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PERSONALIDAD (ADQUIRIDA)

A partir de su naturaleza original, con todo su potencial pero también dentro de sus límites, el ser humano va construyendo y configurando una “segunda naturaleza” a través de su actividad: es decir, va forjando una manera singular de ser, de estar y de actuar en la vida que se llama personalidad.

Desde el punto de vista psicológico, la personalidad es el comportamiento unitario que define con propiedad el modo que tiene una persona de obrar y de conducirse. En ella se integran todas las funciones psicológicas y aspectos de la vida en una cierta unidad interna. Es una realidad abierta, un proceso de adquisición.

Así como la persona es la misma desde el principio y a lo largo de todo su discurrir vital, su personalidad va configurándose a lo largo del tiempo como resultado de la propia actuación y de su interacción con la realidad que le rodea.

Aunque la personalidad es una fisonomía unitaria, se suelen distinguir tres niveles o estratos que configuran la estructura psicológica de la personalidad: temperamento, carácter y personalidad.

El temperamento es el nivel de comportamiento innato (biológico, de tipo hereditario) que impulsa las reacciones más espontáneas y elementales ante los diferentes estímulos sensibles.

El carácter: Es el conjunto de fenómenos psíquicos que tipifican el modo de comportarse ante determinados motivos. Es resultado de la interacción entre el temperamento y el ámbito emocional del ser humano; es en parte innnato y en parte adquirido.

La personalidad propiamente dicha: Incorpora al temperamento y al carácter una profunda interacción con los criterios, valoraciones, convicciones y determinaciones libres de la persona. La inteligencia y la voluntad tienen aquí un gran protagonismo. La personalidad define de forma unitaria el modo de actuar más propio de cada persona por hacerse más presentes en ella el autodominio, las decisiones personales. Es una realidad abierta, un proceso.

En determinados contextos, como el educativo, se vienen a identificar el carácter y la personalidad (p. ej. al hablar de la educación del carácter).

Desde el punto de vista ético, la personalidad moral viene definida por aquellas disposiciones o hábitos que acercan o alejan, según sea el caso, a la persona humana de su plenitud como tal.

Los hábitos positivos se denominan virtudes, que “humanizan” y encauzan el uso de la libertad hacia el mayor bien. Son el fundamento de la calidad humana de las personas.

Los hábitos negativos se llaman vicios, empobrecen la personalidad, la deshumanizan y la desordenan.

La vida moral no consiste simplemente en realizar acciones buenas, sino en ser una persona buena que, por serlo, realiza buenas acciones que incrementan al mismo tiempo su bondad.