LA CREACIÓN Y EL PROBLEMA DEL MAL EN SAN AGUSTÍN

APÉNDICE AL TEMA 8

En lo fundamental, Santo Tomás (1224-1274) refrenda y sistematiza la reflexión de San Agustín (354-430) acerca de la creación y el problema del mal, dos asuntos estrechamente vinculados entre sí.

Dado que la exposición agustiniana -marcada profundamente por un enfoque existencial y vital, aunque no exenta por ello de solidez- es genuina y profundamente original, se expone seguidamente a grandes rasgos, con el fin de ofrecer una perspectiva de comparación y contraste enriquecedor.

I. LA CREACIÓN.

La permanencia del Ser Divino contrasta con la efímera e in­consistente existencia de las cosas. Para las cosas, ser es más bien de­jar de ser, estar sujeto a un cambio que delata su insuficiencia ontológica. Sumidas en la contingencia, “son”, pero no se deben su ser a ellas mismas. "Nosotros vemos las cosas porque son, pero ellas son por que Tú las ves". Si las cosas que existen son contingentes (po­dían no haber existido ya que no tienen en sí mismas su propia razón de ser), entonces el ser que tienen lo han recibido, les ha sido dado. Esa donación del ser es precisamente la creación.

La creación es la producción del ser de las cosas a partir de la mera potencia infinita de Dios. Al principio no era el "kaos", sino el "Logos" (Dios). Todo, lo material y lo que no lo es, ha sido íntegramente producido ("ex nihilo", de la nada) por la sobreabundancia del ser y del obrar divinos. La creación es un don -el don del ser-; y lo creado es un bien, el resultado de un gesto gratuito de autoentrega divina, de amor originario por parte de Dios.

Cuestiones relativas a la creación:

- ¿Qué significa una "creación ex nihilo, de la nada"?

Es una creación a partir de la mera Potencia infinita (del Poder) del Crea­dor, sin una materia o 'kaos' preexistente -eso es lo que ha de entenderse por "de la nada"-, es lo único coherente con la Perfección divina, a la que se atribuye el fundamento de toda realidad. La nada es el no ser. Dios es el Ser en plenitud -la nota de permanencia es la que Agustín asimila a la de plenitud en el ser-. Dios al crear, lo hace exclusivamente desde la sobreabundancia (omnipotencia infinita) de su ser. El ser de la cria­tura es limitado y parcial, no tiene en sí mismo su propio fundamento sino en Dios: "Nosotros vemos las cosas porque son, pero ellas son por­que Tú las ves." (Conf. XIII, 38, 53)

- ¿Por qué crea Dios?

No existe causa alguna que "obligue" a Dios a crear, (si la hubiera, sería superior a Dios). No hay otra causa que la misma Voluntad Divina (creó porque quiso), pero al tratarse de un acto libre sus motivos se nos escapan, racionalmente hablando. Cabe decir lo siguiente, tan sólo: Si Él ha querido que seamos, es que nos ha querido. Es decir, sólo podemos concebir en el designio creador un acto generoso, de donación gratuita y libre, esto es, de amor. Siendo Dios la suma per­fección, el Bien Sumo, podemos entenderlo como un bien difusivo, que es participado por las criaturas por un acto dona­dor y fundamentante divino.

- ¿Cómo creó Dios?

Dios posee en Sí mismo los modelos, ideas o arquetipos de todos los seres. Las ha proferido mediante su Palabra (el Hijo), creando simultáneamente todas las cosas en un primer momento. Pero la aparición explícita de todas ellas tiene lugar a lo largo del tiempo. En una materia primigenia, Dios puso "gérmenes", a las que llama "ideas seminales", (expresión tomada de los estoicos), que son plasmación de las ideas eternas de la Mente Divina, y que evolutivamente van dando origen a todos los seres vivos; de este modo, Dios, que todo lo ha creado desde un primer mo­mento, se sirve de las criaturas como “causas segundas” para que la creación se desarrolle en el tiempo.

LA CREACIÓN Y EL PROBLEMA DEL MAL EN SAN AGUSTÍN

-¿Cuándo creó Dios?

"Dios no creó en el tiempo, sino con el tiempo". No hay tiem­po alguno "antes" de la creación. No hay un "antes". El tiempo es la medida del movimiento (como ya decía Aristóteles), pero el movimiento es propio de las criaturas; en cierto modo, el tiempo es "criatura", es una relación -simultaneidad, anterioridad, posterioridad- entre movimientos de seres crea­dos. La temporalidad es una condición intrínseca de toda criatura. ¿En qué consis­te esa condición o dimensión de los seres creados?

Tiempo y eternidad

El tiempo -la temporalidad- es la condición propia de las criaturas; es estar sometido a un pasar continuo, careciendo de lo que está por venir para dejar inmediatamente de tenerlo, disuelto en lo que ya ha sido. La temporalidad es un pasar, un sucederse. Connatural a todas las criaturas, se manifiesta, en principio, como futuro -lo que todavía no es-, como pasado -lo que ya no es- y como presente -que es el "filo" entre el futuro -un no ser, una "nada"- y el pasado -también un no ser, una "nada"-. El presente es un "estado que no permanece", un devenir o pasar irretenible entre dos "nadas": el paso de lo que no es aún a lo que ya no es. Nuestro ser es un "ser en la temporalidad", un pasar que es un ser desvaneciente, "ser dejando de ser". De este modo se advierte claramente lo precario, fugaz y limitado de nuestra existencia.

Sin embargo en el hombre, imagen de la Trinidad, se da una cierta elevación y puede trascender de algún modo el fluir del tiempo: Con la memoria y con la expectación (esperanza) podemos hacer presentes el pasado y el futuro, respectivamente. Podemos así, traerlos a nuestro fugaz presente, efímero pero intenso.

En Dios no hay tiempo. El es permanencia, un presente que no pasa. Es Eternidad, plenitud de ser. La eternidad no es sólo una prolongación indefinida en el tiempo, sino una condición "intensiva" del Ser perfecto, una posesión plena y simultánea de una realidad presente y permanente (Boecio): sin principio, fin, futuro ni pasado.

II. EL PROBLEMA DEL MAL

El contexto en el que San Agustín se plantea esta cuestión es el de una creación entendida como la producción del ser de las cosas a partir de la Potencia (Poder) Infinita de Dios. Es un acto de donación generosa, libre y gratuita en la que Dios extiende su Bondad constitutiva a las creaturas, incluidas las materiales.

Así pues, si la creación es un acto de bondad, ¿por qué existe el mal en el mundo?, ¿cómo puede ser compatible con la bondad divina?

a) En primer lugar, S. Agustín se pregunta si Dios es la causa eficiente del mal, si éste es una creatura que suponga un Principio crea­dor y responsable del mal.

La respuesta es que el mal no es una "cosa creada por Dios", puesto que, de entrada, ni siquiera es propiamente hablando una cosa, una realidad subsistente, sino un vacío, una carencia o privación de algo que debiera poseerse por naturaleza, de una cierta cualidad o perfección requerida. El mal no es "algo sustantivo" que requiera una causa eficiente -un Dios malvado al estilo de los maniqueos o de la religión de Zaratustra, fundador de la religión persa-. Es más bien el efecto de una "deficiencia causal"; una causa deficiente, imperfecta (y no Dios) da origen a un efecto defectuoso.

Dios, Causa Primera de la realidad, crea realidades que son a su vez "causas segundas" (Nota 1), dotadas de una cierta au­tonomía en el orden de su eficiencia (leyes y características naturales propias de cada cosa). La concurrencia de sus acciones puede originar conflictos o "choques" en la producción de sus respectivos efectos, eventualmente interferentes. Esto es lo que ocurre en el caso del MAL FÍSICO: catástrofes naturales, deficiencias físicas o biológicas, o el dolor físico, consecuencias de un desorden relativo en la evolución de la naturaleza.

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Existe además el MAL MORAL: la maldad, el pecado, el desorden voluntario, que es consecuencia de un mal uso del libre albedrío, siendo, por lo tanto, responsabilidad del hombre.

b) Pero, entonces, y en segundo lugar, ¿por qué Dios tolera el mal?

Respecto del MAL MORAL, porque esa tolerancia preserva la liber­tad del hombre y el valor moral de las acciones libres. Si el mal no fuera posible al elegir, tampoco existirían actos valiosos. La posibilidad de ha­cer el bien supone también la posibilidad de no hacerlo. Las "malas acciones" están ­privadas de la debida conformidad al orden del Bien y del Amor.

En cuanto a los MALES FÍSICOS, San Agustín adopta una perspec­tiva "totalista": desde un nivel "universal" y no parcial, son situaciones o acontecimientos que dan lugar a otros bienes, a menudo superiores incluso a nivel particular, y que contribuyen a un mayor bien general, a un ordena­do desarrollo de la Naturaleza.

Las dificultades o penalidades de la vida son ocasión para bienes espirituales, aquilatan el amor y, asumidas generosamente, hacen crecer moralmente.

No obstante, la razón no tiene la última palabra. Es necesario un esfuerzo moral de comprensión al cual presta auxilio la fe:

El pecado original (acontecido en un momento histórico concreto, fruto de una rebeldía de la libertad humana) quebrantó el mundo verda­deramente querido por Dios, trayendo consigo la privación del bien, tanto a nivel físico (dolor, penalidades, lucha de inclinaciones...) como a nivel moral (tendencia a lo infrahumano, debilidad de la voluntad, oscurecimiento de la conciencia), desviando así al hombre de su itinerario hacia Dios.

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San Agustín, obispo de Hipona

Pero Dios no quiso que este estado de cosas, consecuencia de una libertad mal ejercida, fuera definitivo, por lo que intervino directa­mente en la historia humana por medio de la Redención. Dios no permanece ajeno al mal que sacude al ser humano. Cristo, Dios hecho hombre, asume el sufrimiento y la muerte, venciendo ambos con su resurrección. Agustín plantea que Dios permite el mal porque lo vence “desde dentro”, transformándolo en algo positivo, venciendo el mal con el bien, transformándolo en bien, incluso. Por el bien que es la libertad del ser humano Dios llega a “soportar” incluso el sacrificio y la muerte de Cristo, cuya entrega por amor se convierte en fuente de vida eterna y de comunión divina para los hombres.

Pero es claro que esto último ya no es filosofía, sino una creíble historia de un Dios que la fe reconoce como Amor personal a cada hombre. El misterio de Dios -observa Chesterton, en sintonía con san Agustín- es más esclarecedor que las explicaciones del hombre.

Una última reflexión. A simple vista, puede parecer que la existencia del mal es un argumento contra la existencia de un Dios de Bondad. No obstante, si se piensa más detenidamente, habría que decir que la existencia del mal es, por el contrario, un hecho que resultaría absurdo si no existiera "un más allá del dolor" que le dé un sentido, es decir, un Ser Personal y Providente a quien el dolor humano no le sea ajeno ni indiferente. La existencia de un Dios providente, "cercano" al hombre, puede ayudar a asumir la existencia del su­frimiento y del mal, de la indigencia del ser humano.

NOTAS


1.- La distinción entre Causa Primera y causas segundas aparece formalmente en el Liber de causis, que Tomás de Aquino atribuye a Proclo (412-485). Aunque no se difundirá en occidente hasta el siglo XIII; en San Agustín la distinción se halla implícita cuando compara la eficacia causal de las criaturas y del Creador.