EDUCACIÓN EN LA ADOLESCENCIA. AFECTIVIDAD Y SEXUALIDAD.
REPENSANDO LA EDUCACIÓN (156)
La adolescencia es vivida por los propios jóvenes con gran intensidad, pero para padres y educadores se trata también de uno de los más serios retos educativos. Ya hemos indicado que es preciso favorecer el desarrollo temprano de actitudes, hábitos y estrategias de relación y de comportamiento, especialmente en el marco de la infancia media -7 a 10 años-, y no esperar a que el niño llegue a la pubertad para exigirle de golpe que asuma criterios, responsabilidades y disposiciones casi de adulto. Es preciso empezar mucho antes de que empiecen a sonar las primeras alarmas.
Si un hijo no ha aprendido a ser ordenado y constante, a confiar en sus padres con naturalidad, a contarles sus cosas sinceramente y a tomar algunas decisiones por sí mismo asumiendo responsabilidades concretas, es muy difícil que lo haga en el momento en que se aleja del referente paterno y materno. No esperemos que un joven o una joven se confíe espontáneamente a sus padres cuando tenga algún dilema personal o algún conflicto si la escucha y el diálogo natural y confiado no vienen siendo lo habitual en la familia “desde siempre” y por parte de todos.
Mencionaremos algunas pautas educativas que pueden ayudar al adolescente y colaborar positivamente en su desarrollo. Empecemos por la educación de la afectividad y la sexualidad.
El desarrollo sexual motiva una gran curiosidad, a la que debe preceder y acompañar una oportuna y cuidada información y apoyo. No es bueno que surja una curiosidad malsana, un deseo de buscar información fuera del ámbito familiar, tal vez donde no se le ofrezca de manera positiva, ni tampoco que se produzcan sentimientos de injustificada culpabilidad.
Por ello, al desarrollo corporal le debe preceder y acompañar una adecuada reflexión sobre la afectividad, la amistad y el recto sentido del amor humano: la sexualidad es uno de los lenguajes del amor, es expresión del amor de entrega entre un hombre y una mujer en el que cada uno ha de buscar por encima de todo el bien del otro, lo cual reclama un compromiso mutuo y estable; y esa es su mayor riqueza.
La familia es escuela de un amor profundo cuya esencia es la entrega personal, una comunidad de vida y no el placer, que es fluctuante. El goce sexual tiene su lugar, desde luego, pero no puede ponerse por encima de la búsqueda del bien para el otro. No puede haber amor si no hay respeto. Siempre que se hable de sexualidad en casa se debe valorar, sobre todo, como expresión y lenguaje del amor humano.
Ciertamente, una vida sexual madura así entendida no es fácil. Habrá incluso quien diga que es imposible de vivir. Y por eso, niños y jóvenes necesitan ver a su lado personas de referencia -de manera fundamental sus padres- que siguen formas de vida equilibrada, que saben querer y quererse de verdad, y que son verdaderamente felices. Sin esta fuerza moral, que brota de una relación personal concreta y gozosa, de la que se forma parte, por supuesto es difícil creer que se puede vivir así.
Por ello es tan esencial la función educadora de la familia: lo que uno ha vivido y experimentado (en su familia, en su casa, viéndolo vivir y participando de ello gozosamente) es irrefutable. Contra facta, non valent argumenta. (Continuará)
(Publicado en el semanario La Verdad el 14 de noviembre de 2025 y en el Blog "lamiradaabiertaalser")
