleza, etc.

LA CIENCIA

El conjunto articulado y coherente de verdades así obtenidas, dotadas de las notas de inmutabilidad, necesidad y universalidad es lo que en SOCRATES recibe el nombre de ciencia ("episteme")

La ciencia, edificada sobre estos fundamentos, vendría a constituir un ámbito no sujeto al interés, las circunstancias y las opiniones variadas y variables; sino dotado de plena objetividad y consistencia, y alcanzable por cualquiera que, lejos de influencias nocivas y prejuicios diversos, busque en el conocimiento de sí mismo, la norma a seguir en todos los órdenes de la vida.

Esto que Sócrates vivió y por lo cual consintió literalmente en morir, fue elaborado doctrinalmente por su discípulo PLATÓN en su “teoría de las ideas”.

II) ANTROPOLOGÍA Y ÉTICA

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Para SOCRATES, preocupado por lo que el hombre es, y no tanto -o al menos no en primer lugar- por lo que hace, dice o tiene, el verdadero valor del hombre está en su interior, en lo que llama su "alma".

Hasta este momento, el alma venía siendo un elemento por el que el hombre conectaba con la "physis" -PITAGORAS, HERÁ CLITO...- y, aunque en ocasiones se revestía de "divinidad" y de una dignidad inmortal, ­no era en sentido estricto un ‘yo’.

Íntimamente unida al cuerpo, el alma hace de él algo entrañablemente humano -como puede constatarse en varios diálogos tempranos de PLATON-, aunque el hombre, estrictamente hablando, sigue siendo sólo su alma, como en el orfismo o en el pitagorismo. Lo más importante en SOCRATES es que, según él, el hombre, bus­cando en su interior, en su alma, encontrará la pauta de conducta moral, que es superior a él mismo, y que tiene vigencia tanto a nivel personal ­como a nivel colectivo, social.

LA ÉTICA SOCRÁTICA

Si para SOCRATES el hombre es, ante todo, su alma, la obra hu­mana por excelencia será el cuidado del alma, pero no al modo de los ritos ocultos o de prácticas mágico-simbólicas, y mucho menos aún mediante el adiestramiento en una retórica sin contenido como hacían los sofistas, sino de modo filosófico: mediante el cultivo de la inteligencia y el ejercicio de la virtud.

Pero tan estrecha es a su juicio la trabazón entre "virtud" y "saber intelectual", que llega a identificarlos. De este modo, para SOCRATES la virtud es una, y coincide con el conocimiento del bien. A esto se ha llamado "intelectualismo moral", es decira la identificación entre saber y virtud. El que conoce el bien posee la virtud, y quien posee una virtud es que posee todas, tanto interiormente como en su vida pública, social: El que es justo lo es para mismo y para los demás, porque conoce realmen­te lo que es la justicia.

¿Y el que obra injustamente? En consecuencia con lo anterior, SOCRATES afirma que quien peca lo hace involuntariamente, debido a que ignora el verdadero bien. El vicio o pecado no es sino ignorancia. La vir­tud es fruto de la educación y de la cultura -puesto que es un "saber"-, del cultivo, por medio del conocimiento, de lo que en el hombre hay de noble y justo. Las tendencias naturales, supuesto el cultivo racional, conducen inexorablemente al bien. Pero el hombre puede "confundirse" y tomar erróneamente el mal por bien, y de ahísu mala conducta. Pero nunca, insiste ­SOCRATES, podrá elegir un mal que se manifieste en su malicia a la razón.

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La acrópolis de Atenas. Reconstrucción.

Será ARISTOTELES quien advierta que la virtud no se puede lograr sin esfuerzo, y que no basta con conocer lo bueno para realizarlo, porque siempre hay que contar con la libre operatividad del hombre y la existencia de mal arraigadas costumbres. Pero esto será unos 50 años más tarde, al menos.

Es finalmente muy importante advertir cómo con SOCRATES viene a recuperarse una visión de la polis como una entidad moral normativa, ­y no sólo como un lugar donde competir en busca del poder y del que servirse en aras del propio interés; la polis es "la fuente de los bienes supremos de la vida y de las normas de vida más altas" (JAEGER). Se exige la reforma de la polis, carcomida por la labor disolvente de los ambiciosos y de los sofistas. De dicha reforma depende el abrigo moral para el ciudadano, pero antes consiste en la restauración de un sentido moral interior, por el predominio de la verdad por encima del interés -de la verdad universal sobre el interés particular-; no por la implantación violenta de un poder externo, sino por el cultivo de la virtud en el alma de cada ciudadano.

Más que por sus palabras -de hecho renunció a poner por escrito su doctrina-, fue por su magisterio ejemplar, por el testimonio de su vida, por lo que SOCRATES ha pasado a la historia como el modelo del au­téntico filósofo, de un hombre admirable que ha indicado un modo de vida digno, patrimonio desde entonces de la identidad de Europa. Alguien ha dicho que los mejores (y únicos) libros de Sócrates fueron sus discípulos.